Éditions Ruedo ibérico

La peligrosa infalibilidad de un Consejo de Guerra


Emilio Zola no trataba de demostrar nada cuando se lanzó a la defensa del capitán Dreyfus. El escritor revelaba la evidencia, « la justicia militar no puede ser justa por carecer de libertad y por negarse a la evidencia». La infalibilidad es la ultima razón política de los autócratas. La justicia militar obtenía su verdadera y paradójica dimensión : no fue nunca justicia ni siquiera militar. Es un instrumento político de casta ; un simple mecanismo extremo de defensa del Poder de la clase.

El escenario se ha dispuesto para este otoño. Se pretende que no transcurra noviembre sin que dieciséis jóvenes vascos comparezcan ante un Consejo de Guerra Sumarísimo que lleva gestándose dos años, y eso que «el sumarisimo » es la velocidad sobre la velocidad: el vértigo. Las penas solicitadas por el fiscal militar son escalofriantes : seis penas de muerte y un total a repartir por las reglas de la estrategia del momento de setecientos cincuenta y cuatro años de condena. El fiscal no ha hecho solo la suma. Un fiscal militar es la obediencia potenciada por la ciega fidelidad. El Estado no conduce así como así a su Fiscalía militar al disparate. Tocando un cierto techo de humana normalidad, de mediano decoro civil, el horror de esta petición alcanza el ridículo. En España se ha acreditado el calificativo de esperpéntico para realidades como ésta. Un sumario de más de cinco mil folios que crece continuamente y seguirá creciendo hasta que la defensa proponga su última prueba como estómago devorador, hasta que el Capitán general de Burgos -la autoridad judicial militar, o sea la infalibilidad por antonomasia- estampe la penúltima rúbrica, porque la última, en el peor de los casos, en el de la liquidación del justiciable, es la estampa el jefe del Estado. Pilas de siniestros papeles, partes médicos -hubo torturaatestados policiales -de todas las innúmeras policías de España-, diligencias de estilo cuartelero-forense. Dos sacerdotes encausados, cartas concordadas, notas vaticanas, papel de la nunciatura. El Consejo de Guerra iba a ser a puerta cerrada; los militares se amparaban en el Concordato ; éste anda en trance de componenda y revisión y una gestión reciente de la Santa Sede ha corregido esta intención de silencio de tumba. El Consejo de Guerra, por fin, será a puerta abierta.

Este Consejo de Guerra tiene un irremediable tufo de provocación política de largo alcance. No nos podemos llamar a engaño. La farsa estuvo siempre preparada : siempre fue momento para dar carpetazo final a las actuaciones, cerrojazo al asunto, abrir la taquilla y montar la pieza. La españolísima institución del sumario es sufrida y flexible como todos los actos administrativos gestados en nuestro glorioso y ordenancista pasado. Este Consejo de Guerra pudo celebrarse al día siguiente de la detención de los encartados, como cientos de Consejos de Guerra.. ¿ y porqué no se hizo así ?

La respuesta -o las respuestas porque sin duda hay bastantes- viene de la índole y función de la «justicia militar», término equivalente al muy castrense de la táctica militar, al servicio, claro, de la política del Estado. Este Consejo de Guerra era el capital, o la cota máxima de una serie de actuaciones represivas dirigidas contra el pueblo vasco al menos mediatamente. Las cabezas del joven movimiento revolucionario de liberación conocido por ETA iban a ser juzgadas ; iba a ser definitivamente juzgado todo el movimiento en sus cabezas aprehendidas. Esta vez los miembros de responsabilidad menor fueron juzgados antes. Decimos de responsabilidad sumarial menor y contémplese bien que las penas fueron enormes: desde la misma pena de muerte contra Arrizabalaga después conmutada ante la movilización popular -fue un verdadero test, quizas muy pensado por el régimen-, hasta penas de cárcel de treinta, veinte, etc. años; muy pocas absoluciones, rarísimas absoluciones. Este Consejo de Guerra esperaba. Estaba el asunto muy preñado de argumento político general : mientras se componían los papeles acusatorios y las actuaciones judiciales, la Causa servía de arma de disuasión frente al pueblo vasco ; pero es que, además era una arma incómoda en las manos del poder, ya que solo se podía utilizar contundentemente, con eficacia sangrienta proporcionada a las gravísimas penas impuestas en farsas anteriores. Por otra parte su utilización comprometía a todo el régimen, no sola mente a la facción dura. Podríamos alcanzar la explicación de la demora en una cierta parálisis real del poder, e incluso desacuerdo en el seno del poder y desacuerdo sustancial no accidental. La facción que impusiera la muerte ensangrentaba definitivamente a la versión que en estos años quiere darse el sistema político ; comprometía su política exterior, la del gobierno, y provocaba una posible respuesta popular -ya se vio en la condena a muerte de Arrizabalaga- que sería muy incómoda para los neocapitalistas; no sé si sería exagerado suponer que al menos premonitoriamente la facción que tenia a los rehenes en sus manos podía verse obligada al golpe de Estado, y no por causa intrínseca del Consejo de Guerra, sino por su expresión de asunto político capaz de constituirse en símbolo de una conducta política general. Así, este Sumarísimo n.° 31, tenía una relación temática política con el escándalo MATESA y con otro sumario paralizado casi durante el mismo tiempo : el proyecto de Ley sindical. Como este proyecto también el Sumario 31 rozaba las difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado español.

Pero ahora la Farsa está dispuesta. Es que, en España, en la España tantos lustros sufriendo a la reacción más incivil de Europa, siempre llega un momento en que la cosa va de veras. Mucho ha sucedido para que se fuerce la suerte y el escenario se disponga al fin. Son cosas que han sucedido en aparente dispersión y se han testimoniado dispersas. Los jóvenes que se pretende juzgar este noviembre serán víctimas del equilibrio inestable y peligroso entre dos debilidades. El Consejo de Guerra a celebrar ahora será la cita de la debilidad del poder para gobernar a la nación y la de la oposición democrática para alcanzar el poder. Pero hay que tratar de pensar qué es lo que ha sucedido para que el poder le dé esta escandalosa baza a la oposición democrática.

Si el movimiento vasco anda escindido. Parece que en cada Asamblea general hay una escisión con las correspondientes condenas mutuas. Si cuando este otoño seco y agrio pone a los obreros en la calle y a los campesinos en el hambre cierta, una facción del partido de la clase obrera se dedica a hacer la política que conviene o cree que conviene a una gran potencia socialista y no la que necesita la situación interior de España, algunos militantes entran en la barrena de la crisis objetiva o en el desánimo, es éste el momento en que el poder puede recibir la exigencia táctica de su facción tremendista. Las alianzas son tardías y apenas básicas. Los dirigentes de los partidos burgueses parecen temer el espectro revolucionario y el desconcierto general de la oposición lima las diferencias en el poder: la Ley sindical adelante blocando condenas y sugerencias obispales; el escándalo MATESA dormido, el Sumario 31 como amenazadora piedra de moler, en marcha.

Esta es la provocación y el test supremo que el régimen -quizás empujado por su facción más azul- hace este otoño. Nada menos está poniendo en causa no las opciones revolucio narias de los partidos que las pretendan, sino su verdadero potencial, su audiencia popular, su voluntad revolucionaria.

Es una arriesgadísima provocación. También hay que pensar qué es lo que pasa en sus « adentros », para lanzarse a tal aventura de la muerte, después de las acciones proletarias y de los fiascos diplomáticos de este otoño. El régimen se juega no sólo la respuesta masiva con el argumento de la espontaneidad escandalizada sino el salto a las acciones más políticas, y lo que es muy importante : por una parte, a la alianza en la lucha por la amnistía y contra este Consejo de Guerra del proletariado con nutridas capas burguesas, y por otra parte, a que toda España viva como problema el verídico de su índole de conjunto de pueblos.


Anchón Achalandabaso (Luciano Rincón)
In Cuadernos de Ruedo ibérico nº 26/27, agosto-noviembre 1970