Éditions Ruedo ibérico

París, cero kilómetros

Barbara Probst Solomon


Conocí a José Martínez en septiembre del 48 en París. Fue el mismo día de su llegada a la capital francesa. Justo después de que se fugaran de Cuelgamuros Nicolás Sánchez Albornoz y Manolo Lamana, con lo que nuestro pequeño grupo de la FUE (Federación Universitaria Española) estaba lleno de alegría por el éxito de la aventura. Yo estaba con Paco Benet, que me dijo: «Te voy a presentar a Pepe Martínez, de la FUE de Valencia.»

Pepe había pasado algunos años en la cárcel por su militancia en un grupo de jóvenes libertarios. Nos miró con su pelo negro, su perfil muy perfecto, sus ojos inteligentes y sensibles, y nos dijo que quería ver Notre-Dame. Allí, mirando una placa que decía: «París: cero kilómetros», empezó a reír. «Fíjate, estoy en París, estoy en París.»

Pepe llegó a París por su cuenta, sin una perra, andando a veces, y cruzó la frontera ilegalmente. En el 48, la vida en París era todavía dura para los franceses, pero para los jóvenes españoles era imposible. Los problemas que Pepe tuvo en París fueron de subsistencia. Conseguir un permiso de trabajo, un sitio donde vivir...

Trabajaba en cualquier cosa para salir adelante. Recuerdo su angustia cuando rompió su único par de gafas y pasó unos días en la cárcel por problemas con la documentación. Siempre iba a pie a todas partes, porque no tenía dinero para el metro. Pepe tenía a veces un comportamiento brusco con los hombres, que escondía un temperamento tímido. Creo que hablaba con más facilidad de sus emociones con las mujeres. Desde aquel día, frente a Notre-Dame, hasta su muerte, yo fui para él una especie de hermana, y a veces me confesaba su complejo de inferioridad y su falta de educación formal, porque venía de una familia humilde.

Nuestro grupo original, lo que Pepe llamaba «los amigos de sangre». Paco, Nicolás, Manolo, Carlos Vélez, Enrique Cruz Salido y yo, nos fuimos de París en los años cincuenta, él quedó solo, y diez años después, con un esfuerzo enorme y casi milagroso, con su compañera de entonces, Marianne Bruell, crearon la extraordinaria editorial y revista Ruedo Ibérico.

Era la mejor editorial socio-literaria de Iberia en los años sesenta y fue una pieza clave en la educación política de toda una generación de españoles. A fines de la década también colaboraron allí Juan Goytisolo, Xavier Domingo y Jorge Semprun. Pero, más que nada, Ruedo Ibérico fue el regalo de Pepe Martínez a su España, que, sabiendo lo que a él le había faltado, entendió lo que había que dar a sus compatriotas: buena información, los mejores libros, una información política que no era mera propaganda y libros bien hechos.

Ruedo Ibérico empezó en la rue Aubriot, cerca del barrio judío de París, pero después del éxito trasladó su sede a la rue de Latran, en el Barrio Latino, y allí Pepe creó también lo que no tuvo en sus primeros años de vida parisiense: la librería, que fue el punto de encuentro de todos los españoles que iban a París. Creo que aquellos fueron los años más felices de su vida.

Después de la muerte de Franco regresó a España, y sus amigos, María Naredo, José Manuel y yo fuimos a recibirle. «Creo que nunca has estado en España», le dije, y él contestó, con una voz muy áspera, ocultando toda su emoción, «no, nunca».

En esta última etapa de su vida, Pepe ha tenido muchas cosas, pero ha perdido otras. Vivía muy feliz con su segunda compañera, Teresa Mosquera, y estaba muy orgulloso de la hija que había tenido con Elena Romo, María José. Pero la verdad más sangrante es que ni el mundo cultural, ni el gobierno socialista han hecho nada por reconocer la enorme contribución que hizo a España con Ruedo Ibérico. Encumbraron a gente que hizo mucho menos, pero que quizás era más chaquetera. Lo que Franco siempre deseó, que Ruedo Ibérico se hundiera, fue lo que ocurrió con la transición. Pepe estuvo muy alejado en los últimos años del postfranquismo de la vida cultural. Irónicamente, la persona que le dio trabajo en Madrid fue un antiguo amigo, Fernado Chueca, un hombre conservador. Marisol Benet, Juan Benet, Luis Cavanna y Teresa Goitia también le ayudaron. Pero quizá no era tan necesario que España rindiera honores a Pepe Martínez, porque el verdadero honor, y lo que de verdad perdurará, es lo que hizo con sus publicaciones de Ruedo Ibérico, que quedarán como la historia de los años de la oposición al franquismo.


In Diario 16, 13/3/86