Gérard y Sylvie Martí - Los discursos de la calle

Por una semiología de la campaña


"He aquí sin duda, una paradoja histórica importante. Cuanto más la técnica desarrolla la difusión de las informaciones, en particular de las imágenes, tanto más ofrece los medios para disimular el sentido elaborado bajo la apariencia del sentido dado". Roland Barthes


La comunicación política es uno de los privilegios de los regímenes llamados democráticos; también es su señuelo.

Las democracias occidentales, hasta en los Estados Unidos de América, han desarrollado un tipo de lenguaje que pretende establecer una relación de comunicación entre ciudadano y poder, y ello mediante partidos o representaciones sindicales, administrativas, corporativas... Este lenguaje, cuyo desarrollo está unido al de nuestra sociedad de consumo, ha penetrado en el área de los mass-media (nuevos medios de comunicación).

El lenguaje político utiliza ampliamente el discurso oral, en reuniones políticas o en declaraciones radiadas y televisivas; con frecuencia es un lenguaje directo y pone en presencia un receptor virtual, y un emisor realmente presente (por su presencia física o audiovisual).

La comunicación política utiliza también relés, los cuales, mediatizando la relación entre el emisor y el receptor, penetran de forma más insidiosa en el universo y la personalidad del receptor, llegando hasta lo más profundo de su inconsciente. Los relés de la comunicación son los lugares de producción de una forma de comunicación anónima que se dirige a receptores en potencia, no determinados de antemano y que más o menos disimulan la verdadera naturaleza del emisor, inmovilizándole en una pose sugestiva, colocándole en la situación retórica más favorable.

El campo de acción de este lenguaje es esencialmente la calle, lugar público por excelencia, lugar de paso en donde se confronta el individuo con su medio, el hombre con el tejido social, en donde el hombre está indefenso, privado de sus protecciones socioculturales, reducido al anonimato.

Es un lenguaje que invade la ciudad, sus calles, sus muros, incluso el subsuelo, y que ocupa todo el espacio público. Mediante la sorpresa, o por el contrario, mediante la repetición, este lenguaje agrede al receptor hasta el punto de sustraerle todo reflejo protector, toda veleidad de rechazo. Su naturaleza es exclusiva, puesto que responder afirmativamente a un discurso, excluye responder a todos los demás.

El cartel, signo de ostentación, es el soporte privilegiado del lenguaje de la calle. El cartel se anticipa al receptor. Mostrar se convierte en garantía de calidad.

"Este lenguaje subtiende un sistema de valores en el que el juego publicitario se conjuga con la ideología, el decir de los hombres con la palabra de las cosas, el suceso de hoy con el recuerdo glorioso de ayer, en donde se barajan y reparten constantemente las cartas del juego político". (Jean-Paul Gourevitch.)

Los muros de la ciudad se convierten en lugares de expresión y de debate. El medio urbano queda transformado en su uso y ello hasta el punto de saturación que engendra la monotonía cuando se utilizan los procedimientos más manidos de la publicidad.

¿Qué recurso le queda al receptor frente a este desbordamiento de mensajes hablados, escritos, gráficos? ¿ Qué puede hacer frente a un sentido que se da como verdad cuando es mera construcción ideológica?

Esta invasión de la calle es un hecho nuevo en España. Invasión que si no es original, es por lo menos coherente. Responde a una necesidad difusa de consumir imágenes, en un paisaje urbano que aun no se había alineado con los modelos culturales europeos, modelo de la mujer en particular. De ahí el fenómeno del "destape" -destape de la realidad- que se expresa por una explosión de lenguajes de los cuales el más ramplón sigue siendo el de las revistas más o menos pornográficas. Pero el destape tiene su corolario político que se extiende de las formas de expresión más espontáneas (pintadas) a las más elaboradas, el lenguaje político de tipo electoral.

Por último, el destape produce sus propios avatares: el fenómeno "progre" -apócope y empobrecimiento de "progresista"- que consiste en hacer alarde de demócrata como forma de ser, de hablar, jurar, vestirse, frecuentar determinados cafés e ir a ver determinadas películas. La buena nueva "progre" queda reflejada en el periódico Diario 16, de calidad y de mérito innegables, cuyo lanzamiento publicitario se hizo a través de la canción "Libertad sin ira" en octubre de 1976. Canción que fue utilizada durante la campaña electoral por los responsables de la propaganda oficial en las antenas de la radio (De la ambigüedad del fenómeno "progre"... ¡ o de la facultad hegemónica de la ideología dominante!) El destape ha sido definitivamente consagrado por la revista Interviú, que inaugura así un nuevo género : "La pornopolítica".

El discurso de la calle es esencialmente gráfico. Constituye una imaginería que desborda ampliamente el marco iconográfico puesto que incluye una simbólica, figuras retóricas, valores y temas dominantes. Elementos todos que forman los ingredientes que la integran.

La imaginería política trata de establecer un vínculo privilegiado con el receptor; motivo por el cual recurre a otros soportes además del cartel: los anuncios publicitarios en la prensa, la octavilla que se distribuye o se arroja a la calle, el folleto, la carta personal... responden a la misma retórica, obedecen a los mismos valores. Para algunos, la imaginería es una ostentación de calidades durante mucho tiempo censuradas, para otros sirve de pantalla con el fin de disimular un temperamento históricamente reprensible. Es, en todo caso, un acto de comunicación en el cual el receptor no tiene derecho a una respuesta inmediata. En España, la imaginería está impregnada con los restos de una ideología para la cual la verdad era una, y el pluralismo político era asimilado al caos.


Gérard y Sylvie I. Martí (Imbert)