Estudio sobre el empleo del seudónimo por la editorial Ruedo ibérico (1)

Aránzazu Sarría Buil, Bordeaux
En su ensayo sobre la categoría del exilio José Luis Abellán establece una diferencia de carácter complementario entre la diáspora republicana del 39 llegada a América y la que permaneció en Francia. Su interés por considerar el carácter global del fenómeno le lleva a atribuir funciones distintas aunque indisociables al recorrido vivencial de los exiliados experimentado en ambos destinos geográficos: mientras que el de América, y más precisamente el de México es calificado de « cabeza del exilio » por la conciencia intelectual que encarna, el de Francia lo es de « corazón » del mismo por representar la resistencia y la moral de combate (2). Tal recurso a la personificación dota al complejo proceso del exilio de una identidad dislocada cuyo desarraigo no hará sino acentuarse con el distanciamiento y el paso del tiempo. Así, mientras la hospitalidad mexicana permitirá la creación de neologismos como el de « transterrado » (3), que responde a la necesidad de calificar una nueva identidad construida lejos de España, en el exilio francés el peso del componente político hará que el sentimiento de persecución, presente en la construcción identitaria del exiliado, perviva de manera intemporal.
Con la creación de la editorial Ruedo ibérico en el París de principios de los años sesenta la cuestión de la identidad del exilio es planteada de nuevo pero esta vez para salir de la dicotomía que había caracterizado su trayectoria desde 1939, esto es, incorporando en esa búsqueda hasta entonces infructuosa de la unidad política el componente de la resistencia interior. A lo largo de las páginas publicadas, la oposición antifranquista se convierte en territorio en constante exploración que sobrepasa los límites fronterizos para crear un espacio común de resistencia y de lucha. El análisis del uso del seudónimo en la firma de las publicaciones de esta editorial abre una perspectiva en la que nos parece interesante indagar puesto que responde a la evolución ideológica que experimenta el equipo de redacción, al tiempo que sirve de caja de resonancia de la trayectoria del exilio político.
En este trabajo veremos las diferentes funciones que esta editorial otorga al uso frecuente del seudónimo y que nos parecen intrínsecas al complejo, y en modo alguno unánime, proceso identitario experimentado por el exiliado y de manera extensiva por los vencidos de 1939: la ocultación y enmascaramiento de la identidad individual como medio de protección frente a los aparatos censores y de control de la información del régimen franquista; la reivindicación de la identidad colectiva como recurso solidario para expresar la pertenencia a un frente opositor antifranquista; y finalmente, la adopción y cultivo del seudónimo en tanto que práctica de autor que más que ocultar resulta de un proceso de singularización y reafirmación política que se nutrirá de la reflexión en torno al pensamiento anarquista.
Entre el exilio y el interior: alteraciones del nombre en tiempos de censura
Cuando Ruedo ibérico inicia su andadura editorial en París en 1961 las firmas de sus primeras publicaciones tienen consonancias anglosajonas. Hugh Thomas, Gerald Brenan o Herbert R. Southworth son los autores de los estudios pioneros dedicados a la guerra civil por lo que habrá que esperar a 1963, fecha de la edición del volumen colectivo España Hoy, para ver aparecer las primeras firmas de colaboradores españoles. En este libro, y como consecuencia de la procedencia y lugar de residencia de sus autores, ya aparecen las primeras alteraciones vinculadas a la nominación como la inclusión del anonimato, la preferencia por formulaciones vagas tendentes a difuminar la identidad del autor del estilo « Testimonio de un estudiante detenido » o « Carta de un testigo » (4), la reducción del nombre de pila y del patronímico a sus iniciales (5), y evidentemente el uso del seudónimo (6). Este recurso editorial fue utilizado puntualmente en las diferentes colecciones y se hará moneda corriente en la publicación periódica que la editorial albergó entre 1965 y 1982, Cuadernos de Ruedo ibérico, pudiéndose contabilizar más de ochenta a lo largo de su trayectoria. Esta diversidad de anomalías relativas al tratamiento onomástico y la abundancia de nombres inventados para la ocasión que de ellas se deriva, exige algunas reflexiones.
En primer lugar cabe señalar que a lo largo de estos quince años se observa una preferencia del uso del seudónimo en detrimento del anonimato debido probablemente al peso implícito que la posesión de un nombre ejerce en profesiones y actividades que precisan el favor del público. Privar un texto de firma implica el rechazo, por voluntad o imposibilidad, a asumir la responsabilidad del acto de escritura por lo que resulta una manera de proceder que puede tener una razón de ser en un momento concreto y en un contexto preciso pero que pierde legitimidad y hasta la invalida cuando el uso de la anonimia se hace frecuente, durante períodos de tiempo más largos y en publicaciones con pretensiones de aparición periódica.
En esos primeros años de la década de los sesenta el seudónimo en Francia era ignorado por la ley por ello es la jurisprudencia la que le va a ir concediendo un verdadero estatuto jurídico (7). La disimulación de la verdadera identidad a través del empleo del seudónimo estaba permitida y era aceptada sobre todo en el ámbito literario y artístico. En el contexto galo como en cualquier otro estado de derecho la adopción de un seudónimo no pretende sustituir el nombre de familia del que recurre a él sino que busca disimular un ámbito determinado de la identidad, de ahí que se pueda afirmar que detenta una función protectora. A diferencia del nombre patronímico que englobaría las diferentes esferas de la personalidad de su titular, el seudónimo actúa en favor de un desdoblamiento para permitir el desarrollo o el ejercicio de una actividad precisa. Sin embargo, y aunque no podamos obviarlo en la medida en que la empresa está constituida y registrada en Francia, no era ni en la legalidad francesa ni en el público francés donde se encontraba el punto de mira del director de la editorial que nos ocupa en este estudio, sino el lector español, principal destinatario de las publicaciones sobre la realidad del régimen franquista que pretendían aunar el valor informativo con el del despertar de una conciencia política. De ahí que podamos destacar dos especificidades propias al uso que esta editorial creada en el exilio hace del seudónimo: la ausencia del componente de voluntad que impera en la elección del mismo y, como consecuencia, la negación del carácter individual que en principio lo caracteriza.
La primera característica propia a Ruedo ibérico en su recurso a la seudonomía es que no responde a una supuesta voluntad de los colaboradores de forjarse una personalidad artística o literaria que fuera más allá del nombre de familia, que pudiera resultar difícil de aceptar o simplemente que fuera impuesto en el respeto del principio de la filiación. Dicho recurso no es sino un medio de precaución cuyo empleo pone de relieve lo que precisamente quiere ocultar: la residencia española de buena parte de los colaboradores. En la década de los sesenta la asociación del nombre propio al acto de firmar un texto de contenido político conllevaba indudablemente el riesgo de represalias por parte de las autoridades franquistas. A través de la firma la identidad se hace pública por lo que un nombre de prestado permite deslindar al autor del pensamiento contenido en su escritura, dejando así la cuestión identitaria en un plano secundario, al servicio de la idea que el texto desea vehicular. Se trata de un proceso de desposesión que no surge ni es exclusivo de la práctica editorial de esa década de los sesenta, sino que se remonta a los primeros años de la posguerra en los que la necesidad de cambiar de nombre, de lugar de residencia o de trabajo formaba parte de la cotidianidad de los vencidos del interior, convirtiendo la renuncia a la propia identidad en la única protección posible frente al ejercicio de un poder coercitivo y represor. La labor de reflexión, de creación de opinión, de denuncia o de reivindicación, cuya práctica en libertad había quedado reservada al feudo del exilio, encuentra en el seudónimo una posibilidad de acceder a la palabra y de garantizar su difusión, oportunidad inestimable para aquellos intelectuales, escritores o activistas políticos vencidos que habían permanecido en el país de los vencedores, en el caso de la generación que vivió la guerra civil, o que se habían ido forjando en el interior, para los más jóvenes.
De esta realidad se deriva la segunda especificidad a la que hacíamos referencia y que introduce un aspecto antitético a la noción del seudónimo pues cuestiona el carácter individual del mismo. La búsqueda de singularidad que la adopción de un nuevo nombre representa en sí misma queda, en el caso de RI, hipotecada debido por una parte, a la sustitución del factor de la voluntad por el de la necesidad –prueba de ello es que buena parte de los seudónimos fueron creados por el propio editor y no por los autores– y, por otra, al talante que adquiere el valor protector del seudónimo, no ya exclusivamente de un ámbito de la personalidad del autor frente a la representada por el nombre patronímico ante la sociedad, sino de su integridad física y moral frente a la aplicación de un poder dictatorial. Así pues, a diferencia de la opción del anonimato que evacúa la cuestión identitaria y frente a la práctica de la autocensura, artificio que no desdeña la verdadera identidad del individuo, el uso de un nombre de prestado inaugura una tensión entre el autor y el nombre creado para designarlo marcada por la absoluta necesidad, sin que ello siente sistemáticamente las bases para la construcción de una nueva identidad. Es decir que en el marco de la editorial que nos ocupa la nominación no implicaría el inicio de un proceso de desdoblamiento, es más quedaría descartada la intención de los colaboradores de forjar una carrera profesional bajo la nueva apelación puesto que la finalidad del seudónimo no era la de crear una doble identidad, sino más bien la de representar mediante la ocultación o el enmascaramiento un acto de renuncia, al dejar de asociar la verdadera identidad de un nombre hecho público al ejercicio de una escritura política. En cierto modo y porque supone el intento de proteger a la persona y no sólo la identidad que revela el nombre patronímico, este recurso está desprovisto en la mayoría de los casos de toda intención estilística. Ninguna pretensión de llamar la atención ni de alcanzar la celebridad se desprendería de esta opción consistente en crear nuevos nombres lo que explicaría la escasa presencia de nombres de pluma en el seno de la editorial.
En este sentido convendría matizar la dimensión que ha alcanzado la elección del nombre en el caso específico de Jorge Semprún, agerrido militante antifranquista cuyo proceso de escritura entremezclado a su construcción identitaria en los ámbitos político y literario ha gozado del artificio que supone el uso del seudónimo (8). Si bien la creación de la revista resulta indisociable a su colaboración con la editorial parisina, puesto que es uno de los autores junto a José Martínez de la presentación del primer número de Cuadernos de Ruedo ibérico, y pese a haber alternado en sus páginas la firma de su nombre patronímico con el uso del seudónimo, esta publicación no ha constituido el marco de ningún juego identitario o estilístico por parte del autor, experiencia que quedará reservada a su producción literaria. De la misma manera, quizás habría que excluir de estas consideraciones algún nombre que podemos considerar como artístico y que fue adoptado principalmente por colaboradores gráficos o vinculados al mundo del dibujo como es el caso de Ges para José María Górriz, artista próximo a la vanguardia del grupo El Paso. Ambos contraejemplos pueden ser considerados como un reflejo más de la poliédrica realidad que caracteriza al exilio.
Las especificidades señaladas anteriormente entroncan inevitablemente con la cuestión de las causas, múltiples y variadas, que pueden llevar a la adopción de un seudónimo. Las que explican la utilización del mismo por la editorial Ruedo ibérico están incluidas en un primer intento taxonómico que se remonta al siglo XVII y que debemos al erudito francés Adrien Baillet (1649-1709) (9). Pasiones, virtudes y vicios, como no podía ser de otra manera en el pensamiento de un teólogo dedicado al estudio del dogma, constituyen una enumeración de causas que merece ser retomada: el amor a la antigüedad profana, la prudencia para alcanzar los fines buscados, el temor a adversarios y autoridades, la vergüenza de publicar algo indigno, la intención de conocer las reacciones del público ante la novedad, el capricho de esconder sus orígenes, el deseo de desembarazarse de un aspecto poco agradable de su propio nombre, pero también la modestia, la piedad, la impostura, la vanidad, la maledicencia, la impiedad y el impulso visceral (10). Estas catorce razones para cambiar de nombre contienen una lógica jerarquizada que responde a una serie de valores de la época tendentes a elogiar o condenar el recurso a esconder el nombre propio en el respeto de unos principios cristianos que renegaban de la necesidad de crear en el sujeto una escisión entre identidad y representación del yo. De los catorce señalados, es el tercer motivo –precisamente al que podría acogerse la editorial exiliada– el que suscita mayor tolerancia en Baillet en la medida en que frente a una visión global más bien negativa de la seudonomía, que asociaría la máscara a una noción de placer ajena a un comportamiento virtuoso y, por ende, condenable, la existencia del peligro es aquí interpretada como una amenaza a la verdadera identidad ya que ésta quedaría enmascarada bajo los efectos del riesgo y sólo liberada gracias a las cualidades de prudencia y esperanza que encierra el uso del seudónimo (11). Este constituiría una especie de mal que albergaría así potencialmente una virtud, la hipótesis de un bien. Volveremos a ello más adelante cuando nos detengamos en las condiciones que asociaron la noción de riesgo a la colaboración en Ruedo ibérico.
Finalmente, una última reflexión nos llevaría a precisar los dos niveles que interfieren en este tránsito hacia la ocultación o enmascaramiento de la identidad protagonizado por la editorial. Por un lado, el de la recepción, esto es, el público destinatario de las publicaciones en general y en el que quedan incluidas las instancias de las autoridades del Estado dictatorial, inhibidor de la información, para las que el empleo del seudónimo sería equivalente a la creación de una falsa identidad. La existencia de la censura y de los controles del Ministerio de Información y Turismo se convierte pues en la principal causa de la necesidad de recurrir a la alteración del nombre. Por otro lado, el de la esfera más próxima a la editorial Ruedo ibérico para la que el seudónimo, entendido como mecanismo de camuflaje, no es sino la concepción de un lenguaje propio, de uso y conocimiento muy restringido, y portador de una dimensión política. El acceso a la palabra queda así condicionado a la capacidad de protección que concede la invención de un nuevo nombre mientras que el acceso a la identidad de quien queda escondido tras dicho nombre permanece reservado a unos pocos, discretos garantes sin falla de la confidencialidad de tal información: el director de la editorial conocedor de la autoría de los trabajos presentados; el propio autor, aunque no sistemáticamente; y quizá algún miembro del consejo de redacción o colaborador próximo. La existencia de ese lenguaje implicaría la adopción de códigos que al tiempo que sirven para esconder ante unos, desvelan para otros. Se pone así de manifiesto un efecto del carácter dialéctico del discurso de la censura que ya señalara Hans-Jörg Neuschäfer para los ámbitos literario y cinematográfico, y que podemos transponer al asunto de la nominación (12). La contradicción que se instala entre ocultación por un lado y revelación por otro abre la vía para la puesta en práctica de una serie de mecanismos de camuflaje de la identidad que vamos a intentar descrifrar y comprender.
Ocultación y enmascaramiento de la identidad: a la búsqueda de una tipología en el uso del seudónimo
Adentrarse en el universo de las firmas utilizadas en Ruedo ibérico resulta revelador y permite intentar un esbozo de tipología a partir de los criterios de invención utilizados para la concepción de estos nuevos nombres (13).
En el primer tipo de seudónimos quedarían incluidos aquellos que mejor reflejan ese delicado equilibrio entre la búsqueda de una ocultación identitaria ante el régimen y la necesidad de que el autor fuera reconocido en el marco de una esfera restringida al más estrecho círculo de la editorial. Dicho equilibrio pasa por la invención de una firma capaz de mantener algún vínculo de veracidad con el autor pues si el empleo del seudónimo pretendía proteger a los colaboradores residentes en el interior, la elección del mismo –realizada por el director de la editorial, José Martínez en muchos casos– se inspiró en elementos de la propia realidad que podían tener en cuenta el origen o la implantación geográfica de los autores, algún rasgo de la personalidad de los mismos, un determinado componente de la verdadera patronimia o simplemente el contenido temático de los trabajos presentados. Así, y siempre en un intento de envolverlos en un halo de banalidad, los orígenes regionales (catalanes, vascos, gallegos o asturianos) de los colaboradores son privilegiados a la hora de concebir la nueva identidad: topónimos y nombres propios de accidentes naturales, ríos, montañas, se suceden a nombres propios cuya consonancia y evocación remite indudablemente a un espacio geográfico identificado y del que el autor es oriundo (14). Podemos señalar algunos ejemplos como el del miembro del PSUC y futuro crítico de arte catalán Francesc Vicens cuyos trabajos aparecerán firmados bajo el nombre de Joan Roig mientras el también socialista Pasqual Maragall lo hará como Raúl Torras; el periodista cántabro residente en Bilbao, Luciano Rincón será, entre otros, Iñaki Goitia o Francisco Lasa; y el vasco Francisco Letamendía será Kepa Salaberri para la firma de libros o Iker para la de los artículos de la revista; en cuanto a los asturianos Ignacio Quintana y Eduardo García Rico, sus firmas serán las de Ramón Bulnes y Luis del Nalón, respectivamente; por último, los trabajos del gallego Isaac Díaz-Pardo aparecerán bajo el nombre de Santiago Fernández (15). Por su parte, el caso ilustrativo de la incidencia de los rasgos de la personalidad a la hora de la atribución del seudónimo queda reflejado en la elección del que será futuro editor de Diario 16, Juan Tomás de Sala, bautizado en las páginas de Ruedo ibérico como Angel Gustalavida, nombre que alternó con el suyo propio en la firma de textos de contenido literario (16).
A lo largo de esta pasarela que el seudónimo construye para unir invención y realidad, encontramos también numerosos casos caracterizados por la incorporación de una cierta opacidad en torno a los nombres reales, como si de la elaboración de un código se tratase. Este mecanismo consiste en el respeto de las iniciales o el mantenimiento de homónimos principalmente del nombre de pila, pero también del apellido, en caso de tratarse de alguno común o muy extendido. Así, entre los que mantuvieron las iniciales de su verdadera identidad destacan el economista José Manuel Naredo que se convertirá en Juan Naranco, el sociólogo Manuel Castells, convertido en Miguel Cervera, y el propio José Martínez que junto a Alfonso Colodrón, uno de sus más próximos colaboradores, firmará un trabajo a cuatro manos con el audaz nombre de Marcel Alès. En lo que concierne a homónimos, la firma del profesor, ensayista y poeta Francisco Carrasquer pasará a ser la de Francisco Albal, el periodista Pedro Altares será Pedro Alvarez, el futuro crítico de cine Angel Fernández-Santos se convertirá en Angel Bernal, el economista Juan Muñoz García firmará como J.A.M. García, M. García o Martín García, Vicent Ventura, uno de los fundadores del Partido Socialista del País Valenciano será Vicente Juan y los textos de Antonio Linares aparecerán bajo el nombre de Antonio Vargas (17). En estas idas y venidas entre los nombres de pila es interesante destacar el caso del creador del Frente de Liberación Popular (FLP) pues alternará su verdadero nombre, Julio Cerón, con el de Julius que si, por un lado se encarga de enmascarar la identidad, por otro la confirma pues pensamos que hay en él una cierta alusión al glorioso pasado romano del municipio de Alhama de Murcia, lugar desde el que mantenía su relación con Ruedo ibérico, pero sobre todo, destino del destierro impuesto por las autoridades franquistas tras el indulto de una parte de la pena de prisión a la que había sido condenado por su participación en la Jornada de Huelga Nacional Pacífica organizada en 1959 por el Partido Comunista Español (18).
Para finalizar siguiendo esta línea que nos lleva a encontrar rastros de veracidad tras el ocultamiento del nombre debemos incluir otro de los criterios que merecen ser señalados a la hora de explicar cómo se iban perfilando las nuevas denominaciones. Esta vez el enganche con la realidad es independiente de la onomástica del autor dado que va a centrarse en el discurso que éste quiere transmitir. El proceso de búsqueda del seudónimo oscila entre un prurito pedagógico y quizás un toque de humor ya que los nombres aluden al contenido de los trabajos publicados. Así, la especialidad temática desarrollada hace que los artículos del dúo compuesto por los economistas José Manuel Naredo y Juan Muñoz García, autores de colaboraciones centradas en la problemática del campo español y en la cuestión de la distribución de las riquezas de la tierra, aparezcan bajo la firma de Genaro Campos Ríos, nombre y apellidos que encuentran su arraigo en el mundo rural y que también aparecerán en alguna ocasión reducidos a las iniciales (19).
En definitiva, lejos de practicar el ejercicio de la doble identidad, Ruedo ibérico se encarga de poner en clave el nombre de sus colaboradores albergando una onomástica que podemos considerar « de paso », esto es, de una utilidad temporal delimitada, el tiempo de hacer llegar a un público las ideas defendidas. La firma queda así sometida a una especie de criptonimia que no consistiría en transponer las letras del nombre sino en introducir variaciones más o menos superficiales del homónimo, haciendo prevalecer otros rasgos de identificación por medio de las más diversas alusiones. Como si de un disfraz se tratara, la verdadera autoría de una parte importante del contenido de la publicación queda revestida de esos numerosos nombres ficticios encargados de enmascarar y proteger simultáneamente. Una mayoría de estas firmas corresponden a la primera época de CRI que se ha venido considerando como representativa de un « frentepopulismo cultural », término acuñado por el propio José Martínez y punta de lanza de la revista, consistente en el desarrollo de una política de contrainformación (20). El punto en común que comparten todos ellas es una marcada banalidad que debe ser interpretada en el marco de esa estrategia de camuflaje mediante la cual la verdadera identidad queda diluida en un frente ideológico que se está nutriendo de jóvenes vinculados al FLP y que va a protagonizar el nuevo episodio de la resistencia del interior.
La frecuente utilización del recurso al enmascaramiento de la identidad nos obliga a reconsiderar el papel desempeñado por la editorial Ruedo ibérico en esa labor de oposición y a vislumbrar la existencia de un espacio de intersección entre el exilio y el interior que pasa por la reivindicación de una conciencia antifranquista y por el deseo compartido de participar en una lucha entendida como prolegómeno de un necesario cambio político. La proliferación de firmas que se dan cita en los primeros años de la revista corre paralela a la multitud de recorridos personales que caracteriza la experiencia vital del opositor, sea la del exiliado de la primera tanda o la del resistente en el interior desde la primera hora, sea la de los voluntarios al exilio de la segunda generación o la de los antifranquistas en clandestinidad que sortearán dentro de las fronteras las políticas represivas desplegadas por el régimen.
En el intento de clasificación iniciado unas líneas antes, el segundo tipo de seudónimos respondería a aquellos que resultan de una mayor participación del autor en la elección de su nombre, queriendo resaltar a través de él un posicionamiento político. Dos casos interesantes nos adentran en la cuestión de la filiación pues suponen la adopción de apellidos pertenecientes a algún ancestro del autor: el periodista y escritor Eduardo García-Rico firmará en alguna ocasión como Juan Relayo (21), segundo apellido de su bisabuela por parte materna, Emilia García Relayo (22) ; por su parte, el propio director de Ruedo ibérico decidirá firmar sus escritos como Felipe Orero (23), nombre y apellido de un tío materno de ideología anarquista cuyo vínculo parentesco y político mantendrá reservado en una estricta confidencialidad como veremos más adelante. Sin duda, en ambas decisiones trasluce el deseo de rendir un homenaje a familiares que habían sido fusilados por motivos políticos. En el caso de García-Rico, varios tíos abuelos, hijos de Emilia García Relayo habían sido fusilados en 1937 en la prisión gijonesa de El Coto por su pertenencia al ejército de la República, mientras que Felipe Guerricabeitia Orero, hermano de la madre del director de Ruedo ibérico había sido fusilado en Villar del Arzobispo (Valencia) en 1939 como tantos otros maestros de primera enseñanza. Se trata de dos casos en los que el recurso a la biografía debe ser entendido como una elección política: al tiempo que reivindica una filiación supone la recuperación de una memoria silenciada. Haciendo resurgir el nombre de un familiar difunto, y concediéndole el lugar de quien expresa y firma un pensamiento en tiempos de censura y control de la información, se está luchando contra el olvido que la dictatura estaba inflingiendo a todos aquellos que habían dejado su vida del lado de los vencidos.
El caso del militante nacionalista vasco entonces en el exilio Francisco Letamendía puede también inscribirse en esta línea de defensa política pues si bien utilizará su propio nombre para la firma de libros, ya en los años setenta comienza a utilizar otras formas de expresar su enraizamiento a la tierra vasca: el seudónimo de Kepa Salaberri –compartido en alguna ocasión con el abogado vasco Miguel Castells–, el de Anchón Achalandabaso y los sobrenombres de Iker y Ortzi, renunciando así en algunos escritos a una identidad con nombre y apellido. Este último es el nombre de una divinidad celeste que forma parte de la mitología vasca y que presenta rasgos en común con el dios Thor de la mitología indoeuropea, o los dioses Zeus o Júpiter de las mitologías griega y romana, respectivamente. Como sustantivo puede tener una doble acepción, « cielo », « firmamento » o bien « tormenta » (24). La elección de ambos nombres responde a un deseo de arraigarse en la cultura y lengua vascas, deseo que queda inscrito en su recorrido personal, pautado por la defensa del derecho de autodeterminación del País Vasco, y en la participación política que le llevará a mantener contactos con los sectores más radicales del nacionalismo vasco como la VI Asamblea de ETA durante los últimos años de la dictadura hasta su elección como diputado por la coalición nacionalista de izquierdas Euskadiko Ezkerra (EE), en las elecciones generales de junio de 1977.
Siguiendo esta línea marcada por la elección personal y política debemos poner de relieve el caso de la escritora catalana Eva Forest cuya participación en Ruedo ibérico está revestida de un carácter excepcional por un doble motivo: primero porque fue una de las pocas mujeres que colaboró escribiendo en la editorial y, sobre todo, porque lo hizo además de con su nombre propio, a través de un seudónimo masculino, Julen Aguirre. Bajo esta firma se publicó en 1974, Operación Ogro : cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco, primera obra de la autora y quizás una de las que más dejó impregnado entre los lectores el talante antifranquista de la editorial. En la elección de este nombre se pone de manifiesto tanto la toma de conciencia de la escritora en la lucha por la emancipación de la mujer como su interés por la problemática vasca, temas que continuarán constituyendo la columna vertebral de su posterior trayectoria profesional como ensayista y colaboradora en prensa (25).
La opción de esta escritora plantea la cuestión del género en el proceso de creación o elección de seudónimos. De hecho, no podemos sino señalar la escasa presencia de firmas femeninas en el conjunto de las publicaciones de Ruedo ibérico y la reducción de seudónimos femeninos a uno solo, que resulta anecdótico, el de la entonces estudiante en Economía Política y Demografía, Anna Cabré que firmará un estudio sobre bilingüismo con el nombre de Anna Daurella (26). Quizás por ello resulte interesante destacar la elección que el periodista Pablo Lizcano y Carmen Gutiérrez hicieron del seudónimo Davira Formentor para la firma de textos sobre la protesta universitaria, pues se trata del único nombre elegido por su capacidad de encubrir la cuestión de género y de mantener la ambigüedad en torno a la identidad de los autores a los que debía proteger (27).
Por último y formando parte de los nombres que simbolizan una toma de decisión excepcional por parte del autor, queremos destacar dos casos: el del escritor francés Jean Becarud, el único extranjero que optó por adoptar un nombre de consonancia hispánica, Daniel Artigues, cuya firma fue alternada con la suya propia (28); y el de Miguel Castells, el abogado vasco presente en las audiencias del Consejo de Burgos, que realizó el proceso inverso, al utilizar el nombre francés de Pierre Celhay para enmascarar la autoría de un libro sobre los Consejos de guerra en España (29).
El conjunto de estos seudónimos constituye una categoría en la que la elección del nombre de préstamo hunde sus raíces en algún aspecto intrínseco a la experiencia del autor por lo que la nueva denominación queda impregnada de una determinada faceta de su personalidad, su pensamiento o su compromiso político. En el rescate de la memoria a través de la filiación, en el arriago a la lengua y cultura de origen, en la introducción de la cuestión de género así como en la opción de la lengua de pertenencia del seudónimo el autor busca protegerse al tiempo que revela algo íntimo de si mismo (30).
El tercer tipo de seudónimos lo hemos reservado a los casos en los que los valores de lo individual y lo colectivo quedan desvirtuados a través del uso del nuevo nombre. Por un lado, formarían parte de esta categoría los ejemplos de los colaboradores más prolíficos que, debido precisamente a la frecuencia con la que sus trabajos eran publicados, experimentan una suerte de explosión identitaria. El carácter individual de la autoría se despliega a través de varias identidades produciéndose una multiplicación de nombres que tienen como primera intención evitar cualquier posible reconstrucción de los vínculos existentes entre ellos consiguiendo una fragmentación del discurso político en autorías distintas como queriendo así paliar o cuando menos minimizar las consecuencias que un eventual reconocimiento por parte del poder franquista pudiera tener. Fueron varios los colaboradores que necesitaron esta protección múltiple.
El periodista Luciano Rincón fue probablemente el autor más prolífico de Ruedo ibérico tanto en las páginas de su revista como en las diferentes colecciones de la editorial. Además de su verdadero nombre, se pueden contar cinco invenciones identitarias diferentes empleadas para la firma de sus propios escritos o de textos que él mismo enviaba procedentes del universo ideológico del Frente de Liberación Popular del que era miembro activo: Iñaki Goitia, Francisco Lasa, Rafael Lozano, Raúl Martín y Luis Ramírez, al que le dedicaremos un apartado posteriormente (31).
Por su parte, el doctor en Ciencias Económicas José Manuel Naredo, uno de los pilares de la segunda época de la revista, se va a prodigar en las páginas de CRI con los nombres de Aulo Casamayor, Carlos Herrero, Juan Naranco, pero también de Genaro Campos Ríos junto al también economista Juan Muñoz García, y de Guillermo Sanz junto al asimismo especialista en economía y sociología agraria, Vicent Garcés (32). Quizás el más significativo de todos ellos sea el de Aulo Casamayor, probablemente porque se va a convertir en una especie de heterónimo, representando fielmente el proceso de apropiación que supone habitar un seudónimo capaz a su vez de modelar la trayectoria intelectual del autor (33). Se trata de un nombre buscado por el propio José Martínez con la misma finalidad de preservar la identidad del autor, pero que José Manuel Naredo irá haciendo suyo con el paso de los años, estableciendo un proceso calificado por él mismo de desdoblamiento, e incluso de escisión para finalmente terminar integrando ese nombre de prestado como prolongamiento y parte de su propia identidad, gracias a la reapropiación de su discurso político. Estamos ante diferentes episodios o fases de un trabajo de construcción intelectual a lo largo del cual el seudónimo acompaña, identifica y define, estableciendo una fértil y permanente red de interferencias con el nombre patronímico, hasta el punto de hacer innecesario su empleo (34).
Otros ejemplos de esta explosión identitaria, frecuentes sobre todo en la primera etapa de CRI, son los del sevillano Roberto Mesa, futuro catedrático de Relaciones Internacionales en la universidad Complutense de Madrid que firmará como Angel Arenal, Hilario Eslava, Sergio León y Máximo Ordoñez (35); del escritor Eduardo García Rico, que además de la alusión precedente a los seudónimos Luis del Nalón y Juan Relayo utilizó la firma de Juan Claridad (36) ; del entonces licenciado en ciencias políticas y estudiante de sociología en París, Francisco Javier Carrillo que será Ginés Marín, Gregorio Mieres, Horacio Nuño, o M.C. Vial (37) ; y del también entonces estudiante de sociología en la capital francesa, Manuel Castells que además del ya señalado Miguel Cervera, con quien compartía iniciales, firmará sus colaboraciones sobre el movimiento obrero como Jordi Blanc (38).
Entre estos mecanismos de seudonimia y heteronimia encaminados a la alteración y camuflaje del nombre, también tiene cabida la puesta en práctica del recurso inverso, es decir, el de nombrar lo colectivo con el fin de encerrar así en una única denominación una autoría plural. En realidad, no se trataba tanto de crear seudónimos colectivos sino de explorar denominaciones que pudieran englobar la reflexión o los textos aportados por uno o varios autores. El primero de ellos es utilizado en 1966 y bajo la denominación « Equipo de jóvenes economistas » se dan cita los trabajos de Juan Muñoz García, Arturo Cabello, Santiago Roldán y José Santamaría Pérez (39). En 1968, período de efervescencia en el seno de los grupos de oposición antifranquista, CRI publica un artículo bajo la autoría del « Grupo 450 », que esconde la firma de Julio Cerón Ayuso, quien en su « Invitación a emprender el trabajo organizado » prolonga su reflexión sobre la situación de la izquierda y ante la constatación de la ineficacia de los partidos como instrumentos de acción propone la vigencia de cauces de actuación revolucionarios e incita a una participación en organizaciones sindicales o políticas como condición para convertirse en miembro del nuevo grupo (40). Posteriormente y coincidiendo con la necesidad de redefinición ideológica de la revista en la denominada por ella misma « segunda época » (1975-1979), su consejo editorial centrado en la carismática figura de José Martínez introduce la noción de colectivos queriendo así dar paso a una nueva forma de funcionamiento que permitiese paliar las ya crónicas dificultades por las que había atravesado el consejo de redacción al tiempo que suponía una apuesta política que fuera más allá del antifranquismo imperante en las fuerzas de oposición para manifestarse en favor de una crítica antisistema y de una reflexión sobre la ideología y puesta en práctica del movimiento revolucionario (41).
Fruto de esta iniciativa son algunas colaboraciones muy puntuales bajo los nombres siguientes: « Colectivo 36 », constituido por Alfonso Colodrón, Juan Martínez Alier, José Martínez Guerricabeitia y Luis Peris Mencheta (42); « Colectivo 70 », que albergaba la firma de Luciano Rincón (43), o simplemente « Colectivo » (44); y « Colectivo Autonomía de Clase » o también denominado « Grupos de Afinidad Anarcosindicalista », que desde Barcelona estuvo formado por José Antonio Díaz, Santiago López Petit y Enrique Rodríguez (45). Se trata de intentos de redefinición de la revista y de construcción de una línea editorial, de participaciones que suponen un mayor presencia y afianzamiento de los colaboradores del interior: la idea « consiste en hacer converger hacia CRI grupos autónomos de trabajo –a la vez político e intelectual– inmersos en distintas zonas de la sociedad española » (46). Consecuencia de esta iniciativa, dos opciones quedaban planteadas: la de una publicación capaz de intervenir en las luchas concretas y asequible intelectual y estilísticamente a los obreros, defendida por los miembros del « Colectivo Autonomía de Clase »; y la de una publicación de corte intelectual constituida por monografías a cargo de especialistas, propuesta por el economista Juan Martínez Alier. A pesar de las buenas intenciones que acompañaban ambas propuestas, los intentos de definición política debieron hacer frente al voluntarismo y se saldaron con un estancamiento progresivo del funcionamiento interno de la revista hasta su definitiva desaparición en 1979.
Podemos considerar al conjunto de estos colaboradores como agentes de una seudonomía que más allá de ser entendida desde la necesidad de enmascarar o camuflar una identidad anclada en la resistencia del interior –aunque algunos de ellos estén residiendo temporalmente en Francia–, supone la apuesta por la construcción de un discurso político en detrimento de los valores identitarios inherentes al uso de un nombre. Pero además debemos inscribir la labor realizada desde la editorial Ruedo ibérico como un esfuerzo por superar la tradicional dicotomía entre exilio político y cultural, como un intento de acabar con la eterna escisión que había mermado las fuerzas de la oposición y, derivado de ello, como un rabioso deseo de actualizar los términos del debate político a partir de una reflexión cuyos cimientos debían reposar en la consideración de los cambios socioeconómicos que se estaban produciendo en el interior del país y que estaban llamados a transformar la dinámica de la sociedad española. Es innegable que en el ámbito intelectual los contactos entre los vencidos del exilio y del interior fueron coetáneos al proceso de la diáspora y a la implantación del franquismo, es decir que comenzaron pronto y no sólo no se agotaron a lo largo de la dictadura, sino que se hicieron más fluidos a partir de mediados de los 50, fueron acrecentándose en la década siguiente hasta llegar a crear una red de intercambios de valor inestimable no exenta sin embargo de tensiones y conflictos más o menos encubiertos (47).
El seudónimo en el banquillo de los acusados: Luís Ramírez o la construcción de una identidad política
En nuestra precedente alusión a la clasificación de Adrien Balliet, señalábamos la prudencia y el temor como las razones que despertaban en el teólogo del siglo XVII una especial tolerancia hacia la seudonimia, especialmente en el caso del « miedo a caer en desgracia o de exponerse a penas por parte de los adversarios detentores del crédito y de la autoridad » (48). Este temor estaría acompañado de previsión, necesaria para evitar el peligro al que se está expuesto, pero también de prudencia y de esperanza, es decir, que se trataría de un temor clarividente que llevaría a los autores a presentir las desgracias. Adoptando una máscara tras la que esconderse, el autor que recurre al seudónimo desenmascara a su vez el peligro que le amenaza y que queda disfrazado bajo otra apariencia por lo que la utilización de la astucia consistente en cambiar de nombre puede revelarse aceptable cuando está manifiestamente al servicio de la verdad. La lectura de estas líneas que parten de una reflexión de los clásicos tiene un eco especial cuando debemos interpretar el sentido de la confrontación legal ante el Ministerio del Interior a la que fue llevada la editorial Ruedo ibérico.
Como ya hemos indicado, el estatuto jurídico del seudónimo en Francia fue otorgado por la jurisprudencia que sentenció en 1961 la legalidad del acto de disimulación de la verdadera identidad que supone la utilización de un seudónimo. La coincidencia de esa fecha con la de la creación de Ruedo ibérico en París explica que las obras de la editorial publicadas bajo seudónimo no encontraran ningún tipo de incidente con la justicia francesa. En cambio, España, pese a compartir con el país vecino un vacío legal en cuanto al tema, va a protagonizar a lo largo del período tardofranquista una serie de oscilaciones en materia de política informativa consecuencia de los vaivenes ministeriales experimentados en la cartera de Información y Turismo (49). El marco legislativo franquista consustancialmente concebido al servicio del control del individuo y caracterizado por la ausencia de libertades (22 de abril de 1938) fue cediendo progresivamente terreno ante la aplicación de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 que, en un esfuerzo de adaptación a las transformaciones económicas y políticas acontecidas, apostaba por una ambigua apertura informativa. Aunque resulta innegable el avance que supuso el fin de las consignas y de la censura previa, la indefinición en la que bañaba la ley así como la aprobación de ciertos dispositivos legales encaminados a perpetuar los mecanismos de control de la información, como la reforma del Código Penal en 1967 o la ley de Secretos Oficiales en 1968, hicieron del Ministerio de Información y Turismo el todopoderoso en lo relativo a lo que podía o no ser publicado. La arbitrariedad de la que siempre había hecho prueba la administración franquista dejaba la puerta abierta para que el seudónimo fuera considerado como un medio de obstrucción de la justicia y su uso estuviera envuelto en un ánimo delictivo capaz de levantar todo tipo de sospechas.
A lo largo de la década de los sesenta, Ruedo ibérico tuvo que sortear los peligros que acechaban tras unas disposiciones ministeriales que se hacían cada vez más sutiles conforme se iban desprendiendo de la rigidez discursiva y de la carga represora de los años precedentes. La publicación a partir de 1963 desde la Dirección General de Cultura Popular de un Boletín de Orientación Bibliográfica sentaba un precedente en el cambio de estrategia política desplegada por el Ministerio de Información y Turismo, encaminada en adelante a modelar la opinión sobre obras publicadas en España o fuera del país que pudieran tener « un especial interés para nuestra Patria, tanto en el aspecto político como en el social, intelectual, moral, religioso, económico o puramente literario» (50). Precisamente el eco que se hace este Boletín de las obras publicadas por Ruedo ibérico muestra en primer lugar el grado de recepción de tales libros en el interior de España y en consecuencia, el interés que su lectura despertaba en las esferas del poder, que no tardarán en reaccionar con objeto de aniquilar los argumentos aportados desde un frente antifranquista cuya sede parisina no ocultaba el enraizamiento de su discurso en los sectores disidentes que se estaban fraguando en el interior. Aunque camuflada tras una retórica que se quiere expresión de la política de apertura, más acorde con el proceso de institucionalización del régimen, estas páginas suponen la primera confrontación directa entre el poder del Estado y la editorial, y constituyen los prolegómenos de una relación que ponía de relieve el carácter opositor de Ruedo ibérico y la capacidad represiva de una política gubernamental dispuesta a recurrir a la intervención del sistema policial y de las instituciones judiciales.
La situación de control se va a endurecer a lo largo de 1971 como indica la correspondencia entre José Martínez y uno de sus más próximos colaboradores, Alfonso Colodrón, residente en ese momento en Madrid. Según esas cartas, el miedo estaba reactivando la autocensura y creando un clima que es comparado al de la inmediata posguerra. Por ello, para el director de Ruedo ibérico parecía acrecentarse la urgencia de publicar y de posicionarse frente a las prácticas del Ministerio de Información y Turismo, en un intento de contrarrestar sus efectos: « publicamos cuanto ayude a esclarecer la historia contemporánea española, publicamos cuanto de valor sea de publicación imposible dentro de las fronteras y damos asilo a todo texto de valor intrínseco, con independencia de su colaboración partidista. Es decir somos una anticensura » (51). El peso de tal responsabilidad y la determinación que la acompañaba era proporcional a la virulencia del ataque frontal que la justicia española había emprendido en el transcurso de ese año 1971 con el arresto y detención en el mes de mayo de uno de los colaboradores más prolíficos de la editorial, el periodista Luciano Rincón Vega, probablemente el pilar redaccional más firme de CRI desde el interior. La acusación estaba basada en un abuso de la palabra ejercida durante años bajo el seudónimo de Luis Ramírez, recurso que le habría permitido lanzar críticas e « insultos intolerables » contra el Jefe del Estado. La cuestión identitaria quedaba directamente ligada a la de la autoría de unos hechos susceptibles de ser condenables por lo que los argumentos desplegados por la defensa consistieron en deslindar ambas identidades, la del verdadero autor cuya trayectoria política no podía sino jugar en contra suya debido a su militancia en el FLP, y la creada mediante el uso del seudónimo que va a dejar de ser un simple nombre de prestado para ser objeto de un proceso de encarnación primero y de reivindicación colectiva después, hasta terminar convirtiéndose en una especie de « colectivo periodístico » (52).
Los escritos publicados bajo el seudónimo de Luis Ramírez que inculpaban a Luciano Rincón eran la biografía Francisco Franco, historia de un mesianismo (53), editada primero por Ruedo ibérico en 1964 y un año después en francés por François Maspero, y el artículo « Franco, la continuidad en el cambio », publicado en marzo de 1971 en la sección «  Notas » del número 28-29 de CRI. Dotado del estilo mordaz que caracteriza al autor, supone una declaración de ideas sobre el papel de Franco y la función que desempeñaba su régimen, insertando su práctica política en las exigencias del poder económico. Ilustrado con las caricaturas del dibujante Vasco quien multiplicaba en sus diversas variantes la imagen de un Franco zoomorfo, el discurso de Luciano Rincón confirmaba la servidumbre del dictador a las necesidades de un capitalismo en proceso de adaptación quedando reducido, en manos de la burguesía, a la representación simbólica para el ejercicio de la dominación de clase. El contenido de ambos trabajos, centrado en la figura del dictador, era juzgado como constitutivo de delito de injurias según contempla el artículo 147 del Código Penal vigente que prevé penas de prisión y sanciones económicas y de inhabilitación54. El temor de la editorial a que tales penas recayeran sobre un colaborador del interior, expuesto de manera más indefensa a las represalias del MIT, desencadenó una campaña de defensa de ámbito internacional con dos líneas de mira: por un lado, informar de la detención y procesamiento del colaborador en términos de violación de los derechos humanos, con el fin de ejercer una presión sobre el régimen; por otro, contribuir a demostrar la inocencia del detenido planteando la cuestión de la identidad en la alteridad, es decir, reivindicando el carácter colectivo del uso del seudónimo y el valor político que encerraba la creación de una existencia ficticia.
Para llevar a buen término ambas iniciativas la editorial se apoyó en los Cuadernos que publicaron en dos ocasiones una carta de solidaridad con el detenido, que había sido enviada al ministro de Justicia español Antonio María de Oriol y Urquijo, y en la que se utilizaba un lugar común de la literatura barroca donde se dan cita la rebelión popular y el ejercicio de la justicia frente al abuso de poder: « Luis Ramírez es Fuenteovejuna y todos a una ». En ella los españoles Xavier Domingo, Francisco Fernández-Santos, Juan Goytisolo, José Martínez, Carlos Semprún, Jorge Semprún y José Miguel Ullán, todos ellos hombres de letras conocidos por las autoridades franquistas afirman: « Los abajo firmantes, escritores españoles, redactores y colaboradores de la revista Cuadernos de Ruedo ibérico, declaran que el seudónimo de Luis Ramírez oculta los nombres, ora de uno, ora de otro y a veces, colectivamente, de varios de entre ellos » (55). El seudónimo, sujeto a proceso judicial en tanto que máscara que había permitido llevar a cabo unos hechos constitutivos de delito, queda así desposeído de su función de encubrir un ámbito de la identidad individual y revestido del valor de lo colectivo para bascular hacia la categoría de « colectivo periodístico » pues queda puesto de manifiesto su uso indiferenciado por varios miembros de la redacción de la revista. En el intento último de diluir la identidad de Luciano Rincón en una firma cuyo acto primero era garantizar la libertad de expresión, y por ende, una expresión opositora, la cuestión identitaria quedaba así relegada a un plano secundario. Por ello, poco importaba que el seudónimo fuera jurídicamente inseparable de la persona a la que designa, lo que impide en si toda posibilidad de ser compartido o transmitido, pues a lo largo de la encarcelación preventiva y del proceso del periodista, seguirá siendo reivindicado y utilizado como firma de diversos artículos de la revista, infundando así en los colaboradores el espíritu colectivo de un nombre sin rostro pero creado al servicio de una causa compartida. Es el caso del escritor Xavier Domingo, que se declara como uno de los usuarios del seudónimo y afirma la absurdidad consistente en sentar un símbolo en el banquillo de los acusados:
« La justicia española no va a juzgar y a condenar a Luis Ramírez que es un personaje proteiforme, que es un seudónimo colectivo, que es el antifranquista inaccesible e irreductible. La justicia española va a juzgar y a condenar a Luciano Rincón. 40 años. Que no opina sobre España, sobre el mundo, sobre la vida, lo mismo que Franco. Por eso está en la cárcel. Luis Ramírez, en cambio, está libre. ES LIBRE. Luis Ramírez es un momento de libertad de cualquiera de nosotros. […] Y Luis Ramírez estará siempre ahí para denunciar la opresión y acusar al tirano. […] Por eso, meter en la cárcel a Luciano Rincón pretendiendo haber encarcelado a Luis Ramírez no sólo es una injusticia total. Es también una estupidez. » (56)
Como vemos, en la pretensión de preservar el talante de oposición del que desde sus inicios había sabido dotarse Ruedo ibérico, el seudónimo se convierte en baluarte de la libertad y en símbolo de la lucha antifranquista, pero sobre todo permite poner de relieve la fragilidad de una acusación basada en una existencia ficticia. De hecho, el nombre de Luis Ramírez aparecerá firmando otro artículo en defensa de Luciano Rincón, en el que se interpreta su detención como un abuso por parte de la justicia española contra una víctima fácil por residir en el interior y no contar con un renombre internacional, como podía ser el caso de otros colaboradores de la editorial. La justicia dotaba así a la onomástica de un valor que era el propio de la identidad: la falta de reconocimiento que acompañaba a un tal nombre, Luis Ramírez, debilitaba la defensa del supuesto autor, Luciano Rincón, al tiempo que cargaba las tintas por sus críticas condenables hacia el jefe del Estado. Sin embargo, tal proceso era entendido como una cortina de humo que, en realidad, no hacía sino encubrir el malestar del historiador oficial Ricardo de la Cierva, considerado verdadero incitador de la detención pues su rigor científico había sido puesto en entredicho por otro colaborador de Ruedo ibérico, el historiador estadounidense Herbert R. Southworth, de mayor relevancia internacional y sobre todo menos expuesto a la acción represiva gubernamental, por no tener su residencia en España. Dichas acusaciones explican el verdadero carácter de la detención, mezcla de venganza y de deriva de los métodos paraculturales empleados por el Ministerio de Información y Turismo, como se encarga de denunciar un sarcástico Luis Ramírez:
« En el franquismo la justicia no importa; importan las venganzas. (…) Este intento actual de crear y perseguir a un Luis Ramírez que responda de los traumas, de las frustraciones, de los fracasos y de la histeria de Ricardo de la Cierva es otro pequeño ejemplo de la misma conducta. Quienes odian la Cultura, y sobre ella ejercen una mera función policíaca; quienes desde el fondo de su incapacidad siguen gritando muera la inteligencia, me han detenido, por lo visto, en Bilbao ». (57)
Pese a tales denuncias y a los apoyos recibidos a través de firmas de prestigio internacional –como las de Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Jean Cassou, Julio Cortázar, Jean Genet, Juan Goytisolo, Jorge Semprún o Mario Vargas Llosa, por citar solamente las de escritores– que, por otra parte, nunca llegaron a cristalizar en un enérgico movimiento de protesta, el Tribunal de Orden Público falló la sentencia contra Luciano Rincón en marzo de 1972, por la que fue condenado en concepto de autor por un delito de propagandas ilegales a las penas de cinco años de prisión menor y multa de veinte mil pesetas (58). Una sentencia contra un colaborador del interior que debe ser interpretada como una sanción a la labor de una editorial realizada desde la libertad que concede el exilio. Esta intervención de la justicia hacía que la imagen de apertura tan buscada por el régimen se volatilizara al tiempo que seguía haciendo justificado el uso del seudónimo. Por su parte, las fronteras más o menos porosas que durante tres décadas habían diferenciado la lucha del exilio de la del interior se hacían cada vez más permeables, lo que favorecerá una construcción política articulada en torno a un frente antifranquista, base del inmediato proceso de institucionalización que experimentó la oposición a partir de 1974, reduciendo así, en el seno de la izquierda, la diversidad de concepciones sobre las posibles salidas de la dictadura que la habían caracterizado.
El seudónimo como singularidad: Felipe Orero o la definición política de un exiliado
La última función que podemos atribuir al seudónimo utilizado en Ruedo ibérico es la de simbolizar la construcción de un proceso de singularización y reafirmación política resultado de la propia vivencia del exilio. Por ello vamos a interesarnos en el caso específico del director de la editorial, José Martínez, quien como ya hemos indicado utilizó el nombre de Felipe Orero, que remite a un ascendiente por vía materna, para firmar textos propios. La elección de crear y usar un nombre de pluma no tiene nada de coquetería y va más allá de la prudencia y del deseo de protección que tan presente había estado a lo largo de la trayectoria de Ruedo ibérico, sobre todo, hacia los numerosos colaboradores residentes en el interior. Se trata de la imperiosa necesidad de dar libremente la palabra a quien desde el exilio está percibiendo los numerosos cambios políticos que están aconteciendo en la sociedad española pero también en su inmediato entorno ideológico y que necesita crear un nuevo espacio en el espacio ya creado, es decir, un nuevo territorio en ese Cuadernos que despunta con el objetivo de definir su línea editorial.
Estamos en 1975, el franquismo, en su agonía, protagoniza una última escalada de represión (59), los diferentes frentes opositores multiplican encuentros en un intento de buscar la unidad, y José Martínez, el ya reconocido editor antifranquista experimenta el impulso del hombre, del activista político, del editor exiliado que se ha ido forjando durante dos décadas y al que decide dar rienda suelta. Se inicia así un proceso de desdoblamiento que culmina en la gestación, no sin dolor, de un alter ego capaz de anteponer la escritura a la edición, la crítica a la connivencia y el riesgo al acomodamiento político. En una de sus cartas, al confesar explícitamente a su amigo y próximo colaborador Alfonso Colodrón las dificultades personales intrínsecas a la concepción del número de la revista de ese año (enero/junio 1975), el carácter identitario resultado de dicho proceso interno se hace explícito: « Entre las muchas enfermedades sico-político-profesionales que arrastro, una de las más graves, y la más inmediata, es Cuadernos de Ruedo ibérico-Felipe Orero » (60). Ante la imposibilidad de deslindar las tres esferas –humana, política y profesional–, el recurso al seudónimo le permite crear un espacio en el que dar cabida a ese impulso incipiente que hará singular su itinerario personal en el seno de la oposición de izquierda, arrastrando consigo la evolución ideológica de la propia revista.
Cuadernos acababa de inaugurar una nueva etapa con la publicación del número triple 43-45 (enero/junio 1975) fruto de esa exigencia de definición política que pretendía ir más allá de un antifranquismo calificado de caduco y miope, actuando desde la urgencia impuesta por la necesidad de producir un análisis no dogmático de la sociedad capitalista pues José Martínez consideraba que « el antifranquismo dejará de ser privativo de las ‘izquierdas’ para diluirse en un movimiento fácilmente manipulable por fuerzas políticas de la burguesía, de la Iglesia, del ejército, firmes puntales hasta hoy del régimen franquista y mañana –como hoy– del sistema capitalista bajo otro régimen político » (61). Es precisamente en la denuncia de la miseria de la ideología imperante y de sus prácticas políticas donde se acrecienta el interés por el movimiento revolucionario en sus diferentes corrientes libertarias. Se trataría de un proceso de decantación de la disidencia (62) del que José Martínez se hace eco y de cuyo discurso Felipe Orero se va a hacer portador.
La primera firma con este seudónimo hace acto de presencia en el suplemento anual de 1974 de Cuadernos de Ruedo ibérico dedicado al movimiento libertario español. Articulado en tres ejes dedicados a su pasado, presente y futuro, el patronímico de Felipe Orero aparecía codeándose con otros nombres, admirados por el propio director por su relevancia intelectual (Noam Chomsky, Rudolf de Jong, Jacques Maurice) o por el bagaje de militantismo y activismo libertario (Octavio Alberola, José Borrás, Francisco Carrasquer, Abel Paz, José Peirats) que representan, por lo que cada uno de los textos firmados bajo este seudónimo suponía un intento de reafirmación ideológica ante si mismo, al tiempo que una entrada prudente en el juego político pues sólo los colaboradores más allegados eran conocedores de la verdadera identidad del nuevo articulista. El eje vertebrador de dicho suplemento es una encuesta presentada desde el borroso equipo de redacción de la revista que pretende ser representativa de la variedad de enfoques propia del complejo y dividido pensamiento que engloba el movimiento libertario: del de la generación que combatió en la guerra civil al de los más jóvenes pasando por el de militantes y exmilitantes supervivientes de años de represión, de cárcel y de exilio. Mientras el principio de una encuesta, –que adolece de la ausencia, entre otras, de las instancias cenetistas oficiales representadas por Federica Montseny y Germinal Esgleas–, es asumido en el artículo por el director José Martínez, su alter ego, Felipe Orero, se encarga de desmontarlo expresando su disconformidad con el contenido de un cuestionario que considera repleto de lugares comunes impuestos por la literatura no anarquista, para en última instancia contribuir desde la historiografía a la comprensión del pasado del movimiento libertario y plantear la vigencia del mismo.
Los discursos que aparecen bajo ambas firmas en « Justificación de una encuesta »  y en « Reflexiones sobre lo libertario al margen de una encuesta » pueden ser leídos como un diálogo inaugural pues constituyen las dos caras de una misma moneda en la que la reflexión crítica se encarga de crear dos personalidades donde sólo hay un único pensamiento (63). La insistencia por parte de José Martínez del carácter provocador del trabajo de Felipe Orero se convierte así en una estrategia retórica cuya finalidad no es otra que la de ofrecer la imagen de una revista capaz de estimular la polémica incluso al precio de poner a prueba las decisiones de su consejo editorial. En definitiva, se trata de una recreación cuyo beneficio debía recaer en favor de la calidad del suplemento y del interés suscitado entre los lectores. Precisamente éstos se encontraban entre los círculos anarquistas, reducto de un discurso de oposición por su rechazo y exclusión de la política de alianzas protagonizada por la izquierda clásica, sinónimo entonces de antifranquista y, por ende, de democrática, aunque carente de toda crítica hacia el sistema socioeconómico imperante.
En consecuencia, el interés que conlleva el uso de este seudónimo radica en el diálogo ininterrumpido que se va a instalar entre las dos firmas, la de José Martínez y la de Felipe Orero, posibilitando una sucesión de máscaras y revelaciones, de intercambios y complicidades. Nos limitaremos a señalar los siguientes actos de ese juego casi teatral, último intento del editor con el que exorcizar el escepticismo del militante y la amargura del exiliado pues el curso de los acontecimientos en el denominado posfranquismo, le hacían tomar conciencia por primera vez de la existencia de un alejamiento ideológico más duro de ser aceptado que la distancia espacial, que irá instalándose en la segunda mitad de la década de los setenta contribuyendo a su definitiva relegación de la escena pública.
El primero de ellos se produce con la participación de Felipe Orero en la rúbrica titulada en adelante « Editoriales » y no « Editorial » con la que se van a abrir los números que componen la segunda época de CRI compartiendo así el privilegiado espacio ocupado tradicionalmente por la dirección. La intervención del seudónimo queda formulada en una « Carta abierta a Cuadernos de Ruedo ibérico » en la que aporta una reflexión sobre la propuesta de constituir colectivos de trabajo (64). Detrás de este artificio consistente en aparentar ante el lector la recepción de una carta cuando no es sino un autoenvío, José Martínez consigue, por un lado, ampliar las voces de un equipo editorial en constante cuestionamiento, y por otro, publicar un discurso que corroboraba sus propias ideas, ya expresadas, sobre la necesidad de dar un nuevo impulso a la revista a través de un funcionamiento más acorde con la definición política buscada, esto es, contribuyendo a la construcción de un modelo de sociedad distinto desde un pensamiento independiente de todo partido y evitando caer en viejas o nuevas ortodoxias. A pesar de la fórmula elegida, la carta de un lector enviada a la redacción, el contenido que aparece bajo ambas firmas comienza a mostrar los primeros síntomas de un incipiente monólogo.
Este proceso continúa mediante una especie de suplantación de la identidad, conllevando la cesión de responsabilidades, tal como anuncia la aparición del nombre de Felipe Orero como redactor-jefe del número 58-60, acompañado de una lacónica nota de la redacción en la que se afirmaba:
« José Martínez deja el puesto de redactor jefe de Cuadernos de Ruedo ibérico, puesto que ocupó sin interrupción desde mayo de 1965. No hay que ver en este hecho razón alguna de orden político. La única razón es de orden laboral. Nuevas ocupaciones obligan a nuestro amigo a continuos desplazamientos y a largas ausencias de su residencia habitual y le impiden ocuparse de nuestra revista como él quisiera, como lo hizo hasta ayer. » (65)
La opción del empleo de la tercera persona del singular refleja el distanciamiento que José Martínez quiere imponerse ante una situación de estancamiento que ni la reciente formación de colectivos de trabajo ni la producción de colaboradores ya clásicos podrán evitar. En este segundo acto protagonizado por ambas firmas el seudónimo permitía evacuar toda cuestión política al tiempo que ofrecía la protección que el editor buscaba para poder asumir, aun a regañadientes, la desaparición temporal de la publicación a lo largo de 1978 y el inicio de un nuevo recorrido, interrumpiendo su exilio, pues se hará desde la nueva sede de Barcelona durante el año 1979.
En el momento clave de decidir la implantación de la editorial en España, el personaje Felipe Orero culminaba el proceso de suplantación identitaria al convertirse en el director de la nueva colección « Al otro lado », junto al también seudónimo Aulo Casamayor, lúcido e incansable compañero de José Manuel Naredo. Mientras la colección pretendía reanudar intramuros con el espíritu de contrainformación que había caracterizado a Ruedo ibérico a lo largo de su trayectoria parisina, la presencia de pseudónimos en la dirección de la recién creada colección ponía de relieve la incidencia del proceso político de la transición en el ámbito identitario: el desarraigo de quien se había forjado profesión y proyecto de vida en el exilio, en el caso de José Martínez; la necesidad de seguir dando voz a un pensamiento libre como lo llevaba haciendo desde el interior durante más de una década gracias a la existencia de un nombre de prestado, en el caso de José Manuel Naredo.
La última firma de Felipe Orero servirá de broche final a la obra de José Martínez desplegada a través de los Cuadernos. Estampada en el que será el último suplemento, CNT: ser o no ser. La crisis de 1976-1979, se convierte en la autoría de la reflexión política probablemente más personal del editor sobre el movimiento anarcosindicalista. Su colaboración quiere ser una vez más una contribución a la polémica, desterrando falsificaciones y lugares comunes creados por la historiografía en torno a la CNT, analizando las luchas intestinas entre las organizaciones libertarias del exilio y del interior entre 1945 y 1976, para concluir planteando la vigencia del sindicalismo revolucionario en el marco global del movimiento obrero (66). Tras el nombre elegido para rendir un homenaje póstumo y rescatar la identidad de un antepasado condenado durante la guerra civil al silencio y a la muerte, resurgía el pensamiento de quien había comprendido la urgencia de volver a las raíces de su formación ideológica para entender la razón de la derrota del 39 y de los años de enfrentamiento que siguieron en el exilio. El seudónimo elegido por José Martínez daba un nombre a su construcción política, definiendo al hombre y haciéndose así memoria, transmisión, pero también lucha e identidad del derrotado.
Conclusión
A lo largo de la historia, las interpretaciones sobre el uso del seudónimo han abarcado, además de la esfera psicológica, los ámbitos de la teología, la justicia y la política. En el seno de la editorial Ruedo ibérico, creada en el París de los años 60 pero cuya actividad se nutría de los sectores opositores del interior de España, el recurso a la alteración del nombre de sus autores no fue producto de la libertad individual sino de la política represiva con la que el régimen franquista sometió a la cultura disidente. El tratamiento censural, coactivo primero y represivo aun después de la Ley de Prensa de 1966, llevó a los autores que deseaban mantener una libertad de pensamiento a tener que inventarse técnicas de camuflaje y de disimulo que afectaron también a la propia identidad. Las condiciones a las que quedaba sometida la actividad de escritura realizada desde el exilio hacían desplazar el objeto del ocultamiento de la idea a la autoría, por lo que el nombre se convirtió en el terreno en el que se aplicaron una serie de subterfugios para poder mantener intacto el discurso político.
Frente al anonimato o a la autocensura, prácticas que tuvieron más incidencia en las publicaciones realizadas desde España, el enmascaramiento de la identidad fue el recurso elegido desde el exilio para proteger a los autores que mantenían su residencia intramuros. Lejos de funcionar en la arbitrariedad, el director de Ruedo ibérico optó por unos criterios de elección de seudónimos que respondían tanto a la necesidad de proteger a sus autores como al deseo de que fueran identificados por un reducido círculo de colaboradores. La tipología que hemos propuesto en este estudio pretende reconstruir la diversidad de estos mecanismos de camuflaje que muestran cómo la disimulación de la identidad pasaba, además de por la búsqueda de la banalidad, por recurrir a nombres imaginarios que permitiesen crear, de otra manera, vínculos con la realidad, coincidiendo todos ellos en actuar al servicio del discurso político: por la alusión a los orígenes geográficos de los autores, por ser homónimos de los nombres reales, por mantener intactas sus iniciales, por rescatar nombres patronímicos en el respeto de la filiación, por querer representar el valor de lo colectivo, etc.
En definitiva, el conjunto de estos ejemplos nos lleva a cuestionar la noción de seudonimia a la hora de definir la variedad de alteraciones del nombre que albergan las publicaciones de Ruedo ibérico, así como a constatar la dificultad para delimitar el territorio que aquella encierra pues la función de la firma experimentó una evolución, indisociable del contexto que condicionaba su uso. Desvelar la verdadera identidad de algunas de estas firmas exige que reconsideremos el exilio francés no sólo como el corazón de la diáspora del 39 sino también como marco de reflexión y de actuación de cabezas pensantes dispuestas a renunciar al nombre, unas por la defensa de la causa antifranquista compartida a ambos lados de la frontera, y otras por el mantenimiento de una política opositora más allá del antifranquismo, lo que confirma el carácter plural de la identidad y del pensamiento exiliado.
Notas
1. Una versión reducida de este estudio ha sido presentada en el Coloquio La Signature. Regards croisés autour d’une pratique sémiotique millénaire organizado por el Groupe Interdisciplinaire d’Analyse Littérale (GRIAL/EA 3656 AMERIBER) de la Universidad Michel de Montaigne-Bordeaux 3, y celebrado en Burdeos los días 18 y 19 de noviembre de 2010.
2. José Luis Abellán, El exilio como constante y como categoría. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid. 2001. p.77. Sobre la diferencia entre el exilio francés y el americano en cuanto al volumen pero también en lo que concierne a la distinta categoría profesional e intelectual, Encarna Nicolás Marín y Alicia Alted Vigil, Disidencias en el franquismo (1939-1975), Librero Editor Diego Marín, Murcia, 1999.
3. Término acuñado por José Gaos. Ver el dossier « Exilios » de la revista Debats, n°67, otoño 1999, pp. 118-159. En él se incluyen dos artículos dedicados al pensador José Gaos: el de José Luis Abellán, « El exilio de 1939. La actitud existencial del transterrado » y el de Teresa Rodríguez de Lecea, « Semblanza de Gaos », pp. 120-126 y 127-133, respectivamente. Sobre la importancia del filósofo en la vida cultural mexicana ver una reflexión del que es considerado como su discípulo, Leopoldo Zea, José Gaos, el Transterrado, Universidad Nacional Autónoma de México, México. 2004.
4. Alusiones a los autores del estilo « Diario de un estudiante de Filosofía y Letras », « Testimonio de un estudiante detenido » o « Fragmento de la carta de un grupo de universitarios catalanes encarcelados enviada en enero de 1963 » aparecen a modo de firma en los textos del capítulo dedicado a « Agitación en Cataluña: la Universidad », en Ignacio Fernández de Castro y José Martínez, España Hoy, París, Ruedo ibérico, 1963, pp.134-138. La referencia « Carta de un testigo » es utilizada para reseñar la autoría de un breve texto « Dinero para los huelguistas » incluido en el capítulo « La solidaridad internacional », ibid. p. 221.
5, Una serie de crónicas que tienen por objeto narrar las condiciones de vida de los obreros de la periferia madrileña aparecen firmadas con las iniciales A.F., J.E., A.L. bajo el título genérico de « Agitación en Madrid » en Ignacio Fernández de Castro y José Martínez, ibid., pp. 178-192. Si la mayor parte de estas iniciales resultan de difícil identificación, otras nos son hoy fáciles de reconocer como las de L.R que corresponden al nombre del periodista Luciano Rincón, autor del artículo « El hombre adecuado », pp. 309-310.
6. Para dar un ejemplo, nos limitaremos a señalar en este volumen el caso de Luis Ramírez, seudónimo con el que Luciano Rincón firmó « Liberalizarse o morir », ibid., p. 308. Se trata de un colaborador que, como veremos más adelante, no dejará de dar muestras de su capacidad de producción convirtiéndose en uno de los colaboradores más prolíficos de Ruedo ibérico.
7. La jurisprudencia ofreció por primera vez una definición de seudónimo en una sentencia del Tribunal de París del 25 de octubre de 1961, definición que fue confirmada por el Tribunal Supremo el 23 de febrero de 1965: « Le pseudonyme est un nom de fantaisie librement choisi par une personne pour masquer au public sa personnalité véritable dans l’exercice d’une activité particulière », JCP 1965, 14255. Ver la tesina de DESS (Diplôme d’Etudes Supérieures Spécialisées) Propriété Intellectuelle et Communication de Laurence Brunet, Le Pseudonyme, realizada bajo la dirección del Profesor Patrick Nicoleau, Université Montesquieu-Bordeaux 4, 2002.
8. Nos referimos aquí a la utilización del seudónimo de Federico Sánchez que se convertirá en título de dos de sus obras : Autobiografía de Federico Sánchez y Federico Sanchez vous salue bien. Un estudio de esta construcción identitaria en María Angélica Semilla Durán, Le masque et le masqué. Jorge Semprún et les abîmes de la mémoire, Presses Universitaires du Mirail, Toulouse. 2005. En el marco de su participación en Ruedo ibérico, la utilización del seudónimo Lorenzo Torres no tendrá ninguna dimensión literaria. Un artículo firmado con este nombre es, por ejemplo, « El encuentro socialista de Grenoble », CRI n°9, octubre/noviembre 1966.
9. Este retorno al pasado y más precisamente al período 1650-1700 no debe sorprendernos pues parece ser una constante del pensamiento moderno dedicado a la cuestión de los seudónimos al menos en Europa como parece indicar la publicación o reedición de diccionarios de seudónimos en la última mitad del siglo XX: Italia (1975), España (1977), Gran Bretaña y Francia (1961, 1969, 1980). Maurice Laugaa, La pensée du pseudonyme, PUF, París, 1986, p. 24.
10. « Pour nous tenir renfermez dans le ressort des Lettres, il suffira de vous faire remarquer parmi les principaux motifs qui ont porté les Auteurs à changer de nom, l’amour de l’Antiquité prophane qui a excité plusieurs de nos Modernes à prendre des noms qui étoient de l’usage de l’ancienne Grece ou de l’ancienne Roma ; la prudence qui a fait chercher aux Auteurs le moiens d’arriver à leurs fins sans être reconnus, la crainte des disgraces et des peines de la part des Adversaires qui ont le Crédit et l’autorité en main ; la honte que l’on a de produire ou de publier quelque chose qui seroit indigne de son rang ou de sa profession ; et la confusion qui pourroit revenir des Ecrits, du succez desquels on a quelque raison de se défier ; le dessein de sonder les esprits sur quelque chose qui pourroit paroître nouveau, et sujet à être bien ou mal reçu ; la fantaisie de cacher la bassesse de sa naissance ou de son rang ; et celle de rehausser quelquefois sa qualité ; le désir d’ôter l’idée que pourroit donner un nom qui ne seroit pas d’un son agréable ou d’une signification heureuse. Il ne faut pas oublier d’y ajouter la modestie de ceux qui ne se soucient pas de paroître ni de recueillir les fruits passagers de leurs travaux ; la piété de ceux qui veulent laisser des marques extérieures de leur changement de vie ; la fourbe et l’imposture pour séduire les simples et les ignorants qui ne peuvent juger du fond que sur la surface ; la vanité qui donne quelquefois le change à la modestie au sujet du mépris qu’on peut faire de la gloire à laquelle les autres aspirent en écrivant ; la médisance ou l’envie de médire avec impunité, et d’injurier à son aise ; l’impiété et le libertinage d’esprit, dont le motif a beaucoup de rapport avec la crainte d’être découvert et de s’attirer quelque tempête ; enfin, le mouvement d’une pure gayeté de cœur excitée par quelque rencontre, ou par un simple caprice de l’imagination ». Leído en Maurice Laugaa, La pensée du pseudonyme, PUF, París, 1986, pp. 196-197.
11. « La crainte d’un Auteur déguisé (…) est une crainte accompagnée de la Prévoyance qui est nécessaire pour éviter le danger auquel on s’expose en écrivant, de sorte que le mal qu’on appréhende, ne paroisse ni trop prêt d’arriver, ni absolument inévitable. C’est une crainte qui ne se trouve presque jamais sans la Prudence qui la doit conduire, et sans l’Espérance qui la doit soutenir. C’est une crainte clairvoyante, qui porte les Auteurs jusqu’au présentiment des disgraces les plus éloignées. Les maux les plus trompeurs, ceux même qui semblent les plus cachez sous des apparences flateuses, n’échapent point à ses yeux ni a ses soins ; el l’on peut dire qu’en faisant prendre le masque à un Auteur qu’elle porte à se cacher, elle luy fait lever le masque qui couvre le danger qui le menace et qui renferme quelque malheur déguisé sous une autre apparence », Ibid, p. 205.
12. Hans-Jörg Neuschäfer se basa en el análisis freudiano de los efectos de la censura al considerar que además de inhibir la comunicación también estimula la imaginación pues ésta buscaría la forma de burlar aquélla. Según esta concepción dialéctica « es precisamente la prohibición lo que incita a la imaginación a oponerse a la prohibición; es precisamente el intento de eludir la censura el que produce obras maestras », en Adiós a la España eterna. La dialéctica de la censura. Novela, teatro y cine bajo el franquismo, Anthropos y Ministerio de Asuntos Exteriores, Barcelona/Madrid, 1994, p. 56.
13. Véase en el anexo de este trabajo una lista de los seudónimos utilizados por Ruedo ibérico tanto en las colecciones de la editorial como en la revista Cuadernos de Ruedo ibérico. Debemos señalar que la lista no es exhaustiva pues debido precisamente al carácter protector de los mismos no existe un inventario completo de los nombres creados por y para los colaboradores del interior, ni de la verdadera identidad a la que corresponde cada uno de ellos. Por ello es inevitable deducir la imposibilidad de desvelar la autoría de algunas colaboraciones, sobre todo las más ocasionales. Una fuente inestimable es el correo personal de José Martínez, actualmente en el Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam, donde podemos comprobar que también utilizaba exclusivamente las iniciales de los nombres a la hora de identificar a los colaboradores con el fin de proteger su identidad ante el mismo temor de que su correspondencia pudiera ser interceptada.
14. Este recurso a la alusión ha sido interpretado por Hans-Jörg Neuschäfer como una de las modalidades de ese hablar en clave, consecuencia de los condicionamientos de la censura: « hablar por medio de alusiones en lugar de utilizar expresiones directas », Ibid.
15. Nos limitaremos a indicar una referencia de cada uno de estos ejemplos: Joan Roig, « Realismo y formalismo », CRI n°1, junio/julio 1965; Raúl Torras, « Problemas de la entrada de España en el Mercado común », Horizonte Español 1966, Tomo I; Iñaki Goitia, « La cuenta atrás ha comenzado », CRI n°6, abril/mayo 1966, y Francisco Lasa, « La oferta de la Junta Democrática: Lenin ha muerto », CRI n°43-45, enero/junio 1975; Kepa Salaberri, El proceso de Euskadi en Burgos. El sumarísimo 31/69 (1971) escrito junto al abogado vasco Miguel Castells; Iker, « Nacionalismo y lucha de clases en Euskadi  (V y VI Asamblea de ETA), CRI n°37-38, junio/septiembre 1972; Ramón Bulnes, « Asturias frente a su reconversión industrial », CRI n°4, diciembre 1965/enero 1966; Santiago Fernández, « Galicia y el problema de las nacionalidades », CRI n°10, diciembre 1966/enero 1967.
16. Angel Gustalavida, « Angelus », CRI n°12, abril/mayo 1967 ; Juan Tomás de Salas, « Vietnam: ¿paz como sea, o guerra para imponer la paz ? », CRI n°13-14, junio/septiembre 1967.
17. Juan Naranco, « La agricultura y el desarrollo económico español », CRI n°13-14, junio/septiembre 1967; Miguel Cervera, « Actitudes políticas de obreros asturianos », CRI n°4, diciembre 1975/enero 1966; Marcel Alès, « De Cuadernos de Ruedo ibérico a Cuadernos de Ruedo ibérico », CRI n°33-35, octubre 1971/marzo 1972 ; Angel Bernal, « En el corazón de la violencia », CRI n°12, abril/mayo 1967; J.A.M. García, « La crisis de la agricultura española », CRI n°2, agosto/septiembre 1965; M. García, « El capital americano en Europa », CRI n°4, diciembre/enero 1966, y Martín García, « Los exministros de Franco en el mundo de las finanzas », CRI n°10, diciembre 1966/enero 1967; Ramón Bulnes y Antonio Vargas, « Cuba y América Latina », CRI n°12, abril/mayo 1967.
18. Con el nombre de Julius firmará: « Después del referéndum », artículo que integra en un dossier « Sobre el referéndum » con participación de Antonio Vargas, Eduardo Galeano, Iñaki Goitia, e Ignacio Fernández de Castro, CRI n°10, diciembre 1966/enero 1967; y « La izquierda socialista española y el Partido Comunista », en la Tribuna Libre de CRI n°12, abril/mayo 1967. Bajo su verdadero nombre Julio Cerón publicará: « Después de Franco Bau !, CRI n°13-14, junio/septiembre 1967; sobre el movimiento obrero, « Problemas de táctica y estrategia », CRI n°15, octubre/noviembre 1967, y « Política y neocapitalismo », CRI n°19, junio/julio 1968.
19. Genaro Campos Ríos, « Franquismo y oligarquía. La fiscalidad en el Estado español, CRI n°49-50, enero/abril 1976; y G.C., « A la espera de la mítica reforma fiscal », CRI n°51-53, mayo/octubre 1976. Por su parte, Juan Muñoz García era miembro del colectivo periodístico « Arturo López Múñoz », junto con los también catedráticos de Estructura Económica José Luis García Delgado y Santiago Roldán.
20. Esta política se caracterizó por la pluralidad de enfoques gracias a la riqueza de las colaboraciones que iban desde la crítica al régimen franquista a través de documentados análisis políticos, económicos y sociales, a la reflexión teórica y valoración práctica de los pilares del movimiento opositor, sindicalismo obrero y universitario. R. Mesa Garrido, « Ruedo ibérico. Una aventura afortunada » en La Calle, n°10, 3/5-5/6/1978, p. 48.
21. A modo de ejemplo: Juan Relayo, « ¿Una nueva mentalidad ? Jóvenes patronos españoles », CRI n°3, octubre/noviembre 1965.
22. Extracto de las Memorias de Eduardo García-Rico, recogido en « Un grupo de falangistas armados detuvo a mi madre y fue en ese momento cuando conocí el miedo » en www.lne.es/siglo-xxi/2010/08/04/…/949885.html, consultado el 16 de agosto de 2010.
23. A modo de ejemplo: Felipe Orero, « Aproximación al mundo político de Santiago Carrillo », CRI n°43-35, enero/junio 1975.
24. Francisco Letamendía es el autor de dos libros publicados por la editorial Ruedo ibérico: El proceso de Euskadi en Burgos. El sumarísimo 31/69 (1971) escrito junto a Miguel Castells y firmado con el seudónimo de Kepa Salaberri e Historia de Euskadi: el nacionalismo vasco y ETA (1975) firmado con el sobrenombre de Ortzi. En cuanto a la identidad de los artículos, conviene señalar los nombres de Anchón Achalandabaso, « La peligrosa infalibilidad de un Consejo de guerra », CRI n°26-27, agosto/noviembre 1970; e Iker, « Nacionalismo y lucha de clases en Euskadi  (V y VI Asamblea de ETA), CRI n°37-38, junio/septiembre 1972
25. Operación Ogro, que relata la preparación y ejecución del atentado contra el almirante Luis Carrero Blanco, fue coeditada por Ruedo ibérico y las Ediciones Mugalde. En septiembre del año de su publicación por RI, Eva Forest fue detenida y acusada de haber colaborado con ETA lo que le valió tres años de prisión preventiva en la cárcel de Yeserías. La obra fue reeditada en 2007 por la editorial Hiru, sita en Hondarribia y dirigida por la propia Eva Forest. Hiru fue fundada en 1990 para publicar textos políticos que no tenían cabida en otras editoriales, especie de género que ella misma denominaba « literatura de urgencia ». En lo que respecta a la versión cinematográfica, el libro fue adaptado a la gran pantalla por el cineasta italiano Gillo Pontecorvo en 1979 y no con pocas dificultades.
26. Anna Daurella, « El bilingüismo: su proyección ética, política y social », CRI n°7, junio/julio 1976.
27. Según el testimonio del colaborador Alfonso Colodrón, 13/10/2010. Davira Formentor, « Universidad: crónica de siete años de lucha », Horizonte Español 1972, Tomo II.
28. Daniel Artigues, « Una anatomía del parlamentarismo español. Las crónicas políticas de Wenceslao Fernández Florez », CRI n°3, octubre/noviembre 1965 y Jean Becarud, « La acción política de Gil Robles (1931-1936), CRI n°28-29, diciembre 1970/marzo 1971.
29. Pierre Celhay, Consejos de guerra en España. Fascismo contra Euskadi, Ruedo ibérico, París. 1976. Recordemos que junto a Francisco Letamendía había compartido el seudónimo de Kepa Salaberri.
30. No podemos descartar que en este apartado se puedan incluir otros nombres. Así, por ejemplo, Alfonso Colodrón recuerda la elección de la identidad de Oliverio Gamo como un capricho compartido por Miguel Angel Conde y él mismo, pero también reconoce una cierta e inconsciente alusión a la filiación pues Olivar era uno de los apellidos de su padre. Correo de Alfonso Colodrón a la autora, 14 de octubre de 2010.
31. Luciano F. Rincón, « El fin del progresismo católico », CRI n°2, agosto/septiembre 1965. Francisco Lasa, « La oferta de la Junta Democrática: Lenin ha muerto », CRI n°43-45, enero/junio 1975; Rafael Lozano, « Franco, ese hombre », CRI n°1, junio/julio 1965; Luis Ramírez, « La libertad individual y el derecho a reventar », CRI n°3, octubre/noviembre 1965. El seudónimo de Anchón Achalandabaso que también se le ha podido atribuir protegía al abogado vasco Miguel Castells.
32. Aulo Casamayor, « La mitificación del trabajo y del desarrollo de las fuerzas productivas en la ideología del movimiento obrero », CRI n°43-45, enero/junio 1975; Carlos Herrerro, « Un ejemplo de subdesarrollo científico: El seudomarxismo en economía. Juicio crítico de Estructura económica de España, de R. Tamames », CRI, n°33-35, octubre 1971/marzo 1972; Juan Naranco, « La agricultura y el desarrollo económico español », CRI n°13-14, junio/septiembre 1967; Guillermo Sanz, « La cuestión agraria en el Estado español », Horizonte Español 1972. Tomo II.
33. « C’est ainsi que l’acte de signer autorise quiconque à faire jouer la relation qu’il entretient avec l’arbitraire de son nom. Même la signature est le seul lieu où l’homme peut littéralement ‘prendre son nom en main’, comme on dit prendre son destin en main. », Grégoire Bouillier, « L’homme qui signe », en Alice Chalanset y Claudie Danziger, Nom, prénom. La règle et le jeu, Ed. Autrement. Série Mutations n°147, sept. 1994. París, p. 145.
34. Como él mismo declara, en sus colaboraciones para Ruedo ibérico la firma de Aulo Casamayor le permitía llevar a cabo una tarea de reflexión más allá de lo que consideraba como servidumbres ligadas a su trabajo en la Administración o en el mundo de la empresa, pero también a su actividad en el marco académico o simplemente a su vivencia en el ámbito de la sociedad de consumo, por ello el seudónimo: « tiene para mí otras dimensiones que van más allá de las de un simple escudo protector frente a la represión o de un fruto de la melancolía que mantiene vivos los recuerdos de aquella época. […] me ayudó a escapar a la presión contemporizadora de estas servidumbres para pensar y escribir libremente los artículos políticos […] Está claro que el pseudónimo Aulo Casamayor ya no hace para mí las veces de escudo frente a las represalias del poder, pero sigue siendo algo más. Es que, en realidad, José Manuel Naredo, el economista, el estadístico…, y la persona de carne y hueso, sigue sin ser Aulo Casamayor, el librepensador, el observador político…, que se sitúa más allá de este mundo para entrever la posibilidad de cambiarlo. José Manuel Naredo ni es un politólogo ni tiene cuerpo para entrar en la arena de la política, es Aulo Casamayor el que de vez en cuando tiene el impulso de pensar y escribir sobre ella. » Presentación del libro Por una oposición que se oponga, firmada por José Manuel Naredo y Aulo Casamayor, Anagrama, Barcelona. 2001, pp. 9-10. Es precisamente esta escisión la que años después parece en su opinión difuminarse « hasta el punto de hacer innecesario el pseudónimo », como indica en un texto dirigido a la autora de este trabajo el 24 de octubre de 2010.
35. Angel Arenal, « Viaje alucinante a la España decimonónica », CRI n°25, junio/julio 1970; Hilario Eslava, « Crónica del país del caos », CRI n°31-32, junio/septiembre 1971; Sergio León, « Los últimos traidores. Anotaciones críticas a dos libros recientes sobre la guerra civil », CRI 20-21, agosto/noviembre 1968 ; Máximo Ordóñez, « La represión nacionalista en Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca, de Ian Gibson », CRI n°33-35, octubre 1971/marzo 1972.
36. Juan Claridad, « Madrid: 25 notas sobre una agitada primavera », CRI n°1, junio/julio 1965.
37. Ginés Marín, « L’opposizione studentesca in Spagna », CRI n°20/21, agosto/noviembre 1968; Gregorio Mieres, « Teología y revolución socialista », CRI n°15, octubre/noviembre 1967; Horacio Nuño, « ‘Izquierdas’ y ‘derechas’ », CRI 31-32, junio/septiembre 1971 ; M.C. Vial, « Miguel Hernández, poeta comprometido », CRI n°13-14, junio/septiembre 1967.
38. Jordi Blanc, « Asturias: minas, huelgas y comisiones obreras », CRI n°1, junio/julio 1965.
39. Equipo de jóvenes economistas, « Las ‘100 familias’ españolas », Horizonte Español 1966, Tomo I.
40. Grupo 450, « Invitación a emprender el trabajo organizado » en la Tribuna Libre de CRI n°18, abril/mayo 1968. La propuesta se va a precisar en siete principios: rechazo de la singularidad española, percepción de vivencia en una época de transición entre la revolución del siglo XIX y la del siglo XX, creencia en la posibilidad de una nueva revolución, adecuación del lenguaje a la realidad, vigencia del marxismo, reconocimiento de la ineficacia de los partidos políticos y extensión del sujeto protagonista de la lucha a todo aquel al que se le priva de lo suyo.
41. La segunda época de la revista se extiende desde el n°43-45 de enero/junio 1975 hasta el final de la publicación con el n° 63-66, mayo/diciembre 1979. La necesidad de crear colectivos es formulada de la siguiente manera: « CRI se propone a constituir en todas partes colectivos de trabajo y de reflexión, fundidos en la práctica de la clase obrera, no aislados de ella por estructuras políticas y sindicales rígidas cuando no verticales, y aspira a ser el vehículo de relación entre ellos y su órgano de expresión. Varios de esos colectivos funcionan ya.», CRI n°46-48, julio/diciembre 1975.
42. Colectivo 36, « La generación de la Zarzuela », CRI n°41-42, febrero-mayo 1973 y « Los límites de la censura histórica franquista: La España del siglo XX de Tuñón de Lara editada en Barcelona », n°43-45, enero/junio 1975.
43. Colectivo 70, « Interpretaciones políticas en la declaración de la Junta Democrática » y « Un documento poco afortunado: ‘el manifiesto de los economistas’ », CRI n°43-45, enero/junio 1975.
44. Colectivo, « Els Joglars y La torna » y « La Universidad: un programa reformista-utópico », CRI n° 58-60, julio/diciembre 1977.
45. Colectivo autonomía de clase, « La clase trabajadora frente al capital », CRI n°61-62, enero/abril 1979.
46. Carta de José Martínez a José Antonio Díaz, París, 07/07/1975. La misma idea en CRI n°46-48, julio/diciembre 1975.
47. Una reconstrucción de estos vínculos que resistieron al poder franquista, lo que hace al autor afirmar la existencia de una continuidad cultural ininterrumpida, en Jordi Gracia, A la intemperie. Exilio y cultura en España, Anagrama, Barcelona. 2010, pp.14, 41, 174, 192-194. Una versión desde el ámbito de la literatura y de la experiencia personal en José Manuel Caballero Bonald, La costumbre de vivir. La novela de la memoria II, Alfaguara, Madrid. 2001, pp. 158-159, donde cuenta un par de anécdotas protagonizadas por la poetisa Angela Figuera Aymerich y el escritor José Bergamin, en sendos encuentros en casa de Dámaso Alonso, en las que se cuestiona el grado de resistencia o colaboracionismo de los intelectuales intramuros.
48. « souci de tolérance, qui mène l’auteur à protéger, jusque chez l’adversaire, un noyau de vérité et de vertu ; si la pseudonymie est, globalement, un mal, la division des Motifs et l’examen de leur mélange fait apparaître l’hypothèse d’un bien. (…) La crainte de tomber dans quelque disgrâce, ou d’encourir des peines de la part des Adversaires qui ont le crédit et l’autorité en main », op.cit., p. 204 -205. La traducción es nuestra.
49. Carlos Barrera, Periodismo y franquismo. De la censura a la apertura, Ediciones Internacionales Universitarias, Barcelona. 1995, pp. 153-157. Los cinco ministros que se sucedieron durante el período 1962-1975 fueron Manuel Fraga (1962-1969), Sánchez Bella (1969-1973), Fernando Liñán (junio de 1973-enero de 1974), Pío Cabanillas (enero-octubre de 1974) y León Herrera (octubre de 1974-diciembre de 1975).
50. Dos estudios sobre las relaciones entre el MIT y la editorial Ruedo ibérico en Aránzazu Sarría Buil, « El Boletín de Orientación Bibliográfica del Ministerio de Información y Turismo y la editorial Ruedo ibérico », en Centros y periferias en el mundo hispánico contemporáneo. Homenaje a Jacqueline Covo-Maurice, Presse, Imprimés, Lecture dans l’Aire Romane, Bordeaux, 2004, pp. 233-253 (léase en http://www.ruedoiberico.org/regimen/estudiobob.php)  ; y « Algunas muestras de contraofensiva desde el exilio editorial a los nuevos medios de la propaganda franquista » en M. Aznar (ed.), Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Ed. Biblioteca del Exilio. Anejos IX. Sevilla. 2006, pp. 573-585.
51. Carta de José Martínez a Alfonso Colodrón, 14/12/1971 respuesta a la de éste del 1/12/1971. IIHS.
52. Bajo la designación de colectivo periodístico se entiende los seudónimos utilizados indistintamente por los redactores de un periódico y que son generalmente de dominio público.
53. Coincidiendo con la fecha de la muerte de Franco, la biografía será objeto de una reseña en el BOB en la que era considerada como una obra de propaganda, sin ninguna perspectiva histórica y exenta de objetividad, lo que cuestionaba toda capacidad de análisis histórico del autor. Curiosamente se pretende ignorar la identidad del mismo pues se hace alusión a la « mala voluntad de un desconocido escritor que sólo actúa en función directa de sus odios y sus resentimientos contra todas las leyes permanentes del difícil arte de la biografía », Boletín de Orientación Bibliográfica, n°111-112, noviembre/diciembre 1975. De la misma manera, se trae a colación al lector francés, olvidando que uno de los argumentos agravantes del sumario fue precisamente la consideración del público español como destinatario de las obras de Ruedo ibérico: « sus publicaciones están habitualmente dirigidas al pueblo español, como lo demuestra el ser impresas en este idioma, tratar con preferencia de temas hispanos, notoriamente está acreditada su frecuente introducción clandestina en nuestra Patria […] », Extracto de la sentencia del TOP contra Luciano Francisco Juan Rincón Vega, publicado en « Resultandos y considerandos », Horizonte Español 1972, Tomo I, pp. 286-287.
54. « Incurrirá en la pena de prisión mayor el que injuriare o amenazare al Jefe del Estado por escrito o con publicidad fuera de su presencia. Las injurias o amenazas referidas en cualquier otra forma serán castigadas con la pena de prisión mayor, si fueren graves, y con la de prisión menor, si fueren leves. » ; « Los Tribunales, apreciando las circunstancias del hecho y del culpable de cualesquiera de los delitos comprendidos en esta sección, así como su condición social y situación económica, podrán imponer, además de las penas señaladas, las de multa de 30.000 a 3.000.000 de pesetas e inhabilitación absoluta o especial. », Artículos 147 y 148bis respectivamente del Código Penal, Título II, Capítulo Primero, Sección Primera (Delitos contra el Jefe del Estado y su sucesor). En la acusación también se incluía la autoría de las ilustraciones que acompañaban el texto. Según el testimonio del propio Luciano Rincón, le resultó fácil demostrar su inocencia ante tal acusación. Declaraciones en el programa « Encuentro con las Letras », presentado por Fernando Sánchez Dragó y Daniel Sueiro, TVE 1978 (ver http://www.ruedoiberico.org/blog/cat/ruedo-iberico/videos/)
55. « Luis Ramírez es Fuenteovejuna y todos a una », CRI n°31-32, junio/septiembre 1971, p.136 y CRI n°33-35, octubre 1971/marzo 1972, p. 219. Además de al Ministerio de Justicia, el telegrama fue enviado a la embajada de España en Washington y a la de los Estados Unidos en Madrid.
56. Xavier Domingo, « Luciano Rincón », CRI n°33-35, octubre 1971/marzo 1972. París, pp. 219-220.
57. Luis Ramírez, « Los policías de la cultura », CRI n°33-35, octubre 1971/marzo 1972, p. 218. Las acusaciones a las que hemos aludido en Herbert R. Southworth, « Los bibliófobos: Ricardo de la Cierva y sus colaboradores », CRI n°28-29, diciembre 1970/marzo 1971, pp. 19-45. (leer en: http://www.ruedoiberico.org/cri/articulos.php?id=23)
58. Extractos de la sentencia notificada el 13 de marzo de 1972. No hemos podido consultar la integralidad del sumario contra Luciano Rincón por contener información que afecta al derecho al honor y a la intimidad personal y familiar de terceras personas. La vista de la causa ante el Tribunal del Orden Público se encuentra en el Centro Documental de la Memoria Histórica, cuyo acceso a la información queda regulado por el artículo 57 de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español que establece la obligatoriedad del transcurso de un plazo de veinticinco años desde la muerte del afectado para la consulta de los documentos que contengan datos personales de carácter policial, procesal, clínico o de cualquier otra índole que puedan afectar a la seguridad de las personas.
59. En los tres años finales de existencia del TOP se tramitaron 13.010 procedimientos, casi el 60% del total desde su creación en 1963. Julián Casanova y Carlos Gil Andrés, Historia de España en el siglo XX, Ariel, Barcelona. 2009, p. 289.
60. Carta de José Martínez a Alfonso Colodrón, Prades, 08/04/1975. IIHS.
61. « Cuadernos de Ruedo ibérico a todos », CRI n°43-45, enero/julio 1975, p. 7 y p. 11.
62. José Manuel Naredo, uno de los colaboradores pilares de esta etapa califica este proceso de « desplazamiento de la disidencia », en « Fulgor y muerte de un testigo incómodo », El mundo diplomático, agosto 2000.
63. La crítica se centra en el encasillamiento que de la encuesta se desprende de los conceptos anarquista y revolución libertaria, en la concepción del movimiento libertario como un hecho que se circunscribe al pasado y que se da por muerto, por lo que cabe preguntar por su legado; en el salto que se produce entre el pasado y el presente marginando tres décadas de existencia (1940-1970); en el choque generacional entre viejos y nuevos anarquistas del que el cuestionario parte, pero que Felipe Orero niega; y finalmente, en el olvido del internacionalismo como una de las perspectivas revolucionarias básicas del movimiento libertario. Felipe Orero, « Reflexiones sobre lo libertario al margen de una encuesta » en El movimiento libertario español, Ruedo ibérico, París. 1974. pp. 247; 256-257; 258; 265; 267.
64. Felipe Orero, « Carta abierta a la redacción de CRI », CRI n°46-48, julio/diciembre 1975.
65. Nota de la redacción en CRI n°58-60, julio/diciembre 1977, París, p. 93. En febrero de 1977 José Martínez había presentado su dimisión como planificador de la revista ante Juan Martínez Alier y José Manuel Naredo. Carta de José Martínez a Francisco Carrasquer, París, 26/02/1977. IIHS.
66. Felipe Orero firmará dos ensayos: « CNT: ser o no ser » y « El federalismo confederal, la herencia de los congresos y el sexto congreso de la CNT », in CNT: ser o no ser. La crisis de 1976-1979, Ibérica de Ediciones y Publicaciones, Barcelona. 1979, pp. 43-212 y pp. 179-212, respectivamente. Un análisis inteligente de la aportación de Felipe Orero al estudio del anarquismo en Freddy Gómez, « De José Martínez a Felipe Orero. Les chemins croisés de la pensée critique », A Contretemps. Bulletin de critique bibliographique, n°3. Juin 2001, pp. XVI-XXII.(Léase en:http://acontretemps.org/spip.php?rubrique46)
Bibliografía citada
José Luis Abellán, El exilio como constante y como categoría. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid. 2001.
José Luis Abellán, « El exilio de 1939. La actitud existencial del transterrado », Debats, n°67, otoño 1999, pp. 120-126.
Carlos Barrera, Periodismo y franquismo. De la censura a la apertura, Ediciones Internacionales Universitarias, Barcelona. 1995.
Grégoire Bouillier, « L’homme qui signe », en Alice Chalanset y Claudie Danziger, Nom, prénom. La règle et le jeu, Ed. Autrement. Série Mutations n°147, sept. 1994. París, pp. 134-152.
Laurence Brunet, Le Pseudonyme, DESS (Diplôme d’Etudes Supérieures Spécialisées) Propriété Intellectuelle et Communication, bajo la dirección del Profesor Patrick Nicoleau, Université Montesquieu-Bordeaux 4, 2002.
Julián Casanova y Carlos Gil Andrés, Historia de España en el siglo XX, Ariel, Barcelona. 2009.
José Manuel Caballero Bonald, La costumbre de vivir. La novela de la memoria II, Alfaguara, Madrid. 2001.
Jordi Gracia, A la intemperie. Exilio y cultura en España, Anagrama, Barcelona. 2010.
Maurice Laugaa, La pensée du pseudonyme, PUF, París. 1986.
Roberto Mesa Garrido, « Ruedo ibérico. Una aventura afortunada » en La Calle, n°10, 3/5-5/6/1978.
José Manuel Naredo, « Fulgor y muerte de un testigo incómodo », El mundo diplomático, agosto 2000.
José Manuel Naredo, Por una oposición que se oponga, firmada por José Manuel Naredo y Aulo Casamayor, Anagrama, Barcelona. 2001.
Hans-Jörg Neuschäfer, Adiós a la España eterna. La dialéctica de la censura. Novela, teatro y cine bajo el franquismo, Anthropos y Ministerio de Asuntos Exteriores, Barcelona/Madrid, 1994.
Encarna Nicolás Marín y Alicia Alted Vigil, Disidencias en el franquismo (1939-1975), Librero Editor Diego Marín, Murcia, 1999.
Teresa Rodríguez de Lecea, « Semblanza de Gaos », Debats, n°67, otoño 1999, pp. 127-133.
Aránzazu Sarría Buil, « El Boletín de Orientación Bibliográfica del Ministerio de Información y Turismo y la editorial Ruedo ibérico », en Centros y periferias en el mundo hispánico contemporáneo. Homenaje a Jacqueline Covo-Maurice, Presse, Imprimés, Lecture dans l’Aire Romane, Bordeaux, 2004, pp. 233-253. (Léase en http://www.ruedoiberico.org/regimen/estudiobob.php)
Aránzazu Sarría Buil, « Algunas muestras de contraofensiva desde el exilio editorial a los nuevos medios de la propaganda franquista » en M. Aznar (ed.), Escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Ed. Biblioteca del Exilio. Anejos IX. Sevilla. 2006, pp. 573-585.
María Angélica Semilla Durán, Le masque et le masqué. Jorge Semprún et les abîmes de la mémoire, Presses Universitaires du Mirail, Toulouse. 2005.
Leopoldo Zea, José Gaos, el Transterrado, Universidad Nacional Autónoma de México, México. 2004.
Sobre Ruedo ibérico
Colección completa de Cuadernos de Ruedo ibérico (n°1, junio/julio 1965 – n°63-66, mayo/diciembre 1979). París. Reeditada en CDrom por Faxsimil edicions, Valencia
Suplementos anuales citados:
Horizonte español 1972. 3 Tomos, París, 1972.
El Movimiento Libertario Español. Pasado, presente y futuro, París, 1974.
CNT: Ser o no ser. La crisis de 1976-1979, París, 1979.
Ignacio Fernández de Castro y José Martínez, España Hoy, París, Puedo Ibérico, 1963.
Programa « Encuentro con las Letras », presentado por Fernando Sánchez Dragó y Daniel Sueiro, TVE, 1978. (véase en http://www.ruedoiberico.org/blog/cat/ruedo-iberico/videos/)
Lista de pseudónimos
Aboy, Ramón: Ignacio Sotelo
Achalandabaso, Anchón: Francisco Letamendía
Aguirre, Julen: Eva Forest
Albal, Francisco: Francisco Carrasquer
Alés, Marcel: José Martínez y Alfonso Colodrón
Algora, Abelardo: Alejandro Rojas Marcos
Alvarez, Pedro: Pedro Altares
Arenal, Angel: Roberto Mesa
Artigues, Daniel: Jean Becarud
Atienza, Julián: Manuel Vázquez Montalbán
Auverre: Alberto Vilanova
Barea, David: Francisco Pereña
Benítez, Emilio: Antonio Elorza
Bernal, Angel: Angel Fernández-Santos
Blanc, Jordi: Manuel Castells
Brocos, Maximino: Luis Seoane
Bulnes, Ramón: Ignacio Quintana
Campos Ríos, Genaro: José Manuel Naredo y Juan Muñoz García.
Cardan, Paul: Cornelius Castariodis
Casamayor, Aulo: José Manuel Naredo
Celhay, Pierre: Miguel Castells
Cervera, Miguel: Manuel Castells
Claridad, Juan: Eduardo García Rico
Colectivo Autonomía de Clase = Grupos de Afinidad Anarcosindicalista: José Antonio Díaz, Santiago López Petit, Enrique Rodríguez
Colectivo 36: Luis Peris Mencheta, Alfonso Colodrón, Juan Martínez Alier, José Martínez
Colectivo 70: Luciano Rincón
Daurella, Ana : Anna Cabré 
Dueñas, Gonzalo: Angel Fernández-Santos
Duran, Eduardo : Santiago López Petit
Envalira, Carlos: Ramón Viladás
Equipo de jóvenes economistas: Arturo Cabello, Juan Muñoz García, Santiago Roldán, José Santamaría Pérez
Eslava, Hilario: Roberto Mesa
Fernández, Santiago: Isaac Díaz-Pardo, Alberto Míguez
Ferrán, José: Alfonso Colodrón, Carmen Nogués y Alberto Ruiz Secchi
Formentor, Davira: Pablo Lizcano, Mamen Gutiérrez
Fotos-Pizzi: Jorge Rueda
Lasa, Francisco: Luciano Rincón
Gamo, Oliverio: Alfonso Colodrón y Miguel Angel Conde
García, Enrique: José Manuel Arija
García, J.A.M.: Juan Muñoz García
García, Martín: Juan Muñoz García
Ges: José María Górriz
Goitia, Iñaki: Luciano Rincón
Grupo 450: Julio Cerón
Gustalavida, Angel: Juan Tomás de Sala
Herrero, Carlos: José Manuel Naredo
Iker: Francisco Letamendía
Julius: Julio Cerón
Juan, Vicente: Vicent Ventura
León, Sergio: Roberto Mesa
Lozano, Rafael: Luciano Rincón
Marín, Ginés: Francisco J. Carrillo
Martí, Sylvie y Gérard : Sylvie y Gérard Imbert
Martín, Raúl: Luciano Rincón
Martínez, Manuel: Santiago Roldán López
Mieres, Gregorio: Francisco J. Carrillo
Nalón, Luis del: Eduardo García Rico
Naranco, Juan: José Manuel Naredo
Núñez, Gerardo: Arturo Cabello
Nuño, Horacio: Francisco J. Carrillo
Olmo, Angel: José Luis Leal
Ordóñez, Máximo: Roberto Mesa
Orero Felipe: José Martínez
Ortzi: Francisco Letamendía
Pablo: Miguel Castells
Paz, Abel: Diego Camacho
Peña, Antoliano: Carlos Romero
Peris, Vincent; Sorolla, Guillem: Vicent Garcés; Josep Vicent Marqués
Pueblo de Vitoria, el : Joaquín Estefanía y Javier Sánchez Erauskin
Ramírez, Luis: Luciano Rincón. Por solidaridad con él tras su detención el seudónimo fue utilizado, entre otros, por José Vidal Beneyto, Manuel Vázquez Montalbán y Xavier Domingo.
Relayo, Juan: Eduardo García Rico
Roig, Joan: Francesc Vicens
Romero Marcos, José: Miguel Signes
Rosso, Lázaro: Fabra
Sáez Alba, A.: Alejandro Rojas Marcos
Sala, Antonio : José Antonio Díaz
Salaberri, Kepa: Miguel Castells, Francisco Letamendía
Sanz, Guillermo: Vicent Garcés y José Manuel Naredo
Sanz Oller, Julio: José Antonio Díaz ; Santiago López Petit
Serrates, Blai: Jaime Meléndez
Soler, Ricard: Santiago Udina
Suárez, Angel : Colectivo 36
Torras, Raúl: Pasqual Maragall
Torres, Lorenzo: Carlos Semprún Maura
Triguero, Juan: José María Moreno Galván
Txabe: Vicent Garcés
Vargas, Antonio: Antonio Linares
Vial, M.C.: Francisco J. Carrillo
Villa, Juan: Joaquín Romero
Villanueva, Angel: Joaquín Leguina
Viñas, Miguel: Josep María Vegara
Zugasti, Martín: José Ramón Recalde
Publicado in : Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, n°12, pp.71-106.