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Ruedo Ibérico, un antecedente de la libertad

Nicolás Sánchez Albornoz


El teléfono me trae la terrible noticia de la muerte de un amigo cercano que su estado físico no hacía prever. Había cenado en su casa de Madrid un par de meses atrás, en una paz de la que había disfrutado poco en su vida.

Joven aguilucho, José Martínez se había alistado en el Ejército republicano y había peleado con las armas en la mano. La derrota le llevó, por su edad, a un reformatorio y no directamente a la cárcel. Esta la probaría luego, alternándola con el servicio militar. Años muy duros los cuarenta. Una vez en la calle, no titubeó y entró en la clandestinidad. Lo conocí en Valencia, en septiembre de 1946. En sus manos dejé en la estación los paquetes, fresca aún la tinta, del primer número del periódico de la recién constituida alianza UGT-CNT. El también se convirtió en nuestro enlace con los estudiantes de la universidad. Carmelo Soria -asesinado por Pinochet en Chile- y yo habíamos viajado para establecer contactos entre la Federación Universitaria Escolar de Valencia y el Comité Federal que operaba desde Madrid. Pepe Martínez hizo desde entonces de puente. Semanas después de llegar yo a París, fugado de Cuelgamuros, desembarcó él: se había salvado en Valencia de una redada del movimiento libertario, en el que también militaba. En París animó por un tiempo la pequeña delegación de la FUE en el exilio, a la vez que se ganaba malamente la vida. Hizo, no obstante las dificultades, una licenciatura en la Sorbona y entró a trabajar en una importante editorial especializada.

Un océano nos separó por un tiempo; pero al volver por París en 1959 el azar hizo que nos encontráramos pronto, en una boca de metro del Barrio Latino, donde é1 siempre vivió. Nuevo trato y largas charlas.

Pepe había recorrido en los últimos años varias experiencias antifranquistas y se daba cuenta de la esterilidad de las acciones parciales que buscaban réditos políticos inmediatos. No quería dar respiro pero sí construir a largo plazo y por encima de las facciones. El tiempo le daría la razón.

Así fue cómo prendió en él la idea de una editorial, que él bautizó Ruedo Ibérico, palmaria evocación de otra corte de los milagros, a la que cada vez se parecía más el Madrid de Franco. La editorial nació sobre ocho ruedas, como he dicho en broma en otro momento: las de los dos autos que él y yo vendimos para constituir la empresa. Hubo, naturalmente, algunos aportes más al capital fundacional, al que se sumaron luego otras cantidades, siempre pequeñas. Ruedo Ibérico nunca tuvo el cuello fuera del agua, pero publicó mucho y bueno.


Obra exclusiva

Ruedo Ibérico fue obra exclusiva de Pepe Martínez. Los demás le hemos acompañado, unos más, otros menos, durante alguna etapa de la editorial. El centró su vida en ella, le aseguró continuidad. El monopolio virtual que ejerció fue a pesar suyo. El se quejó, a menudo, de su aislamiento. Nadie tenía su experiencia como editor, y estaba dispuesto a entregarse por entero a la tarea las más veces tensa e ingrata. Ruedo Ibérico ha quedado por eso íntimamente asociado a Pepe.

¿Cuál es la obra cumplida por Ruedo Ibérico y que se le debe como animador? La editorial abrió las puertas a quienes querían ejercer la crítica política. El espectro de géneros que incluyó abarca desde la poesía a la economía, de Blas de Otero a José Luis Leal. Quienes han llenado páginas de Ruedo Ibérico van desde el novelista Armando López Salinas, dirigente del PCE, hasta el editor Juan Tomás de Salas, quien apadrina abiertamente la fórmula reformista. Diálogo abierto, nada tiene, pues, de extraño que antiguas plumas de Ruedo Ibérico se hallen hoy diseminadas a lo largo del nuevo establishment.

Apertura no quiere decir falta de línea directriz. Todo lo opuesto al sistema de ideas del franquismo tuvo cabida, desde los dibujos provocativos de Vázquez de Sola y Bartolí hasta el erotismo de Javier Domingo. Pero la producción principal estuvo naturalmente volcada hacia una reinterpretación del pasado y del presente diametralmente opuesta a la difundida desde los medios oficiales. Las historias de Brenan, Thomas, Porkenau, Southworth, Gibson y las de Peirats, César Lorenzo, Otamendi hicieron honda mella en su momento; no menos efecto tuvieron los ensayos sobre hechos contemporáneos, como la biografía de Franco, que llevó a Luciano Rincón a prisión, o el tabú disipado por Colodrón sobre la ANCP o por Ynfante o Becarud (Artigues) con respecto al poder creciente del Opus Dei. Ruedo Ibérico comentó la actualidad candente en libros sobre el estado de excepción. Operación Ogro, los consejos de guerra y el asunto del Correo de Andalucía; rescató memorias como las de Mera y García Oliver e incursionó a veces fuera de las fronteras. La crítica de Claudín al movimiento comunista internacional y los libros sobre Cuba lo atestiguan.


Combate

El libro llegó a parecer una herramienta de combate poco ágil. De ahí aquellas puestas periódicas al día de Horizonte Español y más adelante la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico. Autores sin aliento para redondear un libro, o temas cuya urgencia no aceptaba demora, tuvieron cabida de esta manera en páginas apretadas, donde de Leguina a Semprún y Tamames se expresaban, con seudónimo, pero sin censura.

El impacto de Ruedo Ibérico no se mide por los ejemplares vendidos, la mayoría en un puñado de librerías de Francia. Los libros pasaban la frontera bajo cuerda y eran manoseados por uno y otro ávido lector. El impacto más bien se mide por la reacción que suscitó en el régimen y en particular en el ministro de Información de aquella hora, hoy -cosas del destino- jefe de una oposición, no tan leal, por cierto. La cárcel, las bombas a la librería de París o la presión sobre las autoridades policiales francesas, todo se ensayó. Ante la inutilidad de tácticas feroces, se pasó a las insidiosas. Los boletines informativos distribuidos por el Ministerio de Información advertían curialescamente de los errores de los libros prohibidos o se financiaban contratesis. De esta manera, a regañadientes y con distorsiones, la propia España de Fraga cedía terreno. Guernica, terminó por reconocerse, había sido arrasada por la aviación alemana. Este es un mero ejemplo de cómo Ruedo Ibérico forzó las fronteras de lo permisible y abrió en las mentes una alternativa.

Por las oportunidades que creó, por su pasión, tenacidad e imaginación en el empeño. Pepe Martínez ha sido uno de los que más ha contribuido a perfilar culturalmente la España libre de hoy. No todas sus aspiraciones políticas se han cumplido, ni tampoco le ha llegado en vida un gesto de reconocimiento. España, devoradora de cadáveres, espera hasta verlo muerto para recordarlo.


Nicolás Sánchez Albornoz es catedrático de Historia Contemporánea de la universidad de Nueva York.


In El País, 15/3/86