Raúl Martín - La contrarrevolución falangista

Epílogo para itinerantes, revolucionarios de salón y otros paseantes en Corte


La revolución falangista resulta poca cosa, así observada. Y no hay más; no hay más en los hechos, pero tampoco hubo más en las primeras intenciones. ¿De dónde la nostalgia, las frustraciones y la melancolía izquierdizante? Quizá proceda de conciencias individuales, iluminadas con palabras nunca meditadas ni entendidas; quizá de quienes fueron deslumhrados por la música aparente de un estilo aunque ramplón sonoro. Gentes ahora enfrentadas al brutal resultado que ellos no fueron capaces de imaginar que era al que apuntaban con sus idealizaciones y su banal terminología de combate. La brutalidad de la instalación de "las derechas" españolas puede que haya sorprendido incluso a quienes se esforzaron por defenderlas e instalarlas en un poder sin trabas. Es posible. Pero tampoco esa sorpresa engendra un distanciamiento radical. Tampoco el disgusto de verle la cara real al resultado obtenido, que ellos suponían embellecido por el "ni esto ni aquello", los caminos intermedios y los juegos de palabras sobre las clases, el capital, la empresa, la economía objetiva y la España exacta, ha producido una radicalización revolucionaria.

Hasta ahora, y en general, la Falange ha tenido necesariamente que responder a su condición parasitaria y depender de ella. Falange no puede abandonar un tronco nutricio sin seguridad de encontrar otro en las inmediaciones. La Falange actual es una Falange en oferta; la oferta de la tercera fuerza para una presentación renovada de la envejecida carátula del régimen. Si la permanente boca abierta del jefe del Estado en un gesto de sacralizada bobaliconería, y su balbuceante estrechar de manos sin orden ni concierto, no es ya "rostro" para un régimen tecnificado y diligente, menos aún lo son las propuestas y las formas de la Falange clásica. La modernidad y la adecuación a Europa de la Falange de 1933 y años siguientes es la modernidad y adecuación que hoy aportan esas otras fuerzas, indudablemente algo más preparadas que aquel puñado de pirotécnicos verbales que fueron la Falange hasta la guerra civil. Además Falange se ensangrentó demasiado, demasiado deprisa y con demasiado encarnizamiento. Cumplieron bien los falangistas con la misión asignada, hicieron su trabajo con eficacia en ese campo, aunque no fueran los únicos. Esa tarea realizada con dedicación y pocos escrúpulos -el "supremo arte de ganar el cielo con las armas en la mano", que decía aquella piadosa alma de Eugenio Vegas Latapié (1)- les especializó excesivamente, creyendo obtener así garantías permanentes de poder delegado. Pero los matarifes no son los cocineros.

Las terceras fuerzas se han apresurado a hacer nuevas ofertas. Hasta Fraga Iribarne con su centrismo crítico. Y, poco antes de su muerte, Manuel Hedilla, proponiendo un vago "Frente Nacional de Alianza Libre" que lo mismo puede rotular una iglesia presbiteriana que una agencia de matrimonios; aunque alguna publicación amiga lo calificase de la "solución final a la trayectoria de la Falange en la paz", aclaración que, salvo que maneje "solución final" en el mismo sentido en el que lo empleaba Eichman, oscurece aun más si cabe la titulación elegida. Las terceras fuerzas están en las "oposiciones leales", en la "izquierda nacional", en los centros creadores y aun críticos, en "contra las izquierdas y las derechas"; con una renovación de vestuario formal que consiste no en crear nuevas imágenes sino en volver a utilizar las máscaras antiguas con algunos remiendos de terminología añadida y tomada de prestado. Las nuevas ofertas recuerdan la calificación del acto fundacional de la Comedia por Ledesma Ramos; otra vez los mismos, otra vez las idénticas derechas haciéndose llamar de otra manera, otra vez, de cara a la verdad de un pueblo expoliado, la misma "mercancía averiada" que dijera Ledesma.

La elección se ha facilitado hasta el máximo para que nadie se obligue a grandes ejercicios opcionales. Fraga en el poder. Fraga en la oposición, otra vez Fraga en el poder para después poder contar, pasado el plazo necesario, con un líder de oposición llamado también Fraga. Siquiera se trate, en el caso de Fraga, de una delegación de poder y una resignación de opositor (2). Una trampa más, pero en este caso de las más burdas. No todas lo son tanto. En otras han caído incluso quienes teóricamente se han proclamado siempre revolucionarios convencidos de que, en principio, la revolución pasa por las clases y su lucha, su pugna y sus tensiones siempre presentes, lo que incluye las discriminaciones seriales de bienes, cultura, lenguaje, etc., y en definitiva, por la posesión de los bienes y la variabilidad tanto cualitativa como cuantitativa de la participación de la mayoría en su gobierno y administración.

Cierto que en España la confusión es importante, y las más sorprendentes opiniones pueden ser dadas sin producir colapsos en los interlocutores. Todavía un ilustre jurista español es capaz de decir en un seminario sobre marxismo, que lo que él reprocha a Cuba es que se teme que no se permitirá la creación de un partido político que represente los intereses de los capitalistas, lo que le parece una falta de libertad imperdonable. Evidentemente, en España, ni siquiera los ilustres juristas parecen haberse enterado de nada. Y ciertos revolucionarios, itinerantes de la escalada del izquierdismo gratuito, hacen suya inadvertidamente una antigua anécdota norteamericana aunque transportada al mundo de la sociedad socialista. La anécdota contaba la reacción del hijo del millonario tejano encarado con el tema de "La pobreza". Con una cierta lógica, lo desarrolló describiendo una familia tan pobre que el padre era pobre, la madre era pobre, los hijos eran pobres, el mayordomo era pobre, el chófer era pobre, el jardinero-jefe así como sus ayudantes eran pobres y todos los criados eran igualmente pobres. Mucho me temo, y aun podría dar comprobaciones que dejarían al descubierto cierta aproximación sentimental al mundo reflejado en esa anécdota, que algunos revolucionarios españoles creen en una sociedad socialista y sin clases en la que los patronos sean socialistas, los consejos de administración sean socialistas, papá sea socialista, la banca privada sea socialista, los millonarios sean socialistas y los peones de albañil sean también socialistas. Y pobres en este último caso, para que las dos historietas se encuentren en el absurdo, como las paralelas dicen hacerlo en el infinito.

Las trampas de clase no dejan de funcionar, y están siempre instaladas, y en una situación como la española, de tan larga necesidad de resistencia tanto a los mecanismos policiaco-represivos como a los ambientales-represivos, la fatiga de las convicciones llega en ocasiones a hacer caer en ellas aunque se siga siendo capaz de recitar de memoria, en público o en privado, los largos encadenamientos de razones que forman el discurso revolucionario. No es, ni mucho menos, una acusación. Ni siquiera es un reproche. Es una constatación diaria. Y posiblemente inevitable. La fatiga de las convicciones, mantenidas en un medio inhóspito cuando no declaradamente hostil y persecutorio, hace caer cada día a un observador puntual de la realidad en alguna de las numerosas trampas tendidas por el sistema para defenderse.

Y una de ellas, lo he señalado ya al observar la "manera de ser" de José Antonio Primo de Rivera, es la trampa de los buenos modales y del diálogo inter pares. No es esto un rechazo de los diálogos posibles sino de muchas de las maneras en que se plantea o se pretende plantear el diálogo entre revolucionarios y no revolucionarios, y en ocasiones el aún más difícil diálogo entre clases, a partir de una representación más o menos válidamente arrogada. Es la desconfianza en cómo se plantean muchas veces esos diálogos y sobre todo de la consideración de inter pares, que es siempre falsa. Porque el revolucionario no es admitido nunca entre los miembros de la clase puesta en causa por la revolución. Y si es aparentemente admitido, física o intelectualmente admitido, o lo es porque su peligrosidad revolucionaria es nula y entonces perfectamente digerible por el excelente estómago de la burguesía que lo asimila casi todo; o lo es porque se espera fundadamente su neutralización; o lo es por elementos que operan al servicio de la clase dominante pero no son miembros de ella, elementos que juegan como intermediarios en situaciones de transitoriedad. O bien una facción de la burguesía trata de utilizar la fuerza real de las clases oprimidas como masa de maniobra para resolver en un momento dado, y a su favor, puntos de fricción política consecuencia de sus contradicciones internas, entre las que operan la diferente visión de ese momento concreto y de su desarrollo histórico como clase. Sé que todo esto está perfectamente sabido por cualquier proclamado revolucionario, y sin embargo, quizá por lo que Bertrand Russell llama "el complejo de persona decente", también sé que muchos caen repetidamente en esa trampa del "ser admitido", que significa una promoción al estadio de personas aceptadas paritariamente en la discusión. Es cierto que la permanencia en ghettos es difícil y en ocasiones inútil, pero si la razón de un diálogo es la confrontación o la contrastación filosófica únicamente, sin incidencia en las praxis respectivas -y estoy pensando en muchos de aquellos interminables diálogos entre marxistas y cristianos que llenaron una época- al mundo que se considera explotado esas conversaciones no le sirven para nada, aún más, le desarman en cierto modo pues mientras la historia demuestra que ningún explotador o intelectual a su servicio ha dejado de serlo por contrastaciones filosóficas, los hechos de cada día sí aportan el dato de que manteniéndose estrictamente en ellas el intelectual marxista abandona a menudo su instrumental crítico y su incidencia en las necesidades de las masas, con lo cual a cambio de ser admitido como "persona decente" en la sociedad burguesa deja a la puerta, para ser aceptado en el diálogo y la convivencia, esa caracterización fundamental que le movió a iniciarlo.

La fatiga de las convicciones opera en un mundo perfectamente organizado para que ningún filtraje deje de funcionar y pasen los justos -y en este caso, y para ellos, los justos significa tanto los "mejores" como "los precisos"- a disfrutar de las ventajas de una sociedad cargada de tentaciones para el intelectual; porque es evidente que las tentaciones propuestas al picador de mina son distintas y son menores. Es muy importante el dato de la influencia de la sociedad y el medio burgueses sobre el intelectual. Incluso, naturalmente, y a él me refiero, sobre el intelectual marxista pero situado en esa sociedad y medio aludidos, y desarrollando en ellos su vida y su oficio. La presentación a través de sus poderosos medios propagandísticos de la revolución como una gestión provisional y desaforada del poder ha "hecho su camino" en la medida en que se establece una preocupada atención por dar de ella una imagen lo más parecida posible a la imagen externa que presenta la sociedad burguesa. Orden, patriotismo, respetos varios, numerosos elementos de mimetismo burgués podrían citarse como ejemplo de esa preocupación por ser aceptados. Eso en principio supone a su vez la aceptación de que la apariencia de la sociedad burguesa se corresponde con la realidad de esa sociedad, lo que ya sería una concesión muy grave, pero además arrastra la necesidad de adecuar la forma de la sociedad socialista preconizada a las falsas apariencias de la sociedad burguesa.

Pero si se acepta el lenguaje de clase impuesto, si se acepta el concepto de orden impuesto, si se acepta la moral de clase, como se acepta en tantas ocasiones por un puritanismo preocupado por rehacer la vieja imagen de "las hordas revolucionarias", ¿cómo y contra qué se hace la revolución dado que aceptamos el saber para qué se hace? Es decir, ¿qué es preciso desmontar para que una revolución total, en profundidad, creadora de una nueva sociedad y unas nuevas relaciones humanas que se correspondan con las nuevas relaciones de producción, sea posible? Para unos, todo e inmediatamente. Para otros, quizá todo, pero sin prisas. O lo que vaya siendo posible en la medida en que es posible. Y más respuestas perfectamente imaginables.

Todo ello se centra de inmediato en el problema de la revolución y de la contrarrevolución en España; en la España de hoy, de ahora mismo. Y por lo tanto de su viabilidad mañana. Es arriesgado olvidar la capacidad de la burguesía para crearse mecanismos de defensa; mecanismos de defensa que pueden tomar incluso apariencias formales revolucionarias. Y que llegarían al más alto grado de utilidad contrarrevolucionaria si manejaran conceptos marxistas o lograran utilizar el romanticismo de alguna inolvidable figura de luchador revolucionario. E incluso si se diera el caso de movimientos que, aunque convencidos de su proposición revolucionaria, sirvieran objetivamente para dificultarla. Y eso puede suceder en una doble dirección; o porque la propuesta revolucionaria sea insuficiente o porque sea excesiva. De cuál sea la oferta revolucionaria a una demanda de progreso histórico, a una demanda presente o potencial de progreso histórico, dependerá el futuro. Si constantemente, y en toda ocasión, y aun señalándola como fin necesario y hacia el que únicamente está encaminado todo acto intermedio, se rehusara proponer la oferta revolucionaria, se ulcerará la táctica y el desplazamiento hacia un revisionismo complaciente resultará inevitable. Pero también, y en ciertas circunstancias con mayor proporción de riesgo, puede resultar no ya inoperante sino incluso contrarrevolucionario el otro extremo. Porque si ciertamente no es revolucionario confundir los medios con el fin y abandonar la lucha de clases, su lenguaje propio -el abandono de su lenguaje peculiar es ya un índice de real abandono potencial-, sus exigencias de planteamiento teórico, para un hipotético futuro, también puede jugar una función contrarrevolucionaria situar los objetivos revolucionarios más allá de las posibilidades de los revolucionarios. Más allá de las posibilidades revolucionarias de los revolucionarios. Sé que la crítica es más fácil que la aportación de indicaciones válidas, pero también sé que la crítica es hoy más que importante necesaria, así como que las indicaciones para salir de un momento cuya dificultad nadie puede negar, tanto como la confusión que lo preside, no es una obra individual sino una tarea colectiva. Lo que me parece cierto es que la línea de respuesta a las actuales necesidades revolucionarias en España no pasa ni por un voluntarismo de la colaboración con cualquiera, en todo momento y a cualquier precio, ni por un enfoque apasionado de cuál sea el problema real a resolver, ni por un revolucionarismo también a cualquier precio e incluso a contracorriente de la situación real no analizada sino teorizada, que no es lo mismo.

Hablaba en la introducción a este libro de la tremenda despolitización, y la ignorancia de hechos, términos y su significado exacto, por que España atraviesa, citando algunas frases de unas alumnas de un colegio religioso. Sé que esto puede parecer contradictorio con la aparente efervescencia que hasta en centros de segunda enseñanza incita superficialmente a creer en una radicalización estudiantil no sólo política sino incluso revolucionaria. Creo que no existe tal contradicción. Y no sólo porque esa activa inquietud se produzca en medios muy limitados de ciudades muy concretas, con mayor índice de politización producido por circunstancias históricas y sobre todo por la gravitación de un importante núcleo industrial y por tanto obrero, sino incluso por cómo se produce esa radicalización en muchos casos. Estudiantes que pasan de la total indiferencia a un manejo de palabrería marxistizante que no tiene tampoco ningún sentido real. Universitarios que antes de leer a Marx o a Lenin, cualquier cosa de Marx o de Lenin, con las prisas, empiezan ya por alguna especialización crítica del marxismo; como el pagano que ingresara automáticamente en el cristianismo por Pelagio, sin gran interés por Cristo, supongo que habrá algún bujarinista encandilado predicando por ahí una revolución especializadísima. Estudiantes que se saben las derivaciones -por lo menos de nombre- antes que la generalidad que quizá no se sepan nunca. En un coloquio universitario, un estudiante que estuvo sosteniendo posiciones confusamente contrarrevolucionarias dijo al finalizar, un tanto apesadumbrado por las respuestas que había obtenido, que el problema era que no se le había entendido, porque él en realidad era "althuseriano".

Pero además, en muchos casos, esas especializaciones duran un par de años, en algunos casos tres, como gran esfuerzo hasta terminar la carrera, y después los protagonistas se callan o descubren súbitamente que la tecnocracia y la sociedad de consumo han terminado con la lucha de clases. Descubrimiento que curiosamente hacen en el momento exacto en que ellos, hasta entonces estudiantes y miembros de una clase en el sentido en que lo es la familia a la que pertenecen, pasan a ser precisamente datos computables de una clase explotada, aunque se les conceda la opción de colaborar en la explotación en puestos subalternos. Porque como dice el en otro tiempo de moda Gorz: "La dominación de una clase sobre otra, en efecto, no se ejerce solamente por el poder político y económico, sino por su percepción de lo posible y de lo imposible, del porvenir y del pasado, de lo útil y de lo inútil, de lo racional y de lo irracional, del bien y del mal, etc. Esta percepción es vehiculada por todo el tejido de las relaciones sociales, por el porvenir objetivo que determina su permanencia, su resistencia al cambio. Pero es también vehiculada al nivel específico del lenguaje (principal instrumento u obstáculo de la toma de conciencia), de los medios de comunicación de masas, de la ideología y de los valores a los que la clase dominante somete la ciencia, la técnica, e incluso la vida (es decir, las necesidades fundamentales, llamadas "instintos", y las relaciones inmediatas, sexuales por ejemplo, entre individuos). Dicho de otro modo, las posibilidades, las aspiraciones y las necesidades que las relaciones sociales excluyen en los hechos, son reprimidos y censurados (en el sentido freudiano, no en el policiaco) al nivel específico de su posible toma de conciencia, por el condicionamiento en profundidad que ejercen sobre las conciencias la ideología y el modo de vivir dominante." (André Gorz: Le socialisme difficile). Y cito precisamente a Gorz, además de por el dato concreto de esas afirmaciones, porque fue el autor tan no leído como exaltado por los mismos que después corrieron de no leer a Althuser a no leer a Marcuse con el mismo entusiasmo citante, y que ahora esperan ansiosamente la aparición de un nuevo profeta del "más a la izquierda que Dios" si se me permite la expresión.

La existencia de este juego, con proclividad a servir como un elemento válido dentro de los mecanismos de defensa de la burguesía, no excluye sin embargo, la también existencia de grupos que podrán ser reducidos y aun minúsculos, pero que son indudablemente importantes; por su aportación crítica algunos de ellos, por el intento de replantearse constantemente la función de la vanguardia revolucionaria en algún otro. Ni excluye el hecho de que un cierto lenguaje conciliador, por el otro extremo, pueda resultar un riesgo superior a las ganancias a obtener en cuanto a progresión de la conciencia revolucionaria. Porque en la España actual, la derecha políticamente antifranquista, o no franquista -derecha referida a la concepción de la sociedad socialista, sean cuales sean los nombres con que coyunturalmente se bautice- tiene una doble perspectiva sobre ese lenguaje conciliador: sabe que ésa es únicamente una táctica transitoria y por tanto no lo necesita y rechaza las propuestas, o la necesita en la medida en que para forzar su juego contra el poder político necesita de la clase obrera como masa de maniobra; o bien la derecha sabe que esa propuesta es fiable y duradera y entonces eso se debe a que conoce el carácter reformista real de la oferta y de la izquierda que se la hace. En este supuesto, sólo en la segunda variante de la primera hipótesis hay una posibilidad de juego aprovechable para los intereses de las clases explotadas; es decir, una posibilidad de continuar la marcha revolucionaria después de retirado el importante obstáculo político que imposibilitaba un desarrollo normal -organizaciones, publicaciones, etc.- de la clase obrera, del campesinado, de los técnicos y cuadros que tratan de adquirir y de expandir en sus capas profesionales una conciencia revolucionaria.

Naturalmente que entre las proclamaciones de revolución armada -expresión muchas veces de una lógica exasperación ante la brutalidad y el cinismo de la sociedad implantada- que rechaza todo reivindicacionismo inmediato, en ocasiones porque quienes proponen el maximalismo revolucionario no advierten la necesidad de ese reivindicacionismo -ya se sabe: el padre era pobre, la madre era pobre, el mayordomo...- y un revolucionarismo de salón que dialoga con todo lo que le echen, pero siempre a un nivel puramente abstracto, es difícil un diálogo. Sin embargo, entre quienes, además de una propuesta crítica estimable, y necesaria, aportan una nueva vitalidad revolucionaria, ellos entre sí y con los movimientos revolucionarios históricos, el diálogo hasta ahora prácticamente imposible parece imponerse con mayor lógica que tantos otros penosamente perseguidos. Admitiendo ahora como hipótesis de trabajo que las declaraciones de revolucionarismo de todos los dialogantes corresponda a algo más que a una rutinaria o propagandística designación.

El antes citado diálogo entre "cristianos y marxistas" concretamente se ha practicado ad nauseam; llegando a extremos incluso grotescos, como prescindir de situaciones concretas dadas, producidas o mantenidas por militantes obreros que además eran cristianos, para seguir conferenciando sobre la trascendencia y la contingencia con cristianos que además admitían la contrastación filosófica con quienes no lo eran, a un nivel puramente especulativo por la no representatividad de clase de los creyentes participantes. En este terreno me parece que se llevó Garaudy los máximos honores con afirmaciones sobre cielos sin estrellas y mundos sin Dios, o con párrafos como el que recojo de Del anatema al diálogo: "El segundo hecho irrecusable es que sobre este globo terrestre, sobre este navío bogando en el espacio con tres mil millones de hombres a bordo y al que las disensiones de su tripulación pueden ahora en cada instante hacer naufragar, dos grandes concepciones del mundo animan a los hombres; centenares de millones de ellos encuentran en las creencias religiosas el sentido de su vida y de su muerte, el sentido mismo de nuestra historia humana y, para centenares de millones de hombres y mujeres, el comunismo da un rostro a las esperanzas de la tierra, un sentido también a nuestra historia. Es una condición inexcusable de este siglo; el porvenir del hombre no podrá ser construido ni contra los creyentes ni tampoco sin ellos; el porvenir del mundo no podrá ser construido ni contra los comunistas ni tampoco sin ellos". Afirmaciones que entronizan la ambigüedad como fórmula y desvían la atención de la lucha de clases que es por donde pasa el porvenir del mundo; porque desde luego el mundo del futuro no va a hacerse ni con los creyentes, ni contra los creyentes, ni sin ellos, en tanto que tales creyentes, y en un cierto sentido ni con los comunistas -de cualquier disciplina u obediencia- ni sin ellos, ni contra ellos, sino a partir de otras categorías dialécticas que no tienen que ver con ese planteamiento.

Quizá ésa fuera otra de las trampas propuestas por el mecanismo defensivo de la burguesía. Como lo es un cierto manejo del patriotismo y de la familia, como lo es el derecho, tan venerado en ocasiones incluso por quienes saben que se trata de una superestructura de clase; convencionalismos aceptados para que todos caminemos en el más perfecto ordenamiento de la sociedad instaurada. Como lo es la moral social y el concepto de delito en la actual sociedad, según los que ostentosos delincuentes contra la colectividad y la propiedad común, en tanto que poseedores, fraudulentamente apoderados, de los bienes comunes, son considerados como los representantes de un orden y una honorabilidad que un revolucionario debe denunciar constantemente.

La respuesta, incluso de presuntos revolucionarios como los nacionalsindicalistas, es afirmar que ese planteamiento supone la subversión total del orden y la moral de la clase en el poder. Cierto, de eso se trata. Pero no por extrañas o desconocidas razones sino como respuesta al prolongado ejercicio de un poder opresivo por parte de las clases dominantes. Como respuesta a la decisión de mantener la subversión desde el poder. Alterar plena y radicalmente esa subversión establecida es la revolución precisamente. Porque nada es gratuito, ni ocasional, ni fortuito. Todo lo que se plantea en las sociedades clasistas, burguesas, está en función de su dominación y de perpetuarla. Todo. Por eso todo lo que en ellas se plantee desde una concepción revolucionaria debe ir encaminado hacia la destrucción de su orden, primero, para la posterior implantación de un orden distinto, de un orden real. No hay vacíos ni pausas en la Historia. No hay páginas en blanco. Ni amnesias parciales en la conciencia colectiva. La sociedad burguesa no sólo quiere y tiene el poder, desearía además el poder indiscutido. Y pretende el poder honorable. Frente a él, todos los momentos son parte del enfrentamiento definitivo.

El riesgo de confundir antifranquismo con revolución ha producido también innumerables confusiones. Supongo que intencionadas. El que existan grupos políticos que quizá tengan una oferta crítica válida pero que revolucionariamente no aporten más que una angustiada, o frívola, o en ocasiones crispada, o en ciertos casos irresponsable, urgencia de romper con su clase en la medida en que tratan de enfrentarse con las primeras materializaciones de su poder, tampoco permite negar esa capacidad y aun esa necesidad crítica mediante generalizaciones esquemáticas. Como no puede reducirse la exigencia crítica interna de un movimiento revolucionario, sea el que sea. No es haciendo ordenados militantes sin imaginación aunque con disciplina como se resuelven las dificultades revolucionarias en un país como España, y en las nacionalidades peninsulares que pugnan por expresarse a través tanto de las opresiones como de sus propias y graves contradicciones. El romper con la clase para incorporarse a un movimiento revolucionario es más complejo que un simple gesto de exasperación individual, que suele tener la duración de lo que duren los más inmediatos problemas planteados, y exige una prolongada asimilación histórica. Pero tanto mediante idealizaciones tumultuarias e hipercríticas como con la ordenada eclesialidad de una disciplina mecánicamente asimilada se corre el riesgo de jugar ocasional o definitivamente una función contraria a lo propuesto y de ser instrumentalizados por las clases y grupos en el poder.

Una izquierda respetuosa -pero respetuosa, ¿con quién? ¿Con las continuas violencias de clase de la derecha, aunque sea la derecha antifranquista?- o una extremosidad revolucionaria "para asustar" y autoafirmarse, no son, parece, el camino mejor para un futuro revolucionario. Claro que cada día hará un poco de camino, pero la apertura de un debate, ya que hemos dialogado tanto, todos y con tan distintos, entre las diversas interpretaciones del análisis actual de la lucha revolucionaria quizá impidiese la aparición de otro mecanismo más de autodefensa del sistema para sustituir a los actualmente descompuestos. Sin olvidar que los movimientos críticos aparecen cuando y porque se ha dejado un terreno libre para ocuparlo. El vacío difícilmente se produce, salvo como figura retórica. Todo espacio dejado libre, hacia la izquierda como hacia la derecha, es inmediatamente ocupado por una fuerza nueva. Que será, en el caso de la izquierda, realmente revolucionario o no, quiero decir, coherentemente revolucionario o no; que será en ocasiones solamente una protesta limitada en el tiempo y en la necesidad de quien la expresa. Pero, ¿quién, cómo y por qué ha dejado un lugar vacío en el reivindicacionismo o en las posibilidades de concienciación revolucionaria?

Los itinerantes de la revolución como respuesta personal a una sociedad difícil; los revolucionarios de salón, del diálogo y el lento retraso del fin a través de unos medios que suponen la dilación efectiva en la aceptación de responsabilidades revolucionarias reales; los cumplidores de pequeñas tareas; los expectantes, los fatigados, los desorientados, los disponibles, quienes tienen conciencia clara de su efectividad revolucionaria o creen tenerla; incluso los paseantes en Corte -como la picaresca llamaba a los cesantes que recorrían Madrid en la espera de un destinillo- de la integración con disculpa o sin ella, víctimas de esa fatiga de las convicciones que corroe implacablemente; todos en esta difícil situación de España, de Cataluña, de Euskadi, debemos tener cuidado con las trampas constantemente puestas por las clases dominantes, y marcar en la medida de lo posible, pero en esa medida constantemente, el enfrentamiento radical con un sistema que debe ir siendo desmantelado dato tras dato. Sólo así habrá, me parece, una medida útil para, dada una pluralidad de concepciones revolucionarias, enfrentarse además de con el sistema con todos los intentos contrarrevolucionarios que plantee en su defensa.


Raúl Martín (pseudónimo de Luciano Rincón)


1. Este bendito cruzado dice también en el prólogo a la Defensa de la Hispanidad, edición realizada en plena guerra: " Uno de los últimos recuerdos que conservo de Maeztu, es la felicitación calurosa que me expresó con ocasión del prólogo que, en junio de 1936 puse a la novela, de ambiente mejicano, titulada Héctor, en cuyo prólogo hacía un llamamiento a la guerra civil y una apología, en determinadas circunstancias, del atentado personal."

2. En ABC de noviembre de 1967 decía algo parecido Torcuato Luca de Tena, hombre nada sospechoso no ya de progresismo sino ni siquiera de creer en terceras fuerzas; plenamente inserto en el reaccionarismo más cerril, que ha demostrado otra vez con el pretexto del Consejo de guerra de Burgos, a consecuencia del cual y de su conducta dimitieron repugnados el redactor-jefe y un redactor. En una crónica parlamentaria reproducida por numerosos periódicos, y citada por algún articulista regocijado, no pudo por menos de escribir, con el título de "La diferencia que hay entre votaciones y elecciones", este comentario respecto a cómo se deciden los puestos de dirección del Consejo Nacional del Movimiento: "Allí donde se presentaba, para secretario primero, don Licinio de la Fuente y de la Fuente, como candidato único, fue elegido el único candidato para secretario primero, don Licinio de la Fuente y de la Fuente. Don Agustín de Asís Garrote, candidato exclusivo para el puesto de secretario segundo, tuvo la sorpresa de ver elegido para secretario segundo a don Agustín de Asís Garrote. Más reñida, si cabe, fue la elección de los cuatro consejeros por el grupo de los de designación directa, pues siendo los aspirantes don Jesús Florentino Fueyo, don Antonio María de Oriol, doña Pilar Primo de Rivera y don Alejandro Rodríguez de Valcárcel, resultaron electos -¡oh manes de la fortuna!- don Jesús Florentino Fueyo, don Antonio María de Oriol, doña Pilar Primo de Rivera y don Alejando Rodríguez de Valcárcel."