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Instruir deleitando


I


1. Cualquiera que sea el escrito que aquí aparezca como introducción a La Philosophie, necesita disculparse por su aparición : pues evidentemente, si nos empeñamos en presentar al público de habla castellana La Philosophie, es que pensamos que este dramita pedagógico de Sade tiene seguramente alguna virtud negativa respecto al Orden reinante, alguna energía revolucionaria, si así preferís decirlo; ahora bien, cualquiera introducción, presentación, prefacio, prólogo, preliminar o prolegómenos a la lectura del drama mismo no puede menos de desvirtuar esa posible virtud que el drama tenga :

2. Pues o bien el introductor se sentirá obligado a exaltar y hacer resaltar esos rasgos escandalosos y trastornadores de la obra, señalándole incluso al lector los puntos en que, a su parecer, la obra cumple más acertadamente su función revolucionaria; y entonces con su introducción misma revela su falta de confianza en la virtud del libro que trata de introducir, cuya virtud, en todo caso, él mismo desvirtúa por el solo hecho de tomar el libro como objeto de examen, juicio y valoración.

3. (Todo profesor de Filosofía apaga y paraliza la filosofía que explica por el solo hecho de que habla de ella, como objeto de su explicación, reduciéndola - esto es - a la condición de ente histórico, observable por los historiadores, cuando tal vez aquella filosofía lo que intentaba hacer era rebelarse contra la Historia);

4. O bien, más explícitamente, practicará el introductor la reintegración de La Philosophie al Orden reinante por el procedimiento de amansarla o domesticarla, haciendo notar, por ejemplo, que lo que en el drama se dice (y se hace) es una hipérbole y un sarcasmo de intención moralizante, que no puede tomarse literalmente en serio, o que los desbordamientos eróticos de sus escenas y parlamentos no son sino la expresión de una crítica antirreligiosa, que en el panfleto inserto de Français, encore un effort se manifiesta directamente, o que en fin, el efecto moral del discurso dramático de Sade, al llegar a los últimos extremos de la inmoralidad, el vicio y la perversión, descaradamente proclamados, no puede ser corrupción y vulgar delicuescencia pornográfica, sino más bien un efecto paradójico, por el que el espíritu del lector, elevándose por encima de la mezquindad del vicio y la virtud vulgares, se dispara a los niveles de la inmoralidad más pura y libre, que sería la moral suprema, la divina moral para los hombres.

5. De manera que cualquier introducción, de un modo u otro, colaboraría siempre a la recuperación de La Philosophie por la Historia, a la que ya su propia aparición histórica como libro, y ahora como traducción castellana, la condena en cierto modo; y no hay por tanto disculpa decente para ninguna introducción.

6. Sólo que... lo cierto es que el escrito de todos modos tampoco va a caer en la inocencia y la desprevención, sino que encontrará en todos los lectores, por la fuerza misma de la Historia, una introducción que cada cual tendrá prevenida para recibirlo; y cada uno de ellos, al igual que la Sociedad en conjunto, está preparado desde ahora para, a medida que lo lea, írselo asimilando a sí mismo, esto es, al Orden general del mundo, del que él es factor y producto, asimilándolo a su moral propia, que es el modo por excelencia de asimilarlo de nuevo a la Moral sin más.

7. Escribamos pues una presentación, por si acaso ella, aparte de cumplir para el lector normalmente libidinoso las funciones de delantal, que le excite más aún, saltándoselo y deshojándolo apresuradamente, a lanzarse al diálogo mismo, pudiera servir en el lector más pervertido, que se regodea en los propios delantales, para desvirtuar en algo esas presentaciones respectivas que cada lector tenga para el diálogo prevenidas.


II


8. Philosophie pues en el título de la obra quiere decir propiamente "doctrina científica" y aun "disciplina académica" : y en efecto, disertación teórica, práctica experimental, curso, lecciones, maestro, discípulo, disposiciones naturales, asimilación, aprovechamiento, datos, ejemplos, demostraciones, conclusiones, discusiones críticas, y hasta felicitaciones al profesor y amenazas de castigos o premios al alumno díscolo son los elementos que juegan continuamente en la trama de la obra; la cual se constituye así como una parodia de las instituciones pedagógicas y al mismo tiempo como un modelo real de pedagogías amorosas.

9. Así el amor y la pedagogía, que desde el comienzo de la pedagogía en nuestro mundo, en los diálogos socráticos, tan íntimamente entrelazados aparecen (y que en los últimos trances pedagógicos de nuestro mundo, al quedar la Academia seca de todo amor, han venido a dar en el lutulento torrente de libros, emisiones y películas de divulgación de los misterios de Eros y de educación sexual del niño o de las parejas), aparecen en La Philosophie integrados el uno en el otro de tal manera que no podría decirse si, lo mismo en el ánimo de Dolmancé o Madame de Saint-Ange que en el del propio Sade y por ende en el del lector, los embates y fruiciones de amor están subordinados como medio a la verdadera operación del drama, que sería la educación o corrupción de Eugenia, o si por el contrario este intento corruptor y pedagógico es más bien un pretexto para la fruición de los placeres de amor por parte de los educadores y de la educanda.

10. No se podría decidir tal dilema (o habría de decidirse simultáneamente en los dos sentidos), porque lo que pasa es que amor y pedagogía tienden a confundirse en una misma cosa; que es que la relación entre el amor y la pedagogía no puede entenderse simplemente en el sentido de que a) el amor sea el objeto de la enseñanza y el aprendizaje, sino además b) en el sentido de que la pedagogía está alentada por el amor, siendo el amor motor de la enseñanza, pero asimismo en el sentido a') de que la pedagogía a su vez (y con ella los pedagogos y su tema) es objeto de amor ella misma, a lo que se alude cuando se dice que la curiosidad es la condición esencial del aprendizaje, y de que por tanto b') el proceso amoroso está alentado también por la pedagogía misma : la curiosidad o libido sciendi como madre del amor carnal, según aparecen ambas cosas ligadas en el corazón de Eva en el Paraíso.


III


11. Cómo la pedagogía, que es la imagen misma de lo seco y del mortal aburrimiento, en cuanto "conducción del niño" a su salvación, esto es, al matadero («un solo pedagogo hubo : se llamaba Herodes », solía decir Juan de Mairena), puede así estar envuelta en tal matrimonio y tan carnales nudos con el amor, que se nos aparece como la cara misma del juego y gozo y principal amenaza de libertad contra el Orden imperante, es el misterio que dejo medio abierto para el lector, a fin de que ese asombro o desconcierto le guíe en la lectura.

12. Sólo de pasada le desanimo de que se tome el presente diálogo como un libro galante, de entretenimiento y delectación para personas normales, es decir, mayores y ya corrompidas : por el contrario, se trata de una obra de corrupción, de impulso verdaderamente pedagógico, y tanto peor para él (o sea, tanto mejor) si, teniéndose ya él por suficientemente enterado (esto es, según la etimología dice, integrado) en los mecanismos de la normalidad o corrupción habitual, creyera poder disfrutar de este libro como de un objeto de alimento de su ser y de confirmación; sería como el lector de los diálogos socráticos (los propiamente socráticos) que fuera en ellos a buscar doctrina o más bien reconocer algunas de las doctrinas asimiladas que conoce.

13. Pero igualmente y al mismo tiempo le desanimo de que se tome tampoco el diálogo como una verdadera obra pedagógica, esto es, de las destinadas a hacer de los niños - anormales siempre - hombres normales : hasta la más ingenua y más astuta, la más ardiente y mejor calculada de las obras de arte de intención pedagógica desmoralizante nace ya condenada a su fracaso.

14. Y en todo caso, cualquier obra de Sade, por virulenta y por honesta que sea, quedará pálida siempre al lado de la ingenua y la astuta inmoralidad de una muchachita de catorce años, esto es, de una en el trance último y desesperado de la resistencia a su asimilación a la moral del mundo. Aunque a su vez es también probable que Eugenias tan ingenuas y astutas como Eugenia no se puedan presentar en este mundo más que representadas por el apasionado y reflexivo pincel de Sade.

15. Pero con todo, no estará de más hacer constar aquí, para prevenir de alguna tonta confianza en las virtudes desmoralizantes de la literatura, esto : que hasta el escrito más desenfrenado y más diabólico tiene muy pocas probabilidades de corromper, de 'disolver', o sea hacer un disoluto, ni al más joven de sus lectores; puesto que la corrupción primera, la de la educación moral vigente, metida en las entrañas de cada uno, si no con la leche materna, al menos con los primeros balbuceos imitativos del lenguaje, es a tal punto constituyente de la esencia de cada individuo, que no es ya que tenga establecido en su alma un cuerpo de doctrina, sino más bien un esquema lógico moral, montado sobre el juego dialéctico de BIEN/MAL, que será capaz de recibir ya cualesquiera nuevas modas morales y corrupciones sin que, al asimilarlas como doctrina, se estropee por ello en modo alguno aquel aparato lógico moral, que era la estructura del alma misma.

16. Un verdadero disoluto sería el que él mismo, en su propia alma y constitución individual, está disuelto, dejando por ende de ser él mismo- una verdadera perdida sería la que ella misma, en su estructura primaria, en los propios corredores de su ser, está perdida, y que por ende se ha perdido a sí misma, su única riqueza. Pero, ay, lo cierto es que de las perdidas y los disolutos ya el mundo se encarga, y se encarga por sí mismo cada uno, de que tengan una entidad más o menos tan firme y definida como las monjas y los notarios, por ejemplo; tanto forman parte del Orden los jueces como los delincuentes, entes complementarios, que no tendrían razón de ser el uno sin el otro; y aquí Dolmancé, que ejemplarmente a este respecto es juez y criminal al mismo tiempo, no es menos Dolmancé en el uno que en lo otro.


IV


17. Pero entonces - me diréis acaso - si el presente drama no vale como honesto pasatiempo de deleite pornográfico para ya corrompidos ni tampoco como instrumento pedagógico, corruptor y desmoralizante, para los que nunca se dejarán corromper lo bastante por estar siempre demasiado corrompidos, ¿a qué bueno presentarnos aquí este drama y con qué fin ni fruto vamos a leerlo? A lo cual evidentemente, dado lo que al principio os decía, no sabré qué responderos ni debo responderos nada. Que el drama mismo lo diga, si puede, o - mejor dicho - que lo haga.

18. Aquí tan sólo voy a rematar con la reflexión siguiente : considérese que son justamente las gentes más normales, la adulta Sociedad en su conjunto, los que os dicen (y no sólo que os lo dicen por las buenas, sino que os lo harán creer con clamores de escándalo y con actuaciones policíacas y censorias) que este libro es al mismo tiempo una obra pornográfica de delectación de pervertidos y un peligro vivo de perversión de jóvenes inocentes, mientras que en cambio el presente prologuista, que, aun vanamente que sea, hace profesión de inocencia y de respeto para con el drama que prologa, lo que hace es advertiros con una cierta tristeza desengañada de que seguramente no vale, por opuestas razones, ni para lo uno ni para lo otro.

19. Y entonces, ahí os quedáis metidos en el dilema de a quién hacerle caso, si a los otros o si a éste, o, dada la respectiva calaña moral de los que os dicen lo uno y lo otro, deducida de los rasgos de sus estilos respectivos, cuál de los dos dichos os merece más desconfianza. Ante el cual dilema, como no parece que tengáis muchos motivos para decidirlo (pues, ¿qué diferencia es ésa tampoco entre el prologuista y la adulta Sociedad?), no va a quedaros más remedio que averiguar por vosotros mismos, observando lo que la lectura del drama produzca en vosotros o deje de producir; observación, por otra parte, que es muy de dudar que seáis capaces de realizar debidamente. Sin embargo de lo cual, y valga para lo que valga, añado algunas indicaciones sobre la naturaleza del escrito, que puedan acaso entrometerse en esa operación.


V


20. El escrito pues, por sí mismo, se encuadra dentro de un género literario, o si se prefiere, en uno de los subgéneros en que, desde el cultivo de la prosa en nuestro mundo, y luego en la época helenística, y más tarde con el desarrollo de las literaturas vulgares, se han venido a disolver las nociones de los géneros poéticos.

21. Se trata aquí de una modalidad del 'diálogo en prosa', que surge en nuestro mundo, como una especie de literaturización del teatro poética o viviente, justamente con los diálogos socráticos; de la que luego tendremos apariciones notables en los mimos helenísticos, como los de Herodas (reproducción estilizada de la vulgaridad, y ocasionalmente obscenidad, de la vida cotidiana) o en la sátira menipea (híbrido de diálogo, disquisiciones morales y narración, que serviría como base genérica para el desarrollo, con el Satiricón, de nuestra primera novela); o en parte también en el nuevo género literario con que el cristianismo se propaga por el Imperio, los Evangelios, o más tarde en los diálogos de Luciano; y que, después de algunas apariciones misceláneas entre actas de mártires, disputaciones piadosas o impías burlas de clérigos medievales, vuelve a florecer con el renacimiento italiano y el humanismo europeo, bajo forma de los diálogos latinos pedagógicos, como los de Luis Vives, o los que tratan de recoger la savia de la sátira antigua, como algunos, por ejemplo, de los de Quevedo o todavía, ya por los tiempos de Sade, otros como El sobrino de Rameau y Jacques el fatalista de Diderot.

22. Entre todo lo cual hallamos el tipo particular del género en que el presente drama se inscribe, el 'diálogo galante', del que tan elegantes muestras nos han quedado bajo los nombres del Aretino o de Luisa Sigea, para seguirse cultivando hasta el siglo XIX, en que sería desplazado, como medio literario de la pornografía, por derivados suyos como la novela o la historieta ilustrada y con filacterios.

23. Ese 'diálogo galante' presenta ciertos caracteres bien definidos, no sólo en la estructura dramática y actitudes de los personajes, sino incluso en algunas costumbres temáticas, como la de la información sobre los nombres, griegos, latinos o modernos, científicos y vulgares, de los órganos pudendos y de sus actividades o pasiones; que no deja tampoco de aparecer en el diálogo de Sade, como la más visible sphragis o marca distintiva de su encuadramiento en el subgénero referido;

24. Sin que ello quiera decir que en su práctica del juego con los términos pudendos se quede La Philosophie en el plano de esa tradición que su género le proporcionaba, ya que lo que hace más bien es practicarlo con tan desenfadada osadía, con tan empeñosa imitación de la naturalidad, que ello parece hacerle saltar por cima de la triste alternativa en que los intentos de rotura de ese tabú lingüístico se debaten, sin caer - esto es - ni en la lasciva elusividad de «senos» y de «miembros» de la pornografía al uso, ni en la obscenidad medicinal a que la obstetricia del Sexo y sus manuales de divulgación erótica quieren en estos últimos tiempos condenarnos, haciendo por el contrario florecer la vulgaridad de los carreteros en las bocas libertinas de la aristocracia.


VI


25. Por lo demás, la voluntad de sumisión a las leyes y costumbres genéricas se manifiesta en muchos otros rasgos: así, la cuidadosa observación de las convenciones dramáticas; la cual se denuncia ya en detalles superficiales como, por ejemplo, la práctica de las acotaciones al estilo del teatro moderno, aunque algunas veces, al desarrollarse en pequeñas descripciones intercaladas o indicaciones para el metteur en scène (con empleo del futuro o del perfecto : «Así la harán»; «Así lo han hecho»), no dejen de recordar los modos en que a veces practicaría Valle-Inclán el arte de la acotación;

26. también, en la atención a la composición de las escenas, procurando la más armoniosa variedad en la sucesión de los cuadros eróticos o positions, que sugiere a veces la estructura y ritmo propios del ballet;

27. o también, en el mantenimiento de una alternancia bastante, pero no demasiado, regular entre los momentos ardientes de la débauche y los entreactos o distensiones dramáticas que se llenan con las disquisiciones teóricas, los apacibles coloquios morales y los discursos, de los que la lectura del panfleto Français, encore un effort, al pasar al último tercio del drama, no es sino el ejemplo de lo que en la vida real se produce ordinariamente en la práctica del amor entre los momentos de tensión y las conversaciones que la distensión misma desata;

28. y por otra parte, esa alternancia se combina con la atención a una progresión creciente en ardor, atrevimiento y riqueza de las gestas eróticas representadas; progresión, por cierto, que parecía bien difícil de concebir, una vez que ya la escena de presentación abre el drama con la confesión de lo que en la moral establecida se tiene por uno de los horrores culminantes, el amable incesto entre la hermana y el hermano;

29. Pero como la cosa ahí es casi sólo de palabra, luego la sucesión de las escenas se arregla, con el aumento gradual del número de personajes y la complicación de las posiciones, para que los horrores eróticos vayan superándose los unos a los otros, de los primeros desnudos y las iniciaciones de Eugenia entre sus dos preceptores hasta el desfloramiento, primero posterior y luego, con la intervención del Caballero, anterior o propiamente dicho, seguido sin embargo de inmediato cautamente por la entrega a Agustín, el personaje quinto; y sin que todo ello constituya más que la katastrophé visible del drama, cuyo horror todavía sigue en profundidad creciendo, para culminar, tras la lectura del Bando de la Inmoralidad que quiere ser el panfleto, en aquella acción tan nefanda que el propio Dolmancé (tal como la escena de horror culminante de la tragedia antigua suele desarrollarsein postcenio y entregada a la imaginación de los espectadores) tiene que salirse del boudoir con Agustín para realizarla, que las mujeres sólo pueden mencionar en cuchicheos al oído, inaudibles para el lector, que por tanto el propio Sade no osa presentar directamente, dejándonos con ese no osar que imaginemos más lejos de todo lo que podemos imaginar, y que en fin, a nosotros, al no alcanzar efectivamente a concebirla, nos deja sumidos en una especie de pozo sin fondo, que por esa carencia de fondo sola supera todas las osadías anteriores; y aun con la última escena, la de las atrocidades practicadas sobre Madame de Mistival, la madre, se cumple con la estructura típica del drama, en cuanto que ella, al mismo tiempo que representa la confirmación de la catástrofe, realiza, por su carácter burlesco y no mortal, la función del declive o distensión, y no deja de ser también algo así como la moraleja del drama de la inmoralidad.


VII


30. Pero si La Philosophie se empeña tan dócilmente, en sus temas y su estructura, en mantenerse fiel a las leyes del género literario al que pertenece, ello es - claro está - para practicar la rotura de esas leyes, para hacer, por así decir, reventar el género desde dentro.

31. En efecto, si, con respecto a la estructura dramática (de ballet por cuadros o de tragedia), se muestra ya la obra, por razón del tema mismo de sus cuadros y sus acciones o pasiones, una parodia del teatro ordinario, es sobre todo con relación al género del 'diálogo galante' como ella produce esa operación de la explosio generis, en cuanto que las funciones morales que en los diálogos de la Sigea o del Aretino se desarrollaban ya evidentemente, pero dentro de ciertos límites, con La Philosophie se toman exageradamente en serio, se llevan a sus consecuencias lógicas más extremas; y es en ese 'paso al límite' de sí mismas, por así decir, donde, las leyes del género encuentran al mismo tiempo su cumplimiento y su estallido;

32. algo en el sentido de lo que decía Jesucristo de que él no había venido a quitar la Ley, sino a cumplirla; al modo que don Quijote aparece como la extrema fidelidad y, por ende, el dépassement de las leyes de la caballería andante. Por otra parte, es probable que lo que en la literatura (incluido el cinematógrafo) solemos llamar 'grandes obras' sean por lo general casos de esa operación de la explosio generis.

33. En lo cual no se implica que alabemos La Philosophie como obra excelente ni muy lograda; por el contrario, el lector ha de encontrarla llena de vicios (y no excesos - ay - sino defectos simplemente), nacidos de las manías ideológicas y las pedanterías del autor, que no son sino, a través del autor, las de su tiempo; pero esa falta no le quita la 'grandeza' que le viene de la referida operación dialéctica de la explosión del género por su inclusión en él y la rotura de las leyes por la exageración de su obediencia.

34. Mas estas consideraciones sobre las relaciones de La Philosophie con su género literario, además de valer por sí mismas, querría que sirvieran como ejemplo de lo que pasa en otro plano de la obra, donde no se trata ya de leyes literarias, sino de las leyes morales mismas. Pues, más que lo que en el drama se dice por medio de las ideas y doctrinas, más o menos torpemente formuladas, de sus personajes, importa lo que por medio de su estructura dramática dice el drama mismo.


VIII


35. Pero antes voy a mostrar todavía cómo una relación dialéctica análoga opera también en el plano histórico. Pues La Philosophie - nadie lo ignora - es un fruto de la Revolución francesa; y aunque a lo largo del drama los retumbos de ese trance histórico no penetren en el bien acolchado boudoir de Madame de Saint-Ange, por lo menos el panfleto de Français, encore un effort, que Dolmancé se ha traído al boudoir metido en el bolsillo de su casaca, se aparece como uno de los innúmeros panfletos que por aquellos meses, en que la Revolución iba sintiéndose roída por las dudas sobre sí misma, en la medida justamente en que procuraba su consolidación, aparecían profusamente por los anaqueles de los libreros y entre las turbamultas de las plazas.

36. Y es a través de esa intromisión del panfleto político en el boudoir como el Ciudadano Marqués de Sade (perdónenme la mezcla así los manes de Dantón como los de María-Antonieta) nos da la clave de la intención de todo el drama :

37. pues, por un lado, lo que el panfleto hace no es sino llevar al extremo, con la más rigurosa lógica, aquello que era el aliento mismo de la Revolución, y al insistir en terminar con Dios y con su Ley por todos los medios, sin consentir ninguna componenda, no hace sino llamar a los revolucionarios a la más estricta y consecuente fidelidad a sus propias ideas o a sus acciones; una arenga de la que el resto del drama podría verse como una demonstratio ad oculos, una representación plástica, y un aliciente al mismo tiempo para animar a llevar adelante lo que ella dice;

38. y por otro lado, el procedimiento para esa aniquilación de la moral de Dios que en la acción dramática se ofrece es asimismo una exageración ilimitada, una transgresión al límite, de la corrupción y la débauche que caracterizaban (sobre todo en las mentes de los moralistas que a la Revolución le iban saliendo) a la agonizante clase de los aristócratas.

39. De modo que, en tal doble sentido, representa La Philosophie esa misma actitud de tomarse desesperadamente en serio y exagerar con una lógica ilimitadamente consecuente las tendencias que en las propias actitudes históricas de su tiempo estaban dadas, tratando de conseguir así, por esa insistencia demasiado fiel en ellas, hacerlas reventar desde dentro de su tiempo mismo; estallido en el cual, por cierto, ya vemos cómo se confunden en uno la exageración de la libidinosa corrupción aristocrática y la exageración de la rebelión contra la Ley de Dios de los revolucionarios.


IX


40. Digo pues que, a su vez, estos dos aspectos de la misma operación dialéctica, en el plano de la Literatura y en el de la Historia, no son sino manifestaciones de la misma operación en el plano mismo sobre el que el drama propiamente versa, en el de la Moral sin más.

41. En efecto, el drama por su argumento es, como hemos visto, una philosophie, o sea una exposición racional y racionalizante hasta el extremo: la Física, la Biología, la Filología, la Historia, todas las ciencias de la Ciencia, en los primeros fervores de su desarrollo con el Siglo de las Luces, con la Ilustración, en que no del todo injustamente la Revolución misma se inserta, se ponen a contribución para proseguir en la mente de Eugenia la obra de los iluminados científicos antiguos, la de Lucrecio y su Epicuro, la de disipar las tinieblas del miedo impuestas por la Religión, la de demostrar que no hay nada misterioso ni que caiga más allá de las leyes de la Naturaleza y de los alcances de la Razón.

42. Todo tiene su explicación, todo es lógico y congruente; y hasta tal punto se cree en que la Razón funciona y ha de funcionar según leyes inevitables, naturalmente puestas, como si dijéramos, y a tal punto da la Razón razón de los mecanismos de la Naturaleza, que parece por momentos como si la Razón fuera natural y lógica la Naturaleza, y que ambas cosas, Naturaleza y Razón, vinieran a confundirse en una misma.

43. No importa al propósito presente mucho si la mayor parte de las ideas y doctrinas que el profesor Dolmancé sostiene y desarrolla nos parecen hoy ridículas de puro «superadas» (sólo a la hoy todavía reinante imbecilidad de la fe en el Progreso podría antojársele decisivo y digno de atención el proceso por el cual unas formas de equivocación y de mitología científica han venido a substituir a otras) ni siquiera nos pararemos en el evidente trucaje de muchos de los razonamientos y demostraciones.

44. Más de notar sería en todo caso la transformación que el desarrollo de la Historia desde la Revolución para acá ha revelado en la condición social de los entes mismos de la Naturaleza y la Razón : que, en efecto, aquello que en el discurso de Dolmancé funciona todavía meramente como fuertes y centro de aprovisionamiento desde los que lanzar el asalto negativo a las viejas formas de la Religión, justamente al haber triunfado en esa guerra y haber ocupado el territorio otrora enemigo casi por entero, se han convertido en los cuarteles y reales de la nueva Religión; y que la diosa Razón y la diosa Rerumnatura (una misma, como hemos visto, al fin y al cabo), que todavía en el estallido de la Revolución apenas podía ser diosa más que por broma y en sentido figurado, justamente para hacer burla del nombre del Dios Uno, ha venido a constituir la epifanía última de Dios (amén).

45. Pero ni esto siquiera empezca para que reconozcamos el nervio y flujo más profundo de ese proceso de racionalización de todo a que el drama de Sade se dedica. Pues también aquí se trata de la misma operación dialéctica de explosión desde dentro o de traición por la fidelidad exagerada hasta el extremo.

46. En efecto, si el discurso de Sade destaca de los demás discursos de la Ilustración, destaca justamente en eso, en que, sin reconocer límite alguno al ámbito que la Razón ilumina, prosigue hasta el infinito la iluminación, de tal modo que, en contradicción esencial, el todo sea infinito y el infinito sea un todo; en que, habiendo la Razón cometido el relativo atrevimiento de deslumbrar las tinieblas de la superstición y la ignorancia, él con una consecuente seriedad hace de ese relativo atrevimiento un absoluto, un atrevimiento sin medida; y, pues la crítica ha mostrado el absurdo y falta de fundamento de ciertos principios morales y ciertas leyes o coacciones, él invita a la crítica a seguir siempre más allá -¿por qué no?- y a declarar insoportables todas las coacciones y todos los principios.

47. Lo cual significa pues una actitud efectivamente contradictoria : pues bien se sabe que lo racional y la racionalización son justamente límite, definición, medida (¿qué ciencia sin medidas? ¿qué sistema sin definiciones?), y por tanto, cuando los principios de la Razón se atreven a desarrollarse desmesuradamente según mecanismos de razón poseídos de una especie de locura de fidelidad a sí mismos, no pueden sino volverse contra su esencia misma en el punto justamente en que pretenden su propia perfección;

48. y el paso al límite, o reducción del vago infinitésimo a un cero fijo, que sólo puede como truco lógico practicar la Ciencia en la medida en que no puede practicarse realmente, en el punto en que realmente quiere practicarse implica la destrucción de la idea misma de límite, y por ende de paso al límite, y de la Ciencia.

49. La libertad puede que esté (si es que aquí el verbo estar conserva algún sentido) en la indefinición, en la liberación de las cadenas de la definición del ser, que constituyen el ser mismo; pero en todo caso, el camino que la La Philosophie sigue para esa liberación es la expansión sin límites de la definición y la racionalidad : frente a la racionalización de la locura - lo que podría bien pasar como definición del mundo de la normalidad - lo que la obra sádica representa es el enloquecimiento de la racionalidad.


X


50. Que todo esto tenga que pasar principalmente con referencia al amor (por emplear la palabra amor, y con una intención doble : lo uno, ver si todavía la palabra amor puede usarse críticamente, del lado izquierdo de la barricada, y no es aún, enteramente domesticada ya, una de esas palabras que es ya mejor abandonarle al enemigo del otro lado; y lo otro, por evitar la palabra sexo, que es justamente la que en la situación presente se apresta, como Sexo, a relevar en sus funciones al Amor mayúsculo y domesticado), que sea pues el amor a lo que aquella operación dialéctica tenga principalmente que referirse no es, por supuesto, ninguna casualidad.

51. ¿Cómo, si no, el demonio y la carne habría intentado desde siempre el Mundo, bajo esos nombres de denigración, confundirlos en común como gemelos enemigos del Alma? ¿Cómo, si no, habría tenido que mostrarnos el mito del fin del Paraíso, o sea la historia del comienzo de la Historia, tan íntimamente confundidos en uno la concupiscencia carnal y la intelectiva en Eva, en la serpiente y en su manzana?

52. Y ¿no han sabido desde siempre los moralistas, confesores y directores de seminario de la vieja Religión, que lo uno iba de par infaliblemente con lo otro, sin que se supiera muy de cierto si la masturbación en el dormitorio alimentaba la duda teológica en las aulas o si la duda de las aulas promovía la masturbación, pero sí que lo uno producía lo otro sin duda alguna?; y si alguna vez la rebelión llegaba al punto de manifestarse como masturbación en el aula misma, ello no sería sino venganza del insomnio metido por la duda teológica en el dormitorio.

53. En efecto, el amor no es meramente el tema del discurso inmoralista de la enloquecida razón de Sade, sino que, de modo análogo a como en el § 10 decíamos de amor y pedagogía, es al mismo tiempo su motor o aliento; y aún más, que de alguna manera viene el amor a confundirse con la lógica que versa sobre el amor y la lógica a confundirse con el amor desmesurado por la lógica. Cuando Eugenia se abrasa por saberlo todo y por probarlo todo, ¿quién diría si son los feux au cul los que desencadenan en ella los feux de tête o si los feux de tête los feux au cul, o quién podría siquiera en trance tan abrasador ponerse a distinguir entre cul y tête de la divina Eugenia?


XI


54. Pero así la vinculación, o más bien la confusión, entre la lógica y el amor se nos revela impuesta por una más honda necesidad, en cuanto que ella representa de algún modo la exigencia revolucionaria por excelencia : la de la confusión entre práctica y teoría.

55. Y así se comprende que en este drama, que con una broma acaso no del todo inepta titulamos en español con lo de Instruir deleitando, aparezca como una continua obsesión metodológica la de alternar y mezclar la práctica y la teoría, de tal modo que, apenas una idea ha surgido en las recalentadas mentes de los figurantes, cuando ya se está manifestando en forma de cuadro plástico de nuevas combinaciones fututorias, al mismo tiempo que el flujo teórico de las lenguas, en medio de las étreintes más liosas y en la más ferviente dinámica de las futuciones, apenas se detiene los momentos precisos para exclamar los "Yo me muero" de los éxtasis orgásticos o los ratos en que la lengua está ocupada en otros menesteres;

56. que aun en ésos se percibe como una maltolerada deficiencia la triste condena de que ambas funciones lingüísticas no puedan cumplirse simultáneamente : ¿podría darse lengua más deliciosa que la que a lo largo de la fellatio y del cunnilinctus fuera cantando las más claras elucubraciones sobre los actos mismos, o palabras más verdaderas que las que así manaran de esa lengua, no como de órgano especializado de la lógica, sino como de honrada menestrala del amor y del trastorno de los sexos?

57. Por cierto que no dejará nunca de venirles bien a nuestros revolucionarios esa constante insistencia en la confusión de práctica y teoría (que, naturalmente, a diario se proclama por todos los panfletos y tribunas, pero, al proclamarse como práctica de la teoría, no puede pasar de ser sino teoría de la práctica), y no a los que menos a los bravos actuales revolucionarios de la sexualidad;

58. entre los cuales se me antoja que, por encima - o por debajo - de tantas honestas tentativas, la escisión entre la práctica del amor y las teorías sexuales sigue a su modo manteniéndose, cuando no sólo es que no baste pronunciar los más ardidos postulados para estar en el momento del combate a la altura de las pronunciaciones, sino que tampoco basta ponerse a copular de hecho para demostrar que puede verdaderamente copularse, de modo análogo a como, frente a las deslumbrantes paradojas de Zenón, sólo la estolidez más conformadiza puede creer que el movimiento se demuestre andando. Puede que no esté mal irlo diciendo; puede que no esté mal irlo haciendo; pero en tanto, el hacerlo y el decirlo siguen siendo dos cosas.

59. Y cuando el pronunciamiento estudiantil, allá por mayo o más bien junio del 68, lanzaba como su mot d'ordre predilecto el de «La imaginación al poder», estaba evidentemente proclamando algo bien ambiguo, con la ambigüedad de la propia palabra imaginación, que si de un lado dice bien la rebelión contra la eterna reproducción de lo ya sabido, por el otro corre siempre el peligro de que la Imaginación en el poder haga al poder imaginario, de tal modo que la rebelión de los no-hombres-todavía, en vez de venir a dar en la futución del Poder, con todo el mal sentido de la palabra (futución digo, que Poder no puede tener otro sino el malo), volviera a quedarse reducida, como tradicionalmente lo ha estado la rebeldía adolescente, a la mera revolución masturbatoria masculina.


XII


60. De que, sea como sea, el divorcio entre la práctica amorosa y su teoría sigue siendo harto ancho y triste entre nosotros y sólo con violencia (y por ende, con tristeza) realizándose eventualmente el paso de lo uno a lo otro, ve ahí mil pruebas :

61. ¿es que las numerosas orgías, o más modestamente llamadas todavía partouzes, de estos años no siguen reproduciendo el esquema de los guateques de años anteriores, en que eran elemento sine qua non las bebidas alcohólicas, la fumanda de unas u otras yerbas y el baile con tocadiscos? : no que esos ingredientes - accesorios en la intención secreta de los participantes, esenciales en la realidad de las apariencias - necesariamente desvirtúen o impidan las verdaderas fiestas de amor, pero sí que sirven para establecer una barrera bien definida detrás de la cual se admite la licencia y el desenfreno bajo la justificación - no menos eficaz por preparada y convencional que sea - de que "Era un guateque" o "Fue en una partouze", y de esa manera sigue el desenfreno institucionalizado como licencia en el sentido propio de la palabra, esto es, como paréntesis de permiso con que el Orden, al ceder terreno, asegura su dominio y con el acto mismo de autorizarlo refuerza su autoridad, cuando ello es que bien desearía uno que de tal modo la orgía invadiera la vida cotidiana y la folganza, como en medio del pasto los asnos o los toros, floreciera por las plazas y los tranvías y las oficinas y las fábricas y las lecciones magistrales y los mítines socialistas (que son los sitios justamente en que su deseo suele ahora florecer de veras) que la palabra orgía perdiera su sentido, como lo perdería la palabra fiesta en la medida que la palabra trabajo lo perdiera;

62. o si no, por el otro lado, cuando en vez de intentar folgar libremente por el procedimiento de echarlo a broma, lo intentamos por el de echarlo a serio, ¿es que los múltiples ensayos de vida comunitaria o matrimonios plurimembres no siguen demostrándose dañados por esa misma separación entre práctica y teoría, que se manifiesta por el hecho mismo de que la práctica comunitaria se sigue concibiendo como realización o aplicación de unas ideas, cuando precisamente la trama ideológica que más tenazmente se opone a la confusión entre práctica y teoría está en el seguir concibiendo la relación entre ambas como deducción en un sentido y como aplicación en el contrario?;

63. y ¿es que no siguen los placeres más vivos perteneciendo a lo íntimo y secreto, a una vida privada que sigue oponiéndose al aburrimiento y las violencias de la pública, con el mutuo engaño reinando entre ambas vidas de que privadamente la privada se considera la real y verdadera, mientras que públicamente la real de veras es la pública, y así los amantes entre sí siguen usando la política como uno de los elementos de su juego, al paso que los políticos juegan con los amantes como otros elementos más de sus estadísticas?;

64. ¿es que, en medio mismo de las comunidades o las partouzes, no sigue a su modo reinando la institución del dos, el fabuloso animal total cerrado por dos lomos y la oposición bilateral privativa, pero no sólo a pesar de la licencia o el experimento y entorpeciéndolos en su desarrollo, sino aun perversamente reforzada la pareja y encerrándose en más profunda mina de creencia por el peligro mismo con que la comunidad o la orgía la amenazaban?;

65. y ¿no sigue imperando por los ámbitos de nuestras plazas la timidez masculina y la falta de iniciativa femenina que, por tanto, cuando se rompen una u otra, tienen que seguirse rompiendo siempre con gran violencia, de tal modo que, por obra de esa violencia misma, lo que se hace ya no puede ser lo que se deseaba, revelándose con ello el mantenimiento del esquema primario de división del trabajo entre los sexos, y por consiguiente la reducción a condición de trabajo

del amor mismo?;

66. y así, ¿no sigue rigiendo en nuestro mercado la tasa de valoración del hombre por su coraje, esto es, por la capacidad de realizar esa violencia de la manera más insensible o inconsciente, correspondientemente a como rige la tasa de valoración de las mujeres por su hermosura, con lo cual tanto la hermosura como la valentía no pueden ser sino esclavas de la Ley de nuestro mercado, y el amor mismo posesión y mercancía?;

67. o por el contrario, la consciencia de los actos amorosos ¿no se sigue manifestando en forma de impotencia masculina (que las mujeres, en la misma medida en que se liberan de su condición femenina por imitación de los varones, van imitando traduciéndola en frigidez), de manera que la consciencia, justamente por ser una consciencia meramente racional, que toma lo irracional como su objeto separado, en vez de confundirse con el amor, no sirve sino para entorpecerlo?;

68. y en fin, ¿no sigue ampliando su mercado la pornografía, esto es, el testimonio plástico de que entre el deseo de amor y su realización hay siempre un abismo, que al tratar de salvarse por medio del puente que se llama proyecto o plan - la inteligencia esclava de la praxis, que convierte la praxis en mera cadena de ideas realizadas -, por ese puente se conforma y ratifica como tal abismo?


XIII


69. Poca duda pues parece que nos quepa de que, en medio y todo de las actuales revoluciones, la pretensión fundamental y la insistencia que da forma al presente escrito, las de la amorosa y dialéctica confusión de la lógica y el amor, pueden seguir funcionando como una crítica y un vislumbre ejemplar frente a un mundo cuya estructura misma sigue consistiendo en la escisión entre lo uno y lo otro, análogamente a como consiste en la escisión entre ambos sexos.

70. Cierto es que seguramente en este punto debería el prologuista intercalar una caución a los lectores por medio de la confesión personal de lo que pueden ser limitaciones personales suyas que engañosamente quieren presentarse como un análisis de su mundo.

71. Pues se dice que cada cual habla de la feria según le va en ella; así que, reconociendo dicho prologuista en sí mismo un espécimen de ciudadano que, si no absolutamente desgraciado en amores, no se le antoja tampoco todo lo gracioso que debería, y siéndole evidente lo mucho que por la falta de los amores que no le han sido dados ha sufrido y lo no menos que ha sufrido por los amores que se le han dado, condenado no sólo a no practicar lo mucho que ha deseado, sino también a practicar lo que no deseaba mucho, bien podría él intentar admitir serenamente - bien que la envidia de sólo imaginarlo le consuma - que otros habrá habido y habrá más afortunados que él mismo, para quienes ya las orgías o ya las conquistas o ya incluso los matrimonios han significado una experiencia satisfactoria y armoniosa - como ellos mismos, al contar sus aventuras a los amigos, lo dan a entender paladinamente -, de modo que, tenidas en cuenta tales experiencias, no habría lugar a describir en general la situación actual del mundo como separación de práctica y teoría;

72. y sería sólo por la presión de su propio caso por lo que se siente el inclinado a pensar que a nuestro mundo, aun a pesar de las revueltas sexuales en que nos debatimos, le sigue siendo aplicable lo que para la sociedad burguesa daban los revolucionarios por descripción y norma : que lo que se dice no se hace y lo que se hace no se dice.

73. Es verdad que, contemplando las caras que esos casos ajenos de amor logrado le presentan, fácilmente se sentiría tentado el prologuista a deducir que esos felices son al mismo tiempo necios, en el sentido de inconscientes, y por ende - en cuanto siga él fiel a la actitud de la madre Eva en elegir la consciencia aun a costa de la felicidad - ni siquiera felices propiamente, sino infelices como todos. Pero por otro lado, ¿no pudiera ser a su vez esa consideración un mero fruto de la citada envidia?; o ¿va a venderse la desgracia como garantía de consciencia?

74. Mas con todo, le parece a él todavía que, si lo que esos otros viven o han vivido fuera realmente aquello que él desea y que le es negado, de algún modo tendría que verse en sus caras y palparse en sus manos una especie de alegría inefable, un olvido bendito de todas las reglas económicas del mundo, una secreta serenidad que se contagiara al público en general irresistiblemente. Lo cual evidentemente no parece que se dé ni mucho menos; y así vuelve él a sumirse en las más negras desconfianzas al respecto.

75. Y al fin y al cabo, ¿qué sabe él de los otros? ¿Es que, en cuanto sabe algo de ellos, no dejan por ello mismo de ser otros? ¿Es que hay otros de veras?

76. y más aún : ¿qué sabe él tampoco acerca de sí mismo? ¿Sabe él ni tan siquiera de sí mismo lo que ha escrito en el § 71 a guisa de confesión personal, a saber que no haya sido alguna vez por ventura agraciado también él en amores y que no haya conocido, cuando menos lo haya sabido él mismo o pueda ahora reconocerlo, ese trance de amor cumplido, en que la lógica y el amor se perdían fundidos en una misma cosa, carente, como es natural, de nombre? ¿Que sabe él de sí mismo, si lo único que tiene al escribir es el recuerdo, y el recuerdo ya no puede ser el que reflexiona sobre el recuerdo? ¿Es que hay 'sí mismo' acaso?;Es que él mismo no es otros?

77. Pero permítale entonces el lector a su prologuista, en medio de tan apuradas dudas, que se siga provisionalmente tomando a sí mismo como un espécimen bastante bien representativo de ciudadano medio, ni afortunado en amores ni desgraciado, y que por tanto, al hablar de la feria según en ella le ha ido, piense que no es acaso tan seguro que esté dando una imagen decididamente falsa de la feria misma.

78. Que, sea de ello lo que sea, bien puede decirse que : a) si hay otros felices en amor y él no, con ello solo ya está probada la injusta escisión del mundo entre práctica del amor (los otros) y teoría (él), y por ende la pertinencia de la crítica, de la revolución y de la operación de La Philosophie de Sade sobre ese mundo; b) si él mismo ha vivido de veras amor en otros tiempos, cuando no podía saberlo, y ahora que podía saberlo, no, con ello sólo queda igualmente probada dicha escisión y la pertinencia de esas operaciones negativas sobre el mundo; y c) si lo que en este prólogo escribe sobre la escisión es falso, en el sentido de que no corresponde a la verdad viva del mundo del que pretende hablar, con ello sólo pruébase ipso facto la escisión entre teoría sin práctica (este prólogo) y práctica sin teoría (el mundo real de los amores que a este prólogo se le ocultan), y que es por tanto hora de terminar con ese mundo y con este prólogo.


XIV


79. Por cierto que la misma consideración que se aplica al prólogo puede servir para el drama mismo de La Philosophie que prologa : ¿ cómo era su autor, el ciudadano marqués de Sade ? ¿ Era también acaso, en el secreto de su alcoba y primacía, impenetrable a pesar de todos los libros, suyos o de otro, que de ella quieran dar cuenta, un hombre más como otro cualquiera ? ¿ O era más bien, según las biografías tienden a presentarlo y según el aura de aquella figura de director de locos que con su nombre actúa en el drama de Peter Weiss, un ser fuera de serie, una brasa de escándalo entre las cenizas de los hombres, un honrado practicante de los mismos excesos de que sus libros teorizan, un libertino legítimo entre los libertinos ideales a los que habla, modelo en carne y hueso del que se ha sacado el Dolmancé de La Philosophie, y en fin, no sólo Sade, sino sádico ya él mismo ?

80. Ciertamente que la biografía en general tiende a ofrecer más bien esta segunda imagen del marqués : ello no es sino la ley de género de la biografía (incluida, por supuesto, la autobiografía) : pues no puede la Historia del Individuo librarse de la ilusión, necesaria al mantenimiento del Orden, de que el Individuo (y por tanto, éste) tiene una entidad propia y exclusiva, que lo caracteriza entre la generalidad y justifica así la producción misma de la biografía.

81. Y del mismo modo que el que escribe una Historia de Inglaterra no puede por menos de mantener la creencia - y de ratificarla con su libro - en la entidad real de la Nación objeto de su estudio, así también el que recopila noticias sobre Sade o traza su semblanza a tal punto está obligado a insistir en lo que en Sade pueda haber de sádico y desentenderse de lo que en él haya de común (pues ¿ a qué bueno, si no, se escribiría una biografía de Sade ?) que así lo extraordinario de la figura resultante sirve para reducir al orden la persona, que justamente podría tan sólo, amenazar acaso al orden en la medida que fuera ella misma ordinaria.

82. Pero aquí nosotros, desentendiéndonos de las anécdotas biográficas de Sade, trataremos de no aplicarle a él un tratamiento diferente del que hemos aplicado a su prologuista; y así, no de otras noticias, sino de la presencia misma de su escrito deduciremos sin más que él era también, como todo el mundo, medianamente desgraciado en amores.

83. « Desgraciado » porque ¿ cómo un ser feliz en amor podría haber escrito La Philosophie ? : el trance de amor tendría que haberse confundido con su propia consciencia y su razonamiento, y de ningún modo podría haber producido separadamente un libro (esto es, una obra de razonamiento y de consciencia), que por su propia separación deja a los actos reales de amores y de orgías del autor condenados a su separación del libro, es decir, a la habitual escisión con su propio deseo y con su lógica.

84. Y « medianamente » porque una desgracia amorosa demasiado aplastante tampoco habría dejado ni ganas ni vagar para escribir un libro : que sólo estimulado o sobornado por algún placer y gratitud en amores puede un hombre sentirse lo bastante benévolo y confiado todavía en la raza de sus semejantes como para legarles obras de educación y de deleite.

85. Así que no parece que, sin hacerse ilusiones, pueda verse tampoco en la vida de Sade nada que fuera una realización in vivo de esta confusión entre los actos de amor y su teoría que en La Philosophie se propugna, sino que por el contrario el libro mismo parece condenar la vida de su autor a ser otro ejemplo del agónico divorcio entre amor de los cuerpos y lógica de las mentes sobre el que está construido el insoportable orden que soportamos desde el principio de los tiempos, ordenado divorcio contra el que la acción del drama se debate.


XV


86. Pero entonces - argüirán acaso las gentes acostumbradas a la reflexión revolucionaria - ello va a querer decir que este drama, en la medida que nos presenta un mundo, siquiera sea encerrado entre los espejos y divanes del boudoir de Madame de Saint-Ange, siquiera sea limitado a las horas de una tarde, en el que teoría y práctica del amor corren parejas y dulcemente se confunden, es una representación no realista (no crítica, por consiguiente), sino más bien una obra de utopía.

87. Mejor sería tal vez que no nos enredáramos aquí en la discusión sobre las posibles funciones críticas de la descripción realista y las de la utopía. Pues pensamos, en efecto, que la crítica propiamente dicha sólo a la descripción podría corresponderle, en cuanto ella fuera realista, y realista en dos niveles : por un lado, al presentar lealmente la cara del enemigo, esto es, la realidad; por el otro, al representar, por su presencia misma como reflejo de la realidad, la naturaleza refleja o escindida que ya la realidad por sí misma tiene.

88. Y sin embargo, esa realidad está también compuesta de ilusiones - ideas y esperanzas - acerca de sí misma, y no podría subsistir sin ellas; pero ante la tarea de reflejar también lo ilusorio, el realismo crítico se encuentra en apurado trance : pues o bien refleja la ilusión como en la realidad se da, es decir, como verdad (porque una ilusión que no creyera en su propia verdad habría dejado ya de funcionar como ilusión), y en ese caso se arriesga a reduplicar la fuerza mentirosa de la ilusión, al confundirla con el resto de la realidad, o bien la presenta marcada con la nota de ILUSIÓN, con lo cual ya no actúa limpiamente como descripción crítica y realista.

89. Si, por ejemplo, un literato o cinematurgo nos presentan una mujer que, tendida desnuda en su cama a la hora de la siesta, cimbrea sus propias caderas y acaricia sus pechos propios imaginando los abrazos y pasiones de infinito deleite, o recordados o soñados, añorados en todo caso, con el amante ideal que su propio deseo amasa, tendrá el presentador que elegir entre dos vías : o bien él mismo cree y hace creer a sus lectores o espectadores, con no menos fe que el personaje cree, en la verdad de sus ilusiones (presentándoles por tanto la escena soñada tan plásticamente como presenta a su soñadora), caso en el cual contribuye a mantener la falsedad de la presencia del ausente (y puede también optar por limitarse a mostrarnos a la soñadora y sus movimientos, dejando que sea el espectador mismo el que imagine lo que ella pueda estar imaginando o que imagine que ella no imagina nada, sino que se trata de una pura agitación animal o instintiva, que se dice; pero entonces, al ser parcial la representación, es falsa, y al no representar la realidad entera, con sus ideaciones incluidas, no representa ya ninguna realidad), o bien, ya sea por indicaciones verbales o ya por la diferente calidad de los planos fotográficos, subraya continuamente la condición ilusoria de las escenas imaginadas por la mujer real, y en este caso, justamente al introducir así la instancia crítica dentro de la representación misma, ya no actúa como verdadera representación crítica realista de una realidad que seguramente no contenía en sí esa instancia crítica y esa nota de ILUSIÓN marcando lo ilusorio, con la cual, en efecto, los mecanismos del deliquio erótico solitario no habrían podido funcionar debidamente.

90. Pues bien, es en ese punto, en que el realismo crítico encuentra una limitación impuesta por la esencia misma de las cosas, donde viene acaso a relevar al realismo crítico la utopía, suprimiendo la representación de la yacente solitaria ensoñadora, para presentar sin más el reino del ensueño desarrollado libremente como ensoñación real.


XVI


91. Ahora bien, ese tema de la utopía resulta ser de una condición que lo opone radicalmente al tema del realismo y presenta un nuevo problema técnico; es a saber, que, tanto que la realidad, en cuanto mencionable y objeto de descripción, es por esencia delimitada, y consiste en cierto modo en sus limitaciones mismas, la ensoñación de libre amor tendría que carecer de límites precisos, ser por así decir, infinita (si el predicado infinita y la cópula ser no fueran por naturaleza incompatibles); y ¿ cómo puede entonces la descripción utópica pretender abarcar un reino que se extiende siempre más allá de sus fronteras?

92. Por lo cual, probablemente la pretensión de una descripción de Utopía, de una construcción del amor libre, no tiene siquiera sentido alguno, y así este drama erótico de La Philosophie, por extremado y desmesuradamente exigente de libertad que se nos aparezca, no podría calificarse de utópico tampoco.

93. Lo que probablemente cabe, en vez y a guisa de utopía del amor libre, es más bien una escenificación de la exageración lógica de los deseos que la añoranza de amor en la realidad produce : una especie de hiperlogismo o de muestra viva de la razón enloquecida; y es en ese sentido como sugeríamos en los § 46-49 que, siendo la libertad añorada y exigida una indefinición o indeterminación (y por ende, indescriptible), el método de este drama consistía en dejar desarrollarse con la más arrebatada y rigurosa consecuencia lógica imaginaciones sucesivas que no son sino encarnaciones de los escalones del desenfrenado silogismo;

94. y es así como no es que se presente propiamente en un cuadro utópico la realización del amor libre, sino más bien que la exigencia de libertad ilimitada del amor impregna y anima la propia marcha del razonamiento, y no tanto los cuadros imaginativos como la lógica incontrolable de la sucesión de los cuadros viene a ser la expresión viva y la sugestión del fuego o río infinito del amor;

95. de modo que en ese sentido, como anunciábamos en los § 53-56, lógica y amor se confundían en una misma cosa, que no es cosa ya ninguna; y solamente podremos sentirnos pruriginosamente excitados por las imágenes de La Philosophie en la medida que nos mantengamos insensibles a la excitación, más directa y más abrasadoramente erótica, que produce la lógica desmedida de la concatenación de las imágenes.


XVII


96. Pero, al aludir a la operación del drama de Sade como hiperlogismo o como locura de la razón o, si se prefiere, como razonamiento de locura erótica, se nos ofrece también la consideración de que no sólo las flechas de tensión o desarrollo de las imágenes raciocinantes sugieren, por la evidencia de su falta de respeto a ningún límite, la infinitud, sino que esas flechas a su vez, por la falta de direcciones privilegiadas para el amor, no pueden sino ser innumerables, un racimo indefinido de riqueza.

97. Con lo cual, al querer seguir nosotros el proceso de la lógica erótica de Sade, bien podríamos perdernos por infinitos ejemplos o vías de demostración de sus operaciones. Aquí no vamos a hacer, para terminar de algún modo con esta introducción, sino añadir un par de consideraciones sobre dos de los aspectos bajo los que podría examinarse ese proceso : sea uno el referente a la faceta propiamente sádica de la lógica y el amor de Sade; sea el otro el que resulta de examinar la cuestión del hiperlogismo y el hipererotismo con respecto a la separación de los dos sexos.


XVIII


98. Por lo que toca pues a lo primero, se notará cómo a lo largo del drama se insiste con especial pertinacia en que no se atienda para el placer de uno al placer del otro, y un paso más allá todavía, se pregonan los placeres que del sufrimiento del otro puede recibir uno : Dolmancé sostiene teóricamente la actitud sádica, alegando entre otras cosas que "en el acto del placer, se cuenta uno mismo como todo y a los otros como nada"; se citan diversos ejemplos históricos o míticos de disfrute por la crueldad; y aun Madame de Saint-Ange pone a contribución, para la especialidad de la coprofagia, la historia de su propia relación con su marido.

99. En cuanto a las escenas del drama mismo, es lo cierto que, hasta el último acto, no puede decirse que se presenten actividades eróticas propiamente crueles (las azotainas que las nalgas de Eugenia reciben en algunos trances se aplican como excitantes y enardecedoras, y así es como las reciben ellas mismas), y aun en el último acto, las crueldades practicadas sobre Madame de Mistival, la madre, se practican explícitamente como castigo por el crimen de su propia condición - por madre -, y aunque al fin sus sufrimientos y llagas resultan excitantes, especialmente para Dolmancé, no puede decirse que se trate de un puro disfrute en el sufrimiento, cuando al mismo tiempo el perverso juez puede estar gozando con la ejecución de la justicia.

100. En suma, no deja de percibirse entre la exaltada teoría del sadismo y sus realizaciones visibles en la acción del drama un cierto desajuste, que es el que nos mueve a pararnos sobre esta forma del hiperlogismo erótico.

101. La raíz dialéctica de la actitud sádica es históricamente bien visible : se trata de oponerse a la ideología de la caridad cristiana, a la práctica del bien y del altruismo, reconocida como una de la más fundamentales mentiras de nuestro mundo y el de Sade; frente a la cual, la constatación de que la regla que rige ese mundo es por el contrario que no se da ningún placer propio sino pagado por las penas y el trabajo de los otros se extrema y pretende paradójicamente absolutizarse en el sentido de que es el sufrimiento ajeno la verdadera fuente de placer en el amor.

102. Y más aún : como la caridad cristiana estaba ya en los tiempos de Sade tomando su forma laica o secularizada, en la regla de oro del liberalismo, en el "No hagas lo que no quieres que te hagan" y en el "Mi libertad termina donde empieza la libertad de los otros", igualmente la lógica sádica se lanza en contra de las nuevas formas de la falacia y trata de cantar la verdad más extrema con aquello de que justamente en el placer uno mismo es todo y los otros nada;

103. y frente a la armonía entre el interés social y el individual - armonía que sostiene la aniquilación y sufrimiento de millones de gentes por el interés único del Estado -, bien se cuida Dolmancé de proclamar que, si las leyes están bien para la sociedad (pues en esta concesión se expresa el cinismo del Magistrado de la Justicia), no tienen nada que ver con el Individuo.

104. Y cierto que bien se muestra en esta lógica del sadismo cómo el ansia de verdad miente : la discoincidencia aquí entre la teoría y la práctica del drama, donde lo que vemos suceder de hecho es que la evidencia del placer en Eugenia funciona como la más poderosa fuente de impulso erótico y de placer en sus educadores y compañeros de juego y que todo el juego discurre en una continua correspondencia mutua de placeres (hasta en la atormentada Madame de Mistival ¿no siente Eugenia producirse las evidencias del orgasmo?), no hace sino revelar el reverso del mismo hecho, que desde Sade para acá no ha dejado el análisis de ir reconociendo, a saber, que las dos perversiones distinguidas en principio como sadismo y masoquismo no pueden sino confundirse en una sola, en el sentido de que el sufrimiento ajeno sólo produce placer en la medida en que se ha vuelto placentero el sufrimiento propio que le corresponde :

105. y sólo aquél en quien el placer se ha hecho sufriente y que, impregnada de ansia de justicia su sensualidad, se convierte en heautontimorúmenos, en uno que se complace en castigar al mundo en sí mismo por sentir - y por ende, para sentir - placer, puede ser el mismo que, al castigar al otro, crea sentir asimismo en la carne del otro el placer de la justicia del castigo.

106. Pero ese mismo décalage entre lo que a este respecto sienten de hecho los personajes y lo que proclaman y ese mismo extravío del ansia de verdad en el sadismo actúan como revelación de la escisión real entre placer y verdad sobre la que el mundo está constituido, y sirven así para propugnar el deseo y la exigencia de un límite inconcebible en que la verdad fuera placentera y el placer verdad.

107. Pues lo que en ese punto extravía ejemplarmente a la hiperlógica y al hipererotismo sádicos consiste en que todavía ellos han aceptado de partida demasiado de las estructuras racionales del mundo : sí, que cuando se proclama el placer en el dolor, aparentemente no se realiza con esa síntesis sino la operación, asaz trivial, de ampliación de campo del placer (ya que, en efecto, un dolor que da placer es ya sin más un placer y no un dolor), pero es que todo ello pasa, al respetar los nombres separados de placer y de dolor, sobre la conservación de la antítesis más fundamental del mundo : en efecto, al proclamar en la moral inmoral sadomasoquista bueno el dolor que da placer, se conserva la antítesis BIEN/MAL de la moral sin más sobre la que el Orden está montado.

108. Y es así cómo, al mantenerse a lo largo del drama simultáneamente la práctica del altruismo de la manera más inmediata y más carnal, en cuanto que el placer más dulcemente egoísta consiste en el placer del otro y en el acto mismo de amor el sentido de la localización o propiedad del placer se pierde y con él la idea misma de individualidad (por lo cual "Je me meurs" es el grito por excelencia del orgasmo), pero al tener simultáneamente que proclamar como sola teoría verdadera la ley del egoísmo absoluto, de modo que el Yo se hace literalmente el Todo, el proceso lógico-erótico del drama revela la incompatibilidad de los dos artículos de la fe de la Ley del mundo, que obliga a creer en que hay otros y también, sin embargo, en que hay uno, que soy yo.


XIX


109. Mas para pasar finalmente a la consideración de la diferencia sexual con respecto al hipererotismo de La Philosophie (pues no hay que olvidar que esas antítesis fundamentales entre placer y dolor, entre bien y mal, entre yo y otros, tienen su primera expresión histórica en la separación y diferencia entre Adán y Eva), fijémonos ahora en que el desarrollo de las prácticas pedagógicas del amor a lo largo del drama exige no sólo la extremación hiperlógica de los postulados de la Ley del mundo, sino también simplemente la exageración cuantitativa versus infinitum :

110. quiero decir que, durante la tarde que finge durar el drama, se sugiere la infinitud de los placeres y del amor por el procedimiento de hacerse suceder incansablemente los meneos, las lamidas y los coitos, las erecciones más vehementes y los más delicuescentes orgasmos, en un rosario de misterios deliciosos, jamás desfalleciente de hastío ni rutina, sino más bien continuamente creciente en sus fervores y ocurrencias, y que ni aun acaba con la tarde que el drama representa, sino que se promete, tras la caída de telón en el boudoir, continuarse en la alcoba a lo largo de la noche; y así, por esa falta de desfallecimiento, se sugiere la infinitud o falta de definición y límites del gozo.

111. Ahora bien, si la representación es aquí utópica en el sentido de irrestringidamente consecuente con las exigencias de la lógica y del amor, hay que reconocer humildemente que ella es asimismo utópica en el sentido de imposible en la realidad tal cual es; pero en dos grados o modos bien distintos para Eugenia o Madame de Saint-Ange por un lado y para Agustín, el Caballero o Dolmancé por otro.

112. Pues es lo cierto que, al parecer, en las mujeres el término de 'potencia erótica' no tiene siquiera sentido alguno, ya que en ellas ni el tiempo de mantenimiento y de aumento del ardor amoroso ni el número de los momentos orgásticos conocen cuento ni medida alguna determinada; en tanto que -ay- el más potente de los varones no es sino el más potente, dentro de unos plazos y números bien cortos y delimitados, y la sumisión a las leyes de alternancia de tensión y distensión, de excitación-acción-cansancio-descanso-excitación de nuevo (pero no de nuevo en verdad, sino más débil, trabajosa y necesitada cada vez de plazos más largos) es incomparablemente cierta y rigurosa;

113. así que la serie de erecciones, eyaculaciones a cuál más torrenciales, y más erecciones, cada vez casi más furibundas y majestuosas, por parte de los tres hombres del drama en las pocas horas de una tarde les deja a los lectores (a los que vivan no en la mitología de la novela erótica, sino en la modesta constatación de sus experiencias) una impresión de algo fabuloso, que en modo alguno les producen en cambio las afortunadas disposiciones y actividades de las dos mujeres.

114. Tal vez se le ocurre al prologuista en este punto que, perteneciendo él (al igual, por otra parte, que el propio marqués de Sade) a la desafortunada clase masculina, pese a sus honrados y perseverantes esfuerzos por alcanzar algo de las gracias de la otra clase, no debería siquiera osar acaso elucubrar así acerca de las posibilidades eróticas y modos de placer de las mujeres, que al no poder él sentir sino en forma de reflejo masculino, no puede pretender tampoco conocer de veras; y siendo eso para él lo misterioso por esencia, no podría intentar, ni aun para insistir en la heterogeneidad, establecer la comparación :


115. tendría que haber sido él Tiresias, el adivino ciego, único a quien le fue dado vivir alternativamente el amor desde uno y otro sexo, y que, al ser consultado por los cónyugues soberanos, Zeus y Hera, en su reyerta sobre cuál de los dos era el mayor o mejor gozo, hubo de responder a favor del femenino, significando váyase a saber qué con esa comparación cuantitativa; y aun el testimonio de Tiresias mismo, puesto que sus dos sexos habían sido justamente alternativos, y en el tiempo de responder a la consulta estaba -claro está- en el masculino, de forma que hasta el placer femenino en su recuerdo se miraba ya a través de unos ojos de hombre, no podría significar tampoco mucho más que los de los varones permanentes.

116. Mas con todo, ello es que en este mundo de los hombres ha dominado la impresión, formulada ya en los libros salomónicos, pero pocas veces reconocida sencillamente, de lo inagotable y lo infinito del deseo y el placer de las mujeres.

117. Y más diría, que domina entre los hombres un sagrado terror del placer femenino, que fácilmente se reconoce como el elemento esencial que secretamente condiciona las instituciones y las ideologías de este mundo de los hombres y su propia constitución en la dominación del sexo masculino; y que puede bien ese terror del placer femenino metafísicamente interpretarse como el terror de lo indeterminado, lo indefinido y lo infinito, que el hombre delimitado, trabajador y poderoso, siente. Lo cual podría también moralmente interpretarse como la deficiencia originaria que ha producido, por la conocida ley histórica de la compensación, la dominación masculina y sumisión de las mujeres; o -visto desde elotro lado- como el arma secreta de venganza infalible de que la clase sexual dominada dispone contra sus señores.

118. Cuando en este drama pues de La Philosophie se ignora deliberadamente esa diferencia evidente entre los sexos y se presentan como igualmente inagotables y ardorosos en amor los hombres y las mujeres, se está desarrollando con ello ante nuestros ojos la visión de la igualdad entre los sexos, y la fraternidad, que en esa igualación de los sexos florece naturalmente.

119. Pero esa igualdad o neutralización de la oposición sexual no se verifica de manera que el archisexo resultante se manifieste hermafrodíticamente o por compromisos entre ambos, sino bajo la forma del término no marcado de la oposición, que así se revela serlo el Sexo por antonomasia, esto es, el de las mujeres (1), de modo que los hombres vienen a ser identificados a la inagotabilidad y perpetua disposición amorosa de lo femenino.

120. Y algo tendrá que ver con ello el hecho, a primera vista chocante, de que, en tanto que los otros personajes son más bien ambivalentes en amor y aun con preferencias por la relación heterosexual, el protagonista masculino, el profesor Dolmancé, se nos presenta como rígidamente homosexual, en cuanto que, si bien su cálida simpatía por las mujeres, su ardor en acariciarlas y educarlas, es bien visible a lo largo del drama, se atiene como a su principio moral - el único, al parecer - a la abstención del coito normal con ellas :

121. no tanto que se pueda establecer sin más una equiparación entre homosexualidad y afeminamiento (aunque al describirnos el Caballero en el primer acto la figura de Dolmancé, se introduce en ella un cierto rasgo de ritmo corporal que lo asemeja a las mujeres), pero evidentemente su rígido principio de fidelidad a la homosexualidad es la traducción práctica de su fidelidad a la exigencia utópica de la isosexualidad o igualdad de los dos sexos.

122. Y así resulta que aquel que en sus proclamaciones parece mostrarse como el déspota masculino consumado, al exigir que toda mujer esté siempre dispuesta y obediente a entregarse a los deseos de cualquier hombre, es secretamente el más ferviente amigo de las mujeres, o más bien de la anulación de la guerra de los sexos por extensión a todos del modelo erótico femenino.


XX


123. Y en este punto el prologuista mismo, haciendo traición a su propio sexo (que bien le consta que tampoco va a serle pagada por las otras en moneda de buen amor; pero ¿qué puede hacer el que pertenece a una clase dominante sino traición a su propia clase?), se atrevería a proponerles a los movimientos de liberación de la Mujer de las mujeres, que por doquiera florecen estos años dichosamente, la sugerencia del empleo del arma que en esta visión del amor se ofrece : presentar ante los hombres la evidencia de cómo su dominio está fundado sobre la compensación de una deficiencia, al mismo tiempo que se cura la inuidia penis de las mujeres por la consideración de la incomparable riqueza de placer y amor que en la infinitud o ilimitación de su sexo sin más florece;

124. de manera que no más sea que hayan de pretender las mujeres la conquista del ser y la determinación que les falta por el triste camino de imitar al Hombre y reproducirlo o de - parásitos de seguridad y definición - adherirse a un hombre, sino más bien que sean los hombres los que se vean por ellas arrastrados a la pérdida de la posesión, la seguridad, la limitación y el ser, así del Hombre como de cada quisque;

125. con lo cual, en el mismo acto por el que el dominio del Varón desaparece, desaparece la condición de la Mujer, y borrada así la antítesis o pareja, borrada queda y desleída en amorosa dialéctica y placer sin orillas la entidad y síntesis falaz de la Humanidad misma que en la antítesis se fundaba : "Yo me muero" solloce en gozo innumerable la Mujer y arrastre al Varón a sollozar "Yo me muero" del mismo modo, que ahí será donde el Hombre habrá verdaderamente muerto.

126. O Dios, que viene a ser lo mismo : pues, como se sabe, Dios, al igual que el Hombre, era también en cierto modo masculino; y con buena razón : pues también El pretendía atribuirse la condición femenina de la infinitud, pero sólo nominalmente y para cubrir el miedo de la infinitud sobre el que su Ser se había construido; El, en efecto, era en verdad delimitado y definido por esencia (tal como, antes de que El hubiera aún tomado nombre de Dios, la diosa se lo denunció a Parménides), y no sólo definido, sino definición y ley El mismo.


XXI


127. Supongo que con esto se vislumbra algo de cómo es que el drama de Sade, en su lucha contra Dios, nos presenta como modelo de amor el amor infatigable inagotable de las mujeres. Sepan bien las mujeres que, cuando Sade y demás traidores a su propio sexo alaban a las mujeres, lo que alaban es la indefinición y la infinitud; cualquier mujer que se define, sea como hombre, sea como mujer, es ya un hombre, y deja de merecer aquellas alabanzas.

125. En cambio, la fraternidad entre hombres y mujeres, que se reduce a su igualdad, sólo podría a su vez estar fundada en la libertad (indebidamente nombrada, aunque no tal vez exclamada, pero indebidamente nombrada : pues ¿cómo puede nombrarse lo que no es nada?), libertad que no puede menos de confundirse con lo que negativamente se nombra como indefinición.

129. Pero si a su vez el prologuista parece alabar el presente drama de La Philosophie, bien desearía que el lector no se llamara a engaño, cuando llegue a pensar que, en efecto, puesto que la descripción o exaltación que ha hecho de algunos de sus temas o sus métodos no puede menos de sonar como a alabanza, podría creerse que lo alaba por alguna virtud suya : por ejemplo, por su honestidad insobornable; con lo cual, en esa alabanza y en esa última virtud de la honestidad, estaría contribuyendo a restablecer la antítesis de BIEN/MAL contra la que pretendía justamente luchar el drama.

130. Mas no tema el lector; porque, en efecto, esto es un libro, que tiene un número de páginas determinado, que está comprendido entre una tapa por delante y otra por detrás, y el más honesto de los libros en el hecho de ser un libro lleva su propia deshonestidad aparejada. Así que, lector, tú tendrás razón en eso que, no como lector, sino como enamorado, pienses : también esto es un libro, es decir, mentira. Y ¿qué quieres? Tal vez la manera de mentir es lo que importa; pero, si se pone uno a hablar de amor en este Estado, ¿qué se puede decir sino mentira?


Agustín García Calvo
Paris, enero de 1970 - julio de 1971


NOTAS

1. Hay ciertamente un deleitoso lío para el análisis funcional en este punto, en cuanto que a primera vista el término no marcado de la oposición HOMBRE-MUJER parece serlo el masculino, como se revela en nuestras lenguas en las que el vocablo que sirve para el archisexo o síntesis de ambos sexos, hombre, suele ser idéntico con el que usa para el viril. Pero probablemente lo que este fallo de las reglas funcionales indica es la falacia necesaria en que el funcionamiento del Sistema entero está basado : a saber, que, mientras en el Sistema se mantiene la idea de que el hombre es el representante del Hombre (pues sólo así el Orden de la dominación viril podría mantenerse), por bajo del Sistema se percibe su falsedad, en el sentido de que la aparente representación de las criaturas humanas por el hombre no funciona de veras (nunca a una mujer se 1e podría llamar 'hombre' en el sentido de Mensch u homo), y esa falsedad misma, al recubrir, descubre, la verdad subterránea de que la neutralización se da en el sentido inverso, y el término no marcado de la oposición sexual es el sexo por antonomasia, el femenino, el que escapa a su definición como Hombre y por ende a la definición sin más.