Herbert Rutledge Southworth - El mito de la cruzada de Franco

EL MITO DE LA CRUZADA DE FRANCO


Autor: Soutworth [sic], Herbert Rutledge.
Editor: Ruedo Ibérico.
Lugar y fecha: París, 1963.
Páginas: 314 (1),


En el número 25-26 de nuestro Boletín, correspondiente a los meses enero y febrero, nos hemos ocupado de la obra de Herbert Rutledge Soutworth [sic]. Hoy vamos a añadirle el complemento de un comentario, más ceñido al procedimiento adoptado por el autor que al contenido de la obra, examinado entonces con la atención suficiente.

La bibliografía no es más que una técnica y un arte. La crítica bibliográfica es una estructuración de valoraciones montada sobre el mármol desnudo de la bibliografía. Ni la bibliografía ni la crítica bibliográfica son contra nada. Cuando se convierten en arma política se desvirtúan y se prostituyen.

La bibliografía no es historia; no puede hacerse historia con andamiajes exclusivamente bibliográficos.

Herbert Rutledge Southworth es un lector, un omnívoro lector. En su tranquilo retiro de Villedieu sur Indre ha reunido una gran colección de libros y documentos sobre la guerra de España. Y ha leído bastantes de ellos. Pero no basta con leer: hay que asimilar, y mirar de cuando en cuando por la ventana al cielo claro sin letra impresa. Con la sola base de su lectura voraz, e impulsado por el motor menos científico que existe, el odio. Herbert Rutledge Southworth se ha puesto a escribir a borbotones no sobre la bibliografía de la guerra de España, sino, a través de esa bibliografía, sobre esa guerra.

Y Herbert Rutledge Southworth, que no es ni siquiera un buen bibliógrafo -no es más que un feroz devorador de libros-, estaba muy poco preparado para hacer historia contemporánea española.

Porque difícilmente puede combinarse en un aspirante a historiador un conjunto de vacíos más absoluto en todos los planos parahistóricos, que, si desconoce, debería al menos haber evitado prudentemente. Herbert Rutledge Southworth ataca a España desde todos los terrenos: literario, político, filosófico, documental, religioso. Su absoluta falta de formación en todos ellos es evidente, como en seguida vamos a demostrar.

El apasionamiento desvaloriza cualquier estudio histórico; pero, sobre todo, aniquila un trabajo de crítica bibliográfica. Incluso críticos que simpatizan con Herbert Rutledge Southworth han repudiado su actitud (2). Numerosos lectores creen imposible que el autor sea anglosajón: toda su destilación de resentimiento -piensan- no puede atribuirse más que a un exiliado español anclado en el pasado.

Una primera aproximación a la comprensión de este extraño escritor nos la puede dar el análisis de su odio a la Iglesia Católica. Considera la fe católica como obstáculo para un testimonio veraz de hechos históricos (3); Peter Kemp, acatólico es, en principio, mejor testigo que Lunn o Campbell. Piensa que la Iglesia Católica, durante la guerra civil española, no tenía ningún intelectual católico en los Estados Unidos (4). Posiblemente olvide H. R. S. que la Universidad católica de Georgetown se fundó en 1789, y que en 1956 habían celebrado su centenario 31 instituciones católicas norteamericanas de enseñanza superior. Por simple raciocinio estadístico puede comprenderse el absurdo de la tesis de H. R. S., a quien sería inútil enumerar una lista de intelectuales católicos que florecían en 1939 en los Estados Unidos, desde Fulton Sheen a la actual lumbrera del Concilio John Courtney Murray. Aunque tal vez piense H. R. S. que la espléndida generación actual de intelectuales católicos americanos, a los que Time ha dedicado recientemente atención explícita y extensa, ha nacido por generación espontánea.

H. R. S. odia a la Iglesia, pero pontifica sobre la validez de sus declaraciones. Resulta que: "A pesar de su título, el famoso documento del 1 de julio de 1937 no fue una Carta colectiva de la jerarquía española" (5).

Razón evidente: faltaban las firmas de tres obispos (6). Por lo visto, un documento firmado por 48 prelados no puede considerarse colectivo porque han dejado de firmar tres.

El odio a la Iglesia Católica, leitmotiv de toda la obra, aflora descaradamente en el último capítulo: "La Cruzada".

La Iglesia española es un monstruo sediento de sangre:

"Esta sed de sangre que demuestra la Iglesia española no es fácil de explicar a las generaciones jóvenes" (7). "El escritor católico James Cleugh mantiene la teoría de que el responsable de la terrible violencia que revistió la guerra civil es un ingrediente secreto que lleva la sangre española; me atrevería a afirmar que éste no es otro que la naturaleza de su Iglesia; había perdido todo su poder moral sobre los republicanos, pero, sin duda, continuaba manteniéndolo sobre los rebeldes" (8).

Pero esta actitud monstruosa no es sólo de la Iglesia española, sino de la Iglesia como tal:

"La Iglesia no es incapaz de perdonar crímenes cometidos contra otros. Quiso salvar la piel de von Papen, y lo consiguió (1030). Intentó salvar a Monseñor Tiso, agente de Hitler en Eslovaquia, pero fracasó (1031). Ha intervenido en todo momento en favor de Monseñor Stepinac (1032), colaboracionista de Eslovenia. Calmar las pasiones y llevar la paz al mundo son, después de todo, las funciones de la Iglesia de Cristo. Pero ésta no creyó conveniente utilizar la caridad evangélica en favor de un solo republicano español" (9).

Todo este turbio culmina, como es lógico, en una desnuda blasfemia:

"Pero el Altísimo debía encontrarse dolorosamente falto de fuerzas o en un momento de humor negro cuando toleró que las únicas tropas que ayudaran a los camisas azules fuesen los camisas pardas y los camisas negras" (10).

H. R. S., como hemos empezado a demostrar, emplea la crítica bibliográfica para servir fines de pasión política. Esto le lleva, lógicamente, a descuidar de tal forma sus premisas, que incurre frecuentemente en contradicciones graves, incluso groseras. Veamos algunos ejemplos:

En la página 14 afirma H. R. S. que las ideas y opiniones de Rühle y Garosci "corresponden muy mal a la tesis del opusdeísta (Calvo Serer), completamente distintas de las de sus inspiradores. El resultado es el desorden que encontramos en las ideas de Calvo Serer". Y cuatro páginas más adelante, in terminis: "El trabajo de calco que lleva a cabo el opusdeísta español se halla facilitado por el hecho de que Rühle y él mismo coinciden, poco más o menos en sus ideas políticas" (11).

La muerte de Glenn Spottswood, protagonista de "Washington D .C.", señala el fin de John Dos Passos como escritor destacado, según H. R. S. Sin embargo, el mismo H. R. S. reconoce que Dos Passos publicó un best seller nada menos que veinte años después (12).

La confesión de Koestler en "The Invisible Writing" tiene bastante de retractación de lo que escribió en "Spanish Testament" sobre sus recuerdos de la zona nacional. Para H. R. S. la edición de "Spanish Testament", tal como apareció en Inglaterra, "está fuera de toda duda" (13), mientras que las fuentes dudosas o inidentificadas sólo se emplearon en un libro publicado en París. Pero en la página 76 afirma H. R. S., con razón, que la primera parte del irrefutable "Spanish Testament" fue sacada del volumen publicado en París..." Suponemos que depurado de fuentes inexactas.

Al omentar la introducción de Fraga Iribarne al libro de Bolloten, critica H. R. S. el uso de futuribles retrospectivos: "Tales visiones de "lo que hubiera ocurrido si..." se basan en un punto de vista histórico, según el cual un elemento cambia mientras los otros permanecen estáticos. Esto no es probable que ocurra nunca" (13).

Lo que no le impide acudir diez páginas más adelante a afirmaciones basadas en "lo que pudo ocurrir si..." "Como ya hemos señalado más arriba, si la República hubiese resistido con menos valentía y hubiera dejado a Franco una España apta para la guerra, y si, por otra parte, Mussolini se hubiese mantenido al margen del conflicto o hubiera intervenido más inteligentemente, Franco hubiera podido surgir de la segunda guerra mundial como uno de los vencedores fascistas, con colonias en el norte de África y una "Península unificada" (14).

Hemos podido ver en estos casos que H. R. S. no sólo incurre en flagrantes contradicciones, sino que tiene además la desgracia de hacerlo en tan cortos intervalos de páginas, que esas contradicciones resultan hirientes.

Para abarcar en una crítica histórica todos los aspectos de la vida de un país en una época, hay que tener una base amplia y compleja, que no puede improvisarse con un atracón apasionado de lecturas inconexas.

H. R. S. carece de comprensión literaria en general, y cuando juzga aspectos de la literatura española, su falta de comprensión degenera en crasa ignorancia.

Se le escapa por completo la interpretación obvia de la actitud de Hemingway hacia España. España era para Hemingway un tema humano a caballo sobre la linde del subconsciente; sus afirmaciones e incluso sus veleidades políticas tienen tan poca importancia como sus preferencias concretas por un determinado torero. Por eso, cuando H. R. S. critica la opinión de Alvah Bessie sobre "For whom the Bell tolls" dudamos que ha leído la célebre novela, pero evidentemente no la ha entendido. Presentar "For whom the bell tolls" como una obra prorrepublicana, está en el mismo grado de distracción que considerar a la Ilíada como una obra proaquea.

El gran especialista en poesía inglesa, el profesor Esteban Pujals, a quien H. R. S. se ve obligado a tratar con más respeto que a otros catedráticos, ha comentado, en conversación privada con el autor de este artículo, que H. R. S. no parece haber leído a Roy Campbell. Desde luego, la incomprensión literaria característica de H. R. S. se agudiza cuando se trata de poesía. Por ejemplo, comenta un paisaje de Pemán:

"José María Pemán, en su Poema de la Bestia y el Ángel (Zaragoza, 1938), dice que el Arcángel Gabriel ayudó a los moros a cruzar el Estrecho" (p. 10) (16).

En el mismo tono podríamos comentar "Milton dice que Dios sacó al león de su mitad de barro" y destruir cualquier metáfora.

No es extraño que un autor tan poco dotado para la comprensión literaria haya podido hablar del "bajo nivel cultural de la España franquista" (17) y afirmar que la creación literaria de la España actual se dedica a "elucubrar inofensivamente sobre el pasado" sin posibles salidas a la temática social (18).

H. R. S. olvida que la literatura española contemporánea está en una segunda ascensión áurea en poesía, en pleno renacimiento teatral, y con una estupenda novelística de buceo social precisamente. Pero si desconoce a Cela, a Menéndez Pidal, a Zunzunegui y a Gerardo Diego, no es culpa nuestra.

En un escritor que persigue una finalidad netamente política, la falta de sentido político es todavía más grave que la falta de sentido literario.

La profundidad política de H. R. S. se revela ya al principio del libro, con un ataque a las bases americanas en España que parece calcado de cansadas consignas moscovitas: "Los Estados Unidos no tienen derecho moral alguno para mantener su propia seguridad a costa del pueblo español" (19).

Ya en el terreno desnudo de la ciencia política, la audacia de H. R. S. le lleva a definiciones pintorescas, como la de Estado totalitario: "... un régimen totalitario es aquel en el que el Estado detenta el Poder absoluto de tal forma que el pueblo no puede conseguir un cambio de régimen si lo desea" (20).

Según la cual, el pueblo, en los Estados democráticos, podría conseguir un cambio de régimen si lo desea.

En su definición de fascismo, se le escapa casi todo lo esencial: "¿Qué es el fascismo? En su más simple definición, un movimiento destinado a convertir un país europeo desposeído en el conquistador de un imperio" (21).

Definir a Ortega y Gasset sencillamente como "primer inspirador del fascismo español" (22) es una simpleza mal copiada de Stanley Payne, sin citarle para esta opinión.

Pero donde la falta de sentido político de H. R. S. se hunde ya en la estupidez es en la pura intención democrática, sin ambición alguna de poder, que atribuye repetidas veces a los comunistas (23).

El sentido filosófico de H. R. S. raya a parecida altura que el literario y el político. Afortunadamente para él, sus incursiones por la historia de la Filosofía contemporánea son muy reducidas, y por eso sus disonancias son también menos estridentes. Sin embargo, tendría que haber meditado un poco más su afirmación de que Jacques Maritain es "el más distinguido de los filósofos católicos contemporáneos" (24).

La falta de seriedad documental es grave pecado para un historiógrafo. H. R. S. insiste en que:"Una de las tareas principales de los historiadores franquistas ha sido pasar por alto esta primera ayuda alemana e italiana" (25).

Entre los innumerables ejemplos para rebatir esta tesis sólo le brindo a H. R. S. el más reciente: las diversas y francas alusiones al tema en el último número de la "Revista de Historia Militar" (26). Por cierto que al tratar del famoso avión inglés que transportó al General Franco desde Canarias, H. R. S. ignora por completo la decisiva actuación del ingeniero español Juan de la Cierva, entonces en Inglaterra.

H. R. S. no tiene ningún reparo en lanzar afirmaciones graves precedidas de un simple "se cree", como al hablar de la retención por la censura de "Un millón de muertos" (27).

El estupendo y minucioso trabajo de Geoffrey Moss sobre el Alcázar, uno de los clásicos indiscutibles de la historia de nuestra guerra, es despachado con tal impertinencia por H. R. S., que nos hace dudar si realmente lo ha leído (28)

Pero, en definitiva, "El mito de la Cruzada de Franco" es una obra que, aunque por turbios fines políticos, irrumpe alocadamente en el campo de la Historia, y es precisamente en el terreno histórico donde la falta de base de su autor se hace más angustiosa y lamentable.

En una época en que ya hay perspectiva histórica suficiente para observar el viraje de la opinión mundial hacia España, tras la retractación formal y solemne de las mismas Naciones Unidas, puede afirmar H. R. S. que "la propaganda de Franco ha perdido la batalla" y que "la Historia está contra Franco" (29). ¿Cabe mayor ceguera?

H. R. S. no debería incurrir con tanta facilidad en tópicos baratos. Ignora por completo la composición mayoritariamente española de la Legión (30), y resbala a fondo cuando atribuye posiciones políticas corporativas al Opus Dei (31). No puede faltar tampoco su cita con el tópico de los jesuitas propietarios de El Debate (32).

Sus afirmaciones sobre determinados aspectos de la historia contemporánea española rayan en lo grotesco. Por ejemplo, cuando define "La derecha española y Franco" (33), o cuando inventa una extraña condecoración: la "Cruz española de oro y brillantes" (34). Su justificación del "Muera España", piadosamente disfrazado de "Abajo", es puro barroquismo (35). No es extraño que se le escapara la sutil intención de Franco en su entrevista con Hitler (36), pero resulta hiriente su extrañeza de que Antonio Montero dedique tan poco espacio a los sacerdotes muertos en zona nacional (37).

Podría tal vez pensarse que, al fin y al cabo, H. R. S. es un bibliógrafo y que nuestra crítica a sus aspectos objetivos resulta demasiado exigente. Pero ya hemos demostrado que lo bibliográfico no es más que una fachada para fines más concretos. A pesar de ello, en este momento vamos a ver que el mito de H. R. S. como bibliógrafo infalible se basa sólo en la generalizada ignorancia sobre la historiografía de la guerra civil española.

H. R. S. habla con cierto detalle del doctor Norman Bethune, del que incluso cita la biografía escrita por Gordon y Allan (38). Es evidente que aquí incurre H. R S. en lo que él reprocha a los demás objetivamente: queremos decir que no ha leído esa biografía que cita. De lo contrario, no hubiera cometido el imperdonable error de olvidar que Norman Bethune escribió uno de los libros de más impacto propagandístico a favor de la República (39). H. R. S. nada sospecha de la existencia de este libro.

No podemos convertir este artículo en un catálogo de las omisiones graves de H. R. S. Bástenos indicar que (sólo como ejemplo) en el campo de la novela-testimonio no habría debido olvidar, por parte nacional, a Agustín de Foxá (40) y Javier Martín Artajo (41), y por parte republicana, a Peter Elstob (42).

La crítica bibliográfica, a base de salpicar citas de erratas, está muy desacreditada. H. R. S. cultiva con fruición este aspecto fácil de la polémica: incluso eleva a la categoría de epígrafe una errata determinada. Peligroso proceder en el que no queremos insistir; bástenos señalar que tampoco H. R. S. está exento de este defecto, como puede verse en las tres erratas de la página 110 (43) y en la más grave insistencia en escribir con una sola "1" el apellido de Esmond Romilly (44), una de ellas (p. 164) precisamente hablando de erratas.

Pero cuando el fallo bibliográfico se convierte de simple omisión en ocultación o tergiversación pretendida, quizá en vez de fallo debe señalarse como fraude. Por el contexto general de la página, H. R. S. da a entender que el libro de Bolloten se ha traducido en España con el carácter de publicación oficial (45), y eso es falso.

En la página 160 afirma dogmáticamente H. R. S.: "Hagan lo que hagan y piensen lo que piensen sus Gobiernos, los intelectuales de los países en que existe "opinión pública" no consideran hoy interesante un libro favorable a Franco (944). Hace muchos años que no se publican obras de esta especie."

Pues bien; es evidente que H. R. S. conoce el libro de Roux (46), lo que convierte la cita anterior en contradictoria; pero no cita a ese libro más que en nota, no en la bibliografía. Estamos ante un caso manifiesto de fraude bibliográfico.

El objetivo polémico de H. R. S. está netamente explicado en la cabecera de su obra: "La propaganda franquista, aparte su lado negativo -afirmaciones de que la matanza de Badajoz no tuvo lugar, que Guernica no fue bombardeada. que los franquistas no asesinaron a García Lorca, etc.-, tiene por base dos mitos positivos: 1) que Franco se levantó para impedir una rebelión izquierdista-comunista; 2) que los asesinados del Alcázar de Toledo escribieron una página de gloria para la historia de España. Creo que aporto en este libro las pruebas de que ambos mitos se fundan sólo en mentiras" (47).

Pero H. R. S. ataca a lo que él llama "mito" de una manera indirecta: fundamentalmente a través de su análisis despiadado de la obra de Rafael Calvo Serer, "La literatura universal sobre la guerra de España" (48).

Este montaje formal tiene gravísimos inconvenientes. H. R. S. sabe que la obra de Calvo Serer es, inicialmente, una conferencia divulgadora, y nadie pretende que todas las conferencias divulgadoras deban ser trabajos de investigación original. Esto no supone, por nuestra parte, una lanza en favor de Calvo Serer, que había sido criticado con tanta dureza, como la de H. R. S., por una revista española (49). Pero plantear su obra en términos de crítica personal conduce a H. R. S. a dos gravísimos fracasos. El primero, obligarse a una estructura forzada, en que los hilos principales de la obra se rompen en un maremagnum de temas inconexos; el segundo, cerrarse en que Calvo Serer expresa el pensamiento oficial español, y también el del Opus Dei, lo cual supone una absoluta ignorancia de la estructura política española.

La pretensión de H. R. S. al fundar el "mito de la Cruzada" sobre los dos mitos parciales de la revolución comunista y la resistencia del Alcázar, no es más que un dogma que congela dos aspectos -sin duda importantes, pero ni mucho menos exclusivos- de aquel tremendo levantamiento social, religioso y vital en definitiva, que fue el 18 de julio de 1936. No es éste el lugar para demostrar la evidencia -admitida incluso teóricamente por los ambientes marxistas- de un inminente asalto comunista al Poder español; por lo demás, ese asalto se consumó dos veces durante la guerra. Fue primero la irrupción fría y lenta que culminó en la deposición de Largo Caballero y, al final, el estertor desesperado de los últimos días de Madrid. Frente a la tremenda fuerza de los hechos, H. R. S. prefiere enzarzarse en una estéril disputa sobre papeles. Pero poco puede hacerse para iluminar a los que, viendo, no ven y, oyendo, no oyen.

En su tratamiento del tema del Alcázar, el odio concentrado de H. R. S. le lleva a despeñarse por el ridículo más espantoso. Resucita el viejo tema de los cadetes (50), perfectamente puesto en claro ya, en plena guerra, por el gran especialista Mc Neil Moss (51). Si H. R. S. hubiese leído a Moss sabría que el mito de los cadetes -y cadetes hubo en el Alcázar- fue sustituido con ventaja por el fantástico episodio de los muchachos e incluso niños defensores del Establo número 4. Si hubiese leído al P. Risco (52) -y en la lectura de un libro se incluye la de los pies de sus fotografías- sabría cosas sobre el destino de los rehenes, que ignora. Ninguna de sus elucubraciones sobre la situación de los hilos del teléfono o la edad exacta de Luis Moscardó empaña la verdad de un hecho que ya es histórico; hecho que H. R. S. debería haber tratado con más respeto que en su cínica nota 314: "314. En su folleto en contra de Matthews, Aznar cita un testimonio del carcelero de Luis Moscardó, que dice que le "vio" hablando con su padre; entonces Cabello, el jefe de la milicia que amenazó a Moscardó, habló con éste y, colgando violentamente el receptor "after some violent cursing he said to the militiamen present", "as tha's what his father wants, do whatever you please with him". Estas palabras no son exactamente una orden de ejecución (53).

No es extraño que H. R. S. culmine su "tratamiento" del Alcázar, la fortaleza que durante dos meses eternos tuvo pendiente la atención del mundo entero, con uno de los mayores cretinismos históricos jamás escritos: "Nada extraordinario en una guerra ocurrió allí" (54).


Esto es todo. Esperamos haber puesto en claro el verdadero alcance de este andamiaje bibliográfico con pretendido sentido crítico. No se trata de una sucesión continua de golpes bajos históricos y políticos lanzados aviesamente desde una actitud olímpica, totalmente fuera de la realidad. Es un libro de indudable impacto para el lector que mire, un poco de lejos, la numeración de sus notas y que ignore de fond en comble las cosas que han pasado en España desde 1936.


NOTAS

(1) En lo sucesivo, el autor será designado como H. R. S., y su obra como M. C. F.

(2) Ver el juicio de Le Monde.

(3) M. C. F., p. 38.

(4) M. C. F., p. 100.

(5) M. C. F., p. 105.

(6) M. C. F., p. 105.

(7) M. C. F., p. 177.

(8) M. C. F., pp. 177-S.

(9) M. C. F., p. 179.

(10) M. C. F., p. 180.

(11) M. C. F., p. 19.

(12) M. C. F., p. 21.

(13) M. C. F., p. 224, nota 455.

(14) M. C. F., pp. 149 y 159.

(15) M. C. F., p. 18.

(16) M. C. F., p. 198.

(17) M. C. F., p. 271, nota 869.

(18) M. C. F., p. 158.

(19) M. C. F., p. 20.

(20) M. C. F., p. 99.

(21) M. C. F., p. 159.

(22) M. C. F., p. 168.

(23) M. C. F., pp. 23, 150.

(24) M. C. F., p. 111.

(25) M. C. F., p. 184.

(26) Revista de Historia Militar, 1964.

(27) M. C. F., p. 27.

(28) M. C. F., p. 51.

(29) M, C. F., p. 16.

(30) M. C. F., p. 60.

(31) M. C. F., p. 181, nota 2.

(32) M. C. F., p. 272, nota 869.

(33) M. C. F., p. 89.

(34) M. C. F., pp. 199, 212.

(35) M. C. F., p. 263, nota 772.

(36) M. C. F., p. 144.

(37) M. C. F., p. 182.

(38) M. C. F., p. 24.

(39) Bethune, Norman: The crime on the road Málaga-Almería, 1937.

(40) Foxá, A. De: Madrid de corte a checa. San Sebastián, Librería Internacional, 1938.

(41) Martin Artajo, Javier: No me cuente usted su caso, Madrid. Biosca, S. A., 1955.

(42) Elstob, P. Spanish prisoner. London, McMillan, 1939.

(43) M. C. F., p. 110, líneas 9, 21, 37.

(44) M. C. F., pp. 37, 62, 163, 196.

(45) M. C. F., p. 154.

(46) M. C. F., p. 269, nota 853.

(47) M. C. F., p. 5.

(48) Calvo Serer, Rafael: La literatura universal sobre la guerra de España. Madrid, Ateneo, 1962

(49) Indice

(50) M. C. F., p. 54.

(51) McNeill Mors, Goeffrey: The epic of the Alcázar. London, Rich and Cowan, 1937.

(52) Risco, Alberto: La epopeya del Alcázar de Toledo. Burgos, Aldecoa, 1937.

(53) M. C. F., p. 214, nota 314.

(54) M. C. F., p. 62.


In Boletín de Orientación Bibliográfica nº 35-36, noviembre-diciembre 1965, pp. 9-16