Yves Michaud - Violencia y política

Introducción


Hoy en día se habla mucho de violencia. Como si lo que ha sido siempre la fatalidad de la historia apareciese por fin bajo un nombre sin disimulos. Los media no cesan de nutrir con ella sus sucesos; se instituyen más o menos por doquier comités de expertos para estudiar su naturaleza, causas, remedios; los discursos políticos blanden su amenaza o denuncian sus peligros. Desde un punto de vista que difícilmente cabría calificar de teórico, se convierte en un tema de moda. Asistimos a la multiplicación del número de obras (1) que disertan sobre el aumento de la barbarie, invocan el Gulag, la criminalidad, la pulsión de muerte, se interrogan sobre las fuentes de la agresividad humana dando una forma new look a los lugares comunes de la antropología filosófica tradicional (el hombre es un lobo -perdón, una rata- para el hombre; o, si no, la sociedad pervierte su apacible naturaleza). En cuanto a los sociólogos, gastan tesoros de ingenio estadístico, y tesoros sin más, para demostrar que la violencia tiende a crecer con las frustraciones económicas (2).

Los ficheros analíticos de las bibliotecas o los índices de los periódicos y revistas permiten medir bastante bien el fenómeno y aprehender el asunto. La rúbrica violencia" aparece en ellos o se llena a fines de los años sesenta (3). Bajo este rótulo genérico hallamos revueltas y mezcladas remisiones al terrorismo, a la policía, a la tortura, a la criminalidad, a la guerra, a la agresividad, etc. Como si hubiese aparecido una sagacidad nueva para descubrir una violencia polimórfíca. Si, como contraprueba, vamos hacia atrás en el tiempo, sólo episódicamente hallaremos una breve rúbrica "violencia" que remite en lo esencial a Engels y a Sorel, así como a algunas obras sobre la violación de los contratos y las agresiones ("daños y lesiones" en la terminología jurídica). El resto, lo que hoy en día aparece repertoriado como violencia, deberemos buscarlo en rúbricas específicas como "tiranía", "guerra", "intolerancia", "persecución", etc. Parecería, pues, que hubiese aparecido una categoría sui generis, que arrambla con todo y que, por otra parte, enseguida resulta poseer todas las características del magma conceptual y culminar en la afirmación siempre subyacente a pesar de su trivialidad de que "todo es violencia". En el fondo, hacer una escena, arrojar al suelo la taza de té en una reunión de familia, organizar un sit in, ocupar un edificio público, colocar bombas, asaltar un banco, hacer la guerra, todo eso sería violencia.

No es difícil darse cuenta de que es el punto de vista ficticiamente neutral del observador de los usos lingüísticos el que detecta esa categoría cajón de sastre: sólo en la aparición incesante de la misma palabra se crea la ilusión de la categorización de hechos dispares en un solo concepto. La noción no tiene evidentemente más que una generalidad engañosa: nace en el cruce de discursos antagónicos que se la disputan interpretándola cada cual a su modo; en el elemento de una misma lengua se enfrentan o se ignoran discursos que, en último término, no son traducibles entre sí. Por eso la palabra violencia significa todo y al mismo tiempo nunca la misma cosa. De ahí su aparente polisemia. Pero, sea como fuere, se insista en la extensión ilusoria de la noción o, más lúcidamente, se descifre en ella la confluencia de significados diferentes, a través suyo se aplica un nuevo tipo de mirada sobre lo social y, desde ese punto de vista, el recurso a la palabra violencia en vez de a otras es testimonio de una manera de ver el campo social que no siempre ha estado presente.

Empero, el simple sentido común dice que difícilmente se podría sostener que sólo se trata de una manera de ver. La realidad de la violencia no se presta a discusión, está ahí, masiva y lancinante. Cuando la tortura ha sido institucionalizada como instrumento normal de gobierno en numerosos países, en la época de los campos de concentración, de reagrupamiento o de reeducación, en la edad de la gestión de la dominación o, en el mejor de los casos, de la seguridad mediante la vigilancia, cuando tanto en la política interior como en la exterior prevalece el realismo, sería ridículo afirmar que no se trata más que de una representación de lo social. Bien lo saben los torturados y deportados, humillados y ofendidos.

Yves Michaud


1. El fichero de la Fundación nacional de ciencias políticas de Francia censa para el periodo 1960-1970 treinta y cuatro obras sobre el tema, la mayoría de las cuales han aparecido a partir de 1963. Desde entonces, cuenta con cuarenta y tres más.

2. Cf. I. Feierabend, R. L. Feierabend y T. R. Gurr, Anger, Violence and Politics, Theories and Research, Englewood Cliff, N. J., Prentice Hall, 1972, 423 p.

3. El "índice analítico" del diario Le Monde para 1946 no comporta la rúbrica "violencia"; los de los años setenta, sí.