Antonio Téllez - La guerrilla urbana. I. Facerías

Francisco Carrasquer

Cuando segundas partes son mejores


Es un placer rectificar un juicio de valor si es de menos a más. Y si no pude pasar sin comentar el primer libro de Antonio Téllez (1) para advertirle de sus fallos y cortedad, con más razón quiero romper ahora una lanza en favor de su segundo (2) y felicitarle por sus aciertos y largueza, recomendándolo de paso a todo el mundo que se interese por nuestra España y en especial a los que estudian la historia social española de posguerra.

Porque aunque el autor quiera curarse en salud afirmando ya en la primera página que su libro "no tiene la más mínima pretensión de ser LA HISTORIA de la resistencia antifranquista", no lo hace sin haber puesto - a conciencia - por delante que "es historia". Sabido es que hay dos maneras - primordialmente - de escribir historia: la monográfica y la panorámica. Por lo general, son los historiadores de esta última especialidad, capaces de elaborar grandes síntesis y de trazar potentes líneas imantadoras de interpretación, los más conocidos y reconocidos; pero no deja de estar hecha su labor, si ha de ser científica, sobre la de los primeros, los que han tenido la aplicación, paciencia y perspicacia de tratar un período - o un aspecto histórico del mismo - lo suficientemente a fondo y al detalle como para entresacar una impresión veraz y convincente susceptible de dejarse imantar por la interpretación del historiador panorámico e integrarse en la visión global de lo que llama Téllez LA HISTORIA, así con mayúsculas.

Para los estudiosos de nuestra más reciente historia social, política y sindical, que afortunadamente tanto abundan para admiración de propios y extraños (3), este libro de que nos ocupamos satisface cumplidamente a su propósito : dar puntual relación de la guerrilla urbana libertaria en un determinado período y en una específica corriente del Movimiento Libertario Español. El mismo autor lo dice muy modestamente : "...limitarse al relato de la actuación de algunos combatientes, de los que mejor conocía, de aquellos con los cuales estuvo unido por los lazos de la amistad, de las ideas y de la propia lucha" (p. 5).

Los historiadores de la vieja escuela se le echarán encima al oír semejante confesión: "¿ Cómo se puede pretender hacer ciencia historiográfica estando tan comprometido y siendo, por lo tanto, tan maleable por los hechos y agentes que sean objeto de su historia al pasar a través de influencias de tipo tan subjetivo como la amistad, la adhesión ideológica, etc. ? " O exclamarán con desprecio : " El que es parte interesada no debe juzgar ". Pero, por fortuna, la historiografía ha evolucionado y salido de las rodadas de una hipócrita objetividad. En realidad, todo el mundo estudia lo que le interesa, y cuanto más le interesa más estudia. Lo único importante, ahora y siempre, es dilucidar de qué clase de interés se trata. Y si se trata del segundo (y casi siempre en plural) no puede ser científico, ni siquiera literario. Pero si no es ni pagado ni pagable, si es el primero ("Inclinación, afición o afecto hacia una persona o cosa. Atractivo que presenta una cosa al ánimo"), éste puede tener todos los valores positivos imaginables.

En nuestro caso es una suerte que el historiador esté (o haya estado) ligado por amistad, o sea (o haya sido) afín a las ideas de los personajes materia de su historia, porque gracias a esta circunstancia ha podido conocerlos y dárnoslos a conocer como el primero, así como enterarse y enterarnos de sus peripecias, desgarros interiores y exteriores, conflictos y contradicciones entre sí y con la organización. Y esto no sólo oralmente, a modo de los evangelistas - apócrifos o no - sino documentadamente, porque merced a vivir en los círculos "historiables" y en la red de relaciones de la organización de sus personajes, Téllez ha tenido acceso a multitud de cartas, informes y referencias de importancia para apuntalar su narración e interpretarla con la lucidez concreta deseada.

Esto aparte, hemos de apuntar dos mejoras importantes de este libro con respecto a su anterior sobre Sabaté. La primera mejora es que haya dejado hablar más, aquí, a su protagonista, que nos lo haya confiado con más seguridad dejándonoslo ver a distancia óptima para apreciar su personalidad. A Sabaté diríase que lo tomaba demasiado bajo su protección, y a veces veíamos más su capa (la del autor) que al propio protegido. Claro que a esto puede haber contribuido mucho el personaje mismo. Porque para mí no hay duda de que Facerías es un tipo humano más fino (y no sólo de estampa) que "el Quico", y más complejo por más culto y artistoíde como me lo imagino. Sin profundizar ahora sobre la materia inoportunamente, todo hace decir que el cerebro de "Face" estaba mejor organizado que el de Sabaté, y seguramente también más equilibradas sus relaciones intelectivo-afectivas. Puestos en un mismo plano de organización social, le hago más capaz de dar juego y rendimiento a José Lluis que a Francisco {toute proportion gardée, como diría de Ascaso y Durruti). De ahí, pues, que el autor haya tenido más confianza en dejar a su protagonista esta vez que se defienda solo, aparte de que también podría ser que para este libro Téllez contara con más documentación que para el otro, sencillamente porque Facerías sabía escribir más y le gustaba también hacerlo más que a Sabaté, según se desprende de las cartas e informes y manifiestos de uno y otro.

La segunda mejora, a mi juicio, está relacionada con la información. Ha de saber el lector que este libro sobre Facerías cuenta con la respetable cantidad de 350 páginas, con 29 fotografías, 15 páginas de notas biográficas en apéndice y un índice onomástico que por ser herramienta tan práctica no habría de faltar en ningún libro de este tipo. Pues bien, hablando de la información en el texto, da tanta no sólo en torno al personaje principal, sobre sus compañeros de fatigas y sus enemigos, sino también sobre el trasfondo en que aquél opera, que bien pudiera funcionar este libro por su material informativo como la continuación del de Abel Paz que en nuestro comentario aludido (véase nota 3) elogiábamos por lo mismo. Al igual que el libro de Durruti, creo que éste de Téllez sobre Facerías han de agradecerlo los investigadores de nuestro exilio y todo lector en general. Porque esa tarea de descubrir nombres y relacionarlos con situaciones, actitudes de grupo y reacciones políticas es de lo más necesario, tratándose de un tan largo período en sombra como el de nuestra posguerra. Los jóvenes de hoy no saben de que se habla si no se puntualiza el color y su matiz de cada hombre y grupo que ha actuado en la resistencia de algún modo, si no se aclara a qué sector de escisión o a qué ala del sector incluso ; pero no sólo las gradaciones en el espectro, sino la localización en el tiempo, porque las posiciones cambian con los años y el que estaba en el 50 con los de la "rue Belfort", a lo mejor en el 60 estaba ya en contra, etc.

Otra cosa que querría anticiparle al lector que ha leído el primer libro de Téllez y no ha leído todavía el segundo es que, en éste, se muestra más ponderado en sus juicios de valor sobre la violencia. Ya el epígrafe de la anteportada nos advierte su actitud más relativizadora apoyada por el prestigio de Max Nettlau. Mas, por si fuera poco, el largo párrafo que antecede al "Propósito" del autor, entresacado de la obra del filósofo francés decimonónico J.M. Guyau, viene a augurarnos la tónica de su libro. En efecto, Téllez, insiste casi como tesis de su obra en que el hecho de haberse equivocado en la apuesta, no le quita nada al inmenso valor que tiene el haberse jugado la vida. Más concretamente : que una organización revolucionaria como la CNT no debería haber dejado en la estacada del silencio a sus paladines más abnegados, caídos como jabatos bajo las balas del enemigo, por muy espontáneos y "francotiradores" que hubieran sido. Pruebas bien recientes tenemos, por no ir más lejos, de que el sacrificio de la vida es lo que al fin y al cabo más moviliza a las multitudes y a las élites (intelligentsia incluida). Cuando en muchos países de Europa se movilizó tanta gente para evitar la ejecución de Salvador Puig Antich y se protestó tanto para condenarla una vez perpetrada, casi todos lo hacían, no por sentirse anarquistas, sino porque les sublevaba el frío crimen oficial y les exaltaba el valor y la capacidad de sacrificio del anarquista catalán. O cuando hace unas semanas Sartre fue a ver al grupo Baader-Meinhof a la cárcel, no dijo que estuviera de acuerdo con ellos, sino que debía protestar contra el trato inhumano de que eran objeto los anarquistas presos y extenuados por la huelga de hambre a los que admiraba por su ejemplar espíritu de sacrificio. Así también Téllez, quien en este libro consagrado a Facerías parece decirnos: ya sé que puede parecer locura, pero si la paga con la vida hay que respetarla, amigo mío.

Este libro puede ser además un documento precioso, si no ya definitivo, para poner a todo libertario español en condiciones de emitir juicio sobre la oxidada "organización comiteril" del exilio y sobre el difícil o poco menos que inextricable problema de las responsabilidades del interior y del exterior, así como para entender mejor el conflicto creado entre secretariados poltrones e inquietos guerrilleros, a fin de recoger la lección de ese largo divorcio entre las maniobras de conspiración al abrigo de unos dirigentes que creen serlo únicamente porque tienen aún el sello (!) y los puros hombres de acción, exaltados hasta frisar la paranoia o la hipomanía.

En fin, un gran mérito de este libro de Antonio Téllez puede que sea que nos hace sentir la imposibilidad de que un revolucionario de la viveza de genio, de la agilidad mental, de la necesidad de acción y realización de su ideal y de la confianza en la propia suerte (ganada con inteligencia y bravura) de un José Lluis Facerías hiciera otra cosa que lo que hizo. De ahí que el libro, aun habiendo sido escrito con un tono propio del alegato como el de Sabaté, nos convenza más y nos haga vivir con mayor verdad el drama de los guerrilleros urbanos libertarios.

A este paso, si Antonio Téllez logra publicar lo que se propone (tiene otros dos libros sobre la guerrilla anunciados) nos habrá servido un material de información en gran parte de primera mano, sustentado en un aparato documental y crítico nada desdeñable. Esperamos, pues, mucho y bueno de Antonio Téllez después de esta segunda prueba tan superada de su labor historiográfica. Y de paso, desmiente una vez más ese estúpido dicho de que "nunca segundas partes fueron buenas".

In Cuadernos de Ruedo ibérico nº 43/45, enero-junio 1975


1. Antonio Téllez : La guerrilla urbana en España. Sabaté. Bélibaste, La Hormiga, París, 1972. El comentario a que me refiero de este libro está envuelto en mi artículo sobre la violencia en el anarquismo español, titulado "El gran problema del anarquismo", publicado en el suplemento de Cuadernos de Ruedo ibérico: El Movimiento libertario español, p. 339-348.

2. Antonio Téllez: La guerrilla urbana. I. Facerías. Ruedo ibérico. París, 1974. 350 p.

3. Tanto en España (foco de la Complutense con Elías Díaz y Antonio Elorza al frente, foco de Barcelona con muy nutrido plantel, desde Balcells a Mainer, etc.) como entre los exiliados, son ya legión los que se vienen ocupando de la historia social contemporánea española y, en especial, del movimiento obrero español, hasta el punto de que también aquí podríamos hablar de boom, y si no, más que significativo es a este respecto el tropel de jóvenes investigadores que asaltan a diario el Instituto de Historia Social de Amsterdam, que encauza en la medida de lo posible otro especialista de lo mismo, el joven historiador holandés Rudolf de Jong. Pero lo más sorprendente es el auge que ha tomado el estudio de la historia social de España en nuestro siglo entre los militantes del MLE, y en este inciso podríamos nombrar, desde el más conocido, como un José Peirats, hasta el más desconocido, como J. Marimón-Cairol, pasando por los Abel Paz, el Antonio Téllez de que estamos tratando, J. García Duran - seguramente el que dispone del mejor archivo de la ayuda del fascismo internacional a Franco y especialmente en lo que se refiere a la ayuda naval - José Borras - que tiene en preparación un par de libros sobre algunos virajes políticos desde 1931 hasta la posguerra, Octavio Alberola y Ariane Gransac que acaban de publicar en Ruedo ibérico El anarquismo español y la acción revolucionaria. 1961-1974, y otros ya más teorizantes o menos científicos como Víctor García, B. Cano Ruiz, "Fontaura", etc.