Éditions Ruedo ibérico

Último capítulo especialmente escrito para la edición española de este libro


Felipe Trigo, uno de los escritores más considerables a mi juicio de las letras españolas modernas, denunció ya, a lo largo de una obra hoy ignorada del público porque durante largos años prohibida, una grave situación de miseria en la vida sexual española.

Algo, en las costumbres eróticas y sexuales de la sociedad española, irritaba profundamente al doctor Trigo, médico, socialista y utopista de gran interés en un libro como Socialismo individualista, y ensayista y polemista profundo en otro como El amor en la vida y en los libros.

Primero que nadie en España y al mismo tiempo que otros como Wilhelm Reich en otros puntos de Europa, Trigo vio la íntima ligazón entre la miseria sexual, la miseria filosófica y la miseria social. En los tiempos de Trigo esa triple miseria podía aún ser o no ser objeto de estudio, especulación, denuncia y por lo tanto, motor de una acción destinada a eliminarla.

En tiempos de Trigo había libertad o, por lo menos, había bastante libertad. Trigo vio, y denunció en su obra, que la miseria sexual del país (ese aspecto era el que le interesaba más particularmente a él) era el resultado, agobiante para todos, de la ideología y de las costumbres de la clase dominante. En Trigo, en la novelística de Trigo -al revés de lo que sucede en otros escritores con los que se le emparejó, los Zamacois o los Hoyos y Vinent- esa clase dominante no es la aristocracia sino la burguesía.

La burguesía y la clase media son el objeto del interés de Trigo (como de Pío Baroja) que piensa que la miseria y torpeza productoras de neurosis en serie que caracterizan la vida y costumbres sexuales de esa clase, envenenan a todo el país. La crítica estetizante acusó a Trigo de estar mirando a la sociedad no con ojos de poeta sino con " ojo clínico " y hubo quien asumió reproches sobre el estilo de Trigo estimándolo más "científico " que literario.

Hoy vemos esas cosas de la literatura de otro modo y precisamente en el " estilo " o, mejor, en la " ausencia de estilo " de Felipe Trigo, consideramos el modelo de una prosa profundamente eficaz. En su obra las palabras no se acumulan y suceden para hacer bonito. Tampoco están al servicio directo de determinada propaganda profiláctica o política, a las órdenes de un comité central o al servicio de normas escleróticas de literatura social. La obra de Trigo parte de la soledad lúcida del escritor en la urbe dirigiendo a una masa anónima, para la cual el libro es un objeto más de consumo, la expresión de un saber que en su caso y en las condiciones españolas de ayer y de hoy tiene características subversivas.

Desde el punto de vista que en este libro se enfoca, el triunfo de Franco en la guerra civil española significó la imposición por la fuerza, en forma de MORAL OFICIAL, de las taras y miserias que en tiempos de Trigo podían aún ser objeto de discusión y denuncia.

Cuando, por ejemplo, Trigo denunciaba la alienación completa de la mujer española y preconizaba su derecho a la libertad sexual añadiendo que esa liberación sexual pasaba por su liberación social y que a partir de ese punto se podría pensar en una revolución social en España, escandalizaba e incurría en las histéricas iras conjuntas del clero y del pobre Unamuno. Pero ejercía un derecho en aquella época reconocido al ciudadano español: el de la libertad de expresar su pensamiento. Cretinos redomados o virtuosos de la pluma podían desprestigiarle reduciéndolo a la categoría infamante de autor de " novelas verdes ", de " literato populachero ", pero los cancerberos de la burguesía -como Unamuno- aún no podían privar de pan y de libertad, con ayuda de la policía, a un Felipe Trigo.

La victoria de Franco y el aplastamiento de la revolución española les dio esa posibilidad. De hecho, se levantaron detrás de Franco para tener esa posibilidad. Mataron a mucha gente para poder ejercerla y aún mataron a más cuando la pudieron ejercer.

Ciertamente, " las cosas han cambiado " en España. Pero los treinta años de tiránica imposición de una MORAL OFICIAL hecha de opresión y explotación capitalistas y de neurosis represivas producto de la miseria sexual de la clase dominante no se borraran así como así y mucho menos porque un ministro más o menos habilidoso convenga en una muy relativa tolerancia.

En la memoria de todos está aún fresco lo que hemos soportado en materia de MISERIA SEXUAL en España. No ignoramos que aquellos preceptos de indumentaria playera que nos ridiculizaron ante el mundo durante años, y que los dineros del turismo borraron, iban unidos a una extensión de la prostitución en todas las ciudades de España que alcanzó proporciones desconocidas hasta entonces. Los mismos moralistas -policías y curas estrechamente unidos- que perseguían no ya con sermones o advertencias sino llevando real y físicamente a la comisaría a las parejas de novios que se daban el brazo, toleraban y fomentaban el más desgarrado lenocinio a escala de barrios enteros en todas las ciudades de España. Había materia prima. Mucha hambre y poco trabajo. Mucho hombre muerto o en la cárcel.

Muchas de esas cosas han desaparecido pero esa comprobación no puede ser en ningún modo satisfactoria.

No nos engañemos o, mejor, no nos dejemos engañar. NADA ha cambiado en realidad. Bajo la leve capa de erotismo de consumo que se nos sirve, la sociedad española sigue incrustada en su secular ostracismo y persevera fervorosamente en sus fantasmas, en sus terrores y en su repugnante miseria sexual.

Comprendamos que si un escritor como Felipe Trigo sigue siendo vigente, si seguimos viendo retratada a la sociedad española en sus libros, no sólo es debido a sus méritos de observador sino a que seguimos siendo víctimas de las mismas enfermedades que hace 50 años.

Ese no es el caso en otros países. En todas partes cuecen habas seguramente, pero en algunos sitios les ponen morcilla. Además, ese refrán reaccionario tiene su vuelta de hoja. Si en todas partes cuecen habas, ¿ por qué en España no cocemos nada? Quiero decir por ahí, en ese último capítulo del libro, que no existe un " erotismo español " con características metafísicas y una dimensión eterna. Si hay -y la hay- una manera de ser erótica específica en España, ella está hecha de circunstancias ajenas a su voluntad o de circunstancias atenuantes. En ningún caso puede ser motivo de un especial orgullo y menos que nunca hoy.

Circunstancias, o sea, cosas concretas. Por ejemplo, somos uno de los escasos países del mundo -quizás el único en Europa- en donde el divorcio no existe. Peor aún, somos un país en el que ni siquiera en los medios de la oposición, bastante considerables en su curiosa condición de " mayoría silenciosa ", se plantea esa cuestión del divorcio porque se la considera quizás no como algo básico sino como una especie de lujo sibarítico para gentes ultrarrefinadas de países que situamos mentalmente casi en otros planetas. Es muy posible que la cosa sea aún más grave. Es muy posible que muchas personas que se dicen partidarias de una España si no revolucionaria por lo menos democrática o republicana no sean en realidad partidarias del divorcio y sigan aferradas a la vieja, reaccionaria y ferozmente capitalista idea de la indisolubilidad de la familia "cristiana". Citamos el caso del divorcio porque nos parece que es el más vergonzosamente evidente y uno de los más traumatizantes en la realidad social.

Se trata, en realidad, del derecho inalienable de la mujer a disponer de su cuerpo cuándo quiera y con quién quiera sin que ninguna consideración de tipo social, moral o familiar venga a suponer un obstáculo o la ocasión de un trauma síquico. En realidad, ninguna consideración de tipo político. La España del siglo XX es, entre otras cosas, una demostración palpable de cómo la clase dominante impone al país la totalidad de su propia "miseria ". La palabra " miseria " es empleada aquí en el sentido marxista de " miseria de la filosofía ".

El ideario imperante en España sobre el matrimonio, el amor, la familia, el sexo, etc., es parte integrante del ideario político general de esa clase dominante, que en sus contradicciones internas va desde la extrema derecha más cerril a un liberalismo republicano de buen tono o hasta un criptocomunismo de tipo estaliniano que permite la confluencia de una pequeña parte del marxismo con aspectos relativamente liberales de la burguesía, católica o no.

Todas esas tendencias se manifiestan hoy en múltiples publicaciones de libros o periódicos a veces clandestinas pero a menudo permitidas. Nunca vi que ninguna de ellas asumiera reivindicaciones que tocaran ni de cerca ni de lejos el problema de la supresión de la miseria sexual, ni siquiera en sus aspectos más inmediatamente necesarios como la cuestión del divorcio, la cuestión del aborto o la de la venta libre de todo tipo de anticonceptivos, la cuestión también de la minoría de edad sexual en las mujeres (¡el viejo tabú de la virginidad!).

Por una curiosa mecánica de autodefensa, los partidarios del statu quo en ese sentido, esgrimen el Amor (de repente con mayúscula), su pureza y sus misterios, en cuanto se expone ese derecho de la mujer a cambiar de hombre cuándo y cómo quiera. Libertad y amor parecen ser para ellos términos radicalmente opuestos.

En caso de que lo fueran, diríamos " tanto peor para el amor y viva la libertad ". Y es cierto que el amor en tanto que hecho de cultura, es decir, en tanto que sentimiento que ha dado lugar a toda una literatura de la que hemos expuesto en este libro abundantes muestras, está también hecho de alienación y de represión. Sigmund Freud lo señaló con lucidez implacable. Pero, precisamente, ¿ y si simplemente con una serie de disposiciones jurídicas y de convenciones sociales nuevas el amor se liberara de su contexto represivo ? ¿ Qué tendríamos que lamentar ?

¿ La desaparición de la poesía amorosa? ¿ La desaparición del cine erótico ? ¿ El arrinconamiento en el armario de los trastos viejos del mito de la Mujer? ¡ Y qué ! Admirable de sensatez, Felipe Trigo estimaba ya que valía mejor que el amor estuviera más en la vida y menos en los libros.

Pero el amor, en tanto que hecho de cultura, el amor en los libros como decía Trigo, el amor como fenómeno de sublimación como estimaba Freud, constituye para la clase dominante creadora de esa cultura y fautora de esa sublimación, un factor de estabilidad. Que repercute no sólo en la economía de las ideas de la clase dominante sino en la economía sin más. Véase a Engels en este sentido. No conviene que el amor deje de ser un problema social. No conviene a la clase que domina políticamente, aunque muchos de los individuos de esa misma clase sean víctimas y hasta las primeras víctimas en el terreno de la salud síquica y hasta física -sicosomática en realidad- de su propio terror a perder una preeminencia represiva. Gente liberal y hasta gente comunista puede ser y ha sido de hecho, en este sentido, tremendamente reaccionaria.

No hay oposición entre Marx y entre Freud, pero el encuentro de ambos se efectúa en los más radicales límites de su análisis respectivo.

Pero parece evidente que la plena explotación por el hombre de las enormes posibilidades de felicidad cotidiana que podrían procurarle todos los recursos sexuales descubiertos por Freud en él y que aparecen en cuanto nace, sólo podría ser hecha en un contexto social industrializado y en el que hubieran desaparecido las actuales condiciones de explotación del hombre en provecho del capital.

Y es que el amor en tanto que cultura y la cultura en tanto que fenómeno de sublimación también forman parte de esa " inmensa acumulación de mercancías " que para Marx es, " a primera vista ", " la riqueza burguesa ".

Hay que reconocer que en este sentido la " riqueza burguesa " española es admirablemente miserable. Razón de más para despreciarla a fondo.

No contenta con ejercer una represión feroz contra el propio amor -que es lo propio de toda clase dominante- la burguesía española ha aplastado la propia sublimación en cultura, de esas sus propias frustraciones amorosas, de esa su " miseria ".

Y el franquismo, haciendo eso, ha dado orígen a un fenómeno curioso y lamentable de amputación : una cultura afásica. Una especie de anticultura. Aquel gamberro que gritó " ¡ Muera la cultura! " sabía lo que decía. Hay que volver rápidamente a Freud si se quiere reconocer y curar lo que en España viene siendo ya una cuestión de " urgencia nacional ". Por lo menos en el terreno de la cultura. Por lo menos para esa afasia. Pronto, ¡ libertad de expresión y que cada uno se libere de sus fantasmas ! ¡ Que haya literatura y cine eróticos, que haya venta libre de pornografía ¡

He aquí otro aspecto de la " delincuencia " en España hoy. La pornografía. La clase dominante atenta ahí contra su propia libertad de comercio reprimiendo la libertad de expresión en uno de esos dominios que los burgueses inteligentes de otros países prefieren explotar sabiendo que en el fondo se trata de formas populares de cultura, o sea, de meras sublimaciones, de frustraciones debidas a lo que hay que mantener a toda costa : el nudo familiar sobre el que se asienta el Estado.

Naturalmente, admitir que la sacrosanta familia española pueda ser segregadora de sueños y pesadillas de inmunda pornografía resulta duro. De la sacrosanta familia española sólo pueden salir ciudadanos castos y partidarios del orden. De ahí no sale pornografía. De ahí sale Opus Dei. Y si sale pornografía, ¡ a la cárcel ! El Opus también es una cárcel, claro. Pero con dinero. Con televisión. Y con poder. El Opus es la cárcel en el poder y el poder en la cárcel. Y quien dice cárcel dice masturbación y toda clase de prostituciones y perversiones homosexuales. Familia. Y a propósito de homosexuales. Según observadores del país, España es su paraíso. Seria incluso uno de los dos medios mejores -el otro es ser del Opus- para progresar en la escala social española, a decir de ciertos enterados.

Pero si hay una cierta tolerancia social y aún quizá oficial considerable para el homosexualismo masculino -a pesar de que éste sea completamente vergonzante y no haya producido ningún autoapologista a lo Gide o a lo Genet en España-, la intolerancia más radical se impone así que se trata de homosexualismo femenino o safismo.

Es otro problema : el de las llamadas " minorías eróticas ", el de aquellos por quienes " el escándalo llega ". Fueron víctima privilegiada de la Santa Inquisición aprobada en eso por los más viles sentimientos del populacho y por el aplauso de los poderosos. Siguen siendo objeto de persecución y de cárcel, sin que sus casos merezcan algo más que sonrisas irónicas de parte de los que gritan -justamente por cierto- contra otras represiones, políticas en especial.

El caso es que ninguno de esos problemas, ninguno de estos hechos ha sido tratado desde el año 1936 para acá, por ninguna pluma española, de una forma no ya " positiva " sino ni tan siquiera objetiva. No es que el sexo haya estado ausente de las letras españolas en los últimos treinta años, sino que su aparición, incluso relativamente abundante, ha surgido siempre de las formas más sórdidas e inhóspitas, grotescas y esperpénticas como si. en medio de lo sórdido y mísero de la vida, los actos y contactos sexuales no fueran lo único bueno y agradable que se puede producir. No, en las letras españolas de la era franquista el sexo habrá sido un elemento más, y aun quizás el más distintivo y eficazmente utilizable, de lo ingrato, de lo irrisorio o de lo mórbido. Lejano triunfo de lo quevedesco.

Salvo en raras excepciones, que por cierto se han producido en la literatura catalana, el amor en los libros es en España desde el año 1936 algo sucio y vil, puesto en práctica por seres infrahumanos en inmundas cloacas. Hacer el amor, en la novela española de los últimos años, no ensalza ni mejora a los protagonistas. Al contrario, los encanalla y los mancha. A menudo, el hecho mismo de que lo hagan viene a ser la prueba de su dudosa condición intelectual o social. Esa especie de realismo- falangista o de realismo-socialista que habrá sido durante largos años el dogma estético inquebrantable de las letras españolas ha sido en su contenido erótico y en su visión sexual del mundo profundamente REACCIONARIO. Claro que no podía ser de otra manera. Si hubiera sido de otra manera no habría podido ser editado. Y no sólo a causa de la censura sino porque no habría encontrado editores.

Pongamos por caso uno de los problemas más graves que se plantean en España en la vida corriente y de cada dia : el del aborto. Millares de abortos se producen cada día en España en las condiciones más peligrosas para la salud de las personas que necesitan cortar una gestación no deseada.

Ese problema -que la prensa y las autoridades ignoran totalmente como no sea para actuar de forma policíaca- ha interesado a algunos escritores y existen incluso algunas novelas en las que el aborto cons-tituye el nudo de la acción.

Se trata de novelas que se pretenden ser de izquierdas, aportadoras de un mensaje dirigido a las conciencias y de una denuncia social. Y sin embargo, narrando las fenomenales desgracias que ocurren en esas novelas a las chicas que abortan, legitiman toda represión contra el aborto.

Esas novelas se llaman realistas, pero la realidad es que solamente uno de cada diez mil abortos sale mal. La realidad es que el problema del aborto consiste en su ilegalidad y en todo lo que esa ilegalidad encierra de contenido ideológico feudal. La realidad es la historia de una muchacha preñada que aborta y que sale la mar de bien del caso y vuelve a acostarse con su amigo o con otro, pero esa vez utilizando métodos anticoncepcionales racionales. La mejora de esa realidad consistiría en que el aborto lo realizara un médico en una clínica y que fuera gratuito.

Quiere esto decir que cuando se quiere dar a la realidad valor de ejemplo es poco honesto elegir lo que ocurre pocas veces con preferencia a lo que ocurre siempre. 0 casi siempre.

Precisamente, si la " oposición " debe en España inscribir entre las primeras reivindicaciones de su programa, la cuestión del divorcio y la cuestión de la legalidad del aborto es porque es posible hacerlo y realizarlo muy rápidamente ya que legislaciones liberales en estos puntos significarían únicamente el reconocimiento de una realidad existente y cotidiana aunque viciada por su carácter oculto y clandestino, sometida a un aparato legal tan añejo como reaccionario.

Que la primera víctima de ese aparato represivo leguleyo y policial sea la mujer, debería ser motivo de vergüuenza intolerable en nuestro " país de caballeros ". Que una mujer, así que quiere vivir un poco por su cuenta, se convierta en España en una delincuente ajusticiable nos parece al contrario perfectamente normal. Me parece absurdo albergar el menor optimismo sobre el porvenir de nuestro país si esa mentalidad, abundantemente representada en todos los sectores y tendencias y clases sociales, no cambie rápidamente.

Gritar por los derechos integrales de la mujer española a disponer de su vida y de su cuerpo como mejor le parezca a ella y cuando mejor le parezca me parece ser algo urgentemente necesario.

No ver que la eventualidad de una " vida mejor " para todos, pasa por esa liberación de la mujer, auténtico negro de la sociedad española, es ceguera culpable de colaboración con el enemigo, conservadurismo carca y carpetovetónico cavernicolismo de tarado mental y eso, sea cual sea la etiqueta que a su pecho se cuelgue el energúmeno en cuestión.

Si esa liberación no es exigida y obtenida pronto, España seguirá siendo un país miserable, atrasado y gobernado por curas y por militares de aquí a cien asños.


Xavier Domingo en Cuadernos de Ruedo ibérico nº 31/32, junio-septiembre 1971