Hugh Thomas - La guerra civil española. 3ª edición

Prólogo


Este libro fue publicado por primera vez en Inglaterra en abril de 1961. En aquellos momentos no se había escrito ningún estudio histórico general sobre la guerra civil y sus orígenes, si exceptuamos las obras, muy anteriores, de Salvador de Madariaga (la segunda mitad de su España, publicada en 1946) y de Julián Zugazagoitia (Historia de la guerra de España, que vio la luz en 1940.) También había una serie de historias militares escritas en su mayoría poco después del final de la guerra civil, como las de Manuel Aznar y Luis María de Lojendio.

A finales de los años 50, la idea de escribir una historia general de la guerra desde un punto de vista histórico se les había ocurrido a varias personas además de a mi: al cabo de un mes de la publicación de la mía, apareció otra historia general escrita por dos franceses, Fierre Broué y Émile Témime. También se habían publicado ya para entonces una o dos monografías, como los dos libros del profesor Cattell sobre el comunismo y la política rusa, y el estudio un tanto inquisitorial de Burnett Bolloten sobre la actuación comunista, publicado al mismo tiempo que mi libro. Así, pues, en el extranjero «necesitaban» una historia de la guerra civil, al decir de los editores. Parecía que se habían enfriado las pasiones entre los que habían luchado o simpatizado con uno u otro bando. Al mismo tiempo, ya podía encontrarse mucho material disponible relacionado con la guerra civil que, en su mayor parte, no había sido aprovechado.

En cuanto a la propia España, la guerra civil parecía muerta tanto histórica como políticamente. Ahora hay que hacer un esfuerzo de imaginación para recordar la atmósfera intelectual de España a mediados o finales de los años 50. El pasado reciente era un tema tan prohibido como el del futuro inmediato. Quien intentara profundizar se exponía a tropezar con un clima de enemistad, silencio y sospecha. En aquellos momentos, yo creía que aquella reticencia era debida al temor, pero ahora me parece que se debía más a la conmoción o a la sorpresa por el hecho de que un gran país como España hubiera sufrido un conflicto tan destructivo como aquél; de que hubiera perdido tantos habitantes que habían tenido que emigrar; y de que, después de una historia moderna menos dura en muchos aspectos que la de sus vecinos europeos, hubiera experimentado durante tanto tiempo un régimen tan implacable como el del general Franco.

Al parecer, la historia de la guerra civil y sus consecuencias no era el único tema prohibido. Parecía como si hubiera caído un pesado telón sobre la historia española posterior al exilio del rey, en 1931; un telón doblemente impenetrable, porque era tanto de polvo como de hierro. El gobierno utilizaba el pasado, es cierto, pero sólo como parte de su propaganda.

Fui a España por primera vez en el invierno de 1955-1956. Entonces trabajaba en el Foreign Office británico, y estuve presente en Nueva York cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas admitió a España en la organización. Fui a España de vacaciones, leyendo El laberinto español, de Gerald Brenan, un libro brillante que para muchos ingleses ha servido de iniciación a la historia de la España moderna. De aquel viaje recuerdo dos o tres impresiones muy vividas. Voy a darme la satisfacción de recordarlas: un hombre que cantaba una canción sobre Manila en el andén de Irún mientras le limpiaban los zapatos; una encantadora pensión de Madrid, detrás de la calle de Fuencarral, que ahora ha sido demolida; y, la más fresca de todas, la maravillosa sensación de despertarme de repente en el tren y encontrarme en Andalucía, un nuevo mundo hermoso, encendido y caluroso. En aquellos momentos, consciente o inconscientemente, sin duda yo estaba buscando un tema sobre el cual escribir un estudio histórico, y sospecho que aquella repentina inundación de sol andaluz en un tren que pasaba al norte de Bobadilla debió de influir en mi decisión. En cualquier caso, recuerdo muy bien haber dicho a un amigo mío al volver: «¿Por qué nadie ha escrito una historia de la guerra civil española?» Y él me contestó: «¿Por qué no lo haces tú?»

Escribí el libro con la intención deliberada de ser imparcial. Consideraba (y considero) que el gobierno representativo es preferible al autoritarismo, tanto si es reaccionario como si es revolucionario, pero eso me daba un punto de partida razonable. Todo el mundo actúa según sus intereses: para un historiador, la sociedad buena es aquella en la que los historiadores pueden respirar a pleno pulmón y libremente. Creo que en aquella época no albergaba ninguna esperanza de que mi libro fuera a aparecer en España, ni de que nadie quisiera publicarlo fuera de Inglaterra. Pero mis amigos de Ruedo Ibérico lo publicaron en Paris poco después de su aparición en inglés, y conservan sus derechos sobre la traducción española. Ahora, sin embargo, han cambiado muchas cosas, y me alegra pensar que esta nueva edición, totalmente revisada, va a publicarse y distribuirse en la propia España, aunque sólo sea por contribuir al debate sobre el pasado reciente que está teniendo lugar en el país y que puede ser una baza importante en la preparación del camino hacia un futuro seguro. Soy consciente de que mucha gente esta decidida a olvidar la guerra civil, en un país donde mucho más de la mitad de la población nació después de 1939. A pesar de todo, sospecho que el pasado sólo podrá ser enterrado cuando se conozca claramente la verdad respecto al mismo. Por eso creo que la preocupación por la historia contemporánea en la España moderna tiene que ser terapéutica.

Esta edición es una revisión sustancial de la que apareció en 1961. Publiqué una edición ligeramente revisada en 1965, pero la presente ha sido parcialmente reescrita teniendo en cuenta la inmensa cantidad de material aparecido en fecha reciente, e incorporando además otras investigaciones y opiniones mías. También existe una cuestión de perspectiva: en 1960, era posible considerar al régimen del general Franco como algo aberrante, y pensar que el gobierno representativo (como el existente entre 1931 y 1936, y antes de 1923 con menos honestidad pero con más éxito) constituía, además de ser el ideal, la norma de la vida española moderna. Ahora, en cambio, cualquiera que sea el ideal, los cinco años de la República parecen una interrupción dentro de la tendencia general hacia el gobierno autoritario que empezó con el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923. Además, en 1961 el momento era muy diferente al de ahora: entonces, en los comienzos de la era Kennedy, el mundo parecía inundado de optimismo: fue casi una segunda belle époque. No había razones para suponer que el desarrollo económico del mundo no fuera a continuar de manera indefinida, y se creía que los países avanzados, crecientemente ilustrados, prestarían cada vez más atención a las necesidades de los más pobres. La guerra fría había terminado. La guerra civil española parecía un hecho de un pasado remoto, negro y desgraciado que, por lo que se refiere al otro lado de los Pirineos, había sido enterrado con la crisis que dio lugar a la segunda guerra mundial.

Hoy en día, la problemática que llevó a la peor guerra civil de la Europa moderna se plantea en muchos países (no sólo «latinos»), El aumento del autoritarismo de izquierdas y de derechas; la falta de fe en la democracia; el choque de entusiasmos que degeneran en brutalidad; el impacto de la tecnología en un país mal preparado para ella; la relación entre guerra civil y crisis internacional... todas estas cosas resultan mucho más próximas a mayor número de gente ahora que en 1961. En cualquier caso, así son las cosas al norte de los Pirineos y al sur de Gibraltar.

Sólo en España, tal vez, la situación parece más prometedora en 1976 que en 1961. Sospecho que, en otros países, pocos dirían que los últimos quince años han sido años de progreso. Pero en España serían pocos los que pudieran decir honradamente, en esta primera primavera después de la muerte del general Franco, que no están más contentos hoy en día que en abril de 1961. Ahora en España se respira la sensación de que el futuro promete realmente la paz, la piedad y el perdón de los que hablaba Azaña en plena guerra civil (con estas palabras termina este libro en ésta y en su última edición). En cuanto la guerra civil pase a ser primordialmente un tema de controversia entre historiadores, podremos considerar que, por fin, ha terminado.


Hugh Thomas
Abril de 1976