Herbert Rutledge Southworth - Antifalange

FALANGE Y ANTIFALANGE

Una polémica internacional sobre la historia y la vigencia del fascismo español


En la primavera de 1967 se fueron conociendo dos extraños libros editados por la casa «Ruedo Ibérico» de París, en cuyas cubiertas aparecían dos grandes letras F simétricas -una azul, otra roja-. La forma de los libros sugería fuertemente la comparación con cierta variante moderna de un conocido material de construcción, aunque en el tamaño, dispar, no se mantenía la oposición simétrica pretendida en esas enormes letras de color diferente. Pronto circularon versiones heterogéneas y hasta contradictorias sobre el origen de estos dos libros y las ocultas intenciones de sus autores y editores. Este es un estudio bibliográfico y no un repertorio de anécdotas acerca de zonas suburbanas en la política española y por eso renunciamos a catalogar rumores y tesis más o menos fundadas sobre la génesis de las dos obras.

Para nuestros propósitos informativos baste con esta aclaración preliminar: Falange -el libro más grueso, de la «F» azul- es un alegato relativamente inconexo montado sobre las Memorias de don Manuel Hedilla Larrey, dirigente falangista antes de la guerra civil y jefe de Falange Española de las J.O.N.S. en los momentos dramáticos que precedieron a la unificación de las organizaciones políticas en la España nacional de 1937. El escritor que figura como autor del libro, don Maximiano García Venero, ha utilizado los recuerdos y testimonios del señor Hedilla y de otros muchos falangistas y observadores políticos de la España de los treinta. Por algunos se conoce generalmente este libro como «las Memorias de Hedilla» y no carece totalmente de fundamento esta denominación. Es evidente que el señor García Venero ha elaborado y reelaborado muchos de los materiales que tuvo a su disposición; basta para convencerse de ello comparar el estilo de esta obra con las demás debidas a este prolífico autor. Sin embargo, entre esta actuación del señor Venero y otras, inequívocamente suyas, existen también diferencias apreciables que, a veces, el crítico no interpreta con facilidad. Alguien ha sugerido el trabajo de equipo, pero ante las incoherencias y los fallos del libro la valoración de semejante equipo tendría que ser más bien baja.

La segunda de las obras que estudiamos es también, y esta vez sin dudas, obra de un equipo. Pero un equipo unipersonal; el señor Herbert Rutledge Southworth, auténtico e indudable autor de la obra que firma -la más pequeña, la de la «F» roja-. Nos atrevemos a caer en la aparente contradicción de llamar a Southworth «equipo unipersonal», porque se ha comentado más de una vez que el notable conocimiento bibliográfico de ese autor parece difícilmente atribuible a una sola persona. Sin embargo, aunque sea difícil, es cierto; este «libro rojo» es obra de un solo autor y, como explicaremos más despacio, es también un alegato desvalorizado por notables incoherencias, que en no pequeña parte han de cargarse en la cuenta del libro comentado, del «libro azul»; pero que en su raíz responden a que Antifalange, como indica su título, digno de una cátedra de controversia del siglo XVI más que del catálogo de una editorial moderna, es una obra esencialmente polémica que, con el pie forzado del comentario al libro de García Venero, trata de defender unas tesis propagandísticas, cada vez menos explicables en estos momentos en que parece haber sonado la hora de la Historia incluso para un periodo tan dejado hasta ahora de su mano como es el de la guerra española.

Parece demostrado que estos dos libros iban a aparecer juntos; el segundo en forma de notas o comentarios marginales al primero, sistema algo desacreditado desde el mismo siglo al que acabamos de referirnos, y que demuestra el claro temor de la editorial patrocinadora al «libre examen» historiográfico. Por una serie de razones que se han esgrimido, incluso ante sorprendidos tribunales de justicia, hubo unas cuantas marchas y contramarchas que, al final desembocaron en la edición separada de los dos libros.

Fuera ya de toda veleidad anecdótica, estamos ante dos contribuciones sumamente importantes a la historia contemporánea española. Cierto que la bibliografía sobre la Falange ofrece unos cuantos títulos entre los que pueden seleccionarse algunos muy reveladores; cierto también que esa historia cuenta con un intento monográfico de empeño a pesar de sus garrafales fallos y omisiones, cual es la tesis ampliada de Stanley G. Payne, hoy profesor en la Universidad de Wisconsin. Pero faltaban muchas cosas por decir, y no pocas por investigar en la historia de la Falange. Y como anota Southworth, con toda razón, es casi abrumadora la carencia de estudios serios sobre la retaguardia nacional en la guerra civil española. Por supuesto que estos dos libros no aclaran más que aspectos muy parciales de este último tema, aún históricamente virgen; pero aportan innumerables datos y sugerencias para la historia de la Falange, trascendental para la historia de España. La primera reacción del historiador, pues, en cuanto se libera del confusionismo formal y del confusionismo de fondo de estos dos libros, es la de gratitud: por mucha ganga en que vengan envueltas, las minas históricas de esta categoría suponen un espléndido regalo.

Pero hay todavía más. Como veremos en detalle, en uno de estos libros afloran intenciones propagandísticas que no se limitan a la discusión -falsa o ficticia- de un aspecto de la guerra española sucedido y liquidado hace treinta años largos. Al fin y al cabo, la Falange, el espíritu de la Falange y la herencia de la Falange, son elementos fundamentales no solamente de la historia, sino de la vida política y de la vida nacional de la España de hoy. Y en estos libros existen, sin duda, intenciones claras acerca de esa España de hoy. Si en estas dos obras se discutiesen exclusivamente temas históricos con criterio histórico es bien posible que no las hubiese acogido una editorial a quien tan escasamente le viene interesando la historia en sus programas de publicaciones.

Para el comentario de estos libros hemos preferido adoptar un sistema que permita la valoración histórica simultánea de los dos. Dividiremos, por tanto, la discusión en dos grandes partes: antes de la guerra de España, y los sucesos de esa guerra. El planteamiento histórico de estas dos partes es totalmente diferente y ello justifica nuestra división. En este primer trabajo, que hoy aparece, vamos a referirnos, pues, a los primeros diez capítulos -140 páginas- del libro de Hedilla-Venero; en cambio el comentario al libro de Southworth comprende casi la mitad de la obra: las 23 páginas de la introducción y hasta la página 109 (cuestión 46) de la discusión circunstanciada al libro original. En el comentario a Antifalange se incluye el del ensayo inicial Análisis del falangismo, base sistemática de esta segunda obra. En un trabajo posterior se estudiará el tratamiento que se da en estos dos libros a los sucesos posteriores al Alzamiento de julio de 1936. Preferimos este sistema al dar por separado el estudio de cada una de dos obras que -como los gemelos enemigos de la curiosa tragedia de Madariaga- no pueden comprenderse más que actual y realmente contrapuestas.


FALANGE EN LA GUERRA DE ESPAÑA: LA UNIFICACIÓN Y HEDILLA


Autor: García Venero, Maximiano.
Lugar y fecha: París, 1967.
Editor: Editorial Ruedo Ibérico.
Páginas: 501, de 23 x 18 cm.


CONTENIDO

García Venero proclama, en la introducción del libro, la helada objetividad de su intento, garantizada por las obras anteriores debidas a su pluma. Se destaca el papel central de Manuel Hedilla en esta obra, y el relato sobre la fundación de la Falange se va a situar en Santander, lo que, según el autor, equivale a un enfoque más realista y concreto del tema. García Venero (en adelante MGV), escribe su libro «con misión docente».

El primer capitulo se refiere a los primeros años de Manuel Hedilla, desde su nacimiento en Ambrosero (Santander). Difícil infancia y juventud: es un hombre que tuvo que ganarse la vida con su trabajo como especialista naval. Este capítulo, lo mismo que el segundo -el hombre de empresa-, en que se narran los trabajos de Hedilla como empresario independiente en modesta escala, son interesantes para la biografía del personaje, pero escasamente responden al interés general suscitado por el título de la obra; baste, por tanto, con esta alusión. En capítulo tercero se traza el croquis político de la Montaña. Panorámica de los partidos republicanos y obreros -con notables omisiones-. Nacen las JONS en Santander por iniciativa de Pancho Cossío. Recuerdos del origen y nacimiento de Falange Española.

Falange Española de las JONS -reza el título del capítulo cuarto- es «un hecho nuevo». En febrero de 1934 se realiza la fusión entre los dos elementos originales. José Antonio Primo de Rivera es un hombre de dudas y contradicciones internas. Hedilla conoce al fundador en uno de los viajes que éste realiza a Santander. Durante la revolución de octubre, Falange colabora; Hedilla mantiene el orden en Renedo, donde a la sazón trabajaba por cuenta ajena. Es expulsado de la SAM, empresa vinculada al sindicalismo católico, e ingresa en una filial de la compañía vidriera francesa Saint-Gobain.

Capítulo quinto: el nuevo rumbo falangista. Reseña del Consejo Nacional de octubre de 1934: importancia, poco reconocida, de los Estatutos joseantonianos y del punto 27, tan olvidado. Ocurre una crisis en la Falange de Santander, cuyos elementos más conscientes rompen la vinculación que les unía al sector ultraderechista de la Agrupación Regional Independiente. José Antonio Primo de Rivera visita Santander y nombra Jefe Provincial a Hedilla, aunque está a punto de ser asesinado por los falangistas colaboradores de la derecha reaccionaria.

Un jefe Provincial en 1935, es el título y el tema del capítulo sexto. Gran labor Hedilla en la revitalización de Falange, cuya primera línea santanderina llega a mil personas a fines de 1935. Hedilla es designado Consejero Nacional por José Antonio Primo de Rivera: asiste al II Consejo Nacional, celebrado en noviembre de 1935.

Rencor, mezquindad, soberbia es el subtítulo que MGV pondría a los manejos para las elecciones de febrero de 1936, y el título de su séptimo capítulo A semejantes motivaciones obedecía la actitud de las derechas contra la idea joseantoniana del «Frente nacional» y en general contra Falange, reducida al silencio y al abandono por parte de la derecha. En marzo de 1936, Hedilla es relevado en el mando falangista de Santander por Martín Ruiz Arenado; tras el relevo, el Jefe Nacional le encarga la preparación del Movimiento en una tercera parte del territorio nacional, todo el Norte y Noroeste. Terrible persecución contra la Falange.

En el mismo marzo de 1936 se sitúa la acción del capítulo octavo: Noticias diversas sobre la conspiración, la Unión Militar Española y algunos de sus hombres, como el teniente coronel Yagüe. Hedilla recorre su territorio, el que le ha sido asignado por José Antonio, para poner en contacto a los militares con los grupos falangistas. Distribuye, por encargo del Jefe Nacional, la carta que éste ha escrito, desde la cárcel, a los militares de España. Varios mandos de Falange se mostraron muy tibios e incluso abandonaron sus puestos en la primavera de 1936.

Los capítulos 9 y 10 -que, con parte del siguiente, constituyen el final de esta primera parte seleccionada para nuestro estudio- relatan las angustias y las esperanzas falangistas de aquellos «días sin tregua» y las «asperezas y lances de la conspiración». Dejamos a Manuel Hedilla en el día 12 de julio de 1936, cuando parte de Galicia -situada en su territorio- con el fin de ultimar allí los preparativos para el Alzamiento inminente, cuya señal más eficaz no fue la prevenida por los conjurados, sino el asesinato por fuerzas del Gobierno, el 13 de julio de 1936, del jefe de la oposición derechista, diputado y ex ministro don José Calvo Sotelo.


JUICIO

Ya se ha hecho alusión (en la introducción general a este estudio) a las dificultades que ofrece para el historiador y el crítico la atribución de la paternidad de este libro. Lo que sin duda es 100 por 100 de Maximiano García Venero es la introducción en la que se recrea con la repetición de la palabra «historiografía» y sus derivados. Pero ni su actitud, ni su metodología, ni sus análisis, manejo e incluso conocimiento de las fuentes tienen la menor semejanza con los que corresponden a un auténtico historiador. En este libro se notan semejanzas de estilo, método y desorden con las demás obras del autor; pero se advierte también un lenguaje más cuidado y florido que hace pensar en la colaboración de algún otro amigo común entre Venero y Hedilla. Aquí interesa exclusivamente el contenido de la obra y no la paternidad rigurosa de cada una de sus páginas. Este último dato se solucionará algún día, si el interés inicial suscitado por la aparición del libro se mantiene, cosa perfectamente dudosa, porque este libro, a primera vista sensacional, irá perdiendo mucho de su valor en cuanto la historia auténtica le despoje de la enorme cantidad de material inútil que contiene. Lo cual no equivale a condenar a priori una obra que, como ya se ha indicado, no deja de aportar también evidentes datos de interés.

En la misma introducción se deslizan unas alabanzas a Herbert R. Southworth que de poco valieron a MGV a la hora de la publicación de Antifalange. Para zanjar la enojosa disputa sobre el origen efectivo del libro digamos solamente que tanto la evidencia interna como la externa apuntan a la conclusión, difícilmente refutable, de que Manuel Hedilla debe considerarse tan autor de esta obra -por lo menos- como el mismo MGV. Este aporta bastantes informaciones provinentes de fuentes secundarias y terciarias, difíciles de conocer por Hedilla e incide con ello en un vicio muy común en la reciente historiografía española: mezclar los testimonios de primera mano con otros nacidos de la erudición libresca El tratadista de un sector determinado de nuestra historia reciente, en el que puede aportar numerosos datos inéditos, no se conforma con ello por lo general, sino que trata de darnos, además, «su» versión completa -y por supuesto, «objetiva»- de los hechos. Pero no culpemos a Venero de sucumbir a una tentación que ha hecho resbalar a tratadistas mejor dotados que él, como el propio don José María Gil Robles.

El lector se asombra de que en este libro aparezca una alusión a Cincinato como ganadero y que en la página 30 se nos hable de la «etopeya de Manuel Hedilla». Serían deseables menos alardes de cultura grecorromana y mayor precisión en la «convivencia unitaria» de los Sindicatos montañeses UGT-CNT. En cambio, siempre que MGV se atiene a su promesa (tantas veces incumplida) de darnos un enfoque local de la historia falangista, acumula los aciertos: véanse, por ejemplo, los datos sobre la participación de Falange en el movimiento contrarrevolucionario de octubre, y otros muchos.

Un dato muy revelador es que cuando este libro se ciñe estrechamente a la figura de Hedilla casi siempre proporciona datos y enfoques nuevos; pero cuando, en sus páginas se trata de hacer historia general se experimenta la sensación de insufrible perdida de tiempo. Con excepciones, naturalmente, porque aunque MGV no sea un historiador ortodoxo no carece de facultades de observación y anota certeramente el apoyo popular al Movimiento de julio y algunos puntos poco conocidos de la preparación del Alzamiento.

Hedilla ha pretendido con su contribución -esencial- a este libro luchar por su reivindicación histórica dentro del Movimiento Nacional. En esta primera parte que comentamos, el tema básico de la obra es la contribución principalísima de Manuel Hedilla, como hombre de absoluta confianza de Primo de Rivera, a la gestación del Movimiento en algunas regiones imprescindibles para su éxito. La tesis, no por latente menos importante, es que la aportación de Falange Española a la coordinación entre los militares organizadores del Alzamiento y las masas en que ese Alzamiento debería encontrar el respaldo popular es mucho más considerable de cuanto se ha afirmado hasta ahora. Una y otra aportación son indudablemente de Manuel Hedilla y el historiador encuentra en este libro nuevos y trascendentales Motivos para considerarlas e incluso, con ciertas salvedades, para aceptarlas. Es, pues, muy posible que la tesis general de Hedilla, en cuanto a la primera parte del libro que ahora comentamos, ofrezca suficientes garantías de validez, lo cual, treinta años tras los hechos, no supone pequeño mérito.

A pesar de este acierto radical, el libro es una antología del desorden. Se Mezclan testimonios de valor muy desigual y de origen esencialmente diverso; desde la división de temas hasta la misma tipografía escogida, todo contribuye al cansancio del lector, que podría haber encontrado los mismos aspectos positivos en un número cinco veces menor de líneas. Como es normal en los libros de Memorias, se atiende con solícito y aridísimo interés a lo anecdótico por encima de lo trascendente; pero este libro no se presenta como un libro de Memorias. Las justificaciones que se dan continuamente sobre la actitud de la Falange, sobre todo en el tema de la violencia, resultan ingenuas, plagadas de sobreentendidos, perfectamente insuficientes, si no inútiles. Late en muchas páginas una sorda intención acusatoria y denigratoria contra antiguos camaradas; y late todavía más una preocupación por asuntos actuales, disfrazada de serena contemplación de los pasados. En muchos aspectos este libro es un verdadero galimatías y cualquier persona que crea encontrar en él la solución definitiva a uno de los enigmas históricos más atractivos de España sufrirá cruel decepción. No insistimos más en la valoración general del libro porque reservamos para la segunda parte de este estudio la explicación de la más sorprendente de las paradojas: este libro consigue probar, en esa segunda parte, y respecto a una de sus más esenciales tesis, exactamente lo contrario de lo que pretende. Pero, como hemos dicho, no adelantemos acontecimientos.


ANTIFALANGE: Estudio critico de «Falange en la guerra de España», de M. García Venero.


Autor: Rutledge Southworth, Herbert.[sic]
Editor: Editorial Ruedo Ibérico.
Lugar y fecha: París, 1967.
Páginas: 286, de 23 X 18 cm.


CONTENIDO

Concebida la obra como conjunto de notas al libro de MGV, la mayor parte de Antifalange es la colección correlativa de estas notas. Aunque las citas de Venero se repiten aquí, es imposible una lectura seria de Antifalange sin tener sobre la mesa, abierto, Falange. Ello obliga a un ejercicio de lectura gimnástica realmente fatigoso.

Las notas -de las que en esta primera parte de nuestro estudio vamos a repasar brevemente sólo las 45 primeras- van precedidas por una caudalosa introducción: Análisis del falangismo.

Pero antes figura una «nota del traductor», que no es otro que don José Martínez, conocido propagandista a quien ha salvado de no pocos quebraderos de cabeza la presencia del señor Southworth como inspirador de posiciones históricas que, sin su suprema habilidad, estarían ya todo lo desvalorizadas que merecen. El señor Martínez explica algunos detalles acerca de la génesis de este libro; su falta de información en otros temas es tan alarmante que realmente preocupan los datos citados aquí. Según el señor Martínez, la «censura española» rechazó la edición de la obra de MGV. Ruedo Ibérico aceptó lanzar el libro, con notas del señor Southworth, lo que en principio fue aceptado por MGV. Este autor rechazó las notas al leerlas y entonces el señor Southworth (en adelante HRS) las publica aparte y sin ciertas consideraciones que guardaba en la versión destinada a publicarse conjuntamente. Comenta el traductor la tesis de la amplia introducción de HRS; cree en la sinceridad individual de muchos falangistas durante la guerra española. Y alaba la «honestidad intelectual, el rigor crítico» del autor de Antifalange.

Entre la «nota del traductor» y la introducción general se disponen las numerosas fotografías de la obra, que constituyen, independientemente de su interpretación, un valioso repertorio gráfico sobre el tema. A la introducción general se dedican las primeras 61 páginas del libro: su título es Análisis del falangismo, como se ha dicho ya.

El libro de MGV -cuyos datos personales se dan- pretende montar la historia de la Falange a través de la figura de Manuel Hedilla y con el objetivo final de su rehabilitación histórica. Inicia HRS la discusión general sobre el fascismo español con un breve recorrido por la bibliografía acerca del tema: anota el hecho de que todos los libros terminan prácticamente en vísperas del 18 de julio. (Para evitar que se incluya en la lista, con carácter definitivo, a este comentario, conviene asegurar al lector y al propio HRS que nuestra división es puramente metodológica y que este trabajo tendrá una segunda parte).

En España se ha sentido una evidente repugnancia en permitir que se publique la historia de la zona rebelde, quizá por las deplorables verdades que tendría que revelar esa historia de una zona de taifismo y de desorden. (Hemos consultado nuevamente el libro tras escribir estas notas: en efecto, HRS se refiere a la «zona rebelde» cuando habla de taifismo y de desorden; ¿qué calificativos reservaría para la otra zona, la de los Gobiernos autónomos y los Consejos soberanos, la de las provincias que querían mandar embajadores al extranjero?; pero no adelantemos juicios; esta salvedad se hace para confirmar que, sorprendentemente no ha habido errata en HRS al hablar de «taifismo y desorden»).

Otra de las supuestas razones por las que, según el autor, no se ha permitido difusión de la historia de la «zona rebelde»: el terror y los crímenes de esa zona. MGV no condena a Franco ni a Hedilla: el libro es un arreglo de cuentas entre clanes del falangismo.

Faltan en el libro de MGV testimonios esenciales: los hermanos Franco, Serrano Súñer, Barroso, Rodezno. Venero ignora la correspondencia de Hedilla, desdeña el folleto de «Luis Pagés Guix» y desconoce la obra de von Haartman.

En la noche del 16 al 17 de abril de 1937, Manuel Hedilla fue borrado de la historia de España. Desde entonces no se ha permitido a nadie en España la investigación sobre el caso. El tema Hedilla ha sido tabú: la única versión popularizada es la de Serrano Súñer, según la cual Hedilla fue un instrumento de la representación alemana para derribar al general Franco. La bibliografía sobre Falange en España prescinde por completo del tema Hedilla. MGV «reintroduce a Hedilla en la historia de España» y presenta una tesis falsa: la de que Hedilla Manda sus emisarios a los falangistas disidentes con vistas a una reconciliación. Sucedió al revés: los emisarios fueron enviados para cumplir una misión violenta. Venero oculta la verdad porque cree en la bondad original de la Falange: \"El supuesto previo que sirve de columna dorsal al libro de MGV es que la Falange constituía una empresa heroica, encarnaba una causa buena, tenía ante si unas posibilidades políticas enormes en el área española, era depositaria de una voluntad sincera de transformar España. Es decir, que la Falange era un movimiento auténticamente revolucionario. Postulado éste al que de manera natural sigue un corolario: todo aquel potencial acabó en un estrepitoso fracaso a causa ciertos hechos sobre los que se vuelve siempre nostálgicamente: desencadenamiento prematuro de la guerra civil, muerte del fundador y jefe, desaparición de miembros de la jerarquía, traición de otros, liquidación de Hedilla v, finalmente la gran traición al movimiento, perpetrado por Francisco Franco.» Antifalange, pág. 9)

La tesis contraria es la verdadera: «Tal esquema es falso», afirma HRS. Hedilla era un figurón de pueblo que, al ir ascendiendo, se volvió intemperante. Era un buen segundo, pero jamás un conductor: todo lo más un «candidato a la beatificación». Mostró, sin embargo, carácter al no aceptar el puesto que Franco le ofrecía y en su odisea posterior, lo que no mostró fue inteligencia. Había actuado con gran eficacia en la preparación del Movimiento y en el apoyo a los militares. No era un genio, pero sin duda era lo mejor que podía ofrecer la Falange en 1937.

Falange y los falangistas -insiste HRS- jamás han tenido nada de heroico. Falange vendió carne de cañón a Franco y se dedicó a la limpieza de la retaguardia. MGV incurre en intolerable contradicción: quiere defender a Hedilla sin atacar a Franco.

Para comprender el falangismo de MGV hay que definir primeramente el falangismo. Cita HRS las definiciones de Ridruejo y Serrano Súñer, que le parecen incompletas. y aventura las suyas:

«El fascismo es una fórmula política europea que se desarrolló rápidamente después de la primera guerra mundial. Esa fórmula pretendía ofrecer a los Estados europeos de segundo orden (es decir, a los incluidos dentro de las coordenadas del sistema capitalista pero no disponiendo (sic.) del capital suficiente para su desarrollo, y que se hallaban amenazados por competidores provistos de abundantes capitales de inversión, y debilitados también por las exigencias cada vez mayores, de una población descontenta y hambrienta que se dirigía rápidamente hacia la izquierda), un método mediante el cual las energías de la revolución social podían ser canalizadas hacia una aventura imperialista en que el precio de las reformas sociales necesarias para el país serían pagadas por el vencido en la lucha de conquista»...

Las técnicas utilizadas por uno y otro movimiento fascista podían variar y variaron de hecho, de un país a otro; podían fluctuar y fluctuaron dentro de un mismo país, de un período a otro. Sin embargo, el objetivo esencial de cada movimiento fascista permaneció invariable: el imperio».

«El falangismo español es simplemente la versión española del fascismo. El fascismo no fue un movimiento revolucionario, sino un movimiento contrarrevolucionario. Su finalidad profunda no consistía en hacer progresar la revolución social, sino en traicionarla» (pág. 15).

Corrobora HRS la tesis imperial sobre el fascismo con un texto de 1938 debido a Ernesto Giménez Caballero.

En 1930, España era una segundona del capitalismo, colonizada por el capital extranjero. El falangismo persiguió en España tres objetivos sucesivos: organización del movimiento fascista, conquista del Estado, conquista del Imperio territorial.

HRS insiste una y otra vez en la tesis fundamental de su introducción: «La realización de su objetivo (del fascismo), de su sola razón de existir, de su destino: la conquista del Imperio» (pág. 19).

Comentario a las desuniones de la España de los treintas. Estudio de los momentos fundacionales de los principales movimientos fascistas: con motivo de la crisis económica mundial aumenta el influjo de los movimientos proletarios. La Falange era cosa de burgueses que defendían sus intereses de clase. José Antonio Primo de Rivera envidiaba a Inglaterra por su Imperio. La derecha española no acogió con entusiasmo al nuevo movimiento. Y rechazó la colaboración del Jefe y de la Falange, que van a las elecciones de 1936 como parias políticos. En la primavera de 1936, la derecha quiere reconsiderar las posibilidades contrarrevolucionarias de la Falange, pero ya era tarde. Los fascistas españoles se oponían a las derechas y a las izquierdas por razones de porvenir económico-político personal y de grupo. Albiñana, e! general Primo de Rivera y Gil Robles no fueron en realidad fascistas (pág. 25).

La violencia política -sigue HRS- es un elemento esencial del fascismo español desde sus comienzos. La violencia queda consagrada como método en el discurso fundacional de la Comedia. La Falange es «un hampa de chulos y pistoleros». Albiñana no es un fascista porque para ello le falta la condición básica: la idea de Imperio. Es un conservador antirrevolucionario anticuado El racismo solo no es el fascismo. Giménez Caballero y Jaime (sic.) Foxá hicieron propaganda prosefardita antes de la República, pero sus verdaderas intenciones eran imperialistas. Durante la República no continuaron estas tareas. El antisemitismo aparece en Falange Española con Onésimo Redondo: es de inspiración clerical, antes y durante la guerra civil. Durante la guerra, el antisemitismo es un elemento de acercamiento a los nazis. Se presenta un tremendo dilema a Falange en la primavera de 1936: apoyar a un movimiento militar a pesar de la desconfianza de Primo de Rivera por los militares. La conspiración con el ejército le fue impuesta a la Falange.

La historia de la Falange solamente registra -para HRS- tres hombres de calidad: Giménez Caballero, Ramiro Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera. Franco se apoderó fácilente de la Falange porque, entre todos los falangistas, solamente Manuel Hedilla tuvo el valor de defenderla. No hay forma de conocer el pensamiento íntimo de Franco: puede buscarse en algunos textos de Carrero Blanco. Pero Franco tenía una gran superioridad sobre los jefes falangistas.

l desarrollo de la guerra civil fue alejando la idea del Imperio. Al final de la guerra, Franco mantuvo a la Falange. La Falange era pronazi y profascista por esencia. Durante la segunda guerra mundial, la Falange pensaba entrar en el festín imperial del brazo de los agentes del Eje.

Negociaciones del franquismo con el Eje durante la segunda guerra mundial: la victoria de los nacionales dejó al país arruinado y hambriento. El país seguía dormido tras la guerra civil. Según Castiella, la neutralidad española fue algo pretendido: he aquí una opinión realmente cínica.

La filosofía española en torno a las relaciones entre la guerra civil y la segunda guerra mundial, ha cambiado. Cuando ganaba el Eje, Franco, Serrano, Areilza y Aznar declaraban una y otra vez la homogeneidad entre la guerra civil española y la segunda guerra mundial. Cuando el Eje empezó a perder, se cambió de tesis: Castiella y García Arias subrayan el carácter interno de la guerra civil española. Las reivindicaciones territoriales que España exigía a Alemania eran tan desproporcionadas que Hitler perdió la esperanza de contar con España para la segunda guerra mundial. HRS hace una feroz crítica del libro «imperialista» de Areilza y Castiella y trata de poner de manifiesto las contradicciones de este último autor entre 1940 y 1960. Las ilusiones españolas se desvanecen durante la segunda guerra mundial ante las desmesuradas apetencias germánicas.

Franco no envió la División Azul a Rusia para conquistar un Imperio, sino pagar a plazos un imperio en Occidente. Con el desembarco aliado el 8 de noviembre de 1942, precedido por la caída de Serrano Súñer en el mes de agosto, se acabaron las ilusiones para el Imperio azul.

Al producirse el desembarco aliado en el Norte de África, los intelectuales de FET y de las JONS abandonaron intelectualmente al Movimiento. El fascismo español se diferenciaba de los otros en que, por ser más débil, solamente podía crear un imperio en simbiosis con los demás fascismos. HRS hace el análisis del imperialismo de Antonio Tovar y da noticia de su viraje. Efectivamente, Tovar no deja de dar pretexto para un comentario semejante. En su obra abundan los párrafos exaltados, que HRS cita con complacencia, por ejemplo aquel de El imperio de España (pág. 73), en que Tovar ve en el futuro de España «algo que la nueva catolicidad está a punto de cubrir, con el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán y el nuevo Estado en España y Portugal, el suelo todo del Imperio de Carlos V, en el cual supo España tomar su puesto. Como sabrá tomarlo ahora de nuevo, en el mundo de hoy. La Falange Española de las JONS se encarga de ello» (pág. 53). Pero también reproduce éste, tras algunas entrevistas en que había acompañado como intérprete al ministro Serrano Súñer en Berlín y Roma: «Del viaje quedan también algunos recuerdos y anécdotas de lo que llaman simpatía, y que permiten una vez más admirar la amplia y noble humanidad de Mussolini y de Hitler, fundadores de futuro y pilotos de sus pueblos en los tiempos más difíciles de la Historia» (pág. 55).

Y él mismo informa de que el señor Tovar ahora se encuentra en una Universidad de los Estados Unidos, «convenientemente disfrazado de refugiado del totalitarismo.»

HRS debía informar al lector de la fecha en que el señor Tovar llegó a la Falange. Al lector entonces le costaría muy poco advertir, junto a la evidente falta de perspicacia política del señor Tovar, que este señor, tan inestable, entusiasta y exaltado, en modo alguno puede tomarse como intelectual representativo de la Falange ni del Movimiento Nacional.

HRS conoce muchos libros sobre la guerra de España. No todos, ni todo en ellos. Así se explican muchos errores importantes, algunos de los cuales se denuncian en estas mismas páginas. Pero lo que ignora muy seriamente es la realidad de sus antecedentes. El catedrático señor Montero Díaz -citado a continuación- es, sin duda, una personalidad brillante que a veces ha llamado la atención con alguna conferencia o algún escrito. Pero si HRS supiera que primero fue comunista y después ingresó en las JONS y más tarde se alejó de ellas, precisamente por su fusión con Falange Española, tal vez se lo habría pensado un poco más antes de sucumbir a la tentación de presentarlo como un exponente válido del pensamiento falangista. No, nunca ha sido eso el señor Montero. Cuando afirmaba: «El nacionalsindicalismo nació con una generosa y bélica solidaridad, planteada de igual a igual, de camarada a camarada, con la Gran Alemania y la Italia fascista. A la afinidad -no identidad- ideológica, se unía la coincidencia de una común hostilidad... un rotundo gesto de repulsa al predominio británico en el mundo»» (Santiago Montero Díaz, Idea de Imperio, pág. 6). Y, «Pero si el Partido -y sigo moviéndome en el terreno instrumental e inofensivo de la hipótesis- abandonase ahora su solidaria adhesión de camarada hacia Alemania e Italia, cómo entenderíamos que pueda responsabilizarse de veinte siglos de historia patria, un partido que no se responsabilizara ni siquiera de diez años de su propia historia» (Ibid., pág. 23). Santiago Montero Díaz no renegó de su lealtad a la causa de la Nueva Europa, y el 23 de marzo de 1944 afirmaba en la Universidad de Madrid: «De su crisis, Italia saldrá victoriosa por el genio del Duce, por el fervor de sus juventudes fascistas y por la lealtad alemana. Con intuición de europeo, al margen de la profecía o de la ciencia, presiento el triunfo de la nueva Europa. Me limito a consignar presentimientos, porque acato -disciplinadamente- la consigna nacional de neutralidad» (Santiago Montero Díaz, Mussolini, 1919-1944, pág. 44). Montero Díaz, profesor de Historia Antigua, pero no de contemporánea, habla por su propia cuenta. La consigna de neutralidad venía de más arriba, exactamente del Jefe de la Falange, Francisco Franco. Y, sabido es lo que José Antonio pensó siempre del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán. Santiago Montero Díaz ha sido fiel, incluso en la derrota, a Alemania y a Italia. Es posible, cosa suya en todo caso. Laín Entralgo, tercer convocado por HRS, también defendió el Orden Nuevo. Pero HRS, una vez más, cae en el error de atribuir autoridad doctrinal en la Falange a un intelectual que llegó a ella precisamente también durante un periodo tan escasamente propicio para la teoría y la especulación como el de la guerra y los años inmediatamente posteriores, condicionados por la conflagración mundial. El señor Laín Entralgo, en efecto, escribió Los valores morales del nacionalsindicalismo, y ahí defendía al Estado totalitario como «necesidad de este tiempo» sobre la inmensa y fecundante revolución nacional proletaria del Nacionalsocialismo» o que «Indudablemente, Italia y Alemania han encontrado alguna de las palabras ordenadoras de nuestro tiempo, y ahí radica su principal ventaja contra Inglaterra».

Pero nada de eso puede considerarse doctrina ni pensamiento realmente falangista. HRS debiera comprender que difícilmente pueden ser consideradas exponentes doctrinales de la Falange unas personas que no se interesaron por ella hasta un momento muy determinado de su historia, precisamente aquel en que coincidía la ausencia de sus principales hombres, José Antonio, Ruiz de Alda, Onésimo, Ramiro, Fernández Cuesta, Sánchez Mazas, etc. -asesinados, muertos o en zona roja- con la fulgurante presencia de los dos grandes dictadores del Eje. El hecho de que dos personas como los señores Laín y Tovar, que carecían del mínimo arraigo en la Falange y desconocían probablemente las enormes reservas con que José Antonio había vuelto de Italia y la malísima impresión que le produjo el nazismo, según atestigua persona tan escasamente sospechosa como S. Payne, se encandilasen con los ademanes y los discursos del Führer, en modo alguno puede cargarse a la cuenta de un movimiento político, cuyas raíces, tronco, ramas y hasta sus últimos y más recientes frutos, muestran categóricamente que jamás ha alimentado el mínimo rasgo imperialista. Ambos intelectuales han vestido ocasionalmente la camisa azul con entusiasmo, pero siempre han mostrado una permeabilidad a las voces y actitudes del exterior que tiene muy poco que ver con el tradicionalismo esencial a la Falange: «No somos nacionalistas», había afirmado José Antonio. La Falange no es responsable de que ocasionales portavoces no se hayan parado a distinguir las voces de los ecos y que, sí lo han hecho, no hayan acertado a escuchar solamente entre las voces, una: la que procede de la intimidad de España.

Dionisio Ridruejo, cuarto intelectual convocado por HRS, retrotrae los orígenes de su crisis al año 1942. Y tampoco el señor Ridruejo puede ser tomado como un definidor. Sólo la ausencia de tantos y tantos mandos durante la guerra, unos asesinados o muertos, otros en zona roja, los demás en el frente, pudo hacer que un joven poeta, apenas rebasados los veinte años, asumiese una representación política. Que su temperamento se desbordase a medida que los dictadores europeos se imponían, no pasa de ser una anécdota personal. Ridruejo sí era falangista viejo. Hoy, ya se sabe donde está políticamente situado. Pero cabe pensar que su despegue de la Falange comenzó ya el día que su voz y su ademán empezó a configurarse mucho más conforme a los de los partidos totalitarios extranjeros, que de acuerdo con la entonces joven pero ya definida tradición falangista.

Eliminado el sueño imperial, la misión de la Falange quedó como puramente represiva. He aquí la interpretación general de HRS sobre las causas de la guerra civil y su desarrollo:

«La derrota electoral obligó a la derecha española a recurrir a la rebelión armada. La debilidad del movimiento falangista impuso a este la alianza con las fuerzas armadas. La apasionada resistencia del pueblo obligó a los militares y a sus aliados a una larga lucha. El fracaso del pronunciamiento -y el terror que de ello resultó- pusieron fin a las esperanzas de unidad entusiástica tan esencial para la Falange. Los militares actuaron con sus matanzas más eficazmente que la Falange con su ideología para eliminar durante más de una generación la protesta social en España: can eficazmente, en efecto, que aunque España no se hubiese visto arruinada y despedazada, poca energía quedaba para realizar una revolución social izquierdista o para llevar a cabo el programa de la Falange hasta sus últimas consecuencias» (pág. 60).

Concluye la introducción con esta dura acusación contra la Falange:

«El crimen de la Falange, en ese momento histórico, fue elegir la vía de la violencia nacional y de la violencia internacional, poner tanta energía española en un proyecto condenado de antemano por las grandes corrientes de la Historia. Los esfuerzos de los españoles para crear de nuevo un imperio español, no fueron Solamente energías malgastadas en una causa perdida: eso podría haber sido perdonado por los españoles, por los otros y por la Historia. No. El crimen de los Falangistas (es el crimen de todos los movimientos fascistas), fue el haber repudiado lo que había de generoso en las ideologías de la izquierda, la cooperación social entre los hombres de una misma nación y la cooperación social entre las naciones del mundo, es decir, del socialismo o sindicalismo internacional; su crimen fue luchar por sustituir esta perspectiva con una visión más estrecha de la humanidad, visión que pretendía eliminar a un área nacional la energía revolucionaria, desnaturalizándola, aniquilándola de ese modo, no para ponerse al servicio de un impulso cooperativo, sino convirtiéndola en un instrumento competitivo, agresivo, que finalmente sólo sería aprovechado por las fuerzas retrógradas de la sociedad española» (pág. 61).

Finalizada la introducción general con tan solemne y dogmática parrafada, HRS pasa a comentar una por una las afirmaciones de MGV, que le parecen especialmente dignas de atención. En la imposibilidad de reflejar aquí todas v cada una de las notas, optamos por recoger algunas de las más importantes y sintomáticas de la obra.

a) Estudio de Giménez Caballero, hombre clave en la historia del fascismo español, que consiguió «una de las más claras exposiciones de esta doctrina».

b) Comentarios a Ramiro Ledesma Ramos quien «fue el mayor genio del movimiento», a pesar de que los escritores falangistas no lo reconocen así.

c) Gran influencia de Ortega, sembrador del fascismo, pero que se quedó a medio camino.

d} Ledesma pide a Ramón Franco su colaboración para el imperio; pero Franco ni le contesta. Avatares de Ramón Franco.

e) Relaciones de Ledesma con los anarcosindicalistas.

f) Las JONS y el catolicismo; concesiones de Ramiro Ledesma a Onésimo Redondo. Discusión sobre el emblema de Falange Española.

g) El título de «Fascismo español». Justificación de la revolución de Octubre. Madariaga no tiene en cuenta la situación del socialismo en Europa para su dictamen condenatorio. Análisis de la desilusión de Eliseda.

h) Datos sobre la escisión de Ramiro Ledesma. El régimen franquista no ha permitido la publicación de las obras de Ledesma. Análisis del Discurso a las juventudes de España: la conclusión es que Ledesma era un fascista cíen por cien. Análisis de ¿Fascismo en España?

h) Comentario a la represión de Octubre, centrado en una solitaria cita de Bruno Alonso.

i) Diversas puntualizaciones sobre los orígenes de la gran conspiración que desembocó en la sublevación de julio. Según HRS la «verdadera historia» de la conspiración arranca de la victoria izquierdista en las elecciones del 16 de febrero de 1936. Estudio bibliográfico sobre el tema.

j) El mito de Toledo relacionado con la reunión falangista del Parador de Gredos: es «un mito secundario enlazado con el mito principal».

k) Asesinato de Calvo Sotelo, «afortunadamente eliminado».

l) Notas sobre la violencia en la primavera trágica.

m) La URSS y España en 1936: «no existe ni una sola prueba de que los soviets hayan apoyado la dictadura del proletariado en España».


JUICIO

La inorgánica disposición de esta obra, escrita para servir de comentario marginal al libro de MGV, hace bastante difícil el montaje de un estudio sistemático acerca de su contenido. Por eso hay que culpar en definitiva no a HRS ni a este comentario, sino a los curiosos incidentes editoriales de las dos obras, cuando se advierta y haya que lamentar la incomodidad del sistema.

Despachemos con una breve alusión la pretenciosa nota del traductor. El señor Martínez, que tiene bien acreditada su condición de ser una de las personas más parciales y peor informadas acerca de la historia contemporánea española, debería haberse limitado a traducir, cosa que hace con cierta claridad, aunque con insufrible y pedantesca incorrección. El detonante gerundio que estalla en la cita de la pág. 15 («los incluidos dentro de las coordenadas del sistema capitalista pero no disponiendo del capital suficiente para su desarrollo»), produce la inmediata caída del libro, sea cual sea la postura del lector. Renunciamos a detallar los desenfoques de la famosa «nota del traductor» que, en adelante, no debería aventurarse en los «pinitos» históricos antes de aprender, de forma elemental, los rudimentos de su oficio. En cuanto a la opinión del señor Martínez acerca de la «honestidad intelectual y el rigor crítico» del autor del libro, nos remitimos a las consideraciones siguientes.

Un doloroso deber obliga a iniciar este comentario crítico a Antifalange, poniendo de manifiesto (esta es la forma correcta de emplear los gerundios en castellano) los errores históricos del autor. No es Herbert Rutledge Southworth piadoso con los errores -a veces simplemente tipográficos- de sus víctimas. En su diserto libro El mito de la Cruzada de Franco, ha dedicado todo un capítulo -Spanica zwischen todnu gabriet- a reírse de «la increíble estupidez de los franquistas» en torno al tema de la guerra civil. En este mismo libro rechaza desdeñosamente una obra que posee cierto interés -la de Nellesen [sic]- porque «la seriedad de este investigador puede ser puesta en duda cuando atribuye a Giménez Caballero el título de Unamuno, En torno al casticismo de España». No puede quejarse, pues, HRS de que analicemos con cierto detalle algun que otro error de su Antifalange, y pasamos por alto que HRS transcribe incorrectamente el verdadero título del famoso ensayo de Unamuno. Digamos, de paso, que no se podía haber escogido para este libro un título más pretencioso, más inadecuado y menos moderno. Pretencioso, porque con un comentario ad litteram de este porte podríamos admitir un AntiVenero, pero jamás un sonoro Antifalange, por mucha inquina que el autor guarde al movimiento de Ramiro Ledesma y de Primo de Rivera. Inadecuado, por la misma razón. Y «antimoderno» porque ésta era la forma de titular en el siglo XIX -algún autor caro a HRS lo recuerdan bien nuestros lectores- y en épocas anteriores en que «controversia» era un sistema metodológico aceptado universalmente. Pero hablar hoy de Falange a través del libro de Venero-Hedilla (que ya hemos comentado) y con ese horrible prefijo en el título equivale a anteponer a un pretendido estudio histórico toda una ingenua confesión de parcialidad, odio y hasta permanente rabieta historiográfica. Al mismo pésimo gusto histórico y hasta humano obedece la antiportada de la obra y hasta el significativo color que en ella domina.

Más no perdamos el hilo principal del comentario. Sí en vez de escribir un estudio crítico sobre una obra que -adelantémoslo- contiene, en medio de sus abismales desenfoques, notables sugerencias de valor histórico, siguiésemos el anticuado ejemplo del autor y escribiéramos un libro de intención esencialmente polémica y propagandística, titularíamos esta parte del comentario de la siguiente manera:

«La revelación más sensacional de la historia contemporánea española». Sin mayores detalles, como no sea un subtítulo sugestivo: «La campaña electoral de un difunto». Porque esa revelación, contenida en la página XX de este libro, es nada menos la siguiente: el patriarca de la Institución Libre de Enseñanza, el supremo liberal y candidato único de la Conjunción republicano-socialista a las Cortes Constituyentes, don Manuel B. Cossío, era, profesionalmente, pintor, y políticamente, nada menos que uno de los fundadores de la Falange santanderina. Para que no queden dudas, se fotografía en enero de 1935 (probablemente en una inspección de sus misiones pedagógicas) en Santander. Y como informa HRS en la página XX, pie de la fotografía 12, «Mitin en el teatro Pereda. En el centro José Antonio Primo de Rivera. A su izquierda, Manuel Hedilla y el pintor Bartolomé Manuel de Cossío». El lector piensa que solamente se trata de una errata; para subsanarla acude al índice onomástico de HRS, que espera encontrar tan cuidado como es habitual en tan exigente crítico. Nueva decepción: Ni el Bartolomé M. Cossío, ni otro Cossío alguno aparece en ese índice. Acude entonces el lector al denigrado libro de Venero-Hedilla y su asombro crece cuando en el correspondiente índice encuentra nada menos que tres Cossíos: Francisco, Manuel Bartolomé y Pancho. Venero, naturalmente, distingue perfectamente a cada uno de ellos: no creemos pueda encontrarse en el siglo XX español a tres personas que, con el mismo apellido sigan trayectorias tan diversas. Muchas veces cita MGV a don Manuel B. Cossío, el pedagogo y patriarca de la Institución Libre y a Pancho Cossío -Francisco Gutiérrez Cossío-, el famoso pintor falangista. ¿Qué ha sucecido? ¿Será posible que un lector tan voraz y un crítico tan puntilloso como HRS haya omitido la lectura de unas páginas del libro que comenta con tanta dureza? Porque, para excluir definitivamente la hipótesis de la errata, basta seguir adelante y leer el comentario a la fotografía siguiente, la número 13: «Mitin en Laredo, enero de 1936. En el centro, Julio Ruiz de Alda. A su derecha Manuel Hedilla. En el extremo izquierdo, Bartolomé Manuel de Cossío (que resucita, además, de la tumba, pues había muerto en 1935). No hay pues \'errata\' sino la más lamentable e inexplicable de las confusiones. Confunde HRS a Cossío el pintor con Cossío el diputado de la Conjunción y no cabe la absorción de un famoso por un innomidado, porque los dos personajes son importantes y conocidísimos en la historia contemporánea española. Frente a tal desliz, poco importa que HRS, poco afortunado con el apellido, confunda el orden de los nombres -se empeña en llamar «.Bartolomé Manuel» a don Manuel Bartolomé- y añada un eufónico y nobiliario «de» a quien jamás lo usara. ¿Qué calificativos aplicaría HRS al desgraciado autor que incurriese ante sus ojos en tamaño descalabro? Nosotros en cambio preferimos no emplear ningún calificativo, recordar el quandoque bonus dormitat Homerus y brindar al implacable crítico este sabroso tema para una meditación acerca de la humildad historiográfica.

Renunciamos a continuar con más ejemplos en esta línea demoledora; nada nos apenaría más que el señor Martínez y otros ciegos admiradores de HRS empezasen a concebir sospechas de que el ídolo inicia su decadencia. Baste por tanto aludir, sin más comentarios, al hasta ahora desconocido «hobby» sefardita del «Conde Jaime de Foxá» (pág. 34) (HRS debe consultar bien la lista de la ilustre familia) y la sorprendente afiliación de don José María Gil Robles al grupo de Acción Española (pág. 98), aunque este último lapsus supone una trágica confusión entre las tres «Acciones» a que perteneció Gil Robles y aquella a la que no perteneció ni pudo pertenecer. Dejamos la incógnita sin revelar del todo para que HRS haga un poco de gimnasia historiográfica acerca de la Segunda República Española, a la que por desgracia para su libro, conoce bastante menos de lo que cabría suponer y exigir.

Con la natural precaución que semejantes deslices nos imponen, entramos en el análisis relativamente sistemático de esta obra.

Como HRS toma preferentemente sus datos de los libros - ¡qué gran bibliógrafo se está malogrando por dedicarse a confusas aventuras historiográficas!- y los libros no hablan todavía demasiado de Maximiano García Venero, a HRS le faltan algunos datos muy interesantes para completar su información acerca del prolífico autor del libro comentado. Naturalmente que no es ésta la ocasión de detallar esos datos. Los comentarios de HRS acerca de la retaguardia de la zona nacional sólo pueden nacer de una carencia, de una ignorancia de estudios -de estudios librescos, se entiende- sobre tema tan inexplicablemente abandonado por la Historia. Si la zona nacional hubiese sido una zona «de desorden, de anarquía, de rivalidades y de terror a escala desconocida hasta entonces en España» el lector se pregunta cómo el general Franco pudo ganar la guerra. Y el lector se asombra de que pueda llegar a tales extremos el cinismo de un autor que conoce sin duda las obras de Manuel Azaña -las publicadas antes de dar a la imprenta este libro- y que conoce sin duda la verdadera historia de la zona republicana. Baste esta increíble cita para demostrar que el propósito que guía a HRS en la redacción de este libro no es un propósito historiográfico -por apasionado que sea- sino una simple y fría intención propagandística, sólo apta para indocumentados. Autor tan conocedor de España debería tener, en sus obras, un poco más respeto a los españoles a quienes, con estas acotaciones, juzga evidentemente como retrasados mentales. La autoridad contemporánea que según HRS corrobora estos datos es el morboso tránsfuga Antonio Bahamonde, que en un deleznable libro ya suficientemente comentado en España, exhibe, entre otros documentos sensacionales para probar la maldad de los rebeldes, su cédula personal. Comentarios parecidos cabría hacer al «taifismo de la zona rebelde», enrocado desde la, por lo visto, suprema unidad de la zona republicana donde había, como acerbamente nota Manuel Azaña, cuatro Presidentes, tres de ellos con pretensiones soberanas.

Acerca de la obsesión de HRS con «el terror de la zona rebelde» cabe notar que por supuesto nada aduce acerca del terror en la zona opuesta; que se limita a borbotones verbales, sin aducir ni una sola prueba seria. Parecida obsesión desenfoca por completo el pensamiento de HRS, cuando se refiere a la violencia falangista; sobre este tema recordemos que la frase «dialéctica de los puños y de las pistolas» no es invento de José Antonio Primo de Rivera, sino de Guillén Salaya; y que presentar a José Antonio Primo de Rivera como monstruo sanguinario equivale a desconocer de forma poco creíble la actitud de José Antonio desde el asesinato de Matías Montero hasta la profanación del cadáver de Cuéllar, para no citar más que la época en que el fundador de la Falange fue no solamente contrario por principio a la violencia -que eso lo fue siempre-, a pesar de la famosa frase de los puños y las pistolas, que no pueden leerse fuera de contexto, sino incluso el primer apóstol político de la no-violencía en España, como puede comprobar HRS en cualquier manual de historia contemporánea española. ¿O es que no ha podido leer la polémica entre el fundador de la Falange y algunos incitantes consejeros de la derecha, que le tildaban de excesivo pacifismo, y hasta de franciscanismo?

La tesis del libro está contenida -en cuanto a los supuestos históricos de la Falange- en la página 9. Según HRS el postulado histórico de los falangistas equivale a conceder que la Falange fue una empresa «buena» (sic.) y revolucionaria muerta a manos de «otra Falange, falsa, acomodaticia y contrarrevolucionaria». Pero sospechamos que en esta negación del pan y la sal a una Falange que se considera previamente como muerta y enterrada, ¿no latirá un muy propagandístico miedo a una posible Falange misteriosamente viva aún, y realmente capaz de alentar otra vez empresas revolucionarias? La condena de la Falange por motivos apriorísticos, con resabios marxistas y neomarxistas, con pontificios ademanes teóricos, nos hace sospechar que junto a la condena de la Falange histórica se se esconde la condena a una Falange posible. No insistamos más en análisis tan sugerente.

Cita HRS la cobardía de la Falange en el frente. ¿Cómo es posible discutir serenamente con un autor que lleva su cinismo a una afirmación de semejante irresponsabilidad? No podemos escribir aquí toda la historia de la guerra de España; baste con recordar la lista de los caídos, la lista de las menciones honoríficas, la lista de las condecoraciones. Recomendamos a HRS la lectura... inútil recomendación. Pero el lector menos apasionado podría encontrar valiosas sugerencias en recientes libros como La primera bandera de Castilla, de Sisinio Nevares y Rafael de Yturriaga; y en el apéndice a las Memorias de un roquete, de J. M. Resa. Y en el dolor conservado aún como sagrado recuerdo en tantos miles y miles de hogares españoles.

Con insufrible suficiencia proclama el autor: «García Venero está incapacitado psicológicamente para comprender la significación del Alzamiento, de la Falange, del régimen de Franco» (pág. 13). En este mismo comentario se han subrayado los defectos de la obra de García Venero. Pero ¿para qué temas históricos está capacitado psicológicamente HRS después de El Mito de la Cruzada de Franco ? HRS está incapacitado psicológicamente, educacionalmente, personalmente, sobre todo propagandísticamente, para tratar con seriedad de historiador cualquier punto de la historia de España, al menos de la moderna y la contemporánea. En cuanto se sale de sus ficheros y sus catálogos, como hace en este libro, parturiunt montes.

Se ha dicho que en HRS pueden encontrarse muchos resabios escolásticos. Uno de ellos es su regusto por las definiciones recortadas, tan poco aptas en general para la dialéctica historiográfica.

Pasemos por alto que, al analizar una de esas definiciones, la de Ramón Serrano Súñer, dice HRS: «cuando él (S. S.) era secretario general del Movimiento y Ministro de Asuntos Exteriores de España». Se refiere evidentemente al periodo de la Segunda Guerra Mundial, en el que Ramón Serrano Súñer no desempeñó jamás el primero de esos cargos. Y trataremos de concentrar el análisis en la tesis fundamental del libro en cuanto a la esencia de la Falange: recordemos las citas hechas en la primera sección de este comentario acerca del Imperio como elemento característico, diferencial, y esencial del fascismo, y por tanto también del fascismo español.

Toda esta discusión obsesiva sobre el Imperio falangista no es más que la transposición de un elemento secundario y accidental al plano de la esencia falangista. El desarrollo de semejante tesis constituye un insondable apriorismo del que se derivan, naturalmente, consecuencias tan infundadas como peregrinas.

HRS hace suya la idea de «Gecé», en 1938: «La consigna de Imperio, lanzada en los momentos más antiimperiales de España, los de la República socialdemócrata del 14 de abril»; HRS y el autor de esta frase olvidan que la Segunda República dio a España la única expansión imperial del siglo XX: la modesta, pero heroica aventura del coronel Capaz, en Ifni. Basar la tesis fundamental -imperial- de este libro sobre una serie de textos cogidos alevosamente por los pelos e interpretados en el más burdo y materialista de los sentidos no dice mucho en pro de las facultades analíticas del autor. Pero como, por otra parte, estamos totalmente seguros de que esas facultades analíticas son de primer orden, la triste conclusión es que la famosa «honradez intelectual y rigor crítico» del autor quedan bastante en entredicho. A los textos podríamos responder con los textos. ¿Puede algún historiador medianamente dotado pensar de verdad que José Antonio Primo de Rivera, que Onésimo Redondo, que Julio Ruíz de Alda, que el propio Ramiro Ledesma, habitante de las nubes, pensaban de verdad en mandar sus escuadras y sus falanges a la reconquista del imperio de los incas? ¿Hay algún historiador serio que atribuya valor programático, y hasta planificador, a latiguillos retóricos y a las exageraciones unamunescas del autor de La nueva catolicidad ? La idea del Imperio que tanto perturba a HRS no era más que un «mirar hacia atrás con ira» a una tradición nacional gloriosa, que se quería revivir intelectual y nacionalmente. El Imperio no era un programa comercial -aunque en algunos textos de Ramiro Ledesma existen interesantísimas sugerencias, llenas de realismo en este sentido y mucho menos un ensueño violento. Admitían, sí, los falangistas, una serie de reivindicaciones españolas en el todavía abierto banquete colonial de África (recuérdese la fecha de Abisinia), porque esos falangistas habían nacido en una época en que hasta los abanderados de la libertad de los pueblos tenían bien recientes sus sangrientas e injustas aventuras imperiales (olvida HRS las de su propio país). Los jefes de la Falange en 1935, eran tan colonialistas como lo era entonces el general De Gaulle, y por supuesto mucho menos colonialistas y mucho menos imperialistas que los jefes de la gran potencia colonial e imperial de este siglo, la eterna Rusia disfrazada de Unión Soviética y de patria del proletariado para la continuación exterior de su permanente política de expansión continental. ¿Cómo puede llamarse imperialista a José Antonio Primo de Rivera en el siglo de José Stalin? Otro de los presupuestos erróneos de HRS, que le hace incurrir en notables incoherencias, es considerar a Falange Española de las J.O.N.S. como un movimiento unívoco, cristalizado, totalmente institucionalizado. Muy al contrario, la Falange durante la República era un movimiento incipiente, improvisado, carente en absoluto de una solera y un poso que solamente pueden dar los años. Compárese la duración y la trayectoria de José Antonio Primo de Rivera -que en 1933 aún no estaba decidido a ser un «caudillo fascista»- con las de otros líderes europeos de la época.

«En 1930 -dice HRS- pocos eran los españoles que tenían un interés económico en mantener las cosas como estaban» (pág. 17). ¿Cómo explica entonces HRS la aplastante victoria de las derechas en noviembre de 1933? ¿Es que los votantes de 1933 habían modificado en tres años sus ideas económicas?.

El esquema gráfico de la página 18 recuerda inevitablemente las ajadas figuras de los devocionarios infantiles de los años 30. HRS trata con este esquema de reducir «el desarrollo del movimiento fascista... en España -y en cualquier otro lugar del mundo- a una fórmula». Nueva manifestación del prurito escolástico de HRS; reducir las grandes realidades sociopolíticas a formulas mágicas, al estilo de las clásicas gradaciones tomasianas.

La definición del «fascista español de 1936 típico» merece conocerse: «un Joven, quizá abogado o médico de provincias, raramente obrero, que vociferaba propaganda ultranacionalista, que estaba dispuesto a recurrir a la violencia para impedir la revolución social, y que imaginaba que su patria había sido incapaz de cualquier progreso, a causa de la desunión...». Sin comentarlos.

En la descripción subsiguiente sobre la desunión territorial, HRS llega a extremos ridículos: cita un movimiento autonomista ¡en. León! Grave confusión entre la historia y la anécdota: existió, aunque HRS no lo cita, un partido separatista castellano y otro jienense. Muchos autonomismos españoles degeneraron bien pronto en francos separatismos: recuérdese la famosa sesión de Cortes del 5 de noviembre de 1935, en la que los diputados vascos se declararon francamente separatistas. Hoy, tras las memorias de don Manuel Azaña, los historiadodores saben muy bien a que atenerse, respecto a la verdadera trayectoria de los «autonomismos» españoles.

Lo que antes hemos designado como «tesis oculta» de este libro aflora en los lugares más insospechados como en la nota segunda a la página 20, donde el impresionante auge turístico español se presenta como «venta de las costas para las vacaciones de los extranjeros», etc. Nueva pregunta del lector: ¿Qué tienen que hacer estos problemas de los años 60 en un pretendido tratado histórico acerca de la participación de Falange en los antecedentes y desarrollo de la civil española? Las interpretaciones de HRS sobre los procedimientos para la financiación del desarrollo no merecen más atención: entre las múltiples cualidades del crítico americano no figura, ciertamente, la de un sentido moderno de la economía.

Al tratar HRS del comienzo de los movimientos fascistas en España, incurre en inexactitudes y desenfoques que no conviene dejar sin nota. Según él la deserción de Ramiro Ledesma ocurre «unas semanas más tarde» de que José Antonio encabezara el movimiento falangista. El «encabezamiento» se inicia, como saben todos los historiadores, en agosto-septiembre de 1934, cuando los triunviratos delegan prácticamente toda su autoridad en Primo de Rivera para que éste, según su iniciativa y criterio, convoque el trascendental Primer Consejo Nacional de la Falange. La escisión de Ledesma tiene lugar en enero de 1935. Son, por tanto muchas semanas. En las proximidades de este contexto concede HRS excesiva atención a la importancia de las repercusiones en España de la crisis económica de los 30: el atraso del país amortiguó en gran parte esas repercusiones. En cambio, para nada alude HRS a las ofensivas de la finanza internacional contra España -Dictadura, Monarquía, República- que sí influyeron decisivamente en la crisis económica española, a partir de los ataques de las seven sisters y las quiebras de la banca alemana. Pero ya hemos indicado que semejantes profundidades económicas no están al alcance de un gran crítico de libros, aunque no falten libros que traten del tema.

En esta misma línea cabe destacar las desviadas opiniones de HRS acerca de la interpretación personal -económica- de la actitud de numerosos falangistas. «La Falange se hallaba integrada, en líneas generales, por jóvenes de espíritu conservador, que consideraban su situación económica excesivamente limitada, y que no veían un horizonte de mejora si no se producía un cambio profundo en España» (pág. 22) He aquí, según HRS, las profundas motivaciones de los militantes de la Vieja Guardia falangista: cambiar el país para vivir ellos mejor. Así pensaba, sin duda, José Antonio, al renunciar a uno de los bufetes mejores de Madrid, rehecho tras un trabajo ímprobo; y para ganar unas pesetas al mes se jugaban la vida diariamente miles de jóvenes, situados muchos de ellos en los umbrales de una profesión o de un trabajo seguro y remunerador. No cabe pintura más desmañada y peor intencionada que este absurdo brochazo de HRS, incapaz de comprender un ideal común y personal que llegaba al sacrificio de la propia vida sin la menor exigencia -y menos económica- a cambio. En la misma página se cita como autoridad histórica al pobre turista retrospectivo, Claude Couffon, cuyo libro A Grenade sur les pas de García Lorca es un lamentable catálogo de frustracciones.

«Los representantes políticos de la derecha española no acogieron con entusiasmo el nuevo movimiento», dice HRS, quien, sin dura, no ha leído el fogoso saludo que Acción Española dedicó a la «nueva bandera» alzada en el teatro de la Comedia. Las opiniones de HRS sobre la «revolución social» son tan estrechas y dogmáticas que ni siquiera nos atrevemos a calificarlas de marxistas; marxistas hubo en España que contemplaron con simpatía y hasta con un principio de comprensión los esfuerzos revolucionarios de Primo de Rivera.

Es fácil explicar la predilección de HRS por algunas tesis y textos de Ernesto Giménez Caballero.

Nuevas aberraciones sobre la teoría de la violencia. Dice HRS que «la consacración (¡traductor!) suprema de la violencia está contenida en uno de los discursos pronunciados en el primer acto público de los falangistas el 29 de octubre de 1926» (pág. 26). En primer lugar, un análisis histórico minucioso tendría algo que discutir en esa afirmación de que el acto de la Comedia fue «el primer acto público de los falangistas»; uno de los oradores, García Valdecasas, la ignoraba por completo antes de empezar su discurso. Pero prescindamos de matices. La frase citada no «consacra» supremamente a la violencia. La violencia es, en frase citada por el propio HRS, un método parcial, secundario y condicionado, nada de «supremo». «Miles de hombres, mujeres y niños perdieron su vida en aplicación de tal doctrina», continúa HRS. Por lo visto, la violencia de la Falange era la única violencia, y la primera violencia en la España de los años treinta. Pocas líneas más abajo el autor se da cuenta del enorme disparate que se sigue de su tesis y rectifica: «Hasta aquel momento, la defensa filosófica de la violencia había sido, en la vida política española, dominio exclusivo de los anarquistas» (pág. 27). ¿Es que las amenazas a Maura en las Cortes, por Pablo Iglesias, formaban parte de la «filosofía anarquista»? ¿Fueron anarquistas la revolución de 1917, la quema de conventos de 1931, las revueltas de Castilblanco y Arnedo, en las que intervinieron los militantes de la F.E.T.T. y de la U.G.T.? Un detalle alarmante en la interpretación ¡racista! de la Falange: «El fascista utiliza el racismo para rechazar una parte de la población -por razones de color, religión o cultura- para fortificar el sentimiento de unidad nacional... Hitler recurrió al antisemitismo de ese modo. Los fascistas españoles recurrieron a la misma táctica frente a los elementos no castellanizados de la Península» (pág. 30). Ya sabe el lector, por tanto, que la actitud de la Falange hacia el gran tema de la unidad nacional española era una actitud racista. Y que la Falange rechazaba a una parte de la población española por razones de color, religión o cultura. ¿De qué color, de qué religión, de qué cultura? En tan sorprendentes afirmaciones HRS no alcanza siquiera el nivel cultural de los nacionalistas vascos, que, por lo menos, fundaban su absurdo racismo en cosas más tangibles, como el ángulo facial, lo cual tanto divertía a José Antonio Primo de Rivera. ¿Qué calificación merecerían estas observaciones de H.R.S. sometidas al menos exigente de los tribunales de bachillerato?

En otro tema vital -el de las relaciones entre Falange y el Alzamiento- comete HRS nuevos errores de facto. Cree que Primo de Rivera «tenía un gran desprecio por la mentalidad militar» (pág. 36), impresionado, sin duda, por una interpretación parcial de varios escritos y borradores de Alicante, redactados en un momento de confusa información y que poco prueban frente a la Carta a los militares de España y otros documentos compuestos en instantes de mayor serenidad. Pero es que, además, esa afirmación equivale a desconocer por completo la personalidad de Primo de Rivera, nacido en el seno de una familia militar y dotado de un hondo sentido de la vida como milicia. Afirma HRS que «la conspiración con el ejército le fue impuesta a la Falange». Muy al contrario, fue la Falange una de las mayores fuerzas cohesivas para la gran conspiración del ejército. Repase HRS las estadísticas de los militares sublevados el 18 y 19 de julio y forme una lista con los afiliados a la U.M.E. y otra -no siempre distinta, pero tampoco idéntica con la anterior- de afiliados militares a la Falange. Aprenderá, en ese nuevo ejercicio que le sugerimos, detalles muy interesantes.

Obcecado en su tesis del imperialismo falangista -tesis que no tiene la más mínima probabilidad de ser aceptada por historiadores serios-, HRS olvida que el imperio no es una idea motriz del fascismo... sino del imperialismo. ¿Ha analizado HRS el fenómeno imperial anterior a la segunda guerra mundial y el neoimperialista, simultáneo y posterior a ella? ¿Ha tratado de aplicar los esquemas de Marx a este doble movimiento tan escasamente hegeliano, pero tan espantosamente real? No lo ha hecho, sin duda. No se atrevería a citar el caso de Gibraltar -el caso más hiriente de imperialismo contra España- en una discusión acerca del imperialismo español. No se atrevería a incurrir, como ha hecho en las páginas 36 y 48 de su libro, en una contradicción flagrante: en efecto, HRS es hombre dotado de inteligencia, y cuando consigue liberarse un momento de sus insondables prejuicios apunta certeras conclusiones, como las de esta última página: «La reivindicación de Gibraltar en sí misma puede ser difícilmente considerada como una reivindicación de carácter imperialista» (pág. 48). Naturalmente.

Un tema importante en el pensamiento polémico de HRS es el de las negociaciones del franquismo -es decir, de España- con el Eje durante la segunda guerra mundial. La tesis de HRS -fascinado por las excusas españolas ante las impaciencias del Eje- acepta sin discusión, literalmente, tales excusas y se resume en tres postulados:

a) La debilidad de España no le permitía la entrada inmediata en una nueva guerra,

b) La guerra civil española se identifica con la segunda guerra mundial, de la que fue la primera batalla.

c) España estaría dispuesta a entrar en la segunda guerra mundial si el botín fuese suficientemente tentador y garantizado.

No puede recordar HRS que tales excusas eran eso: movimientos dilatorios, tácticos, del General Franco y su Gobierno para ganar tiempo y servir a los supremos intereses de España que se identificaban con el propósito de evitar una nueva guerra. La tesis b), repetida ciertamente por la diplomacia española, era un movimiento de cortesía en el que nadie creía de verdad; demasiado sabíamos todos en España que nuestra guerra había sido, inicial y principalmente, la culminación de un proceso histórico interno. España exageró frente a sus antiguos aliados esta tesis, que hacía entonces el efecto de las offas de Cerbero; pero no tiene nada de extraño que HRS caiga, tantos años después, en la misma trampa en que cayó entonces el propio Adolfo Hitler. Entre la discusión anterior, incide HRS en el manido tópico habitual en tratadistas de menos categoría que él: «la resistencia del pueblo español al fascismo durante la guerra civil española.» ¿Qué pueblo español? ¿El de Salamanca, el de Galicia, el de Aragón, el de la quinta columna? El «fascismo» era, sin duda, el credo de los requetés navarros, y de las milicias de Renovación y de la JAP, de los infinitos republicanos que lucharon en batallones, tercios y banderas. Pero no nos apartemos del tema principal: la voluntad de España de apartarse de la contienda mundial no tiene nada de confesión cínica a posteriori. Es la misma opinión, entre otros destacados observadores, de sir Winston Churchill.

Insiste HRS una y otra vez en la famosa indentificación [¡tipógrafo!] de la guerra civil española con la segunda guerra mundial. Ni siquiera el reciente testimonio histórico totalmente contrario de historiadores adversos al régimen español, como el de Gabriel Jackson, le hace dudar de su pétrea convicción, demasiado reiterada para parecer auténtica. Cierto que en 1940, y con las victorias del Eje recientes, pueden escogerse ramilletes de declaraciones comprometedoras por parte de España. Pero en primer lugar, entonces no había perspectiva histórica, y los triunfos de Alemania fueron tan aplastantes que medio mundo creyó en su victoria final. Insistimos también nosotros en que, además, se trataba de declaraciones retóricas en gran parte destinadas a aplacar las impaciencias alemanas. Si España era belicosa o estaba tan segura de la victoria alemana, ¿por qué no irrumpió en Francia tras el fácil ejemplo de Italia? Y sobre todo, la guerra española fue, sin duda, un prólogo, pero nada homogéneo, de la segunda guerra mundial. Lucharon en ésta los fascismos contra las democracias aliadas con el totalitarismo comunista. (¿O prefiere HRS que llamemos a la Unión Soviética «la gran democracia socia-lista»?) En la guerra española no se enfrentaron el fascismo y las democracias: las democracias fueron neutrales y tal vez favorecieron de facto más a los nacionales que a sus enemigos. Lucharon españoles (que en su mayoría no eran fascistas) contra españoles (que en su mayoría no eran comunistas). Uno y otro bando contó con alianzas y apoyos que en uno eran preferentemente (no sólo) fascistas, y en otro eran preferentemente (no sólo) comunistas. Ante este esquema evidente, para cuyo desarrollo las motivaciones eran totalmente diversas en uno y otro conflicto, ¿puede defenderse hoy, históricamente, la tesis de la identidad entre una y otra guerra? Del texto de Detwiler citado por HRS en su página 44 se deduce claramente la intención táctica y política del General Franco en el halago circunstancial a la Alemania nazi. Nada más.

Muy relacionado con el anterior está otro tema grato a HRS: el de las reivindicaciones territoriales. Es posible que parte del Gobierno español estuviese convencido de la victoria alemana; ahora es muy fácil reírse de esa victoria. Pero ese Gobierno puso un precio muy alto a nuestra intervención, con lo que atendían exclusivamente a los supremos intereses de España. HRS ataca en los años sesenta a una ideología colonialista. Pero todos los hechos criticados suceden antes de Bandung. De este modo resulta muy sencillo pontificar y profetizar. Evidentemente, no ha leído a fondo el libro de Areilza y Castiella, al que tergiversa y saca de su marco real.

Se escandaliza HRS de que algún político español incurra en determinadas contradicciones entre 1940 y 1960. Feliz el político que mantiene en paz veinte años a su país al precio de algunas contradicciones escolásticas en temas secundarios. Algo sabe de eso el general Charles de Gaulle. Los políticos intervienen en el curso de la historia de forma dialéctica, no estática ni menos silogísticamente. Una vez más demuestra HRS una proclividad a utilizar la desacreditada ultraescolástica decadente en sus juicios sobre la cambiante realidad histórica. Le convendría leer y meditar a fondo la metodología hegeliano-marxista sobre este importante tema.

Tras enunciar la conclusión -monstruosamente lógica- de su teoría sobre la Falange-Imperio, HRS registra alborozado el abandono de los intelectuales falangistas tras los primeros síntomas graves de la derrota del Eje. Pero olvida HRS que la Falange no es un movimiento exclusivamente intelectual. Siguió fundida con el Régimen español en aquellos años difíciles, insuflándole su breve aunque profunda tradición, su dogma presentido y vacilante y, cómo no, los defectos de su acelerado desarrollo y de su carga aporética. Nuevas pruebas arroja HRS sobre la tragedia de los que después han sido llamados «los nuevos liberales». Pero, llevado de su espejismo libresco, HRS tal vez concede a su defección una importan-cia exclusivista de que no gozó. HRS no comprende la belleza de la lealtad a ultranza del profesor Montero Díaz -y por supuesto no tiene la menor idea de la verdadera dimensión de personaje tan interesante como desconocido fuera del círculo fiel de sus alumnos. Muy brillante el colofón sobre los intelectuales, aunque sobrecargado de sofismas: el desencanto vino tal vez del fascismo oportunista solamente. Cree HRS que la deserción de algunos intelectuales -recalquemos lo de «algunos» (¿o no existen intelectuales en los Consejos Nacionales del Movimiento posteriores a la «deserción»?)- es «el fin extraño de un Movimiento que se llamó a sí mismo Nacional». ¿Quién ha fechado en aquellos tiempos el fin de ese Movimiento? Los imponentes referéndums de la posguerra, ¿autorizan a pensar que ha sido el propio Movimiento quien, gratuitamente, se ha titulado nacional? Interesante el cántico final al internacionalismo, repetido en otros puntos de esta obra. HRS se declara internacionalista; ¿cuál es su opinión sobre el internacionalismo soviético y sobre el internacionalismo anarquista? ¿O es que se refiere -y por tanto cree en su existencia real- al internacionalismo socialista?

Basten estas apreciaciones para comentar, de forma tan poco sistemática como el texto estudiado, la Introducción-ensayo de HRS. A continuación recorremos brevemente sus notas, en las que aparecen con gran frecuencia numerosos datos, enfoques y síntesis de gran originalidad e interés, al lado de otros elementos bastante discutibles.

Interesantes son, en efecto, los enfoques y los datos acerca de Giménez Caballero y de Ramiro Ledesma. El libro es, además de Antifalange y AntiVenero, un poco AntiPayne. Y un poco AntiOrtega, a quien no comprende, tras seleccionar algunos textos espléndidos. Pero no es fácil comprender a Ortega, sobre todo si, como hemos subrayado en este comentario, se aborda a Ortega con una mentalidad que tanto tiene de estática y escolástica. (¿Cabe mayor escolasticismo que el de las consideraciones sobre el yugo y las flechas de las que hacemos gracia al lector?)

Incurre en este libro HRS en una aberración que solamente puede acarrearle disgustos y descrédito: la aplicación de la blasfemia y del insulto como metodología «histórica». Por ejemplo, en la nota tercera de la página 28 afirma: «El autor falangista Rafael Sánchez Mazas escribió antes de la guerra una «oración para los muertos de la Falange», aparentemente basada en la presunción de que Dios también era un camisa vieja.» Fascinado por Franco, tiene que recurrir al sofisma barato para «averiguar» su pensamiento: ataca a Franco, pero se le escapa, como a tantos enemigos, una admiración irrestañable (pág. 37). Las teorías de HRS sobre la revolución de octubre en España demuestran una vez más su abismal ignorancia acerca de la historia de la República. Todo el mundo sabe que octubre fue una revolución desencadenada por los extremistas de la Esquerra y por los socialistas contra un Gobierno republicano que correspondía (y no suficientemente) a un Parlamento elegido democráticamente, de acuerdo con una ley electoral votada y aprobada por la mayoría republicano-socialista del bienio Azaña. Pues bien, semejante sublevación es descrita por HRS como «la rebelión de las fuerzas democráticas» (pág. 78). No es extraño que tras esta exhibición de ignorancia y de cinismo histórico condene HRS el definitivo dictamen de Salvador de Madariaga acerca del antidemocrático episodio. La presunción de ese modesto aficionado a la historia de la República que es HRS le lleva a un auténtico ataque de hybris: se atreve a decir, sencillamente: «La interpretación que Madariaga hace de la sublevación de Asturias se basa en una visión defectuosa de la Historia». Madariaga, el hombre de Ginebra y de Londres, uno de los españoles más europeos de todos los tiempos, no conoce bien las implicaciones europeas que enmarcaron la revolución de octubre, según HRS. Madariaga, según HRS, no conoce la historia de Europa. Pero HRS no conoce, evidentemente, la historia de España, ni en sus rasgos más elementales. Y por lo visto tampoco conoce las exigencias más elementales de la democracia. Pero don Salvador de Madariaga ha escrito en su libro España, que «tras la revolución del 34 la izquierda española perdió hasta la última sombra de razón para condenar el Alzamiento del 36».

Decididamente no estaba HRS en su momento brillante cuando redactó -quizá apresuradamente- estas notas. El colmo de la inconsecuencia no es, en HRS, fallar en temas históricos, puesto que jamás ha sido considerado como un historiador. El colmo es equivocarse en una cita bibliográfica y en una comprobación bibliográfica. Pues bien; incluso a este fallo profesional se expone HRS en este libro. En la página 81 se refiere a una conferencia del marqués de la Eliseda, cuyo título es, según HRS, El sentimiento fascista del Movimiento Nacional. El auténtico título es El sentido fascista del Movimiento Nacional: la conferencia fue publicada en Santander en 1939, y pronunciada el 16 de agosto de ese mismo año. Se imprimió en los talleres Aldus y consta de 52 páginas.

Nueva desorientación sobre octubre: se aduce como texto único para apuntalar la tesis de HRS uno de ¡Bruno Alonso! Sabemos a qué atenernos acerca del diputado socialista por Santander después de uno de los más famosos libros de Manuel Domínguez Benavides. ¿No ha encontrado HRS en toda la copiosísima bibliografía sobre octubre un texto más expresivo?

En el estudio acerca de la conspiración final contra la República alternan los aciertos con las inconsecuencias. De acuerdo con HRS en poner en duda el «mito secundario del Alcázar», pero el eterno enemigo de la fortaleza indestructible no pierde la ocasión de lanzar una salva al «mito principal». Esta es una nueva aplicación de la táctica del maniqueo, algo desacreditada ya en la polémica, no digamos en la historia. En todo el tratamiento de la conspiración HRS se limita, aunque brillantemente y muchas veces con acierto, a la recopilación de datos publicados aunque desordenados. De todos modos hace falta en este terreno mucha mayor dosis de investigación en fuentes primarias que existen y están localizadas, si bien inexploradas. En este mismo tratamiento se minimiza, según creemos, el papel de la Falange, que posteriores investigaciones han de volver a su verdadera importancia, ahora que han cesado ya las razones interesadas en la atribución de méritos para la gran conspiración.

En cuanto a la consistencia de la «amenaza roja» como la ha llamado David T. Cattell, HRS quita importancia a esa amenaza y viene a decir que las palabras de Francisco Largo Caballero no eran más que tremendismos verbales para asustar a sus enemigos. Esta actitud es consecuencia natural del absurdo desconocimiento que HRS demuestra en este libro acerca de la revolución de octubre. No podía ser fingido tremendismo verbal la actitud de un ala izquierda socialista que había desencadenado muy poco antes la tragedia de octubre, que no tuvo nada de verbal. En el reciente libro de José María Gil Robles se contiene una excelente antología de textos acerca de la violencia verbal y la violencia real en la primavera trágica de España. Por supuesto que HRS no hace aquí tampoco comentario alguno sobre la violencia del Frente Popular. Más aún, cree -opinión asombrosa- que don José Calvo Sotelo fue «afortunadamente eliminado» (pág. 95). Hemos preferido dejar para el final de nuestro comentario este increíble despropósito porque, si lo hubiésemos citado al principio, es bien posible que el lector hubiese prescindido inmediatamente de interesarse por una obra que incurre en semejante desvarío «desde una perspectiva histórica» (pág. 95).


In Boletín de Orientación Bibliográfica número 81, septiembre de 1969, pp. 37-58