Ruedo ibérico - Artículos

José Martínez
Fundador y director de Ruedo ibérico

Eramos parciales, no embusteros


-Hay algo que me eriza la piel, y es que cada vez que un colega tuyo se dirige a uno de nosotros, habla de Ruedo ibérico como de algo muerto; brillante, heroico, censurable o encomiable, pero siempre muerto. Difunto. Ruedo ibérico representa a una época que al terminar ha acabado con la función de la editorial. Entonces, no, me niego. Primero, yo considero que la época no está tan acabada. Y segundo, si cualquier editor seudoexilado -entre paréntesis, por ejemplo, Grijalbo- tiene perfecto derecho a traer sus organizaciones extranjeras para editar en España, ¿por qué no vamos a tener nosotros el mismo derecho?"

-Pero las características de su línea editorial tendrán que modificarse...

-El otro día me decía Sueiro: "Es que a vosotros os van a exigir mucho." ¿Y por qué a nosotros más que a otros? Yo considero que todos los editores son políticos; todos, incluso los más fenicios, publican ciertas cosas preferentemente y no publican otras que incluso les podrían dar más dinero. ¿Hay que ser más exigente con Ruedo ibérico por su pasado heroico? Hay muchos grupos editoriales que han sido creados en el periodo de la transición con vocación de Ruedo ibérico. No voy a hablar, por ejemplo, de Anagrama, a cuyo director me une una amistad entrañable, ó de Campo Abierto, o de Anatema.

-Sí, pero...

-Entonces, yo considero que Ruedo ibérico es una empresa actual y una empresa con cosas que hacer en el mundo editorial español actual, cosas que no harán otros editores. ¿Como qué? Pues mira, por ejemplo, libros como Extremadura saqueada. Es un buen ejemplo; interesantísimo. Y te voy a decir por qué. Este libro es el resultado de una visita realizada a Extremadura por un equipo de economistas, geógrafos, sociólogos, con motivo de una protesta por una central nuclear. Y hacen un libro de todo lo que ven allí. Bien, pues en el mismo tiempo, un banco español ha propiciado un estudio semejante sobre una región tan paupérrima y desheredada: Galicia. Y cuando el libro ya estaba impreso -12.000 ejemplares-, el banco ha decidido no ponerlo a la venta. Los autores protestan, hay una campaña de prensa, el banco no dice nada. Y no lo quieren vender, porque aunque cada capitulo del libro ha sido aprobado en su momento por las autoridades competentes del banco, ha sido, como ves, autocensurado de raíz; a pesar de eso, se han dado cuenta de que el libro era una bomba. Mi impresión es que lo sacarán después de las municipales, cuando los dados estén echados.


José Martínez es cofundador y editor de la editorial Ruedo ibérico. Durante casi veinte años, uno tras otro, y hasta cien, ha editado libros, que llegaban a España clandestinamente y que se pasaban de mano en mano como panes calientes. Eran la contrainformación al franquismo. Los datos y los hechos desde una perspectiva exactamente contraria: la guerra civil contada por Hugh Thomas, El laberinto español, de Gerald Brenan, un libro sobre el Opus, cuando la obra estaba en el poder. Muchas gentes de este país nutrían su desinformación o corregían la deformación propiciada por el régimen, con los libros de Ruedo ibérico. Fue un vehículo de ideas casi imprescindible, pero también fue un lugar, sobre todo en Cuadernos de Ruedo ibérico, donde toda persona que, desde España -desde el "interior"- quisiera publicar algo, podía hacerlo. Como dice Martínez, "es más fácil hacer la lista de los intelectuales y ensayistas que no escribieron en nuestra revista que la de aquellos que lo hicieron". Marxistas, disidentes, socialistas, anarquistas,felipes, liberales, todo el mundo tenía su espacio. Y precisamente esta aglutinación de tendencias políticas le dio a Ruedo ibérico una de sus características más esenciales: poder ofrecer un análisis político libre de condicionamientos partidistas. Ruedo ibérico se edita ya en España. Cualquiera que sea el éxito de esta nueva etapa, hay un sitio en la historia contemporánea para esta aventura editorial. La más fascinante que hemos conocido los españoles de hoy.


-Parece que llegan ustedes -Ruedo ibérico- en mal momento; no se venden libros...

-Se editan demasiados libros en general, demasiados también de la guerra civil y de política. El hecho de que la oferta sea mayor que la demanda hace que esta demanda baje. Es un tema que tengo muy meditado. Para llegar a la desinformación hay dos caminos: uno es el conocido de cortar la fuente de información. Pero se puede obtener el mismo resultado por el camino contrario: dando más información de la que se puede asimilar. Morir de anemia o de indigestión: ese es el dilema. Si durante el franquismo la información que teníamos sobre nuestra propia historia era de hambre, ahora tenemos un hartazgo que provoca la abstención que a nivel superior se traduce en la abstención electoral. En la vida política española ha habido una consigna: ocupar espacios vacíos (a veces esto no era coger un terreno que podía desear también el enemigo; era más bien pasarse al enemigo directamente), y en el terreno editorial ha pasado lo mismo. Los editores que tenían una política comercial clara, y los que tenían una voluntad comercial clara también, pensaron editar todos los libros que no se habían editado en cuarenta años. Y han pensado que la clientela de un año podía asimilar la lectura de cuarenta. En 1977 se han publicado entre 250 y cuatrocientos millones de ejemplares, que debían ser leídos por una minoría de lectores, de los cuales sólo unos pocos compran más de diez libros al año. El Instituto del Libro Español -a ver si desaparece- ha dado unos datos sobre los best seller españoles. Los tres últimos, de los diez libros más vendidos, lo han sido en menos de 10.000 ejemplares. En Francia, donde yo he desarrollado mi trabajo editorial, 10.000 ejemplares es la venta de un tratado de matemáticas superiores.

-Y con todas estas dificultades, ¿cómo piensa que Ruedo ibérico puede subsistir?

-Siendo una pequeña empresa editorial que ocupará un espacio necesariamente muy contestatario. Uno de nuestros próximos libros se llama Violencia y poder político. Serán libros que pongan en cuestión el modelo de sociedad hoy imperante en el mundo; modelo que nosotros consideramos común a los países capitalistas, a los llamados socialistas y a los del Tercer Mundo.

-Me habían dicho de usted que era un ácrata total, en contra de todo tipo de poder.

-También soy muy personalista. Tengo una personalidad muy autoritaria, puesto que he sido hecho en una sociedad autoritaria.

-¿Todo ser nacido en una sociedad autoritaria lo es necesariamente?

-Si. ¿Eres feminista? Te lo digo porque incluso los hombres que se esfuerzan en no ser falócratas, los hombres de mi generación y de generaciones posteriores, por muy buena voluntad que pongamos, somos siempre machistas. Los hombres no pueden romper toda una estructura mental que se les ha dado desde la teta, la escuela, la familia, la calle.

-Todos tendríamos que ser franquistas...

-No, no y no. Porque a mí me parecen admirables los esfuerzos que hacen incluso los falócratas españoles para dejar de serlo, y se va consiguiendo en parte. Y sobre todo hará que las generaciones futuras partan de posiciones más favorables.

-Es usted muy escéptíco, lo parece al menos, y esto no es lo que yo pensaba de un hombre que ha montado la aventura de Ruedo ibérico.

-Yo siempre me he definido caricaturalmente como un pesimista activo. Soy pesimista, pero obro optimistamente. De otra manera no hubiera tenido confianza en mi y en mis semejantes, en mis compatriotas en primer lugar. Y desde luego un pesimista perfecto no hubiera participado en Ruedo ibérico. Lo que pasa es que en el campo de la sociopolítica hay que ser muy modesto respecto a los éxitos que uno puede propiciar y conseguir, que son siempre muy pequeños, aunque también son absolutamente necesarios.

-Una cosa que choca revisando los títulos de Ruedo ibérico es la escasez de autores españoles, sobre todo al principio.

-Esto que dices fue la gran decepción de la empresa de Ruedo ibérico. Partíamos del supuesto de que como en España había una situación de censura, en los cajones de las mesas de los despachos de los españoles había una cantidad de manuscritos inéditos increíbles. Y no, no había. Había, eso sí, muchas malas novelas, muchos libros de poesía mediocres y algunos excelentísimos. Pero el libro de testimonio político, el análisis, la denuncia, la elaboración histórica, de esto había muy poco. En cambio, sí llegaban muchos ensayos interesantes. Esto nos llevó a crear Cuadernos de Ruedo ibérico.

-¿Por qué cree que había tan pocos libros inéditos?

-Quizá porque el esfuerzo gratuito no tienta al ser humano, que quiere tener una compensación inmediata. Es evidente que la vida franquista destilaba pesimismo y escribir un libro de denuncia política a sabiendas de que se va a quedar en un cajón es desmoralizante.

-Usted tiene mucha moral, en cambio. La tuvo y la tiene para lanzarse a la aventura de editar en España.

-Es que creo sinceramente que Ruedo ibérico es una empresa actual. En primer lugar, porque la censura sigue existiendo a nivel judicial y gubernativo. Se puede encausar a un autor y a un editor; se puede y se hace. Existe, además, la censura económica que evita que las editoriales, todas en manos de grupos económicos, se enfrenten con sus capitalistas. Y luego existe otra censura, a nivel de partido, que no te la dejes aparte. Los partidos no propiciarán, y harán todo lo posible para que sus grupos editoriales, las empresas en las que tengan influencia directa o indirecta, incluso a nivel de persona, no publiquen ciertos libros que les son desfavorables. Todo esto produce un fenómeno nuevo que se llama autocensura.

-Que ya existia, no es nuevo.

-Pero antes, cuando existía esa cosa negra y fea con tijeras de Arias Salgado y Fraga, las cosas estaban muy claras: eras censurado sin más. Hoy este tipo de censura se ejerce poco: el libro de Vitoria y alguno más. Hoy la censura es algo difuso ejercido en los tres frentes que he apuntado. Un individuo tiene que colocar su papel en un mundo informativo aparentemente libre, pero sabe que si dice ciertas cosas no se lo publicarán, no se lo pagarán.

-El panorama que pinta es desolador. Entre la censura, la educación, la familia, Franco, la autocensura de hoy, es imposible que nadie escriba nada útil. Tal vez piense que sólo los de Ruedo ibérico pueden y saben decir la verdad.

-No. Yo siempre he pensado que el atribuirnos a Ruedo ibérico una situación de monopolio en Francia es completamente infame. Nunca hemos tenido vocación monopolista, y siempre he creído que en Francia podía haber habido diez Ruedos ibéricos. Y tampoco aspiro a tener aquí el monopolio de la contestación. Habrá contestación que a nosotros no nos interese.


José Martínez, el peleador, va enfundado en un traje de alpaca negro, con chaleco muy ajustado y botas de media caña. Martínez se dispone a defender su derecho a editar en España, en su país, del que salió en 1948 con destino a París y al exilio. Hizo la guerra a los diecisiete años, en zona republicana, y fue dirigente de las Juventudes Libertarias, cargo que mantuvo durante un tiempo en París. El color gris de su pelo parece prolongarse, en un polvillo blanquecino, por toda su ropa. Esto le da un cierto aire de tipo arreglado para una cita importante que por accidente ha tenido que hacer el camino a pie.


-Hubo una época en la que se decía que los datos que Ruedo ibérico daba eran falsos.

-En política, como en todos los aspectos de la vida, el concepto de verdad y mentira es circunstancial. Todo tiene un carácter relativo, más que en matemáticas, puesto que el hombre es una ecuación personal. La inserción en un proceso político, lo que un marxista llamaría la lucha de clases, pues condiciona los hechos. ¿Que hemos dicho cosas falsas? Es posible, todo el mundo puede cometer errores; lo que nosotros no hemos intentado -aunque tal vez lo hayamos conseguido- es manipular la opinión pública. En eso sí que soy completamente intransigente.

-Tal vez errores debidos a la falta de infraestructura.

-Una de las cosas que nos han reprochado es un libro de Ynfante sobre el Opus que tuvo mucho éxito y mucho impacto, y que yo creo que fue positivo porque desmontó un tinglado político susceptible de darle una continuidad a Franco, después de muerto éste. El libro influyó en los ambientes financieros, pero creo que aún fue más importante en los ambientes militares. Cuando me han hecho la crítica, incluso abogados que venían a reclamar, yo siempre he dicho lo mismo: bien, bien, este señor no es del Opus, pero tampoco es enemigo del Opus, ¿verdad?

-¿Es verdad que este libro lo hizo Infante con el archivo personal de Pepe Vidal, a quien se lo robó?

-Completamente cierto. Ambos me lo han confirmado. Ynfante vino con el archivo y cuando yo le dije que Vidal era amigo mío, conocido de siempre, me contestó que ese era un nuevo método de investigación histórica.

-¿Y la historia de la Operación Ogro, que al final no editó nada más que a medias?

-Sí, somos coeditores. Hemos dado a ese libro la marca y la cobertura jurídica. Yo no me entendí con Wilson, que vino a ofrecerme el manuscrito. Quizá ellos le daban -al libro- una importancia que yo no le daba, en cuanto a éxito comercial me refiero. No es que yo pensara que el libro no iba a tener éxito, pero Wilson era demasiado optimista.

-Pero a Ruedo ibérico le interesaba más un éxito comercial que un documento como ese; ¿o es que había otros motivos?

-No, no los había. Entendámonos. Si el éxito no es lo que más nos importa, lo que tampoco íbamos a hacer es pagar un libro en el que no creo. Me trajeron el manuscrito y yo lo leí en una habitación vigilado por etarras, no pude llevarlo a casa ni nada, era una cosa tan sumamente clandestina... El libro me pareció bueno y dije que lo editaba, pero ni en el tiempo que ellos querían -que era muy poco- ni con el número de ejemplares que pedían, ni con un porcentaje del 25%. Nadie cobra esos derechos de autor. Le dije a Wilson que si aceptaba, yo era un tonto o un sinvergüenza.

-El otro día Nicolás Sánchez Albornoz decía que desde el punto de vista editorial, Ruedo ibérico se creó con ocho ruedas. Es verdad, él y yo vendimos nuestros coches para conseguir dinero. Así empezó la aventura. El capital inicial en aquel entonces era 20.000 francos. Con esto no podíamos editar ni siquiera el libro de Thomas, y recurrimos al procedimiento de las cuentas corrientes. Todos trabajábamos en otros sitios y apechugamos con las cuentas. Así, y dando sablazos a los amigos, sacamos el libro de Thomas y los otros. El libro de Thomas y El laberinto español de Brenan, tuvieron éxito y nos permitieron enfocar otros proyectos. Pero en realidad se puede decir que Ruedo ibérico se creó para editar El laberinto español. Alguien nos dijo: "Si queréis, podéis editar este libro, que se publicó en inglés en 1940 y que no se encuentra en ningún sitio." ¿Mecenas? Bien, este es un problema delicado. Yo no sé si los hay. Es posible que sí, porque yo nunca pregunto a mis amigos de dónde vienen las aportaciones que ellos hacen. Sí conozco el origen de las que yo he hecho, que son de mis amigos personales. De Ruedo ibérico sólo vivo yo; malvivo más bien. Porque los beneficios siempre han sido muy escasos, a pesar de lo que se ha dicho. Lo que pasaba era que los libros llegaban a España a través de varios intermediarios que debían ganar algo, claro está, y esto encarecía el producto. De ahí viene el criterio de que hemos amasado fortunas. Hoy, la editorial sigue un proceso de autofinanciamiento, posible por el relativo éxito de los libros publicados, porque best seller no hemos tenido ni podíamos tener, ya que nuestro mercado natural nos estaba prohibido.

-En los comienzos de Ruedo ibérico, su actitud personal era la de iniciar una aventura. ¿La realidad ha respondido a esto?

-Toda empresa en la que uno se compromete se traduce en unas ciertas satisfacciones de orden moral y de otro orden, vamos. Pero creo que nunca hemos podido tener conciencia de estas cosas porque siempre hemos estado llenos de problemas, siempre muy graves, de subsistencia a todos los niveles. Yo creo que ahora por primera vez podemos verlo con una especie de perspectiva.

-Ruedo ibérico nació con una voluntad clara de ser una especie de antiministerio de Información y Turismo, en 1961. Primero hablamos de ello unos amigos, en Andorra, y luego en un café muy famoso de París: el Cluny. El primer libro salió en 1962. Era ministro de Información Arias Salgado. Después de publicar nuestros dos primeros libros asciende al cargo el inefable Manuel Fraga, que supuso un cambio bastante notable respecto a las modalidades de la censura. Fraga era mucho más eficaz y, por consiguiente, mucho más peligroso. Inició una política que consistía en establecer relaciones con algunos de nuestros autores, como con Thomas. Hizo el Boletín de orientación bibliográfica cuyo fin, a mi juicio, era indicar a libreros, editores, etcétera, una manera de leer los libros de Ruedo ibérico. En este boletín había criticas de todos nuestros libros, que no eran completamente negativas, que es lo que hubiéramos deseado nosotros, sino que eran con ese estilo abierto, aparentemente liberal, donde incluso se citaban algunos puntos positivos. Pero, finalmente, la ecuación se resolvía en contra nuestra.

-En la librería de Ruedo ibérico en París estalló una bomba; ¿se sabe quién la puso?

-Sucedió en un contexto bastante curioso: era al final del franquismo. Ese verano en París se pusieron ocho bombas, todas ellas en locales o lugares que eran frecuentados por refugiados políticos españoles. Por el mismo tiempo, hay una campaña de respuesta a los actos de refugiados vascos en el sur de Francia, y a un chico que iba a poner una bomba le estalla, decapitándole. Se supo que era un agente de la policía española. Mi teoría, en la que creo profundamente, es que todas aquellas bombas son obra de servicios paralelos españoles.

-¿Ha pasado miedo físico alguna vez?

-No, no. Y no porque sea valiente; porque soy mayor, bastante mayor. Además siempre he pensado que a uno le tiene que pasar lo que le tiene que pasar. Y, por otro lado, me he sentido bastante confortable en Francia. Siempre me han hecho reír las amenazas esas de ya verás, te van a pegar una paliza, van a hacerte esto o lo otro. Me he sentido protegido por el sistema legal francés, era un refugiado político.

-Lo dice como si lo que pasaba aquí, visto desde París, le pareciera una gran payasada.

-No he sido imprudente, si te digo que a veces me han seguido es porque me he fijado, porque soy prudente. Pero héroe, nada.

-La política de Fraga fue eficaz realmente; ¿dañó a Ruedo ibérico?

-Pues mira, la empresa nació pequeña y la cifra de ventas al principio compensaba. Pero gracias a las intervenciones eficacísimas de Fraga y Ricardo de la Cierva, entre otros, disminuyó enormemente la cifra de ventas, un año después de haber empezado. Esto provocó una especie de estrangulamiento de la tesorería y cundió el desánimo. Durante dos años vegetamos simplemente. Luego vinieron nuevas aportaciones.

-¿Cuál ha sido la postura de los partidos, del Comunista concretamente, ante Ruedo ibérico?

-Bien, el Partido Comunista ha tenido siempre una posición... Nunca nos ha hecho la guerra claramente, excepto en una ocasión, cuando publicamos el primer número de Cuadernos de Ruedo ibérico. La organización comunista sacó una revista, de la cual sólo hubo un número y que fue exclusivamente destinado a insultar el nacimiento de Cuadernos y a todos los que habíamos colaborado en ella.

-Claro, estaban sus disidentes: Claudín y Semprún.

-Si, y también García Rico, Martínez y Rincón. Cuadernos nunca fue la revista de Claudín y Semprún, aunque nada más sea porque ellos no fueron capaces de lograrlo. Cuadernos era una especie de voz del exilio interior donde colaboraban comunistas, disidentes, socialistas,felipes, ácratas. Claudín y Semprún, durante mucho tiempo, como todos los disidentes de partidos comunistas, cuando son expulsados, creyeron que el partido evolucionaría y que al pasar la enfermedad, el partido seguiría siendo el lugar ideal. Como suele pasar, tampoco ellos tenían un proyecto político que se pudiera formalizar fuera de las estructuras del partido.

-Y, en su opinión, ¿el PCE ha cambiado?

-Lo importante de un partido no es su ideología, ni siquiera su programa, sino su anatomía, su fisiología. A mí, de un partido, lo que me importa es cómo viven sus afiliados dentro del partido, cómo se integra y se desarrolla su práctica interna dentro del grupo, cómo vive el partido. Cambiar, todo cambia, ¿no? Este Partido Comunista es muy distinto al de la guerra.

-No le imagino militando en un partido; sin embargo, usted militó cuando era pequeño.

-Sí, fui militante y dirigente hasta 1948, de las Juventudes Libertarias. Pero al llegar a París la política de la CNT me pareció excesivamente monarquizante. La Alianza Nacional de Fuerzas democráticas, propugnaba entonces como salida al régimen franquista, y bajo el paraguas de los aliados, una restauración en la persona de don Juan de Borbón. Yo era partidario de esta solución, pero me parecía absolutamente táctica y transitoria. Yo creía, creo, que ningún demócrata puede ser monárquico, los demócratas somos todos republicanos. Bien, vi que no era algo que se pensaba como transitorio, sino que el delegado de la CNT tenía un estilo sinceramente monárquico. En una conversación tête à tête, me quería demostrar que la solución ideal, pero permanente, era la monarquía.

-Usted abandona las Juventudes Libertarias. ¿Está hoy vinculado de alguna manera a los anarquistas?

-Yo me siento bastante vinculado a esta organización que atraviesa una crisis no sé si de crecimiento o de defunción, pero considero que hay excesivos miembros de la CNT que no son obreros. Yo tengo un status de patrón y no pertenezco a la organización, que debe ser sólo de asalariados. Es una cuestión de principios, una manera de ejemplarizar que yo tengo.

-No creo que sea muy importante contar mi peripecia personal. Yo llegué a París y me encontré con unas estructuras de acogida, de mi organización, que era importante, tenía muchos miembros. Pero, claro, esto no era suficiente porque allí no había sueldos ni Cristo que lo fundó. Y en cuanto dejé mis responsabilidades políticas tuve que buscar trabajo. Fui metalúrgico bastante tiempo en una fábrica. Luego tuve una beca e hice estudios universitarios. Trabajé para Larousse, fui funcionario de la ONU. Y después, en una editorial científica, donde estuve hasta que tuve que dejarlo por Ruedo ibérico, cuando ambas ocupaciones se hicieron incompatibles. Creo que en general mi vida ha sido como la de muchos otros exilados políticos. Aunque nosotros, los de Ruedo ibérico, nunca nos hemos considerado un grupo exilado, nos hemos considerado un grupo en el exilio. No nos hemos asentado en el exilio, no hemos extraído del exilio una mala conciencia. Nosotros éramos exilados de hecho; desde luego, no podíamos dejar de serlo por razones políticas y de supervivencia, o de eficacia si quieres, pero eso no ha sido para nosotros un título nobiliario. Siempre hemos sido gente del interior que vivía en París. Hemos sido el altavoz o el portavoz de eso que Goytisolo llamó el exilio interior. Creo que la vida de otros exilados ha sido más dura que la nuestra. El exilio desgraciadamente lleva a situaciones de paranoia con demasiada frecuencia. Si, sí, es cierto que algunos se anquilosan, han vivido anquilosados, en una situación utópica, que han potenciado la guerra civil, o su papel en ella, su heroísmo, su sacrificio. Otros, en cambio, se han hecho escépticos y se han incorporado a la sociedad francesa o americana. Este caso es el más frecuente. Yo nunca he tenido la nostalgia de vivir en la patria y todo eso. Tal vez por lo que contaba antes. Pero algunos le dan mucha importancia a comerse una paella en Valencia porque son valencianos. No, no es literatura; es verdad; esto ocurre y ocurría.

-Tal vez haber creado Ruedo ibérico y todo eso del exilio interior, que es una operación muy romántica, creo yo, le ha mantenido fuera de la dinámica terrible del exiliado.

-Yo no creo que sea romántico. Porque, ¿qué podía hacer yo? Yo suelo decir que, a mí, rojo me hizo Franco. Sin la guerra civil, a lo mejor, yo era maestro de escuela, estaba cargado de hijos y no hubiera conocido en la vida París. Es decir, yo soy -como cada uno de nosotros- una respuesta a una coyuntura. En mi caso una respuesta que tenía que ser necesariamente violenta porque la agresión había sido violenta. Yo, a los diecisiete años, me encontré con que había perdido una guerra. En mi familia hay muchos fusilados y todavía más encarcelados.

-Años después de su exilio, del exilio de los que hicieron la guerra, llegaron a París -y a otros lugares- unos nuevos exiliados que no habían combatido, que eran, muchos de ellos, hijos de familias de derechas, de padres que habían sido franquistas. ¿Qué diferencias marcaría usted como fundamentales entre los dos grupos?

-También hay factores subjetivos y no derivados necesariamente de una situación de grupo. Pero, mira, una vez hicimos un colectivo en Ruedo ibérico para hacer España, hoy. Hubo dificultades, porque todos no veíamos el libro de la misma manera. Y en una conversación con otro exilado, como yo, rojo como yo, pero exilado reciente, atacó una determinada concepción del libro. El fundamentaba su critica en que había mucha sangre vertida entre dos grupos de españoles, entre unos y otros, y en que la guerra civil era algo permanente -cosa que yo siempre he creído-, pero, en cambio, yo nunca he creído que el país estaba dividido geográficamente por un frente de guerra; eso acabó. Lo que no acabó era la lucha entre unos y otros, porque unos eran fundamentalmente de una determinada clase social y los otros eran fundamentalmente de la otra clase social. Y yo le dije: "Mira, ya sé que hay mucha sangre vertida, pero aquí los únicos combatientes de la guerra que hay somos Ignacio y yo." El luchó del lado de Franco y yo del republicano. Y los dos estamos de acuerdo.

-Y desde París, ¿cómo se ve la situación política, cómo la ve usted?, ¿le gusta?

-Yo no la veo desde París, la veo desde Madrid, desde Barcelona. ¿Hacia dónde va esto? Tengo ideas, como tú las tendrás. Yo creo que esto es una transición muy sui generis, porque no ha habido una solución de continuidad. Eso para empezar. Entre el franquismo y lo otro no ha habido corte, como, por ejemplo, la primavera florida de Portugal, la fiesta política de un pueblo que se siente de repente liberado. Aquí la liberación ha venido dada por unos señores que eran los mismos. Creo que en este sentido la responsabilidad de la izquierda es grande. Porque creo que la democracia no la ha traído el esfuerzo, a veces dramático y siempre meritorio, de las muchas víctimas de los grupos de oposición. Esta democracia ha venido porque los grupos de poder, la clase dominante, que han considerado que ese modelo de legitimación del Estado -la democracia parlamentaria- era mucho más rentable para ellos que la dictadura personal. La izquierda estaba en una situación precaria, pero todas las situaciones precarias se pueden explotar. La izquierda española no ha sabido aprovechar esa necesidad que la derecha española tenía de ella para legitimar este estado democrático. Digamos que se ha vendido barata, muy barata. Que incluso los autores políticos de esta transición, la gente de UCD, no como partido, sino como realidad sociológica, estaban dispuestos a pagar más caro. A un individuo que políticamente hay que considerar marginal, como yo, le da la impresión de encontrarse ante unos aficionados a la política, en vez de ante unos auténticos profesionales. Los partidos de la oposición han sacrificado mucho a las formas de la vida política, al folklore, y se han encontrado con que la derecha les ha maniobrado de mala manera, les ha llevado donde quería. Y luego está la abstención, como consecuencia de todo esto. Y esto la izquierda no puede imputárselo a la derecha, porque la abstención electoral es casi siempre de izquierdas. Y esto lo tienen que asumir, tienen que reflexionar sobre ello. Y plantearse la necesidad de unas campañas para galvanizar al electorado español en provecho de sus objetivos políticos, que no son los míos, porque yo soy partidario de la abstención.

-Se le puede hacer la crítica típica: si yo no voto usted no podría decir esto.

-No vale ese argumento. Porque esos señores han necesitado de fórmulas democráticas para su cocina; simplificando, para entrar en Europa. Es una necesidad suya que hubieran llevado a cabo con participación electoral o sin ella. Y yo insisto que estaban dispuestos a ir más lejos de lo que la oposición les ha permitido. Yo creo que había mucha más fe en el dinamismo y en la capacidad de convocatoria de la izquierda, dentro de los partidos de derechas, que entre los mismos partidos de la oposición. La gran fe en la izquierda, desde luego, la tenían las derechas.

-¿Usted ya sabe qué es lo que desean leer los españoles ahora?

-Creo que los editores tienen unas ideas muy sumarias respecto a eso. Suelo oír que ahora lo político no interesa. Creo que se equivocan: interesa, dentro siempre de los límites del libro político cuyo público no es, evidentemente, similar al de los libros para niños. Dicen que hay una revalorización de la narrativa. Es posible; ha estado un tanto arrinconada por el libro político y testimonial. Pero pienso que las corrientes de interés suelen ser bastante permanentes, con puntas de moda, naturalmente.

-Lo que se vende es Vizcaíno Casas...

-Bueno, este tipo de libros siempre se vende porque toca las fibras más estúpidas de nuestra especie.

-Que haya tanta fibra estúpida es lo preocupante,¿no?

-Bueno, pues una razón más para perseverar y publicar otras cosas.

-Otra vez su pesimismo.

-No hago análisis tremebundos. Tengo una experiencia en la práctica cotidiana de mi trabajo. Yo no hago política exactamente, hago política editorial, informativa. Todos los editores son políticos.

-Usted más que Lara, me parece.

-¿Pero tú no crees que leer a Vizcaíno es un acto político?

-Claro que lo creo y por eso digo que es preocupante..

-Hasta fumar un cigarrillo es político porque haciéndolo yo estoy pagando un impuesto a un Estado que seguramente no me gusta nada.

-Antes hablaba de que las presiones finanrieras no le permitieron editar Operación Ogro. ¿Ha tenido otro tipo de presiones; alguna vez le han dicho que editar algo no era "oportuno"?

-No, nunca me han dicho esa palabra clave.

-A veces a los libros de Ruedo ibérico se les ha hecho una critica: que eran parciales.

-Sí, tienes razón. Ha habido gente que ha venido a decírmelo incluso a la librería. Yo siempre les contestaba que nosotros no aspirábamos a la imparcialidad: que éramos parciales. Claro que esto no quiere decir que fueramos embusteros.

-¿Pero es posible la objetividad?

-Bueno, si se cuentan los resultados no creo, pero en cuanto a las intenciones, creo que sí es posible un planteamiento de honesta objetividad. Nosotros publicamos un libro que era una crítica, a La guerra civil, de Jackson. Jackson es un gran amigo mío y un liberal, que tiene sinceramente deseos de objetividad; a mi modo de ver, consecuente. Bien, pues el autor del libro crítico decía que la propia ideología había condicionado la obra, pero no conscientemente. Lo había hecho de manera mucho más sutil, concretamente en la elección de fuentes. Había algunas que a Jackson no se le habían ocurrido.


Entrevista de Soledad Alameda en El País Semanal nº 104, 8 de abril de 1979