Ruedo ibérico - Artículos

Notas veraniegas para una amiga políticamente insatisfecha


Este escrito fue redactado por Jose Martinez en 1985 y destinado in fine a serle de alguna utilidad a su amigo de tiempos de la revista Cuadernos de Ruedo iberico Pasqual Maragall. Le da su vision del panorama politico creado por la integracion del PSOE (Partido Socialista Obrero Espanol) en el aparato de Estado. Y se la da objetivamente, sin tener en cuenta sus opciones politicas personales, sino en politólogo avisado, como lo dice claramente. El desarrollo ulterior de la politica del PSOE justifica - creemos - el darlas a conocer, convencidos que pocos analisis tan incisivos habran circulado por las instancias de dicho partido. Obvio es insistir sobre la vigencia todavia actual de tales Notas veraniegas.

No me es fácil darte una opinión -tan prometida- sobre el momento político español. Estoy fuera del marco en que se ha decidido que sea circunscrito el análisis político para que pueda ser tomado en serio por gentes serias. El reciente proceso político español lo considero un éxito -amargo- de mi punto de vista, ya bastante antiguo. En él se manifiesta la inanidad de los esfuerzos de "las izquierdas" -en nuestro caso, más aparentes que reales- para modificar de manera apreciable -en sus dos sentidos- a partir de presupuestos "realistas", "pragmáticos", no "ideologistas", "utópicos", una realidad que sus clientelas electorales y sus bases partidistas condenan y a cuyo "cambio" pretenden aspirar. Tal aspiración no anida en la "clase política" por definición realista, y no pasa de ser una veleidad en las bases y el electorado, lo que conduce inevitablemente a afirmar el "irrealismo" que constituye exigir un cambio que no se quiere, más allá de un folklore político, necesario quizá socialmente, y necesario, sin duda, en el plano de "la política". En el plano de "lo político", no hemos querido, no queremos-y verosímilmente no vamos a quererlo en un futuro hoy previsible- el "cambio". Con lo que ello tiene de empobrecedor, cabe afirmar que la aspiración al cambio se reduce en nuestras sociedades a una apetencia individual, o de estricto grupo, por mejorar en el cuadro de una situación global que no se desea que cambie. Entonces, ¿qué? Afirmación y pregunta constituirían un insoslayable trampolín para saltar a la "utopía" -tan poco inocentemente desvalorizada en las alambicadas acepciones que le dan las "élites" y en las coloquiales del "vulgo". Lo que no es y no se quiere, es siempre utópico. De dar ese salto, lo que diría no sería utopía por su irrealismo. Utopía, utopía mortal, es lo que nos ofrecen, en este o aquel estuche, los políticos realistas, pragmáticos, profesionales. Y lo que nos hacen ir viviendo cada día, utopía mortal es y hasta eso les parece a quienes con placer vergonzante a ello se acomodan: los más. Lo que dijera sería utopía por ese profundo y extendido no querer el "cambio" a que he aludido. Aunque considere que el análisis utópico de la realidad política sea lo único que crítica y prospectivamente merezca reflexión seria y la acción política en un horizonte utópico sea lo único realista. Lo más serio -y poético en su concisión- que he leído en este plano es la frase de André Breton: "Hay otro mundo: es éste". La "inmadurez" de la crisis política española que tanto te preocupa haría mi reflexión inevitablemente generalizante. No te aportaría nada. Pienso que mi opinión te interesa sobre todo en razón de dos avatares electorales: uno pasado -las elecciones catalanas de esta primavera; otro, las elecciones generales de 1986.

"Lo radical", "lo pacifista", "lo verde" -con las limitaciones sustanciales de que adolecen frente al "cambio", pero con una originalidad en otras sociedades que impiden compararlos someramente con las fuerzas políticas no "utópicas"- padecen de lo mismo que éstas en nuestra sociedad. Su largo, lento y anémico proceso de gestación no difiere en lo fundamental del que fue en su día, espectacularmente, el de una UCD o un PSOE, considerados como organismos. Los componentes de sus "élites", sus futuras "cúpulas" participan de la escala de valores común en los componentes de la "clase política", y sus aspiraciones subjetivas son las mismas. De ahí lo laborioso de cada parto fallido hasta ahora, el carácter grupuscular de las siglas que pretenden representar movimientos que, dadas las circunstancias, parece legítimo intuir como amplios y profundos en su latencia. En su latencia digo. No hay lugar para que me ilusione con sus recientes manifestaciones. En el plano de "lo político", estimo que lo radical, lo pacifista, lo verde, no modificarán la relación de fuerzas políticas actual a corto plazo. En el plano de "la política", verosímilmente será otra cosa. Esas latencias son ya consideradas, por propios y extraños, como "espacios electorales", e influirán en y a través de los aparatos políticos "clásicos".

Por haberme cerrado el horizonte utópico, aquí debiera terminar mi carta. Pero como el proceso político español reciente une a su generalidad una especificidad con la que tropezamos a cada momento, trataré de darte con mi lastre un juicio no "utópico", no de rechazo total, que no sería operativo para ti hoy. Los resultados a que llegue serán ambiguos, y ello no debes perderlo de vista. En estas notas no puede haber consejos y, menos aún, recetas. Estas son de formulación relativamente fácil cuando se está en un partido, vale decir, en una fracción de partido. Los pronósticos que pueda hacer, aún los que estén intelectualmente bien fundados, serán probablemente vulnerados por los efectos "perversos" de los mismos hechos que hoy los inspiran.

Las citas, las referencias a hechos y personas podrían ser numerosas. No lo serán por ser su alusión identificable por el destinatario de estas páginas.

Son necesarias algunas observaciones sobre el vocabulario utilizado. No se ha podido prescindir de ciertos términos con un sentido peculiar. "Clase política" es utilizado a sabiendas de que no se trata de una "clase social". Por ser considerados los dos vocablos más detestables del saber político español, "alternativa" y "cambio" son utilizados siempre con matiz peyorativo. "Socialdemocracia" es empleado indistintamente para referirse al "socialismo" tal como es entendido oficialmente por el PSOE, y para referirse a sedicentes "partidos socialistas" (PSOE) y a los que se autocalifican como "socialdemócratas" (alemán, austriaco, inglés..). "Lo político" designa lo relativo al campo de las relaciones de fuerza; "la política" designa a lo que vela esas relaciones. "Perverso" no tiene connotación moral. Efecto "perverso" de un hecho es aquel que se desvía de la cadena lógica previsible a la vez por el actor y por quienes se hallan inmersos en su contexto intelectual: "perverso" = "desviante". Más o menos lo opuesto a feedback. "Cúpula" ha parecido el término más apropiado para designar la realidad social de complicada definición que domina al PSOE.


1

Como permite intuir la lectura de la prensa diaria, la minitempestad que provocó el triunfo de Pujol -o mejor, la derrota del PSC- en Cataluña, ha quedado en lo que seguramente era ya en su momento: un rizo en la tersa superficie del cenagoso habitat del gobierno del Estado y de la cúpula del PSOE. Eludiré aquí las consecuencias que se puede suponer que ello tendrá sobre la dialéctica entre el poder central y determinadas entidades institucionales y políticas catalanas; son realidades fluctuantes. Hay que eludirlo por eso de que si el bosque impide ver los árboles, éstos también impiden ver el bosque. Podría decir ya que el PSOE debió buscar a cualquier precio el triunfo del PSC en las elecciones catalanas porque, más allá de Cataluña, lo que estaba en juego en ellas en gran medida era el resultado de las próximas elecciones generales: el resultado de las elecciones catalanas puede tener consecuencias "perversas" -no "lógicas"- en 1986. Si Pujol -sin entrar a considerar quién es él y qué es su política- alcanza resultados (positivos o meramente demagógicos) en la dialéctica Estado-Generalitat, la fuerza electoral del PSC disminuirá todavía más; si Pujol se estrella contra el poder central -lo que no es verosímil hoy-, la fuerza electoral del PSC disminuirá igualmente. Ambas afirmaciones me las inspira, más que el contexto catalán, el contexto político general. Pero poco dicen sobre él. Algunas de las causas de la derrota del PSC (que sin duda la cúpula del PSOE estuvo lejos de considerar a priori como su propia derrota, lo que le llevó a desorbitar a posteriori sus consecuencias -llamamiento al resurgimiento de un "centro", cuyo hundimiento había sido uno de los más perceptibles objetivos de su hacer, no sólo en vísperas de la consulta electoral, sino a lo largo de todo el periodo democrático-), son las mismas que las de otras manifestaciones aparentemente muy heterogéneas: Escuredo, por ejemplo; la matanza de Pasajes; las posiciones recientes de Tierno; el anuncio de minicrisis gubernamental -y su negación-, por ejemplo. Y muchos otros. No debe ser soslayado que todas ellas se manifiestan como flores de un día. Lo que perdura, más soterrado, son sus causas comunes. Para que la superficie visible fuera agitada por un raz-de-marée a ojos del votante mondo y lirondo, sería necesario que el pantano se convirtiera en volcán y sus aguas en lava. Hay erupciones de cieno. Pero aquí no son para hoy. El conocimiento anecdótico de lo que sucede en los bajos fondos -los fondos son siempre bajos- de la "clase política" tiene escasa importancia para un análisis que no puede ser exhaustivo, pero que pretende situarse en el plano de "lo político". En "la política" sí entran tales ingredientes (y aquí en forma hegemónica), pero para conocerlos basta leer Interviú o Tiempo.

Más significativo que ellos mismos es que "la política" tenga que ser aliñada en forma de chisme, plagiando a la presse du coeur o, peor aún, a Umbral para interesar -distraer- a los grupos sociales que constituyen la corona que separa/une la "clase política" y el electorado.


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Según un sondeo reciente -summum de seriedad de tan poco seria actividad- el paro y la seguridad (externa e interna) son las preocupaciones fundamentales de la inmensa mayoría de los ciudadanos del Estado español. Tales preocupaciones se manifiestan, no obstante, con menos apasionamiento que el mero pronóstico del ser o no ser de un gol. En mera lógica, debiera apuntarme a los resultados del aludido sondeo que, en algún modo, revela una adecuada percepción de sus problemas por parte de los respondientes. Pero no. Yo respondería -retro- que mi preocupación primigenia es que, siendo aquellas nuestras preocupaciones fundamentales, mis compatriotas sean tan ecónomos de un apasionamiento, fácil y superficial, que derrochan individualmente, en grupo, masivamente, en cosas que, a juzgar por el sondeo, no figuran entre sus preocupaciones principales ni aun secundarias. Un "marxista" de nuestros años más juveniles, de aquellos de gollería bibliográfica bajo el brazo, podría explotar la contradicción afirmando doctoralmente que la escisión entre la sociedad civil y la sociedad política, entre lo privado y lo público, está ya perfectamente consumada. La especie no se ha extinguido biológicamente -lejos de ello-, pero sus individuos han pasado sin necesidad de adaptación plurigeneracional de la vida arborícola a la existencia en la savana, sin que aparentemente ninguna necesidad geológica haya impuesto tal cambio biológico. El dato es importante.

A esa situación no se ha llegado automáticamente. Tiene condicionamientos muy antiguos -me cae gordísimo recordar a don Américo y a don Claudio (1)-, y otros menos antiguos, por ejemplo los engendrados por el franquismo, que no hay que sobrevalorar y que son justificativamente sobrevalorados: la politización operativa de los años 1970-1975 era más intensa y extensa que la actual, a lo que no era ajena la circunstancia de que los partidos y grupos de oposición sólo en su capacidad de movilización -auténtica o atribuida- podían fundar sus pretensiones de fuerza. De la influencia del franquismo en las actitudes políticas de los españoles quedan residuos en muchos planos, pero la despolitización actual tiene causas más cercanas o inmediatas. Los partidos no se han esforzado en mantener aquella efervescencia; hay series de hechos que prueban que sí los han hecho para yugularla, destruyendo los focos generadores o desvirtuando su necesaria autonomía. Es históricamente demostrable que si la muerte del dictador hacía ineluctable el cambio de régimen político, la efervescencia del lustro señalado aceleró el tempo de la reforma democrática -la "ruptura pactada"- para que no escapara de las manos de quienes iban a ser sus beneficiarios. Eran éstos muchos: externos e internos; sabidos desde siempre e insospechados todavía. La liquidación o la manipulación las simplificó la facilidad con que se prestaron a ellas los animadores de aquellos focos generadores, que pasaron gozosamente a engrosar las "élites" de los partidos -no todo el mundo era "submarino". No expreso un nostálgico moralismo: no juzgo mejor la actitud de quienes se marcharon a sus casas.

Hoy la movilización -a través de media- se reserva a las citas electorales. Una movilización cotidiana y formal autónoma no es necesariamente incompatible con la socialdemocracia en el poder. ¿Qué duda cabe que lo es respecto a grupos que han ocupado el poder y lo ejercen, en unas circunstancias y con un talante cuya manifestación ejemplar tenemos a la vista? Mis afirmaciones son generalizantes pero se aplican especialmente al PSOE. En el centro de estas reflexiones se halla el PSOE, en mayor grado si cabe que la práctica del gobierno de Felipe González. Su horizonte es, pues, las elecciones de 1986.


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En estas notas, las alusiones al PCE serán escasas. Desde la posición objetiva que le era peculiar, su cúpula y su élite han tenido un comportamiento determinado por las mismas motivaciones subjetivas que los miembros de las otras fracciones de la "clase política". El mimetismo político ha podido ser un piadoso manto que ha mal cubierto esa realidad. La oposición victoriosa contra Santiago Carrillo pretendía, dicho crudamente, abandonar los últimos rasgos originales del PCE para convertirlo en una socialdemocracia bis, única vía que se le ofrecía para ampliar su escasa presencia en los órganos del Estado. De la mano del PSOE. La inanidad del proyecto evoca algún aspecto de la descomposición de la UCD.

Las referencias al PSOE serán predominantes a partir de aquí. Estas notas no son "históricas". Son, fundamentalmente, una tentativa de crítica analítica del PSOE. Por estar destinadas a quien lo están, desde luego, y por ello serán extensas las referencias a las críticas formuladas contra el PSOE por sus simpatizantes, ya sean consideradas aceptables, ya lo sean erróneas, poco sanas o fragmentarias. Pero si el PSOE es el blanco predilecto de estas notas es, prioritariamente, por considerar que es el partido protagonista hegemónico de la última década de la historia española, porque detenta monopólicamente ahora el poder gubernamental; porque sus características y su acción de partido observables ayer y hoy han abierto y cerrado horizontes políticos al país; porque la evolución o el mantenimiento de unas y otra pronosticables o intuibles para mañana abrirían y cerrarían otras vías políticas distintas. Todo ello en un grado que no es posible atribuir a ningún otro partido político español.


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Lo que a priori y a posteriori ha sido calificado de "anhelo de cambio" era -y es- un cemento ya apagado en la coyuntura electoral que dio el triunfo a la cúpula del PSOE, era baratija, como prueba el escaso precio -el voto- que por su satisfacción se está dispuesto a pagar. La política global del gobierno de Felipe González -o del PSOE- no constituye un fracaso o una traición, como dicen sus insatisfechos simpatizantes, si es que esas palabras tienen algún sentido político, si se las despoja de su moralismo sin savia alguna. ¿Cómo se puede traicionar a quienes desde lo más profundo de sus fibras quieren ser traicionados, pues en los resultados de la traición chupan sus jugos vitales? Vidal-Naquet ha escrito sobre "el buen uso de la traición": cuando ésta sirve en algo a los traicionados.

La victoria del PSOE en 1982 tuvo lugar a pesar del programa electoral con menor credibilidad que yo conozca. Líderes -y su aureola carismática-, aparatos de partido, programa electoral, etc. fueron lo que fueron, fueron posibles gracias al profundo anhelo de dimisión de las "amplias capas" -como decía el PCE en la pretransición y en la transición (la "ruptura pactada")- que sirven de correa de transmisión electoral, quizá más eficaces que los media. Estas dimisionarias capas no podían inspirar -como estímulo- un proyecto "alternativo", ni imponer -como freno- el rechazo de lo que ni aparentemente era proyecto. Voluntad de "cambio" hubiera debido implicar no delirantes y contradictorias promesas, sino preguntas/respuestas a "qué", "por qué", "con qué", "para qué". La cúpula del PSOE no planteó tales preguntas -nadie lo hizo-. En su caso, hacerlo quizá hubiera alejado la victoria electoral, pero no disminuido la influencia política, o hubiera hecho el triunfo más modesto y, desde luego, más comprometedor. Tampoco se vio constreñida a hacerlo por las "amplias capas" (nosotros) a quienes, en cierta manera, se dirigía prioritariamente.

Las distintas componentes de partidarios del proteico y vagoroso "cambio", el conjunto de los electores del PSOE -aluvión heterogéneo circunstancial- no podía estimular ni frenar a priori un programa electoral. Por su grado de despolitización -impuesto y voluntario a un tiempo-, por sus carencias informativas -a la vez voluntarias e impuestas- no era ello "función" suya. Su función impuesta y aceptada -luego dada por descontado- era la de responder a todos y cada uno de los contradictorios señuelos que hacían las veces de programa electoral, de programa de gobierno.

La función censora tampoco llegó de los programas rivales: todos adolecían de un rasgo común: su destartalada incoherencia; todos prometían las mismas cosas. Basta con leer los panfletos electorales. El más concreto -hasta cifras daba- era el del PSOE. En la polémica electoral, éste disponía también de un arma "absoluta": su virginidad gubernamental. Podía reprochar a sus rivales lo que hicieron, lo que ellos no podían reprocharle.

Se puede objetar que en las afirmaciones precedentes hay relentes de anarquismo, pues lo que ellas encausan, a fin de cuentas, es la esencia del dominio, aquello sin lo cual no es él posible. Pero si el ejercicio del poder es siempre ejercicio de poder, no es siempre ejercido para los mismos fines ni con el mismo estilo, y en ambas cosas influye en alguna manera el cómo se consigue el poder. En la esfera de "lo político", el "cambio" que nos prometía el PSOE era un mero cambio de gobierno.

Siempre tuve por axioma que cualquier gobernar democráticamente exige cierto grado de sinceridad por parte de quienes gobiernan, reverso o límite del consuetudinario cinismo de la realpolitik. De ahí la importancia que concedo en política al subjetivismo y, de manera especial, a la historia política de los políticos.


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Todo intento de aproximación intelectiva a la situación política española de hoy choca brutalmente con el "paro" y con la "OTAN". Ambos suscitan en los insatisfechos simpatizantes del PSOE calificativos como "fracaso" y "traición", que considero inadecuados, que a poco conducen operativamente. Esas afirmaciones no despejan si fracaso y traición lo son porque el gobierno de Felipe González no haya agotado o disminuido el paro y no haya sacado al Estado español de la OTAN o lo son meramente porque el PSOE prometió reducir el uno y romper con la otra. El distingo puede parecer capcioso; pero hay razones que lo imponen. Era previsible que el "designio" económico que su propia naturaleza imponía a la cúpula del PSOE era inseparable del aumento del paro. ¿Y cómo se pudo dudar en algún momento que el PSOE es el partido de la OTAN?

Es posible que "paro" y "OTAN" sean los dos temas con mayor capacidad potencial de movilización política de la sociedad española. "Lógicamente" debieran serlo, pero hasta ahora han "movilizado" menos que, en campos limitados y en algún momento, ETA y Pujol. La relativa inhibición quizá traduzca el sentimiento colectivo de que se trata de batallas ya perdidas. Que la promesa electoral del PSOE en estos puntos pueda tener consecuencias "perversas" -no queridas ni previstas: "ilógicas"- es otro asunto. Sólo la tendencia a la facilidad de la fracción consciente del cuerpo electoral sobrevalora la significación de las últimas manifestaciones -Barcelona, Madrid- y la eficacia de que carecen casi por entero. Como sobrevalora los movimientos -tan escasos- que suscitan los parados y, los más abundantes, que efectúan los amenazados por el paro. Son batallas perdidas en el plano de "lo político" porque a pesar de su aparente carácter parcial ponen en causa conjuntamente la política global del gobierno de Felipe González, en sus dos vertientes esenciales: la política económica, la política internacional, y las movilizaciones que susciten no cuajarán en una "alternativa" global distinta de las que ofrecen las constelaciones políticas españolas actuales. Es atrevido prever cómo se perderá la batalla de la OTAN: con plebiscito o sin él; en este o aquel momento; con un resultado u otro. Ya sólo el cómo puede importar. La canalización política del rechazo del paro es todavía más ardua que la de la protesta contra el ingreso en la OTAN. Los parados constituyen la categoría social española más inerme políticamente. Para las grandes sindicales la eliminación del paro es objetivo menos acuciante que el yugular la hemorragia de despidos, y esto menos que el mantenimiento del nivel salarial de quienes todavía gozan de empleo. El paro irá en aumento. La crisis lo genera, la "reconversión industrial" lo acelera en lo inmediato y no lo disminuirá a medio plazo. En términos electoreros, una previsión a largo plazo es ociosa. ¿Qué puede importar la disminución del paro ad graecas a los parados actuales? La cantidad de parados no ha provocado hasta ahora un cambio cualitativo en las actitudes políticas de los mismos. Lo previsible hoy es que las altas cotas que alcanzará el paro al final de la legislatura no generarán voliciones políticas que el sistema no pueda instrumentalizar en su provecho o con escaso dolo para él mismo. Estamos todos profundamente convencidos de que el paro y su aumento -¿hasta dónde?- son necesarios para el mantenimiento de un sistema socioeconómico en el que nos sentimos como pez en el agua, a condición de no figurar entre los parados.


6

Me decía hace poco un profesor de la Complutense -joven y físico, luego a la moda- que lo único que se puede reprochar a las socialdemocracias es su carencia de pragmatismo, su excesivo respeto por las ideologías del pasado (las ideologías son siempre del pasado, lo cual exorciza la tentación de considerar como ideología la valoración del pragmatismo). Las derechas reprocharon siempre a las izquierdas su irrealismo, su carencia de pragmatismo. Correcto: las derechas sólo pueden ser pragmáticas. Reprochan -o reprochaban al menos- las pretensiones izquierdistas de supeditar lo ineludiblemente cotidiano a un proyecto, ideológico, claro está. Que las más "novedosas" teorizaciones antiideológicas de los pensadores de las derechas hayan puesto el acento, no ya en lo nefasto de las ideologías, sino en su carácter inactual, inoperante, no refleja un estado de inocencia angélica, y debiera ser sospechoso para quienes se pretenden de izquierda. El rechazo de las ideologías anida hoy en las "izquierdas" y anida sin tapujos en el PSOE, del vértice de la cúpula hacia abajo. Los "marxistas" se han exculpado también con hartura del pecado de ideologismo; para ellos, el marxismo es ciencia, afirmación que bastaría para reducirlo a nuestros ojos a mera pragmática. No hace falta. La práctica actual del PCE es de un pragmatismo tan feroz como poco rentable para quienes a él se abandonan. La oposición pragmatismo-ideología no es inocente.Pues sólo la ideología asumida como tal -el proyecto u-tópico, fuera del tiempo- moviliza ímpetus que trascienden la esfera de "la política" e inciden en "lo político".

Una de las razones de la insoslayable ineficacia del enfrentamiento de las derechas -lo que por "derechas" entiende el "vulgo", que incluye en ellas al "centro": derechas que quieren parecer menos de derechas- con el gobierno de Felipe González es que no pueden reprochar a éste su carencia de pragmatismo -por un fenómeno de mimetismo tan frecuentes hoy, hasta hay publicistas de derechas que han reprochado al gobierno "socialista" su exceso de pragmatismo-; las derechas no pueden denunciar con credibilidad que la práctica gubernamental del PSOE tienda a la realización de un proyecto político ideológico, al que pudiera oponerse una ausencia pragmática de proyecto (cuya forma paradigmática es, desde luego, la dictadura). El gobierno del "cambio" practica el seguidismo. ¡Pobres derechas!, desgarradas por el hamletiano dilema del "ser o no ser", en el que confluyen las expectativas de victoria (la derrota electoral del PSOE) y su función actual de oposición a un gobierno que practica lo que sería su propia política (y la practica con un desgaire que para ellas quisieran), sin enfrentarse con una real oposición. No aludo aquí al recuento de votos en la Asamblea nacional. Las derechas no pueden traducir su momento actual por aquello de que "no hay mal que por bien no venga", o por lo contrario; sólo les queda aquello de "no hay mal que por mal no venga". Una oposición que sólo se bate por la posesión del gobierno está políticamente vencida: de antemano; o condenada a hacer la política de quienes logre expulsar de los órganos de gobierno. Para la sociedad política global, tanto da lo uno como lo otro.

En la coyuntura actual, el iceberg que que es la esfera de "lo político" muestra tres picos: "el paro" (política económica); la violencia represiva, de "excepción" contra ETA (orden público), y "la OTAN" (política internacional). Lo demás, si era algo más que colinas, ya las aplanó el gobierno de Felipe González. ¿Cómo podrían, pues, las derechas españolas oponerse -más allá del detalle alambicado- al gobierno de Felipe González? Ni siquiera sus miniderrotas en planos -que hay que considerar relativamente secundarios- en que las victorias del gobierno hubieran podido con facilidad ser arrolladoras, permiten fundar en ellas una oposición operativa a breve plazo.

La fracción de la "clase política" española que se ubica a la derecha, es decir, que representa políticamente a las derechas sociológicas -propias o extrañas-, no se inspira en una escala de valores fundamentalmente distinta de la de la fracción que ha adquirido luneta de izquierda. Los vaivenes que la conmueven hoy, incluso lo que ella misma califica de terremotos y mareas, sólo pueden tener hoy el limitado objetivo de lograr una nueva estratificación de los diferentes grupos y, sobre todo, una nueva jerarquización de las jefaturas. Esa situación no se clarificará -y nada impulsa a la urgencia- hasta que las derechas no se vean constreñidas a oponer una política fundamentalmente diferente a la práctica gubernamental del PSOE. Su "oposición" actual no será el reactivo que provoque un cambio cualitativo al hacer del gobierno de Felipe González. Lo contrario aparece hoy como problemático. La alusión a los fenómenos de simbiosis es fácil; lo arduo es determinar quién parasita a quién. Quizá la respuesta esté en esta afirmación de Fraga: "Lo único que va bien [de lo que hace el gobierno de Felipe González] es lo que se rectifica" (16-VII-1984).


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El desenlace de las elecciones de 1986 está ya presente -aun de manera pasiva- en el ánimo de muchos. Preocupa a los "izquierdistas" -y "pesoeístas"- disconformes, insatisfechos, frustrados por la práctica del gobierno de Felipe González y del PSOE. La disyuntiva que entre estos se plantea es fácilmente simplificable: -Ganará el PSOE a pesar de la política de Felipe González; -Perderá el PSOE a causa de la política de Felipe González. Generalmente no hay más de lo que expresan estas palabras. En sí, la disyuntiva no me parece tan importante como su planteamiento en términos que confirman el talante político favorable a la evasión. En este caso, hasta las elecciones. Ambas opciones coinciden en una petición -tácita o expresa- de cambio de política. Petición que apenas dice algo. Pero detenerse en los hechos que motivan hoy esos dos vaticinios tan aparentemente distintos, formulados por personas tan aparentemente semejantes, puede ser operativo también hoy.


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El gobierno de Calvo Sotelo disipó aquel "España en el país de las maravillas" que constituyó la era de Adolfo Suárez. Las elecciones de 1982 eran una encrucijada que se resolvió en journée de dupes -arrasamiento del "centro", hundimiento del PCE, inmoderado triunfo del PSOE, etc.-, en la que los factores determinantes fueron la estructura y la escala de valores de los partidos concurrentes y de sus élites, y en especial la invencible inclinación de la cúpula del PSOE a alcanzar el usufructo del poder -para lo que sea y al precio que sea; el grado de conciencia política -escaso- y de la voluntad política -cercano a cero- de las capas más politizadas del electorado; y el malestar general de éste, provocado por fenómenos que pertenecen a la esfera de "lo político" -escasamente imputables a los dos gobiernos de la democracia- y clasificables en la esfera de "la política" -de lo que sí eran éstos culpables. Journée de dupes en la que la víctima no podía ser sino el cuerpo electoral -muchas de cuyas fracciones fueron cómplices del engaño-. No es lícito atribuir la previsión de la confluencia de tan complejos elementos a una maquiavélica inteligencia de Felipe González y de sus consejeros. Nada había probado antes, ni probó entonces, que entre los atributos colectivos de la cúpula del PSOE figurara el maquiavelismo. En la esfera de "lo político", el maquiavelismo en su significado profundo -cf. Gramsci o Claude Lefort- hubiera aconsejado al PSOE alcanzar una honorable derrota y no una deslumbrante victoria. Triunfo coyuntural. Circunstancias sabidas por quienes lo persiguieron sin escrúpulo alguno, sin aprestar siquiera posiciones de repliegue. La magnitud de la victoria, su propio origen, dio una exultante confianza a los heterogéneos grupos que componen la cúpula del PSOE, la asentaron más sólidamente todavía sobre las "ruinas de un futuro partido" -eso era y sigue siendo el PSOE-, y aun afianzaron los endebles tabiques -a falta de paredes maestras- del edificio


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Con simpatía subyacente por el PSOE -por lo que el simpatizante desearía que para su confort político íntimo fuese el PSOE- se afirma que su triunfo fue prematuro. Como toda perogrullada, la afirmación se manifiesta como verdad evidente. No agota la realidad que la suscita: la enmascara. Permite creer que la prematurez es algo que escapaba a la voluntad del partido, a la voluntad de su dirigencia. Según tardías declaraciones de algunos notables del PSOE, éste no estaba preparado para asumir las tareas de gobierno del Estado. Se podría pensar que se alude en ellas a carencia de ministrables tecnocráticamente aceptables. Pero éstos los ha habido, los hay y los habrá. La carencia sería, además, en sí misma de poca relevancia. Pero la formulación de esas declaraciones sugiere que fueron las tareas de gobierno del Estado las que no estaban preparadas para que las asumiese el PSOE, y no éste el que adolecía de impreparación. Tal formulación no es inocente: esboza un proceso de racionalización que identifique la mera apetencia de poder, subjetiva aunque de grupo, con el sentimiento colectivo del deber. Fuera del PSOE nada forzaba al triunfo electoral, y en su propio seno se aventaron tímidamente ejemplos contiguos o lejanos de renuncias socialdemócratas a alcanzar el "poder" a cualquier precio, en cualquier circunstancia. Los fracasos y el reciente triunfo del vecino PSF -la larga marcha de Mitterrand- eran modélicos. En el contexto de 1982, todo permitía que el PSOE dosificara la magnitud del triunfo o las dimensiones del fracaso electoral: el logro del objetivo dependía meramente del programa electoral, es decir, de la jerarquía de prioridades que se asignara el partido. El objetivo electoral impuesto por la cúpula del partido -"triunfo a todo trance"- denunció su dominio del partido, pero también puso de manifiesto la inmadurez de éste, la ausencia de opciones relevantes en la esfera de "lo político".


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El triunfo electoral de 1982 era el desenlace natural de la práctica perseverante desde el congreso de Suresnes (2) que puso a lo esencial de la actual dirigencia a la cabeza de una sigla vaciada previamente de un contenido poco apetecible, es cierto, y de un sistema de alianzas y de compromisos con factores decididos, en el mejor de los casos, a fijar a su conveniencia límites al régimen que llenara el vacío de pudiera dejar el ineludible desmoronamiento del franquismo. Por las fechas de Suresnes, como prueba la propia literatura del PSOE entonces y aún años después, ni siquiera se intuía que tal vacío no tendría lugar. Desde Suresnes, la cúpula del PSOE ha desarrollado una práctica implacable que ha supeditado -¿sacrificado?- todo a un único objetivo: asegurarse para sí misma rápidamente la participación en el poder gubernamental y el monopolio del mismo a la primera ocasión, por peligroso que fuera su ejercicio, por precaria que fuese en "lo político" la eficacia de lo uno y de lo otro.

Esa práctica se manifiesta como una madeja de hilos enredados: un cotidiano tejer y destejer, al que sólo da sentido aquella voluntad subyacente, que siempre ha sido rectilínea, unívoca. Las "teorizaciones" con que se ha racionalizado esa práctica, más bien a posteriori que a priori son dignas de adolescentes seniles sorprendidos en pecado, a cuya reiteración están decididos. Algunos hitos de esa práctica son la "Plataforma", la "Platajunta" (3) y sus avatares; el abandono (1976), sin imperativos otros que los señalados y sin resultados apreciables en "lo político", del programa de la víspera (gratuito repudio de la República y gratuita coyunda con la Monarquía, etc.); el enfermizo complejo respecto al PCE y las maniobras en que se tradujo -peligrosas para la naciente democracia-; las relaciones con los partidos, las relaciones inter-sindicales, las relaciones con los gobiernos posfranquistas o predemocráticos; la inclinación por el pactismo, por las maniobras a espaldas de las cámaras, a espaldas de la opinión pública -ententes Abril-Guerra-; la ambigüedad ante los grandes problemas políticos de la incipiente democracia -Constitución, ley electoral, autonomías, leyes sindicales, etc.-. Un largo etcétera. Y, sobre todo, las expulsiones en el propio partido y el proceso de unificación de los grupos "afines".


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Afirmar, como hacen sus insatisfechos simpatizantes, que el PSOE ha sacrificado su futuro de partido -socialista o socialdemócrata- al presente de su élite es sólo una cara de la verdad. En su breve existencia -no me refiero a un ente que tuviera relación de filiación con el PSOE anterior a Suresnes-, el PSOE no tuvo una visión clara de su futuro, de su función en él a medio y largo plazo. Así le ha sido posible a Felipe González negar -tácita y expresamente- la existencia de aquel futuro en sus últimas declaraciones de alguna -escasa- relevancia política. Ya bastante antes de la coyuntura electoral (poco después del 23-F), declaraba privadamente a un periodista de nuestros amigos que a su partido "sólo le importaba la reforma del Estado". ¡Vasto programa! Sin eufemismos: spoil del Estado, como prueba ya año y medio de práctica gubernamental cotidiana. No dicta esta afirmación un hipócrita moralismo. En el marco de las relaciones Estado-partido, el spoil no es condenable a secas. Aquí sólo me importa su intención, la magnitud de sus efectos sobre el partido.


12

La apropiación del Estado es de consecuencias profundas para el PSOE. Exacerba en él rasgos a que ya he aludido. El triunfo electoral que, en razón misma de las circunstancias de la victoria, cualquier estadista hubiera visto como precario si el ejercicio del poder estatal tenía que ser encaminado a conseguir el prometido "cambio", ha permitido proseguir aceleradamente la reforma de la decoración interior y de la ornamentación exterior del PSOE en el sentido deseado por el vértice de su cúpula. Sigue permitiendo desalojar a habitantes incómodos o confinar en los desvanes a los arrepentidos de sus pasadas rebeliones contra el vértice. El triunfo electoral auguraba una era indefinida, o por lo menos muy larga, de usufructo del poder estatal, que facilitaba el soslayar el desarrollo del partido -preñado de peligros-, que generase en él corrientes ideológicas -realmente asumidas por el partido en tanto que organismo social vivo-, que lo implantase profundamente en la sociedad española -le diese un poder real independiente del recuento de votos o de una eventual y transitoria ocupación del Estado. El triunfo electoral ha permitido proseguir la burocratización de un organismo tan joven como el PSOE con un ritmo tan vertiginoso que hubiera hecho las delicias del Michels (4) joven.


13

Vértice del gobierno y vértice del partido son hoy el mismo reducidísimo número de personas; gobierno y cúpula del PSOE son una y misma cosa: sistema de arcos gemelos y clave única. Constitución y ley electoral despojan en la práctica a los diputados españoles de la minúscula porción de "potencia tribunicia" de que todavía gozan los representantes en otros sistemas constitucionales. Los diputados españoles -y en especial los pertenecientes a partidos fuertemente estructurados o dictatorialmente dirigidos, para el caso es lo mismo- no pueden constituirse en intermediarios autónomos y permanentes entre el gobierno y su partido, entre éstos y el electorado. Constitución y ley electoral hacen de los diputados un remedo de la figura clásica del representante de sus electores. La Constitución española siguió en ello la tendencia general de los sistemas parlamentarios modernos, llevándola a su "perfección", y a ello no fue ajena la influencia del vértice del PSOE durante el periodo constituyente. Si el control del diputado por su electorado es aquí nulo, como es frecuente en las Constituciones vigentes, el sistema español imposibilita también que, en caso de disidencia, el diputado halle fuerzas constitucionales eficaces en el apoyo de sus electores.


14

Cabe afirmar que la mayor o menor polaridad entre partido y gobierno, perceptible cuando no institucionalizada en unidades estatales en las que hay o hubo gobiernos monocolor socialdemócratas -Francia, Alemania, Inglaterra, Austria, Suecia...- aquí no se manifiesta. La historia del PSOE, su composición, su grado de desarrollo, la incrustación de la mayor parte de su élite en órganos del Estado o paraestatales, excluye por aquello de "juez y parte" que el partido asuma frente al gobierno una función censora, ni siquiera en el tono discreto que permite la naturaleza de cualquier partido. No aludo a una real "potencia tribunicia", tan necesaria en estos tiempos de arbitrariedad legal, de desarrollo paroxístico del Estado. La ley fundamental y las modalidades electorales permitirían que, en la práctica, el partido se constituyera en instancia censora suprema, eficaz en el caso de un gobierno monocolor con mayoría parlamentaria. Más allá de un malestar que ponen al descubierto algunos esporádicos sobresaltos -siempre de carácter individual o de mínimos grupos- nada autoriza a afirmar que así sea. Las manifestaciones de autonomía del partido son tan raras como insignificantes. En la "interde-pendencia" que impone la confusión gobierno/cúpula del PSOE, éste está desfavorecido. No obstante, las burbujas que estremecen la epidermis del PSOE impiden atribuir la falta de autonomía de ambos entes -gobierno y partido- a lo superfluo en que convertiría a uno de los polos la unanimidad. A menos que la superfluidad no la imponga "la unidad de destino en lo universal". El gobierno -más exactamente su vértice- es hegemónico. Las crisis de algún calado llegan a la opinión pública por haber sido resueltas como asuntos de Estado. Estamos en presencia de una aplicación sin paliativos de la doctrina gubernamental de Sieyès (5) : "La autoridad viene de arriba, la confianza viene de abajo." (Me abstengo de referirme aquí a las relaciones PSOE-PSC que permitirían ilustrar elocuentemente este punto de mis notas.)


15

Se acusa al gobierno de Felipe González de ejercer el poder en beneficio de las clases y grupos dominantes de la sociedad española, y en la esfera mundial del capital transnacional y del imperialismo. Es absolutamente cierto. Cuando la acusación, escuetamente formulada, refleja la irritación que provoca esta o aquella medida gubernamental concreta, tiene muy poco sentido político. Las críticas y acusaciones procedentes de los "verdes", "radicales" y "pacifistas" españoles no las estimo menos fragmentarias, aunque haya que concederles un superior valor "pragmático". Tampoco tienen mucho más sentido las críticas y acusaciones de carácter general, fundadas en una teoría y acompañadas de un aparato crítico. En general, éstas proceden de grupúsculos marxistas de "izquierda", cuyo fiasco teórico general ha sido, si cabe, más grave que su fracaso político en el área española. (El PCE renunció a aquella acusación, al menos en "serio" y con carácter general.) A unas y a otras las despoja de la mayor parte de su sentido político la ausencia de respuesta a estas preguntas: ¿En nombre de quién se acusa? ¿En qué perspectiva? Respuestas con referentes políticos actuantes, respuestas que no recurran a entes abstractos, a palabras vaciadas de su sentido por su reiterado y contradictorio uso o con sentido ambiguo.

Las socialdemocracias -entre las que cuento a los partidos que perseveran en llamarse socialistas a secas- han asumido ampliamente la función de vicarias del capitalismo monopolista de Estado y del sistema mundial del capital. Sobre este tema se ha polemizado brillantemente, y la validez de la afirmación que antecede ha quedado establecida intelectualmente de manera sólida. Existe una bibliografía amplia, cuya lectura sería de recomendar a quienes proporcionan el sustento intelectual a los estadistas que nos gobiernan. Su previa lectura hubiera matado en el huevo las afirmaciones, inhábiles en su forma, que JB reprocha a Felipe González en un número de estos días de El País, y a las que atribuyo menores efectos nefastos que JB. Cierto es que no sigo las oscilaciones en bolsa de ese valor que JB persevera en llamar "socialismo". No obstante, hay, ha habido, especies diferentes de vicariato: según el momento y el lugar, las socialdemocracias han ejercido esa función de manera diferente, al menos en las formas, lo que no deja de tener consecuencias en la esfera de "la política", desde luego, pero también, aunque menor, en la de "lo político". Aunque todas esas experiencias poseen rasgos fundamentales comunes -carácter vicario y "oportunismo"-, ningún valor operativo tiene aquí y ahora confundir a Blum con Palme, a Kreisky (6) con Mitterrand.


16

Las distintas experiencias socialdemócratas monocolores iniciaron su marcha hacia el poder gubernamental sólidamente asentadas en la sociedad que iban a gobernar, y tras periodos relativamente largos de clara oposición. Ninguno de esos dos factores se ha dado en el PSOE. La fachada que esas socialdemocracias presentaban al electorado era progresista, "sensatamente progresista", poco estridente, pero sin soslayar la inspiración ideológica. El desequilibrio favorable al sistema capitalista de su programa electoral -de gobierno- va encubierto por referencias a las "exigencias pragmáticas", al "realismo", pero compensado -mediocremente por la propuesta de medidas de carácter general -estructurales, incluso- realizables, pero referidas a un proyecto de sociedad global, a una ideología: socialismo, socialdemocracia, "reformismo". Son fundamentalmente propuestas desmovilizadoras de los ímpetus anticapitalistas, incluso débiles, de capas del electorado. Son propuestas realizadas rápidamente después del acceso al poder. Salvo reacciones "perversas" de los hechos, sabían que podían cumplir tales propuestas. Es lo que quedará de positivo para quienes en la experiencia socialdemócratica creyeron. Con ello se agotaría la experiencia si esas propuestas no fueran rodeadas de un conjunto de medidas que han sido calificadas como "localdemocracia", "socialismo de lo urbano" -"cara sonriente de la contrarrevolución de cada instante".


17

La puesta en práctica de esa "localdemocracia", de ese "socialismo de lo urbano" exige potentes correas de transmisión -orgánicas e ideológicas- para que una aplicación aislada de las medidas que comportan no las convierta en un remedo del panem et circensis, en simple "evergetismo" del Estado. La "localdemocracia" arrastra consigo un cambio de estilo en el hacer político. Es una de sus necesarias funciones, generadora y conservadora de energías, de entusiasmo, o meramente de fe, de confiada paciencia. Por eso no se soslaya la inspiración ideológica, pues la función del partido, en su amplio sentido de organismo social, más allá de ser motor, trampolín y freno electoral, no acaba al alba del recuento de votos, ni de un spoil, más o menos descarado, del aparato estatal. Lo que quizá sólo sea reflejo simplemente de una vieja sabiduría: los gobiernos son fugaces, los partidos tienen la vida dura.

Aun al servicio del sistema capitalista, esas experiencias suscitan una real oposición de las derechas autóctonas y del imperialismo. Pero no tanto a causa de las medidas estructurales como de aquel aspecto de la experiencia generador o conservador de las fuerzas populares de que se nutre. Las medidas de efectos estructurales raras veces son abolidas cuando se agota el poder socialdemócrata: eran necesarias para el sistema, aunque sus representantes naturales no fueran capaces de llevarlas a término, en alguna medida a causa de la existencia de una oposición política, real o aparentemente de signo contrario.


18

El reciente curso de la política española permite quizá atribuir una coloración "utópica" a las líneas que anteceden. Si así fuera, no hay que ver en ellas la expresión de una añoranza que no sufro por una auténtica socialdemocracia, por la "localdemocracia" o el "socialismo de lo urbano", añoranza que sí es plausible atribuir a quienes, numerosos y copiosamente aludidos en estas notas, hallan en la "crítica constructiva" refugio para su disconformidad -sincera o hipócrita- con la política del PSOE y su gobierno. Enfrentado con un proceso calificable de "localdemocracia"..., mi discurso hubiera sido otro. Pero estimo que, hoy, la realidad política española nos enfrenta con una experiencia de ese tipo.


19

Si nos circunscribimos a los partidos, el PSOE era el primer protagonista de la vida política española ya antes de acceder al poder gubernamental. Su ser y su estar debiera plantear problemas a todos los españoles y, sin duda alguna, los plantea a muchos de ellos. Los plantea desde luego a aquellos de sus miembros y simpatizantes, insatisfechos o disconformes con un estar que ellos juzgan incoherente con el ser del PSOE: un ser mítico, capaz por sí solo de sustituir aquel estar por otro acorde con la esencia del partido. Los plantea desde luego a quienes tienen una visión funcionalista de la vida política y consideran que el PSOE asume en ella ahora una función que no es la suya. Posturas razonables, aparentemente. Pero posturas que sólo con una elevada dosis de conformismo o de acriticismo pueden ser aceptadas. Fenómenos de memoria colectiva -mistificación- y de mimetismo político -plagio o tentación de plagio de realidades ajenas- están en la base de tales posturas. Pero los problemas con que se enfrenta el PSOE no son los que plantean las grandes socialdemocracias a personas en situación semejante a las de las aludidas. El momento actual del PSOE -luego el momento actual de la sociedad política española- sería incomprensible si se diera de lado a su historia. Esta no es el último capítulo de la historia de la sigla. La historia del PSOE con el que nos la habemos se inicia con las maniobras que preceden inmediatamente al congreso de Suresnes. El PSOE de hoy se empieza a hacer entonces. Ello hace del PSOE la socialdemocracia europea que llega más joven al monopolio gubernamental tras la liberación de su país de un régimen dictatorial. Es también la socialdemocracia que alcanza el monopolio de ese poder en el país que ha sufrido la más larga dictadura.

Al comienzo de la década de los setenta, el PSOE de 1879 a 1939 se había consumido a sí mismo en un proceso cuyo rasgo más sobresaliente fue la voluntad de mantener a toda costa la hegemonía del PSOE sobre las izquierdas y el movimiento obrero españoles, con los recursos que le prestaban sus alianzas internacionales. Remontarse más allá de Suresnes, permitiría hacer la microhistoria de los grupos que en ese congreso adquieren la propiedad -¿vitalicia o perpetua?- de la sigla y colocan en el centro de poder del partido, en situación inexpugnable hasta ahora, a un reducidísimo número de personas, cuya sólida unidad a través del hacerse del PSOE deja perplejo al intentar calificar la naturaleza del vínculo que los une entre sí.

Rasgo común de aquellos grupos y de los que en plazos breves asimilarán, o simplemente devorarán para evacuarlos después total o parcialmente, es que todos ellos habían nacido al margen del PSOE, suscitados por la incapacidad de éste para satisfacer las exigencias de la lucha contra la dictadura; contra el PSOE por su carácter periférico y las frustraciones personales que ello provocaba; o como trampolín para apoderarse de su sigla, sus mitos, sus alianzas y sus residuos; o para suplantarlo o para compartir con él -en un área limitada o en todo el Estado- el terreno social y político asignado teóricamente a la socialdemocracia española. La mayor parte de esos grupos pasaron y repasaron, antes y después de Suresnes, por varias de esas querencias y, alguno de ellos, por todas.

Los demás caracteres de esos grupos -con una excepción: el FLP [Frente de Liberación Popular]- me parecen hoy secundarios, aunque hubieran adquirido relevancia de no haber caído en el refrigerante crisol del PSOE. Subrayo el dato: tales caracteres son siempre susceptibles de renacer de sus cenizas. La dinámica que siguieron en Cataluña algunos de los grupos aludidos y otros de carácter estrictamente local, fue de rasgos muy semejantes, pero su centripetismo no convergiría directamente en el PSOE. Su resultante -el PSC- mantuvo, mantiene, al menos en la forma, un vínculo de carácter confederal con el PSOE.

Grupos elitistas todos ellos -otro rasgo común-, sus inspiradores, fundadores o sucesivos dirigentes adolecían de un alto grado de homogeneidad social, de comunidad de experiencias vitales, de aspiraciones subjetivas -no distintos de los de sus coetáneos ubicados desde su iniciación política en la otra vertiente de la "clase política" o a la que transmigrarían en un momento u otro-, datos ante los que pierden significación las diferentes adscripciones ideológicas, asumidas con mayor o menor perseverancia. Las migraciones individuales en todas las direcciones y, a veces, las migraciones sucesivas del mismo individuo en diferentes direcciones -incluido el regreso al punto de partida- son un rasgo acentuado de la "clase política" española. Aquellos grupos -vuelvo a exceptuar el FLP- no se distinguieron por la abundancia y la profundidad de sus análisis políticos colectivos.

El llamado "sector crítico" no constituye una excepción: no merece el calificativo de tendencia. En su heterogeneidad, adolece de los rasgos atribuidos hasta aquí a los otros grupos de poder del PSOE, nominados por su origen histórico o designados con adjetivos derivados de patronímicos. El "sector crítico" es algo indefinido, o definible únicamente por su "crítica" -por lo demás poco explícita, de la práctica de la cúpula del partido y del gobierno del PSOE. Tarea fácil, pero también, si a ella se limita, sin posible mañana político, como no sea, subjetivamente, para algunos de sus componentes.


20

Se ha dicho que en la forja del PSOE ha triunfado el profundo dinamismo centrípeto de la socialdemocracia. No obstante, aunque la literatura de los grupos que convergieron en el PSOE -antes o durante el periodo en que se vieron arrastrados por el dinamismo centrípeto socialdemócrata- expresa ampliamente sus rivalidades, o sus pretensiones -su precio-, no recoge ninguna polémica de calado sobre el porvenir de la inminente democracia, ni sobre las características del partido hacia el que convergen. Es cierto que el tiempo apremiaba, y la respuesta para el qué apremiaba también la ha dado premiosamente el tiempo: en las postrimerías del franquismo, la literatura de la oposición está henchida de estas frases: "capitalizar movimientos", "ocupar espacios vacíos".

En el PSOE, las uniones, las absorciones se prepararon en la penumbra y tuvieron lugar por la cúspide, cualquiera que fuera la forma que, a posteriori, se diera a la unión o a la absorción. La última en el tiempo -ulterior a las primeras elecciones democráticas- es el paradigma de lo que he dicho.


21

El PSOE sigue adoleciendo de los vicios de su construcción. Si el PSOE es un partido en el sentido convencional del término, lo es muy imperfectamente. Nada relevante se ha hecho en él para corregir los defectos que hacen de él un edificio construido sobre terrenos movedizos, con débiles muros y escuálidos arbotantes, coronado por una cúpula principal y varias -¿cuántas?- capillas laterales. Al igual que ciertas catedrales góticas, tiene también un cuerpo de edificio anexo de estilo algo diferente: el PSC. Sería fácil aducir hechos probatorios de que no se ha querido otra cosa. Tal como les basta -y aun a veces parece sobrar -a quienes lo dirigen. Partido de precaria vida orgánica, del proceso de su formación y crecimiento subsisten grupos de poder en él, que es imposible de calificar con términos políticos -fracciones, tendencias, corrientes, sensibilidades- de cuyos sordos enfrentamientos se entera, de manera espectacular pero raras veces, la opinión pública. Al contrario del PSF o del Labour Party, el PSOE no se ve estremecido por corrientes ideológicas, por sensibilidades políticas diferentes, aun reducibles a común denominador. Lo que públicamente se ha calificado como afloramientos de corrientes y sensibilidades es irrisorio: conservación o abandono del término "marxista"; o mantenimiento o supresión de la palabra "obrero", pugnas instrumentalizadas para dirimir conflictos internos que tenían menos que ver con la naturaleza o los objetivos últimos del partido que con la reestructuración de la cúpula principal y la jerarquización de las secundarias.


22

Es ocioso referirme en este contexto al talante escasamente democrático de la vida orgánica del PSOE. Hoy, como ayer, basta para mantener la unidad del PSOE la apetencia subjetiva de los goces anexos al ejercicio del poder, por vicario que éste sea. Las sangrías bastan para eliminar la plétora lúdica o los humores ascéticos que entorpecen la digestión de la élite. Es tan grande el banquete que cabe preguntarse si queda algo en el PSOE que no sea élite.


23

El cuadro institucional fue determinante en las elecciones de 1982. En las elecciones de 1986, puede serlo más. Los padres de la Constitución -los grandes partidos que pactaron sus líneas maestras- quisieron una ley fundamental que los privilegiara, que hiciera imposible cualquier representación que no fuera canalizada por los partidos. Los partidos hegemónicos entonces -UCD ("centro-derecha") y PSOE ("centro-izquierda")- hacían del bipartidismo punto esencial de su doctrina política: de manera manifiesta -alternativa entre ellos dos-, y tácitamente -marginación indefinida del uno por el otro. Como demostración de esta última afirmación, bastaría el triunfalismo expresado por los vencedores en las dos elecciones para la Asamblea nacional. No se trataba de un fenómeno del mimetismo político frecuente en España (el bipartidismo de hecho parecía haberse impuesto en las dos décadas precedentes en las grandes democracias europeas). El acuerdo no era difícil. Sólo podía ser dificultado seriamente por los grandes partidos de las "nacionalidades". Pero éstos compartían aquellas aspiraciones dentro de su limitado ámbito. La ley electoral instrumentalizó el talante constitucional: barreras porcentuales, primas electorales... luego "voto útil".


24

El pluripartidismo se había desprestigiado bajo la IV República francesa. En la década de los setenta ya hacía "ingobernable" Italia. Inspiraba serios temores al PSOE: marginación del poder o participación limitadísima en él (impuestas por la DC); pérdida -o no acceso- a la hegemonía sobre las izquierdas (PCI, segundo partido del país). El sistema francés -cuatro partidos de fuerza electoral desigual, pero de influencia política equivalente- podía inspirar simpatías al "centro-derecha": coadyuvó a mantener a las izquierdas alejadas del poder gubernamental; no podía ser apreciado por el PSOE: había contribuido a alargar la larga marcha del PSF hacia el poder y a retrasar la decadencia del PCF. El ideal compartido -con todas las reservas mentales- eran Alemania y la Gran Bretaña, aunque el bipartidismo parecía ya perder alientos en ellos -aparición o desarrollo de un tercer partido "bisagra". Las grandes víctimas de la primera consulta electoral posterior a la Constitución fueron la "derecha-derecha" y el PCE. (Los grupúsculos de extrema izquierda habían sido aplastados en las elecciones a Cortes constituyentes, a pesar de su influencia a lo largo de la última década de luchas contra la dictadura.) El sistema "funcionaba" a nivel de Estado; no tanto en Cataluña y Euskadi. Subrayo el hecho.


25

El bipartidismo supone la existencia de dos partidos fuertemente implantados en la sociedad política. Esta circunstancia no se daba en el Estado español. Los triunfos electorales tampoco fueron explotados para afianzar a los partidos que tenían que protagonizar el bipartidismo. En lo que respecta al PSOE, remito al punto 19. La UCD demostró no ser partido en modo alguno ya antes de las elecciones de 1982. Sin partidos que sean mucho más que una potencialidad electoral, el bipartidismo aumenta la posibilidad de que se manifiesten efectos "perversos" de las leyes electorales pensadas para implantarlo o mantenerlo. El PSOE y la UCD querían una Constitución centralista unitaria. Pero sólo podían quererlo de manera vergonzante. Los obstáculos eran graves en ese punto. Algunos eran de origen histórico lejano, pero también reciente: en la lucha contra el "régimen anterior", el derecho de Cataluña, Euskadi y Galicia a existir como naciones había sido admitido, con reservas mentales o sin ellas, por el desunido conjunto de la oposición antifranquista, pues las fuerzas políticas nacionalistas o autonomistas constituían parte importante de esa oposición. Desaparecida la dictadura, las aguas "tenían" que volver a su cauce. El PSOE -o su cúpula- ha sido, es, dicho sin rodeos, centralista y unitario en cuanto partido; centralista y unitaria es su concepción del Estado. Me adelanto: la política del PSOE en Andalucía, en Euskadi, etc., no es política andaluza, política vasca: es política del PSOE en Andalucía, en Euskadi. Etcétera. En Cataluña, el PSOE se ha esforzado en imponer al PSC -en la medida que lo ha permitido cada coyuntura- una política PSOE. La amalgama PSC-PSOE, penosamente conseguida, fue un paso decisivo en esa vía. Lo que escuché decir recientemente a dirigentes castellanos del PSOE, deja traslucir aquella voluntad: "No se puede ser socialista en España y catalanista en Cataluña." Las derechas, incluidas las derechas que fueron antifranquistas, son naturalmente centralistas y unitarias en su concepción del Estado. Simplifico: lo son tanto que impusieron, con la complicidad del PSOE, el Estado de las Autonomías como vía para oponerse al acceso de las naciones incluidas en el Estado español a una autonomía real, o para frenarla, o para desnaturalizarla.

Una consecuencia, secundaria pero importante, era que podían aspirar a mantener bajo su dominio, con escaso coste político a nivel del Estado y considerables ventajas inmediatas, ciertas Autonomías. Este era también el caso del PSOE.

El carácter ambiguo del Estado de las Autonomías lo revelan, entre otros hechos, la injustificable institucionalización de algunas de ellas y el arbitrario corte de otras, suscitados -impuestos- por los partidos de área estatal; la prohibición institucional de que las Autonomías puedan tratar directamente entre sí, a pesar de la interdependencia apremiante -energética, hidráulica, etc.- o de la intensa afinidad histórica y cultural entre algunas de ellas; la ausencia, en un Estado bicameral y de "las Autonomías", de una cámara que represente a éstas. ¿Qué peso cabe atribuir hoy a las afirmaciones de la vocación confederal del Estado español proferidas recientemente por algunos notables del PSOE? La vocación confederal subyacente -tradicional o recientemente suscitada- en importantes grupos humanos españoles es innegable. Pero ni los padres de la Constitución ni los sucesivos detentadores del poder del Estado de las Autonomías han demostrado siquiera un talante favorable al autonomismo. Remacho: el PSOE y el gobierno de Felipe González tampoco.


26

La institucionalización de las Autonomías es un factor de consecuencias, posiblemente "perversas", sobre el voluntarista bipartidismo pactado entre UCD y PSOE. Han sido señalados desfases entre los resultados electorales de las Autonomías y los resultados electorales a nivel del Estado: en la misma Autonomía las urnas no rinden el mismo cómputo si la consulta es local o general. Atribuir a causas coyunturales las discrepancias observadas, es simplificador. Algunas de ellas han hallado su explicación en razones profundas, traducidas todavía por frases que tuvieron intenso curso entre los economistas de la oposición antifranquista: "desequilibrios interzonales creados y mantenidos por el capitalismo", "confi-namiento en el subdesarrollo", "imperialismo interior del Estado español". La mayor parte de los economistas aludidos no eran de sensibilidad "nacionalista" o autonomista.

A su vez, los desfases en el marco de las Autonomías explican inversiones de alianzas -a la luz del día, o tácitas o secretas- que el sentido moral "corriente" califica de contra natura, y de las que los media recogieron ejemplos próximos. Su lejano paradigma fue la inclinación del PNV por la República en 1936, determinado fundamentalmente por el menor grado de centralismo de ésta respecto a que se podía intuir que sería el impuesto por el Estado que crearan los sublevados contra ella. Viene al caso recordarlo aquí. Con excepción de Cataluña y Euskadi, no existen fuertes partidos autóctonos en las Autonomías. Sólo algunos partidos de aquellas "nacionalidades" están representados en la Asamblea nacional por minorías propias. En los demás casos, las sensibilidades autonómicas canalizan sus reivindicaciones ante el poder central a través de los partidos que consideran más idóneos -la oposición o el partido en el poder-, es decir, partidos con representación parlamentaria. Las reivindicaciones son instrumentalizadas inevitablemente de acuerdo con la jerarquía de prioridades globales que se asignan esos partidos en cada momento. Un ejemplo: el largo y confuso proceso de la Autonomía de Andalucía, con vaivenes harto perceptibles del PSOE.


27

Una corriente de opinión pública asigna otro objetivo a las Autonomías: dar empleo a las élites políticas que no hallaron lugar en los órganos centrales del Estado (sí, también es eso "finalidad" suya: secundaria), y cree que las Autonomías cuestan caras al Estado. El corolario tácito de esa opinión es que el Estado centralista es barato. No obstante, la aritmética elemental permite llegar a la conclusión de que tan barato -o caro- es el Estado centralista como el de las Autonomías.

Unas Autonomías potenciadoras del folklore, que permitieran situarse a parte de la élite política de los partidos, que acercaran el Estado central a sus "periferias" y, sobre todo, que permitieran igualar por abajo las reivindicaciones autonomistas catalanas y vascas, serían poco incómodas. Serían caras.

Pero las Autonomías, por el solo hecho de delimitar geográfica, política e institucionalmente, crean entes predestinados a rebasar las finalidades reseñadas. El Estado de las Autonomías parecería ser obra de aprendices de brujo. Las Autonomías contienen -al menos en germen- una tendencia a influir sobre la distribución por capítulos y la distribución geográfica del presupuesto del Estado -en resumidas cuentas, poco elástica. Es decir, a influir sobre la jerarquía de prioridades del Estado español. Por eso, el nudo actual de la cuestión es el de las transferencias -políticas, administrativas, financieras- a nivel práctico. Es decir, el de la transferencia de poder.

La Autonomía institucionalizada deja abierta una vía tentadora de reproducir en alguna de ellas los ejemplos catalán y vasco: creación de partidos autóctonos. No como simple conato, sino como realidad merecedora de ser tenida en cuenta. Si se tienen presentes los desequilibrios zonales -el problema preeminente en cada Autonomía- no cabe descartar que la coloración de esos partidos no sea semejante a la de CiU y PNV. Sólo factores coyunturales o clasificables como subjetivos -convergentes en, o derivados en gran medida de las esperanzas suscitadas por el PSOE en su campaña electoral de 1982 y aun antes- han impedido hasta hoy en alguna Autonomía la eclosión de partidos a la "izquierda" del PSOE -y a la "izquierda" del PCE-, partidos que por las peculiaridades locales podrían convertirse en receptores, más allá de consideraciones electoralistas, de las sensibilidades "verde", "radical" o "pacifista", y de la militancia y el electorado relegados por los desastrosos avatares políticos, electorales y orgánicos del PCE. (La recuperación de éste no es hoy razonablemente predecible, y sus pérdidas no son captables automáticamente en su totalidad por los grupúsculos y partidos tradicionales.) De la importancia de este factor, de las virtualidades contenidas en él, ha tomado conciencia [Miquel] Roca (declaraciones a Tiempo ), que cuenta explotar el cuadro de las Autonomías para enfrentarlo al CDS, en su intento de creación de un nuevo "centro". Partidos de ese tipo alcanzarían representación a nivel de Autonomía y, en plazos relativamente cortos, representación en la Asamblea nacional. La proclividad a "izquierda" o "derecha" en el electorado encuadrado en cada Autonomía es función de factores locales. Los ritmos de desarrollo político de las tendencias suputables en las Autonomías variarán, sin duda, de una a otra. Hoy, es verosímil que la crisis general y el desencanto provocado por el gobierno de Felipe González no desempeñarán el papel de frenos de esos ritmos.

¿Se pueden abrigar dudas de que la política gubernamental provocará pérdidas de representatividad -de poder- de las secciones locales del PSOE, a las que será sensible la correspondiente élite? Hay ejemplos de ambas cosas.


28

A pesar de una historia y de un vínculo institucional distintos, el caso del PSC-PSOE puede servir de paradigma. La crisis que atraviesa el PSC y sus relaciones con el PSOE -algo más que larvada: talante secesionista latente en alguna de sus provinciales; negativa del PSOE a aceptar la constitución de un grupo independiente de diputados del PSC en la Asamblea nacional, etc.- la suscita prioritariamente la toma de conciencia de una opción ineludible si se quiere superar la ambigüedad actual: 1) convertirse en vicario catalán del PSOE, conservando escasos matices originales, lo que arrastraría trasiegos en la cúpula del PSC y nuevas pérdidas de posiciones electorales, consecuencias ambas fácilmente conjeturables; 2) convertirse en socialdemocracia estrictamente catalana y afrontar el riesgo de escisión de la fracción "pesoeísta", con pérdidas/ganancias de electores, cuyo saldo es arriesgado pronosticar hoy. Para ello se dispone de tres datos cuantificables seguros, pero insuficientes y, quizá, no de los más determinantes: el peso de la sección local del PSOE-UGT antes del pacto PSC-PSOE; pérdida, en términos relativos, de electorado por el PSC en 1984; y pérdida, en términos absolutos, de electorado por el PSUC.


29

Las reticencias del gobierno de Felipe González en lo que se refiere a la Autonomía catalana y las ambigüedades que generan en sus relaciones con el PSC -o las reticencias y ambigüedades de índole muy semejante puestas de manifiesto por el desarrollo del proceso andaluz de autonomía- podrían ser explicadas como consecuencias ineludibles del desarrollo del eje maestro de la concepción de partido demostrada a lo largo de un periodo dilatado por la cúpula del PSOE: el centralismo inalienable del partido. Es una explicación que no cabe descartar: la fundan series de hechos. No agota el tema.

En estas notas hay referencias -explícitas e implícitas- a la tendencia "pesoeísta" a supeditar a los intereses del partido o, peor aún, a los intereses de su cúpula en sus relaciones con otras instancias del partido, aún cuando el principio del centralismo del PSOE no está en tela de juicio, a los asuntos de Estado, su planteamiento, su solución a veces "aberrante", su soslayamiento, o el mero dejar que se pudran.

La espectacularidad del terrorismo de los grupos nacionalistas vascos vela con consecuencias muy negativas la estrategia del gobierno de Felipe González -incluida la aparente eficacia represiva contra tales grupos. Esta estrategia no la dicta la voluntad de solución de un problema vasco, del problema de las relaciones de Euskadi con el Estado español y, más allá de esto, el problema de las relaciones del pueblo vasco con el resto del pueblo español. Esa estrategia -incluidas las modalidades represivas actuales- está dirigida a conseguir el debilitamiento interno del PNV -fricciones entre Navarra y Euskadi; distanciamiento entre Garaicoechea y Arzallus-, conseguir que la acusación -ya formulada- de identificación del PNV con el terrorismo alcance mayor credibilidad ante la opinión pública que la bien escasa obtenida hasta ahora; es decir, encaminada a lograr una polarización electoral en esa Autonomía que dé la victoria a la sección local del PSOE. La finalidad en sí es poco realista, poco "pragmática". ¿Qué importan, pues, las consecuencias de victoria tal?

La exterminación por vía represiva de los terroristas vascos es algo en lo que se puede creer o no creer: sólo el desenlace zanjará este punto. Las reivindicaciones políticas de los terroristas vascos pueden ser o no aceptables para todos los vascos o el conjunto de los españoles. Pero no son caprichosas. La exterminación de los terroristas no eliminará sus reivindicaciones. Reemplazar en Euskadi el terrorismo por una guerra civil larvada no es ciertamente problema de Estado que merezca que a su solución se sacrificara la política electoral del PSOE.

Disyuntivas semejantes son de pronóstico razonable en otras Autonomías, de manera menos "dramática", pero también con menor rigidez.


30

Poco lejos lleva la identificación del pragmatismo del gobierno de Felipe González con un pragmatismo de derechas, aunque ese pueda ser su signo. Pragmatismo no es necesariamente sinónimo de incoherencia. El programa electoral del PSOE en 1982 no era, a todas luces, un programa de gobierno. El profundo desprecio que tal programa manifestaba por el electorado hubiera permitido que, detrás de él, existiera un auténtico programa de gobierno. Nada prueba que ese programa haya existido. La situación interna del PSOE -enfrentamiento de grupos de poder- no favorecía la elaboración de un programa de ese tipo, como favorecía -eso sí- la confección y la transmisión del programa electoral. Hacía insoslayable la constitución -con las correcciones impuestas por el vértice de la cúpula del partido -de un gobierno en el que estuvieran representados aquellos grupos.

El apetito de goce subjetivo de los signos del poder no es un terreno muy propicio para la germinación y el desarrollo de una auténtica ambición política: el hacer en la esfera de "lo político". La ausencia de programa favorece la autonomía de cada ministro -es decir, debilita la moralidad gubernamental, por otra parte innecesaria dado el carácter de la relación entre el gobierno y su actual mayoría parlamentaria, y aumenta el poder discrecional de su presidente. El amago de crisis de junio de 1984 ha permitido a los media clasificar a los ministros entre exitosos y fracasados. Lo cual es un método eficaz para velar el juicio que merece el hacer del gobierno de Felipe González. Como prueba de este aserto, basta relacionar los nombres con las carteras. Año y medio después del acceso al poder, el gobierno de Felipe González ha llegado a su gironde, sin haber pasado por su marais y sin venir de la montagne (7).


31

Alguien ha dicho que "sólo los socialistas tienen hoy fe en el capitalismo". Los capitalistas no tienen fe en él, desde luego. La brutalidad de la política monetaria y de la reconversión industrial ha alarmado a organizaciones patronales y banqueros, que se han expresado durante las últimas semanas como si abrigaran el temor -a todas luces exagerado- de que sus consecuencias inmediatas llenen de contenido claramente político -como en los últimos lustros del franquismo- a los abundantes conflictos sociales y su control escape a las grandes sindicales, transformando la apatía política y el malestar difuso en politización susceptible de convertirse en caldo de cultivo de una oposición vertebrada que, a través de su enfrentamiento con el gobierno del PSOE, afecte al sistema. Dictados por ese temor, o por motivaciones más inmediatas y concretas, los toques de atención de los portavoces del capitalismo han sido más rápidamente atendidos que los movimientos laborales y el malestar interno del PSOE. Un titular de El País (17-VII-1984) parecía el eco de las declaraciones de Aguirre Gonzalo el día antes. Titulaba El País: "El go-bierno está dispuesto a superar en el pacto social los compromisos de UCD en el Acuerdo Nacional de Empleo". Esto es lo que se dice "poner una pica en Flandes".

La coyuntura política, económica, social en el Estado español e internacionalmente, la omnipresencia de problemas que el gobierno de Felipe González no ha resuelto, de problemas que ha encarado mal, de problemas hipócritamente soslayados, no le permitirán poner en vigor en el periodo preelectoral un tren de medidas demagógicas que hicieran posible la repetición de la suerte de 1982, sin grave dolo para el país, sin graves consecuencias ulteriores para el propio vencedor. Un efecto "perverso" de esa treta sería cargar de más razón todavía al sucesor en su rechazo de responsabilidades de los errores propios y ajenos sobre el vencido, método del que usó y abusó la cúpula del PSOE como arma absoluta, hasta agotar su credibilidad, para justificar el desfase entre sus promesas electorales y su práctica gubernamental.

Cualquier rectificación con fines electoralistas de los aspectos más crueles de la política económica del gobierno de Felipe González es sólo posible a expensas del abandono de los objetivos que hasta hoy pareció asignarse como prioritarios en esta esfera. Fuera de este campo, rectificaciones electoralistas importantes sólo en la esfera de las Autonomías serían posibles, con conclusión idéntica a la del punto precedente.


32

Los resultados de las elecciones de 1986 no sólo preocupan a los partidarios y simpatizantes defraudados por la acción del PSOE y del gobierno de Felipe González: es algo que apremia ya a los propios cuadros y dirigentes del partido.

Antes de agotar la primera mitad de la legislatura ese apremio podría ser calificado de prematuro. Sin excesiva arbitrariedad, se puede poner fecha a la manifestación de ese fenómeno: las elecciones catalanas.

Esas elecciones fueron elocuentes no tanto por sus resultados escuetos, pues la cúpula del PSOE debió dar por descontado el fracaso del PSC -o por lo menos su vértice disponía de elementos de juicio de las mejores fuentes que así lo preveían. Los datos alarmantes fueron la magnitud de la derrota (el triunfo fulgurante de Pujol, tras un mandato de política mediocre) y, sobre todo, la relación entre la composición del electorado catalán y los resultados parciales obtenidos por cada uno de los partidos en liza. Pérdida de votos del conjunto de las "izquierdas". Más significativo aún: pérdida de votos en una fracción del electorado que hubiera sido presumible que votase por una sección catalana del PSOE; pérdida de votos de otra fracción del electorado que era de esperar que votase por una socialdemocracia catalanista. Estas dos últimas circunstancias es innegable que introducen un elemento perturbador en las relaciones PSOE-PSC.

Por sí solos, esos resultados plantean con verosimilitud la hipótesis de derrota electoral del PSOE en 1986. El rechazo de esa hipótesis de plano es temerario, y la preocupación podría explicarla el riesgo de pérdida del poder gubernamental. Pero la preocupación -tan prematura- la suscitan de manera más inmediata, más urgente, otros factores: el no poder soslayar la hipótesis de un fracaso electoral en 1986 tiene un efecto desestabilizador de la relación actual entre las "bases" del partido y su cúpula. Antes de cualquier otra cosa, las elecciones de 1986 son ya un problema interno del PSOE.


33

El catastrofismo es mal consejero político. Pone de manifiesto una profunda disconformidad consigo mismo: individuo, gobierno o partido. Hay de qué echarse a temblar si se imagina que los "estados de alma" de quienes nos gobiernan han sido inspirados siempre por la cotidiana lectura de las tendenciosas crónicas que publica FF [Feliciano Fidalgo] en El País, narrando las desventuras del PSF y de Mitterrand, los desastres del gobierno Mauroy ayer, y mañana quizá los de Fabius. Decía el 21 de julio: "¿Es posible continuar gobernando, en un país democrático como Francia, con sólo el 21% del cuerpo electoral? Unánimemente, la oposición dice que no, y entiende que el presidente de la República, para encontrar una mayoría que apoye su política, o para no encontrarla, debe convocar elecciones legislativas anticipadas." Menos mal que España sigue siendo diferente: el gobierno de Felipe González no practicó nunca la política para la que fue elegido por la mayoría del cuerpo electoral español. Los "rumores" políticos españoles parecen el eco de lo que sucede en Francia. Ayer crisis de gobierno. Hoy elecciones anticipadas. El poso que deja la decantación de tan poco angélicos rumores es el sentimiento de fracaso, en el primer caso; en el segundo, el sentimiento de que el tiempo juega contra el gobierno de Felipe González. Como hipótesis operativa, las elecciones anticipadas "las fía para largo" el anuncio del Congreso del PSOE. Pero el catastrofismo ambiente en muchas esferas del PSOE, prematuro e injustificado de puertas afuera del partido y del gobierno, lo justifica plenamente la conciencia de los peligros que implica, a lo largo de un periodo de dos años, la preparación de las elecciones de 1986, la adopción de la estrategia adecuada y su transmisión al cuerpo electoral a través de un partido no férreamente sometido -preparación, adopción y transmisión coetáneas del ejercicio del poder gubernamental.


34

Plantear en 1986 el "diálogo" electoral en los términos y con el estilo en que lo fue en 1982, debe haber sido descartado ya. En primer lugar porque la campaña electoral se hará desde el gobierno, y el fracaso gubernamental en las esferas más conflictivas será identificado por una fracción del electorado natural del PSOE y del electorado transhumante con el incumplimiento de las promesas que llevaron a la victoria entonces al partido. Prometer otra vez la satisfacción de todas las aspiraciones de todos los grupos a cuyo sufragio se aspire -es decir repetir promesas de 1982, incumplidas en 1986- provocaría risa y sus consecuencias a la hora de contar los votos -incluso en fracciones del cuerpo electoral poco dadas al humor y a la ironía: milagreras y apáticas.

El factor tiempo es fundamental. La coyuntura actual es eso, coyuntura y no factor estático. Lo prematuro y no plenamente justificado hoy, puede ser mañana tardío y fundado sin apelación. La prospectiva de los principales problemas que afectan ahora al conjunto del electorado sólo permite vaticinar un deterioro de la situación general del país.

La cúpula del PSOE conoce las posibilidades que serían las suyas en el caso de una inminente consulta electoral; sólo le es posible conjeturar sobre las que tendrá dentro de dos años.

El golpe de efecto que podría suponer la coincidencia del ingreso de España en la Comunidad europea -el problema España-OTAN estará para entonces zanjado y sólo tendrá repercusiones electorales negativas para el PSOE- pudiera no ser suficiente por sí sólo para invertir radicalmente la corriente electoral desfavorable. Nada permite augurar éxitos deslumbrantes en otras esferas de la política interior -en ninguna de ellas intentó el gobierno de Felipe González movilizar intensa y profundamente a la opinión pública con una "gran" política.


35

Ni por su ser ni por su estar, el vértice actual del PSOE-gobierno es capaz de un mea culpa que pueda inspirar una nueva credibilidad al electorado. Es posible que el próximo congreso, o cualquier otra instancia, escuche una "autocrítica" del vértice del PSOE-gobierno que recuerde el discurso de Marco Antonio contra César en la tragedia de Shakespeare. Para que pudiera oirse algo distinto -sincero y fiable- el presupuesto necesario era otro estilo de gobernar. La primacía de lo pragmático sobre lo ideológico, la ausencia de referencias a normas ideológicas, la confusión entre controladores y controlados, es un medio ricamente nutritivo para ciertas formas de ejercicio del poder. Demos por supuesto que los ministros y latifuncionarios socialistas hacen cosas diferentes que los magnates del franquismo; pero las hacen con los mismos modos. Se puede ilustrar la afirmación con declaraciones públicas, no tan lejanas, de uno de los miembros de la cúpula del PSOE, no de los menores, ni de los que van acompañados de una aureola refulgente de tolerancia. Seguro que sabía ella de qué hablaba. El gobierno de Felipe González ha gobernado en el aislamiento más opaco, cuando hubiera podido hacerlo, al menos en las formas, más a la luz del día, más en la calle, ya que no más con la calle. Ha sido -contrariamente a lo que de una socialdemocracia podían esperar los partidarios y simpatizantes- el gobierno más olímpico de la joven democracia española. Cierto que los precedentes eran de derechas y no tenían a su frente un líder dotado de poderes carismáticos. El gobierno de Felipe González ha practicado una política de poco rigor pero de manera rigurosa, con una gran dureza, en el fondo y en las formas, cuyo balance no admite términos medios: o triunfo o fracaso.


36

La conciencia de este dilema, sólo recientemente encarado, explica las declaraciones favorables a un renacimiento del "centro". Parece razonable pronosticar que la presencia de un "centro" fiable, no desmenuzado y bien liderado, tendría un efecto electoral inmediato: evitar que una parte de la hemorragia de sufragios desencantados fuera directamente a engrosar la derecha-derecha. Los resultados electorales obtenidos por el "centro" facilitarían en caso de triunfo precario del PSOE, la continuidad de gobiernos suyos, apoyados a un tiempo en exiguas minorías parlamentarias y en componendas entre bastidores. En el caso de fracaso electoral honorable, harían posible abandonarse a la tentación de escapar a "lo político" a través de gobiernos de "centro-izquierda", que garantizarían al PSOE su presencia en la esfera de "la política". Estas hipótesis entran en los cálculos de las élites del PSOE en tanto que desenlace al que se podría llegar, pero sin necesidad de encaminarse decididamente hacia él. El "centro" es un mal menor que sigue repugnando a la cúpula del PSOE. Pero el partido que es ahora lo hace más proclive a soluciones de ese tipo que a un confinamiento en la oposición, con aires de retirada al Aventino: es decir, no a una oposición "constructiva", remedo de lo que fue su oposición-colaboración, su oposición de enfados y reconciliaciones, en el periodo preconstitucional y en los primeros tiempos de la aplicación y perfeccionamiento de la Ley fundamental, sino una oposición explotada para reforzar al partido, que permitiera a éste digerir los errores y fracasos recientes, que enraizara en él voliciones políticas que escaparan a las contingencias cotidianas y a los "caprichos" del liderazgo, que profundizara su implantación en el espesor de la sociedad española. Una oposición de este talante demostraría una real coherencia con el centralismo del PSOE en tanto que partido -carácter, al parecer inalienable-, coherencia con su doctrina bipartidista, con sus pretensiones de ser partido del "cambio", con sus tendencias hegemónicas. Rasgos todos ellos que impugna, sin posible discusión, la participación o el apoyo a gobiernos de coalición.

En el camino hacia gobiernos de coalición hay hoy varios obstáculos. El primero es la ausencia de un "centro" a nivel de Estado, con credibilidad electoral, desde luego; pero también con inclinación a preferir la alianza gubernamental con el PSOE a un reparto del poder con las derechas-derechas. [Con una repugnancia justificable, pero por ser inevitable, hay que evocar en estas notas los lamentables gobiernos de Azaña (1931) y de Casares Quiroga (1936).] El obstáculo aludido es el más evidente, pero no el más grave. El PSOE -partido-gobierno- puede ser agente eficaz en la suscitación de ese "centro". Pero su error -la inhibición es poco probable- en este plano puede favorecer el desarrollo del "centro" menos propicio a la colaboración con el PSOE. La contribución al aplastamiento del "centro" (UCD) constituyó un error logístico del PSOE (reconocido precipitadamente por Felipe González al día siguiente del fracaso electoral del PSC), error contra el que no parece vacunado todavía hoy el PSOE. Si, como afirmaba un gran político "burgués" que pasó la mayor parte de su vida alejado de los órganos del poder gubernamental -Mendès-France-, "gobernar es prever", las previsiones del PSOE a fuer de optimistas fueron miopes en 1982.


37

Sobre la capacidad de la oposición de derechas hay que remitirse al punto 6. Orgánicamente están desmenuzadas. Se puede suputar sobre la existencia de la "gran derecha electoral". Pero la "gran derecha política" no existe de toda evidencia. Quizá espere las clarividencias del Congreso del PSOE. Tal vez las espere de la decantación de los proyectos "centristas" en liza. Conocida la transparencia de la vida política española, no cabe descartar que lo contrario sea también posible, y que el PSOE espere lo mismo: la decantación de los "centros".

Hoy el PCE no constituye un peligro electoral para el PSOE. El deterioro de la situación social -de no ser encuadrado en un "pacto social" en el que las CC.OO. tengan un protagonismo- o una complicidad equivalente a la de la UGT- lleva latente el ascenso electoral del partido en límites estrechos. Del resto de los grupos -fuera de Cataluña y Euskadi- se encarga la actual ley electoral. La modificación de ésta por el actual gobierno no estará inspirada por una voluntad de potenciar los resultados electorales de aquéllos.


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En una consulta electoral, la última palabra la tienen siempre los electores. Una característica notable del electorado español es su inmadurez -los demócratas europeos viejos amigos de los antifranquistas españoles han ensalzado el elevado grado de madurez demostrado por "el pueblo español", tal vez porque éste se comportara como deseaba la componenda entre la comodidad y la buena conciencia de aquéllos.

El peligro de la involución a la derecha a consecuencia de un fracaso electoral del PSOE llegará hasta las fibras más íntimas de quienes, a pesar de todo, no pueden votar "derechas", ni facilitar el triunfo de éstas con su abstención. Son muchos, desde luego. El presagio no suscitará una reacción de pánico en la "gran masa" del electorado de "izquierdas": la calma que manifiestan los grupos hegemónicos de la clase dominante y los "poderes fácticos" y la escasa agresividad de las derechas políticas no parecen susceptibles de inspirar un "¡Felipe y cierra el PSOE!" El augurio no pasa de ser un arma convencional y como tal se empleará mañana o dentro de dos años.

Sólo abordando con un criterio mecanicista el conjunto de elecciones ya celebradas en la España democrática se puede hablar de real protagonismo del electorado español -ni siquiera en los modestos límites que permite el sistema legitimador del poder por el voto. En España se pasó sin solución de continuidad de la dictadura al marketing electoral.

El rasgo más sobresaliente de ese protagonismo ha sido la abstención - notable siempre, importante con frecuencia, enorme alguna vez. Pero esa abstención no fue nunca enteramente "política". Y la que lo era con evidencia no había sido suscitada, vertebrada, por un movimiento a escala nacional que, al pedirla, la hubiera explicado y le hubiera señalado objetivos de segura influencia preelectoral. El voto en blanco es una variante -con matiz moralizante- de la abstención. El voto de castigo de los electores de sensibilidad izquierdista debiera ser capitalizado por el PCE y lo será en alguna medida. No es posible conceder a ese transvase gran significación cuantitativa. La situación interna del PCE, por un lado, y el talante de su oposición al gobierno de Felipe González, más favorable al "pacto social" que al ejercicio de la "potencia tribunicia", hacen problemático incluso que el partido llegue a recuperar en 1986 lo que fue su electorado en 1977. Por ello, el voto de castigo tiene pocas posibilidades de ser ejercido, en proporciones apreciables, en el marco de los partidos políticos españoles a nivel del Estado. ¿Como manifestarlo fuera de Cataluña y de Euskadi?

Queda que ese ente llamado "voto flotante" es, en España como en otros marcos estatales, capaz por sí solo de decidir el resultado de las elecciones -comparación entre los resultados de las últimas elecciones generales con los de las últimas municipales. Es también, como prueban los estudios de sociología electoral en otras unidades estatales, la fracción del electorado más sensible a las consecuencias "perversas" del hacer político.


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El corolario más significativo de la situación expuesta en los puntos 30 a 36 es que el no descartable peligro de fracaso electoral, el descenso de sufragios del PSOE, seguro, pero cuya cuantía es difícilmente suputable hoy, no es el reverso de una marcha hacia el triunfo de una oposición de derechas-derechas al gobierno de Felipe González, políticamente integrada. Tal integración debiera ser considerada inevitable, pero nada la hace ahora razonablemente presumible.


40

A la victoria electoral o a la limitación de la derrota sólo en límites estrechos puede contribuir el gobierno del PSOE. Y aun esa limitada contribución sólo repercutida, canalizada hasta la apariencia de protagonismo por el partido, puede lograr resultados positivos apreciables. Esas circunstancias obligarían al PSOE a afirmar claramente su primacía sobre su propio gobierno, a demostrar su relativa independencia respecto a la política desarrollada por éste a lo largo de los cuatro años de legislatura. Una oposición global -"alternativa"- plausible sólo puede oponerla al gobierno de Felipe González el propio PSOE, en tanto que partido. El tipo de relaciones gobierno-PSOE expuesto en los puntos 12 a 14 convertirían esa oposición en una oposición a la dirección actual del partido.

Las estrategias para enfrentar las elecciones que los precedentes permitirían imputar a la cúpula del PSOE, exigen todas ellas no sólo la unidad y la disciplina del partido frente al peligro: exigen el sometimiento indiscriminado del partido a su dirección. Es presumible que perpetuar, ampliar el dominio absoluto del partido por su cúpula será, si no es ya con ese objetivo, la tarea fundamental de los meses próximos: hay ecos en los media que permiten suponerlo. El más grave obstáculo con que tropezará esa tarea es la influencia de hecho que ejerce el cuadro institucional del Estado de las Autonomías sobre la propia estructura del PSOE.


41

Los caracteres puestos de manifiesto por la crítica del PSOE en estas notas no hay que considerarlos estáticos. El PSOE no es un partido in vitro . Sus militantes y simpatizantes no debieran desesperar, pues. La instalación del PSOE en la democracia contribuyó a fijar aquellos caracteres y a frenar la posibilidad de una evolución interna. Su campaña electoral y su instalación en el aparato del Estado actuó en el mismo sentido con mayor eficacia. Pero algunos hechos ya señalados indican que el PSOE -en tanto que organismo social- entra, puede entrar, o debe entrar, en una nueva etapa.

Las "críticas" en la cúpula de la UGT poseen las mismas virtualidades. Su inspiración es igualmente externa. Con mayor inmediatez que las eventuales pérdidas -todavía lejanas- electorales, revelan el temor a que las consecuencias de la política económica del gobierno de Felipe González confine a la sindical UGT en una posición secundaria respecto a la de las CC.OO.

En mayor grado que el desacuerdo con la política sectorial o global del gobierno de Felipe González, lo que puede influir en la transformación de la situación impuesta es la toma de conciencia de los corolarios electorales de la acción del gobierno. Hoy son alarmantes. Pero ese alarmismo es a la vez justificado y exagerado. Pues las relaciones dialécticas entre el gobierno de Felipe González, el PSOE, las oposiciones políticas -AP y PCE- y el cuerpo electoral, hoy opinión pública, no son todavía definitivamente desfavorables a la cúpula del PSOE. Pero la mera expectativa de fracaso gubernamental, la posibilidad de derrota electoral o de triunfo precario en 1986 es un factor que será -es ya- utilizado para dirimir conflictos de poder en el seno del PSOE. Ello puede adoptar, no obstante, muy diferentes talantes. Puede prestar carácter decididamente político a los enfrentamientos internos, galvanizando la vida orgánica del partido, generando auténticas corrientes y tendencias, diáfanamente manifestadas, factores a los que hay que atribuir mayor fecundidad política que a eventuales cambios en la cúpula del PSOE. También es previsible que aquella amenaza suscite contingencias negativas. El horizonte electoral de 1986, que tan radiante se imaginaba el otro día de la victoria de 1982 y que tan tormentoso se supone hoy, puede provocar una polarización, más o menos acentuada, entre el partido y su gobierno, que hasta ahora había sido denodadamente evitada. Las luminosas tinieblas exteriores pueden imponer una "regeneración" al PSOE que no han logrado las oscuras clarividencias internas.


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El primer test de importancia sobre el rumbo que seguirá el PSOE en los últimos años de legislatura y más allá de ellos serán los resultados del Congreso de fines de 1984. La importancia que ese congreso tendrá para el propio PSOE y para la política española de los años cercanos -cualquiera que sea su sentido y su desenlace- impone hacer pronósticos. Pero estos son de aventurada formulación, a causa de las propias características del partido. Los congresos comienzan mucho antes de su sesión inaugural. Concluyen incluso a veces antes de ella. En un partido de corrientes y tendencias netas los vaticinios tienen mayores posibilidades de acierto que lo pueden tener en el caso del PSOE, en el que los enfrentamientos, entendimientos, rupturas, reconciliaciones y pactos entre personalidades tendrán verosímilmente mayor poder determinante en su congreso que la dialéctica entre tendencias, corrientes y sensibilidades, hoy más virtuales que manifiestas. Siempre hubo más congresos continuistas y evasivos que congresos fundadores e innovadores.

Es precipitado suponer, pues, que el Congreso vaya a ser algo más que una válvula de escape de malos humores o desenlace de fricciones que, con un saldo más o menos considerable de víctimas, ratifique -con retoques de fachada y cúpula- lo esencial de la situación actual. La relación de fuerzas que un observador exterior puede intuir más que establecer en este momento no permite excluir que el Congreso sea triunfalista. Su corolario sería entonces el acentuamiento de los aspectos que en estas notas han sido considerados negativos. La instrumentalización de la amenaza de fracaso electoral puede también permitir apretar las filas del PSOE en el congreso, generar o desarrollar el patriotismo de partido. Una mayor introversión y una mayor rigidez de su vida orgánica serían el corolario, objetivo que es presumible considerar como fundamental de la cúpula del PSOE. Con distinta apariencia, esos tres desenlaces tienen dos caracteres comunes: un fatalismo profundo por parte de las "bases" del PSOE; la perpetuación del dominio sobre el partido de la actual cúpula. Un congreso válvula de escape, o un congreso triunfalista, o un congreso "patriótico", o un congreso que amalgamara esos caracteres, son no sólo preferibles a un congreso-catarsis para la cúpula del PSOE: le son necesarios. Permitirían que conservara la libertad de acción, prácticamente absoluta, que es la suya hoy, en dos esferas en adelante esenciales y muy relacionadas entre sí: la política a seguir durante la segunda parte de la legislatura; las elecciones de 1986.


43

El Congreso no podrá evitar, no obstante, la asunción de una función "catártica", aun en escasa medida, aunque sea desvirtuada o aplastada. Al hacer el ineluctable balance de dos años de gobierno, o al señalar las líneas de la política gubernamental a seguir en los dos últimos años de legislatura, el "instinto de conservación" del partido -la aspiración a futuros más lejanos- puede imponer la conciencia de que el congreso lleva en sí, explícita o tácitamente, pero con carácter intransferible, no sólo la reconducción de la victoria de 1982 o el afrontamiento de una eventual derrota electoral, sino mucho más allá de ello el futuro del PSOE, su incidencia a largo término sobre la evolución de la sociedad española en la esfera de "lo político". Básicamente, se trata de una perspectiva única: escapar al continuismo pragmático de la política impuesta por la cúpula del partido, dejar de verse reducido a simple instrumento de poder, a instrumento electoral, a sigla legitimadora. El "instinto de conservación" puede suscitar la conciencia de la necesidad de refundir el partido, tanto en su anatomía como en su fisiología, que implica más que un cambio de programa, que un cambio de cúpula. Engloba las relaciones con su propio gobierno, con el resto de las fuerzas políticas españolas y con en cuerpo electoral. Entraña qué objetivos debe proponerse el PSOE en 1986 y en la legislatura 1986-1990, qué posibilidades de alcanzarlos tiene y qué métodos se imponen para ello.

Supuesto y consecuencia de esa toma de conciencia es el cambio de la escala de valores del partido: admitir la primacía de "lo político" sobre "la política", sólo posible si "lo realista" está sometido a un concepto explícito del "modelo de sociedad" -para emplear otro detestable término de la jerga política española- a que en tanto que partido político aspira el PSOE, y que no traducen las vagas expresiones programáticas tradicionales -impugnadas además por el vértice del partido- ni las no menos vagas pero ahora en uso: "sociedad del bienestar", "progreso social", "sociedad democrática"...; es decir, someter "lo pragmático" a "lo ideológico", para llamar a las cosas por su nombre. Imponer la primacía del conjunto del partido sobre los grupos de poder a los que hoy sirve de terreno abonado. Erigirse en la práctica en lo que sólo una vaga teoría le otorga: ser instancia superior a sus propios gobiernos monocolores, ejercer la "potencia tribunicia" a que se aludía en el punto 14, y canalizar entre dos consultas electorales las aspiraciones de los votantes. Ello exigiría la neta separación entre la dirección del partido y el gobierno. Esta aspiración ha debido manifestarse ya con algún ímpetu, pues de ella se ha hecho eco la cúpula del partido, pero no hay prueba de que haya admitido su necesidad: el titular de El País (23-VII-1984), es bastante elocuente: "La próxima ejecutiva del PSOE tratará de reforzar la autonomía del partido frente al gobierno" (los subrayados son míos).


44

Al congreso pueden concurrir -a pesar de los tamices protocolarios, orgánicos y estatutarios que a ello se oponen- tesis globales "alternativas"-, formuladas documentalmente o al socaire de las discusiones, apoyadas por un número apreciable de delegaciones y defendidas con vigor. Su eficacia en el marco del congreso -posibili-dad de adopción o de ser tenidas en cuenta en forma que no desfigure totalmente su sentido- dependerá, más que del número de las delegaciones que las apoyen, del vínculo que una entre sí a sus partidarios: político-ideológico, de liderazgo personal, de carácter nacional o regional, etc. Hay que conceder a este dato la importancia que tiene.

Las "alternativas" de tino "ideológico" pueden ser aniquiladas en polémicas alrededor de conceptos de escasa significación simbólica (socialismo, obrero ...) y de todavía menor eficacia política. Como se vio en otros congresos.

Las reivindicaciones regionales -o nacionales-, tanto si se limitan a la función, a las atribuciones nacionales, regionales o provinciales de las secciones del partido en el propio PSOE -luego de la autonomía en su seno-, como las que traduzcan explícita o implícitamente aspiraciones de las Autonomías en que se implantan tales secciones (o partidos), como las que englobasen unas y otras -sobre la imposibilidad de desglosarlas se ha tratado en los puntos 25 a 28-, son susceptibles de poseer una entidad muy superior a las reivindicaciones o "alternativas" de carácter "político-ideológico", a las manifestaciones de liderazgo frustrado, encerrar mayor peligrosidad para el concepto de unidad del PSOE que manifiesta su cúpula; es decir, mayor peligrosidad para el dominio de aquél por ésta. El número de El País citado en el punto 42 deja traslucir que la cúpula del PSOE es sensible a las virtualidades de la confluencia sección PSOE-Autonomía (o PSC-Autonomía) que le serían desfavorables. El refuerzo de la Ejecutiva -explícitamente de cara al congreso- con supersecretarías confiadas a miembros de la cúpula procedentes de las regiones autonómicas (potenciales "líderes"), hay que entenderlo como reforzamiento de la cúpula del PSOE y debilitamiento de la capacidad militante de respuesta de aquéllas; es decir, como manifestación del centralismo caro al PSOE contra el virus centrífugo que en sus secciones ha inoculado el Estado de las Autonomías. Sobre las consecuencias de la "razonable" frustración de tales reivindicaciones en el Congreso del PSOE, se remite a los puntos 25 a 29.


45

La cúpula/gobierno de Felipe González puede comparecer ante el Congreso del PSOE con un "pacto social" en el bolsillo para el segundo bienio de la legislatura, suscrito por las organizaciones patronales y obreras representativas, cuyos límites rechazarían como materia de discusión muchos de los puntos conflictivos del congreso, suputables hoy. Por sí solo, el "pacto social" -hoy objetivo primordial del gobierno de Felipe González, de la UGT, de la CEOE y -hay que decirlo-, en ciertos límites de participación y complicidad, de las CC.OO./PCE, podría aniquilar las reducidas esperanzas que cabe abrigar de que el congreso del PSOE sea un congreso-catarsis y se desarrolle como se ha expuesto en la nota 41.


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Como otras consideraciones, desarrolladas en puntos anteriores, lo expuesto en los puntos 41 a 43 sobre el próximo congreso del PSOE puede ser calificado de no-realista (utópico). Puede serlo en cierta manera, pues se trata de dinamismos e inercias que pueden resolverse de maneras y en tiempos diferentes, en el contexto de la sociedad política española, cuyos factores más determinantes son, sin duda, los siguientes: el bipartidismo de hecho a nivel del Estado centralizado y centralista español, a su vez Estado de las Autonomías; la disparidad fundamental entre los sistemas de partidos políticos de las naciones catalana y vasca, por un lado, y por otro el del resto del Estado español (incluido el de la nación gallega); la inmadurez del electorado español, el malestar generalizado en su seno, el sentimiento de la opinión pública no tanto del fracaso del gobierno de Felipe González como del incumplimiento premeditado de los puntos fundamentales de la campaña electoral que lo llevó a la victoria, y la incertidumbre sobre los resultados electorales de 1986; los caracteres de la "clase política" y la debilidad de la oposición política al gobierno de Felipe González; el precario desarrollo de los caracteres de partido del PSOE, el "apoliticismo" pragmático de su cúpula, el dominio absoluto de aquél por ésta, y la confusión de esa cúpula con el gobierno del Estado, y el malestar que esas circunstancias engendran en el PSOE.

Todas esas líneas confluyen en el PSOE, en un partido cuya convergencia conflictiva en él, podrían convertirlo en un partido fundamentalmente diferente, no en un partido "irreal", "irrealista" (utópico), sino en un partido posible, pues en gran medida las inducciones inevitables del discurso de estas notas corresponden a la imagen que de sí quiere, y no logra, dar el propio PSOE.

Los partidos poseen un dinamismo, unos determinismos que les son propios, cuya influencia es fundamental en su desarrollo. Pero, en alguna medida, son también lo que quieren realmente los hombres que lo componen, como lo prueba el PSOE de hoy y su casi perfecta identidad con lo que quisieron que fuera sus "fundadores". Los partidos son también en alguna medida lo que sus componentes -o simplemente su dirección- pretenden que son, pretenden que sean, aunque quieran lo contrario. Las voliciones, con harta frecuencia contrapuestas, incompatibles entre sí, de los miembros o de los grupos de miembros de un partido son despejadas por la jerarquización, la prioridad o el grado de materialidad de aquellas voliciones. Y, en esta esfera, algunas de las líneas del PSOE que en estas notas han sido supuestas pueden ser no-realistas (utópicas). Pero ello daría más consistencia a otras líneas de evolución de la sociedad política española. También han sido señaladas aquí.

Cabe recordar aquí que los efectos negativos sobre los partidos políticos de su acción gubernamental -monocolor o coaligada- han sido con frecuencia desastrosos, poco menos que letales. El PSOE de Pablo Iglesias salió bastante debilitado por los éxitos de su participación gubernamental durante el bienio rojo (1931-1933). De su experiencia gubernamental durante la guerra civil -no se alude aquí al hundimiento de la II República- salió en estado de coma, del que nunca se repuso del todo, por razones que sólo en escasa medida eran imputables al desenlace de la guerra. Pero en contextos con mayor grado de similitud con el contexto político español, actual y razonablemente previsible, cabe citar el ejemplo de la SFIO (el entonces partido socialdemócrata francés), que salió de sus experiencias gubernamentales bajo la III y IV Repúblicas francesas en un estado de decrepitud política y, sobre todo, orgánica, que le impuso varios lustros de hibernación y el cambio de siglas: vale tanto decir que tuvo que hacerse de nuevo (mejor, indiscutiblemente, que el nuevo PSOE). Los efectos negativos sobre el PSI partido de 30 años de política del PSI están lejos de haber sido superados. Otros ejemplos serían positivos: los de los partidos socialdemócratas europeos, cuya práctica política, no necesariamente uniforme, fue distinta de los citados.


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En circunstancias de atonía política acentuada -atonía constatable en España cotidianamente, más allá de superficiales manifestaciones que pueden inducir a engaño- los vaticinios políticos son todavía más temerarios que cuando las voluntades políticas -las profundas y las superficiales- hallan su expresión, su canalización en vías claras, susceptibles de ser analizadas "lógicamente", con la lógica del propio sistema en que fluyen. En la esfera política, apatía es sinónimo de opacidad. Y los procesos políticos opacos se han resuelto con mucha frecuencia de manera "perversa". La lista de ejemplos históricos cercanos sería larguísima.


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Lo que un partidario o simpatizante del PSOE pueda ver de positivo en el "partido posible" que, en cierta medida e inevitablemente, se esboza en estas notas no es producto de una esperanzada voluntad del autor de que así sea. Entre los diversos caminos que en estas notas se suputan que puede adoptar el PSOE, el autor es proclive a creer en la adopción más probable de aquel o aquellos de los caminos que el partidario o simpatizante insatisfecho del PSOE podría considerar como más negativos o enteramente negativos. Pero el destino que tenían estas notas imponían al autor la función de "abogado del diablo". Por ello, estas notas excesivamente prolijas y sumariamente elaboradas -obligadamente anónimas más allá de ti misma- sólo pueden permitirse estas conclusiones:

En 1982, la cúpula del PSOE recibió del electorado español un cheque en blanco a cambio de un talón sin provisión. Logrado en el contexto expuesto, el triunfo electoral en 1986 equivaldría a dar al nuevo -o viejo- gobierno del PSOE un nuevo cheque en blanco. El efecto más pernicioso de ese desenlace sería el retraso del proceso de maduración del partido.

La derrota electoral, tras el paso por el gobierno, dejará al PSOE en deplorable situación táctica, estratégica y logística, de puertas afuera; de puertas adentro, postrado en el marasmo de los arreglos de cuentas que la inquisición de responsabilidades hará posibles. Imposibilitado, pues, para la práctica de una oposición serena, sin amargura, sin frustraciones subjetivas, sin revanchismo. ¿Cómo no evocar aquí el bienio 1934-1935?


(1) Alude a Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz y su controversia sobre la historia de España - MB

(2) En el Congreso de Suresne (Francia) en 1974 Felipe González desbancó a Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE en el exilio - MB

(3) Junta Democrática de España, apadrinada por Santiago Carrillo (PCE) y Rafael Calvo Serer (Opus Dei) y la Plataforma de Convergencia Democrática del PSOE y sus afines, que fusionarán en la Coordinación Democrática, llamada Platajunta, en los años 1974/75 - MB

(4) Roberto Michels, sociólogo y economista italiano, 1876-1936 - MB

(5) E. J. Sieyès, hombre político francés que contribuyó a que Francia se dividiera en 83 departamentos administrativos en la Constitución francesa de 1791 - MB

(6) León Blum, Olaf Palme y Bruno Kreisky, respectivamente secretarios generales en un tiempo de los partidos socialistas de Francia, Suecia y Austria y además cada uno jefe de gobierno

(7) En la Asamblea constituyente francesa de 1791, los Girondins eran los contestatarios, el Marais los aristócratas iluministas y la Montagne los jacobinos