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Introducción a la segunda edición


Las ideas socialistas penetraron en España por Cataluña y Andalucía casi al mismo tiempo. Joaquín Abreu, un demócrata andaluz que había tenido que huir de España se había convertido en Francia a las ideas de Fourier. De regreso a Cádiz, en 1840, se empleó en la propaganda del falansterismo, que del litoral pronto escaló la meseta. Casi al mismo tiempo sembraban en Cataluña las ideas de Cabet Abdón Terradas y los hermanos Monturiol. En una y otra región habían signos prometedores para un gran movimiento revolucionario popular. En la Cataluña industrial se agitaba el flamante proletariado por el reconocimiento de sus derechos más elementales. Las primeras luchas habían sido por la libertad de trabajo que monopolizaban los gremios de origen medieval. En 1840 el proletariado barcelonés había hecho la conquista de su primera sociedad de resistencia. Pero la asociación fundada por Juan Munts y sus compañeros tuvo que vivir a salto de mata disfrazada de entidad mutualista. En 1855 ya había un movimiento obrero extendido por toda la región y los litorales contiguos. Con la puesta a punto de los nexos federativos la primera huelga general de España era declarada.

Al otro extremo de la península, desde los primeros años del siglo XIX, Andalucía se había convertido en la vanguardia del liberalismo político. Allí se reunieron las famosas Cortes de Cádiz en 1812; allí se proclamó la primera Constitución española; allí se sublevó Riego para imponérsela al absolutista Fernando VII; allí estalló la sublevación que en 1868 destronó a Isabel II; de allí partieron las insurrecciones republicanas tan pronto se cayó en la cuenta de que la revolución había sido un timo; y allí se inició el vasto motín cantonalista federal en 1873 contra la República decepcionante.

Todos estos hechos tenían por cuadro el país del feudalismo agrario. A principios del siglo XIX, Andalucía era todavía el reducto hispano-musulmán que habían conquistado, ocupado y colonizado las armas castellanas. Una región paria donde la injusticia social se daba más brutalmente que en toda España. El pueblo bajo era tratado, por los grandes títulos y sus amanuenses, como pueblo vencido en una guerra de ocho siglos. Este régimen de ocupación lo era especialmente contra las clases pobres. De ahí que las insurrecciones campesinas tuvieran en Andalucía como un resentimiento histórico al par que presente. A no mitigarlo se emplearía la calamidad social más extrema y el hambre colectivo crónico. Hay en estas clases menesterosas, en su rebeldía contra el señorío, en su federalismo, en su cantonalismo y en su anarquismo una reacción visceral contra la opresión multisecular.

Los últimos años del reinado de Isabel II fueron pródigos en insurrecciones. Dábase en los conspiradores una vocación republicana por contraste con los claros designios de sus ocasionales correligionarios antidinásticos, es decir: monárquicos a pesar de todo. Socialistas y republicanos se dividirían en federales y centralistas. Pi y Margall, emigrado en Francia en 1866, tomó contacto directo con las teorías proudhonianas que desenvolvió él mismo magistralmente en varios libros.

Después de la revolución de septiembre de 1868 aquel heteróclito conjunto político se perdió en bifurcaciones. El nuevo régimen se había definido monárquico en un remedo de elecciones, y reaparecieron los motines reprimidos a cañonazos. Los republicanos mismos, como buenos burgueses que eran, significaron a los obreros que no estaban dispuestos a tratar a fondo la cuestión social. Los obreros tomaban conciencia de estos escamoteos. Nada nuevo había ocurrido, salvo una situación fluídica que iba a permitir la propagación de la Internacional en España.

Por encima de las justas bizantinas de socialistas y republicanos, de éstos contra los monárquicos de este o aquel rey, de federales contra centralistas de la República, la clase obrera intentaría levantar bandera contra todos los partidos y todas las fronteras. Desde Ginebra les había sido enviado este mensaje: " La duda no es permitida hoy. La libertad sin la igualdad política y ésta sin la igualdad económica, no es más que una mentira [...] La igualdad real, que consiste en que todos los individuos estén en posesión de todos sus derechos [...] no puede ser obtenida más que por la revolución social. "

Era la voz de la Internacional llamando a formación a todos los explotados de la tierra contra sus explotadores : " La emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos. " " No más deberes sin derechos, ni más derechos sin deberes. "

Al encomendarse a Carlos Marx, el manifiesto inaugural de la Internacional aprovechó para incidir en una idea que le era favorita: " Conquistar el poder político, el Estado, es lo que deben hacer los obreros, los cuales parecen haber comprendido este deber puesto que en Inglaterra, Francia, Alemania y en Italia, se observa un movimiento que tiende a la organización del partido obrero. " Marx veía posiblemente en la Internacional una masa electoral formidable con vistas a un aparato político bajo su dirección. Al pensar así no tomaba en cuenta la existencia de ideas-fuerza en el seno de la gran asociación, ni que cualquier propósito de hegemonía produciría necesariamente una reacción en cadena de consecuencias lamentables. Las ideas anarquistas habían adquirido en Francia y en Suiza, a través del federalismo de Proudhon, una importancia considerable.

En 1868-1869, al tomar cuerpo en Madrid el primer núcleo internacionalista fue en base a tres documentos que un emisario de Bakunin había traído a España. El primero de estos documentos era el antedicho manifiesto inaugural de Marx recomendando abiertamente la constitución de partidos políticos obreros. El segundo era el preámbulo a los Estatutos de la Internacional donde se habla de solidaridad y de federalismo. Y el tercero era el programa de la Alianza de la Democracia Socialista, o sea el programa anarquista de Bakunin. Fue tomado como declaración de principios este mismo programa, que proclama en sus partes principales :

" La Alianza quiere ante todo la abolición completa de las clases y la igualdad económica y social de los individuos de ambos sexos. Para llegar a este fin, quiere la abolición de la propiedad individual y del derecho de heredar, a fin de que en el porvenir sea el goce proporcional a la producción de cada uno, y que, conforme con las decisiones tomadas por los congresos de la Asociación Internacional de los Trabajadores, la tierra y los instrumentos de trabajo, como cualquier otro capital, llegando a ser propiedad colectiva de la sociedad entera, no puedan ser utilizados más que por los trabajadores, por las asociaciones agrícolas e industriales [...] Enemiga de todos los despotismos, no reconoce ninguna forma de Estado y rechaza toda acción revolucionaria que no tenga por objeto inmediato y directo el triunfo de la causa de los trabajadores contra el capital; pues quiere que todos los Estados políticos y autoritarios actualmente existentes se reduzcan a simples funciones administrativas de los servicios públicos en sus países respectivos, estableciéndose la unión universal de las libres asociaciones, tanto agrícolas como industriales [...] La Alianza se declara atea, quiere la abolición de los cultos, la sustitución de la fe por la ciencia y de la justicia divina por la justicia humana. "

Este programa encajaba muy bien en el temperamento de los españoles desheredados. La versión federal introducida por los bakuninistas llovía sobre mojado puesto que avivaba reminiscencias de fueros locales, cartas pueblas y municipios medievales libres.

En diciembre de 1871, llegó a Madrid Pablo Lafargue, yerno de Marx, enviado por éste para fundar un partido político obrero. Ante todo pidió consejo a Pi y Margall, quien le disuadió diciéndole que los obreros españoles no querían saber ni de su propio partido. Lafargue planteó entonces el caso al Consejo federal internacionalista, recibiendo una desaprobación rotunda. Aquellos hombres sentían una profunda aversión hacia todos los partidos políticos, en modo especial hacia los que pomposamente se tildaban obreristas. Del anarquismo habían aprendido que la política no era apostolado sino ambición de frustrados sociales. Sostenían que todos los políticos sin distinción, no importa sus buenas intenciones iniciales, terminaban en la degradación. La conquista del Estado por los obreros, por el pueblo y para el pueblo, era la más cándida de las ilusiones, pues que el Estado, organismo vivo y no simple instrumento manejable, finalidad y no medio, acababa siempre por conquistar a todos sus pretendidos conquistadores.

Con ser el Partido Federal el más prestigioso, y ser el federalismo una emanación de abajo a arriba, no le perdonaban la pretensión de querer implantar su programa desde el gobierno, a golpe de decreto. Agradecían -y nada más- los bellos discursos que Castelar, Salmerón, Pi y Margall y otros habían pronunciado en las Cortes en defensa de la Internacional. Pero estaban convencidos de que aquellos hombres, por sinceras que fuesen ahora sus palabras, desde el poder procederían de forma idéntica que los gobernantes abiertamente reaccionarios.

La revolución de septiembre de 1868 había desencadenado un proceso de politización en la clase obrera que la burguesía liberal no comprendería nunca. Había en los militantes obreros un fervor místico por el destino de la humanidad oprimida que les llevaba a pensar más a fondo los valores morales, derechos y deberes, de los individuos. Ciertas figuras retóricas las traducían a hechos concretos según vivieran en los campos de labor, en las fábricas y en las minas. Y esa fiebre alta de romanticismo ideológico traducía también una disposición al sacrificio, a la solidaridad, todo ello fortalecido por una fe inquebrantable en la meta donde debía encontrar justo término el calvario de los desgraciados. Ni los hombres de Estado, ni los políticos liberales, ni los intelectuales, comprenderían, salvo excepciones, la razón moral del apoliticismo revolucionario. Sin embargo, estos autodidactas de la clase obrera habían descubierto en el juego político un ardid para integrarlos al sistema sin cambiar su condición de bueyes de trabajo. Con la integración, las decantadas urgencias nacionales quedarían confiadas a los grandes ciclos cósmicos.

Pero llega un momento en que los golpes del poder constituido, la represión, los patíbulos, los presidios de África y la deportación a las islas del Pacífico, hacen que los espíritus frágiles se apaguen y la carne vacile. En tal panorama de duelo, cuando todo parece muerto, lo único en moverse son las intrigas y las disidencias. Por el contrario, al conjuro de cualquier sacudida, tal la primavera después del invierno, todo se agita de nuevo, todo vuelve a renacer. Este fenómeno se produjo sobre todo en Andalucía.

La restauración borbónica de 1874 hizo aún más dura la represión de lo que había sido durante los últimos meses de la República. La clase obrera fue empujada a la clandestinidad donde quedaría minimizada. En Andalucía el combate singular fue un sobresalto del ilegalismo. Incendios de cosechas, talas de árboles, atentados. En 1879 se crea por los congresos comarcales clandestinos un comité de guerra que incita a la acción terrorista. Es entonces cuando el internacionalista Juan Oliva Moncasi dispara contra Alfonso XII.

Desde todos los horizontes gubernamentales se ha acusado a la Conferencia Anarquista de Londres (1881) de haber decidido "la propaganda por el hecho". El término de " propaganda por el hecho " había sido empleado por Kropotkin en el sentido de que los anarquistas tienen el deber de predicar con el ejemplo. Es decir, que en el terreno de la militancia pura la moralidad del militante debe corresponderse con las palabras. Kropotkin asistió a la Conferencia de Londres, así como Malatesta, Luisa Michel, Merlino y un tal Figueras, español, que vivía en Londres. Y si se habló allí de la química de los explosivos por parte del delegado de México, el que más interés tuvo en incitar al incendio, a la dinamita y al asesinato fue un llamado Serreaux, elemento provocador catapultado por el prefecto de París (Andrieux) y que consiguió infiltrarse en la reunión (1). La sensación alrededor de este congreso fue obra de los medios oficiales de San Petersburgo que alarmaron a cortes y gobiernos con la supuesta creación de la Internacional Negra. Aquel mismo año había sido asesinado el zar Alejandro II.

Pero antes de la Conferencia de Londres ya se había acordado en los medios anarquistas andaluces " la necesidad de ejercer represalias, tanto en las personas y bienes de los burgueses como en los trabajadores que habiendo pertenecido a nuestra Asociación abusan de los secretos que durante su permanencia en ella han adquirido ". Y es que la represión había sido durísima. De las lejanas islas oceánicas llegaban clamores patéticos de que expediciones enteras de deportados habían perecido víctimas de las fiebres malignas, así como de los malos tratos de los esbirros. En La Carraca (mazmorra militar de Cádiz) noventa cantonalistas habían sido arrojados al mar metidos en sacos atados a balas de cañón.

Con todo y eso las violencias campesinas no cesaban en el decantado vergel andaluz. En el eterno campesino sin tierras, en el bracero que no encontraba trabajo la mayor parte del año y no podía alimentar a los suyos, el reflejo más elemental era el ataque a la propiedad privada, el robo a expensas de aquel latifundio herencia de los tiempos godos a los caballeros cristianos de la Reconquista. El proceso de la " Mano Negra " (1883) y la insurrección de Jerez de la Frontera (1892) ilustran con sus escenas de desesperación popular, patíbulos y cadenas perpetuas, aquella guerra permanente en la más humillada de las regiones españolas.

" Cataluña y Andalucía -ha escrito Díaz del Moral- eran entonces, como siempre, los dos ejes del obrerismo ; pero Andalucía, entusiasta y apasionada, llena de arranque y de empuje en épocas de ascensión, languidece y desmaya ante las persecuciones, mientras que Cataluña las resiste tenaz y constituye, en su consecuencia, el nexo que enlaza las exaltaciones a través de los periodos de decadencia. "

A partir de los años ochenta estaban enfrentadas dos corrientes : la ilegalista, que representaba los andaluces, y la orgánica, que representaba Cataluña, con Rafael Farga Pellicer y José Llunas afrente. Este, al sintetizar su posición en el congreso de Sevilla (1882), había declarado : " Con las armas de la razón y de la inteligencia, instruyéndonos e ilustrándonos ; en una palabra, por medio de la revolución científica, no en motines y asonadas, buscaremos la realización de nuestros ideales [...] "

A veces el enfrentamiento era estrepitoso, pero en ambos campos dominaban figuras magníficas. Andalucía tenía su cumbre mejor lograda en Fermín Salvochea, apóstol del amor y de la acción, al lado de los genios catalanes de la organización sistemática.

Los hombres de la Restauración, que habían limpiado los cuadros universitarios de todo sospechoso de liberal, en el plano social se habían propuesto sacar a la fiera de su cubil para mejor abatirla. Entre dos represiones la organización obrera se levantaba para volver a caer. En medio de la atmósfera espesa de desesperación la onda internacional del terrorismo (2) tenía que alcanzar también a España. Paulino Pallas arroja una bomba contra el general de la Restauración, Martínez Campos ; Santiago Salvador produce una masacre entre las ilustres personas que pueblan la platea del lujoso Liceo de Barcelona; otro tigre solitario, o tal vez un provocador, dinamita la cola de la procesión del Corpus, también en Barcelona. Y la represión feroz que suscita este último hecho la venga en la persona del restaurador Cánovas del Castillo el anarquista Angiolillo.

La Restauración había conciliado alrededor del trono a los militares turbulentos y a la Iglesia de la desamortización. Para aquéllos sería el coto privado del Rif marroquí, campo de experiencias ruinosas y sangrientas, donde podían jugar impunemente (protegidos por la Ley de jurisdicciones) al heroísmo contra moros desarmados (o armados por ellos mismos) y con los jóvenes españoles cual si fueran éstos soldaditos de plomo. Para la Iglesia desagraviada sería el feudo de la primera enseñanza, la Universidad y el presupuesto de Culto y Clero.

Al inaugurarse el siglo XX la inatacable conducta de los militares contra el catalanismo produce un reagrupamiento de todas las fuerzas de este sector. Hay entonces una rara ofensiva generalizada a base de dinamita, cuyo protagonista resulta ser un falso terrorista a sueldo de la autoridad. El ministro de la Gobernación (Juan de La Cierva) había montado la provocación para justificar su proyecto de " Ley de represión del anarquismo " y comprometer al mismo tiempo el prestigio del movimiento catalanista. ¿ Hay que decir que ni el prefecto de París, en 1881, ni el ministro de la Gobernación español, en 1908, figuran en las fichas policíacas del terrorismo ?

Aunque al inaugurarse el siglo la organización obrera estaba en decadencia, la huelga general en apoyo de los metalúrgicos (1902) fue un sobresalto prometedor de un nuevo tipo de sindicalismo.

El gobierno vivía preocupado por la gran concentración de fuerzas políticas de Cataluña agrupadas bajo la denominada Solidaridad Catalana, fundada en abril de 1907. Más que unir sólidamente -como se vería después- juntaba ésta intereses coincidentes por razones aleatorias de oportunismo político y económico. En los medios obreros, picados de amor propio y para evitar la intoxicación de las masas, se fundó en agosto de aquel mismo año la Solidaridad Obrera, frente a la concentración política regional y frente a otro movimiento mucho más peligroso. Se trata del ultrademagógico Partido Radical, de Alejandro Lerroux, suerte de Gustave Hervé español que usaba una retórica mitinera de lo más detonante, especialmente anticlerical. La batalla de la organización obrera contra Alejandro Lerroux y sus fanatizados " jóvenes bárbaros " (sus milicias de choque) fue durísima y sólo se decidió con la huida cobarde del jefe cuando las barricadas (que él tanto recomendara) y las iglesias en llamas (que eran el latiguillo de sus fogosos discursos) fueron una realidad concreta en julio de 1909.

Solidaridad Catalana estalló pronto como su fragilidad prometía, mientras que Solidaridad Obrera se transfiguró en Confederación Nacional del Trabajo después de los acontecimientos revolucionarios de 1909. Esta última, que en su Congreso fundacional de 1910 expresó su vocación de fusionar al proletariado español en una sola organización, definió, por otra parte, una posición netamente anarcosindicalista al fijarse como objetivo la socialización revolucionaria de la economía y la emancipación política integral de la clase obrera.

La puesta a pleno rendimiento de la CNT no tendría lugar hasta 1914. Después de su primer congreso de 1911, fue puesta al margen de la ley al solidarizarse con una oleada de huelgas muy violentas que agitaron de norte a sur a la península. El asesinato del presidente del Consejo de ministros por el anarquista americano Pardiñas, en 1912, y el nuevo atentado contra el rey por Sancho Alegre, en 1913, retardaron su subida a la superficie.

Fue posible esta emergencia cuando la falsa prosperidad económica creada por la guerra europea convirtió a Barcelona en gran mercado de mano de obra. La agitación política de 1916-1917 y su tragicómico desenlace (la rebelión de los parlamentarios) lanzaron a la CNT por el camino sola, imbuida de la suficiencia que le daba la adhesión de masas de trabajadores resueltas al combate.

Cataluña, capital del anarcosindicalismo español, celebró su primer congreso regional en 1918, en Barcelona. Por esta misma capitalidad de Cataluña, este congreso, aunque regional, marcaría nuevas pautas a toda la Confederación. Los efectos fueron: refundición orgánica de las sociedades profesionales en sindicatos de ramo o industria y la definición de la acción directa como arma de combate. En Barcelona la concentración de varias sociedades de profesiones afines en un "sindicato único" no era cosa nueva si bien no se había generalizado aún y algunas se resistían a adoptar el nuevo sistema por fundadas razones de independencia y autonomía. El congreso mejoró lo presente y recomendaba una aplicación generalizada.

La innovación probaba una vez más el espíritu de organización de los catalanes y permitió contender en mejores condiciones con la burguesía industrial. La clase patronal fue sorprendida y distanciada por esta agilidad de maniobra y mayor capacidad de adaptación de los trabajadores a las exigencias modernas de las condiciones industriales. Hasta después de la gran huelga de " La Canadiense " no se pondrían los patronos al día con la creación de su propio " sindicato único ". Hay que mencionar que la Unión General de Trabajadores, por el poder que ejerció siempre en ella el Partido Socialista (y porque nunca fue concebida como una organización de combate con autonomía propia) jamás estuvo en condiciones de asimilación de las técnicas sindicales apropiadas para una verdadera lucha de clases. La UGT había sido creada en 1888 en Barcelona por el Partido Socialista (fundado él mismo en 1879) en uno de esos momentos de decadencia del movimiento general. La institución del " sindicato único" ofrecía la ventaja de un más compacto frente ante la burguesía industrial al par que era una plataforma de lanzamiento con vistas a la eventualidad de una toma de la producción por los trabajadores mismos. En el interín, el ejercicio del control de la producción permitiría iniciarse en las estadísticas, imponerse del movimiento de los mercados y de las fuentes de materias primas.

Como no hay regla sin excepción, no todo fueron virtudes en este congreso. Error garrafal fue, sin duda, la puesta en tela de juicio de las federaciones nacionales de industria que prefiguraba el acuerdo negativo del próximo congreso nacional.

En 1871, Anselmo Lorenzo, uno de los fundadores de la Federación Regional Española, tuvo ocasión de exponer en la Conferencia de la Internacional celebrada en Londres, las grandes líneas del plan de la organización española. Partían de la base las secciones de oficio, las cuales se federaban entre sí al nivel local, comarcal y regional (los internacionalistas llamaban " regiones" a las naciones). Por otro lado, cada sección de oficio se federaba con las secciones de oficios diferentes, también a todos los niveles, formando federaciones mixtas. El resultado eran dos canales federativos : uno específicamente industrial; moral o mixto el otro. El primero era expresión de las cuestiones puramente técnicas. El segundo asumía funciones de orden general: de solidaridad, doctrinales, educativas y de lucha en su máxima expresión. El Consejo general era el punto de convergencia de estas dos corrientes. Este plan, creado en el congreso de 1870, mejorado en la conferencia secreta de 1871 y ratificado en el congreso de 1873, no sabemos hasta qué punto pudo traducirse en práctica al filo de una vida militante tan agitada. Lo incuestionable es que la pauta había sido dada, y revalidada por el primer congreso de Solidaridad Obrera abrió allí mismo el ciclo de las primeras federaciones nacionales de industria.

Muy pronto, en marzo-abril de 1919, el " sindicato único" de acción directa pasó a la prueba de fuerza. La poderosa compañía " La Canadiense" (Riegos y Fuerza del Ebro) provocó un grave conflicto fiada en el respaldo del gobierno. Propiamente no fue una huelga económica sino de solidaridad que se fue desarrollando en escalada. La solidaridad se fue extendiendo de sección en sección, de sindicato en sindicato, de federación en federación, de Barcelona a toda Cataluña. Los servicios públicos fueron paralizados a medida que los diferentes comités levantaban el dedo ; ante cada evasiva de la compañía, a cada cabezazo del gobernador civil, ante el ukase del capitán general de la región militar. La huelga, aunque la perjudicaron las interferencias de extremistas exaltados, al menos en su primera parte, fue un éxito ruidoso, por los solos hechos de fuerza y de organización. Pero terriblemente impresionados y humillados, la burguesía catalana y sus poderosos colaboradores, oficiales y castrenses, no sacaron otra consecuencia sino que había que dar la batalla a fondo al cerebro electrónico de aquella fantástica movilización : al " sindicato único". Toda la patronal de la región se constituyó a su vez en " sindicato único ", es decir: en Federación patronal. A la huelga general de los sindicatos se opuso el lock-out. La huelga había durado del 24 de marzo al 7 de abril; el lock-out se prolongó del 25 de noviembre de 1919 al 20 de enero de 1920. La CNT vaciló ante la idea de ocupación de fábricas sugerida por algunos. Si se tiene en cuenta que muchos obreros deambulaban pidiendo limosna a los ricos, o erraban por los campos en busca de hierbas comestibles, es difícil prever qué hubiera sido la revolución (tal hubiera significado la ocupación de fábricas) de aquel ejército de hambrientos.

Del punto de vista de las consecuencias, los resultados fueron peores. El odio concentrado en la clase obrera por aquella severa derrota armaría el brazo de los primeros grupos para un arreglo de cuentas con el esquirolaje, con los encargados o capataces encubridores de la traición de clase y, por vía de consecuencias, con los patronos mismos. Estos se hicieron representar por mercenarios del hampa, por agentes del espionaje alemán en paro forzoso después de la gran guerra, y por los bajos fondos reaccionarios del carlismo y el somatén, constituidos en " sindicato libre " con el espaldarazo de un tigre sanguinario que hizo las funciones de Poncio : Martínez Anido.

Veamos ahora, someramente, en la medida que la confusión de las fuentes permite, algunos datos sobre la vida orgánica de otras regiones que no eran Cataluña y Andalucía.

En el primer congreso de la Federación Regional Española (junio de 1870), además de Cataluña y Andalucía, estuvieron presentes delegados de Aragón, Levante, ambas Castillas y Mallorca. En el de Zaragoza (1872) todos aquellos y algún otro. La geografía societaria se había dividido en cuatro zonas : norte, sur, este y oeste. Pero en 1875, al acentuarse la represión, se decidió cambiar los congresos por conferencias comarcales. Las comarcas fueron Cataluña, Valencia, Murcia, Andalucía del este, Andalucía del oeste, Extremadura, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y Aragón.

En una Memoria de 1876-1877, a Cataluña la representan 13 federaciones locales ; a Levante, cuatro ; a Murcia, cuatro ; a Andalucía del este, diez ; a Andalucía del oeste, veintiuna; a Extremadura, catorce. La comarcal vasconavarra está representada por Bilbao y Santander ; Aragón, por Zaragoza y Huesca ; Castilla la Vieja por Valladolid, León y Candelario ; y Castilla la Nueva por Madrid, Segovia, Chamartín y Alcalá de Henares.

La Memoria de 1882 completa los datos con el número de afiliados (reorganización con el nombre de Federación de Trabajadores de la Región Española). Por orden de importancia tenemos el siguiente resultado : Andalucía del este, 17 021 ; Andalucía del oeste, 13 026 ; Cataluña, 13 181 ; Levante, 2 355 ; Castilla la Vieja, 1 035 ; Galicia, 847; País Vasco, 710; Aragón, 687; Castilla la Nueva, 515; y Murcia, 265. Como puede verse, de 49 643 afiliados, 43 228 correspondían a Andalucía y Cataluña solamente.

No eran estos los mejores tiempos y, sin embargo, no eran tan catastróficos si se tiene en cuenta que en 1871 los afiliados españoles a la Internacional no llegaban a 3 000, y a 12 000 el año siguiente. El máximo de afiliados a la vieja organización se sitúa por los alrededores de 50 000.

Al iniciarse la época del sindicalismo moderno los progresos hacia el norte se acentúan en Aragón y especialmente en Galicia y Asturias. En 1910, escasean los andaluces en el congreso de Solidaridad Obrera, fundacional de la CNT. Sin embargo suben en importancia Aragón, Asturias y Galicia. El País vasco seguirá incipiente. El Partido Socialista con la Unión General de Trabajadores, materialmente expulsada de Barcelona, escogió como zona de expansión Castilla la Vieja en dirección de Vizcaya y Asturias. La suerte parece sonreírles a partir de 1909, en que se inicia el fermento social en los pozos mineros y altos hornos. El intento de penetración anarquista en esa misma zona produce decenios de controversias apasionadas e incidentes poco edificantes. Las disputas y agresiones entre tendencias socialistas y entre éstos y el sindicalismo confesional de los vascos, tampoco fueron ejemplares. El resultado no pasa de una implantación anarquista modesta aunque de valía.

Los militantes aragoneses, desde los tiempos internacionales se mostraron discretos en efectivos pero dinámicos en la acción. Las huelgas generales tuvieron allí un carácter arrollador y popular. Hasta 1917, parece que el sindicalismo aragonés no toma el camino de la campiña, sin abandonar los centros de Zaragoza y Huesca. Levante, como el norte y parte de Cataluña, había tenido su abceso carlista. También una especie de lerrouxismo con el blasquismo. País de contraste, de clericales y anticlericales rabiosos, gran parte del tiempo era ocupado en deshacer procesiones a tiros o en defenderlas a cristazos. La importante industria valenciana, en especial la heredada de sus antepasados musulmanes, respondió a los primeros balbuceos sociocooperativistas. Desde 1870 los internacionalistas levantinos se erigieron en tercera potencia detrás de los andaluces y los catalanes. Alcoy fue la cabeza dirigente en tiempo de la primera República. Levante asistió a la fundación de la CNT en Barcelona y las huelgas nacionales de 1916-1917 tomaron en la ciudad del Turia notable importancia.

Aparte el omnipresente pequeño núcleo de Valladolid, el Centro fue poco propicio a la aclimatación anarquista en los tiempos clásicos y más recientes. En cambio el modesto foco vallisoletano ha dado a la CNT dos de sus principales figuras : Valeriano Orobón Fernández, de talla internacional, y Evelio Boal, uno de los mejores secretarios de la CNT y un científico de la organización, según Buenacasa.

A principios de siglo hubo en Extremadura una Federación Regional con una veintena de secciones locales. Después sucumbió a los socialistas a excepción de algunos focos importantes que se incorporaron ya al Centro ya a la Regional andaluza. Ocurriría lo mismo con la Rioja y Navarra, agregadas a Aragón. En tiempos de la segunda República la CNT subió en flecha en Madrid.

Asturias, que tampoco brilla en las Memorias de la vieja Internacional, ofrece un cierto caso paradójico. Parece incomprensible que una región temperamentalmente anarquista pudiera haberse constituido en bastión del socialismo templado. Así ocurre en la zona minera. Pero el anarquismo asturiano, con focos muy importantes en Gijón y en La Felguera, además de batallador, tuvo recias personalidades intelectuales. Pi y Margall, y sobre todo Ricardo Mella, marcaron aquí al núcleo libertario con su influencia.

Aunque ya figuraba Galicia en la última etapa de la vieja época militancial (1880), fue en la década postrera del siglo antecesor cuando empieza a distinguirse, especialmente por sus periódicos. El noroeste había sido objeto de excursiones colectivas de propaganda que dieron al fin su resultado. Al iniciarse este siglo La Coruña irradiaba ya con luz propia. Vigo seguiría a La Coruña en importancia. Ricardo Mella había nacido allí en 1861. De su padre había heredado el federalismo pimargalliano y de ahí saltó en transición natural al anarquismo. Es notable en España la aproximación entre el federalismo pimargalliano y el anarquismo. Si como doctrina parlamentario-gubernamental fracasó el primero completamente en la coyuntura de ambas repúblicas, no es menos cierto su éxito en tanto que filosofía revolucionaria.

Del estudio comparativo de la Memoria del Congreso de 1919 se infiere un ligero repliegue de Andalucía y un avance en fuerza de la región levantina (incluida Murcia). Levante se adscribiría definitivamente como tercera potencia detrás de Cataluña y Andalucía. Cataluña, representada en este congreso por 427 086 afiliados, superaba largamente al efectivo de todas las demás regiones confederales juntas. Seguíala Levante con 132 223; Andalucía con 90 750; Norte con 28 575 ; Aragón con 15 175 ; Centro con 4 481 y Canarias-Baleares con 1 081. Téngase en cuenta que Norte abarcaba Santander, País vasco, Navarra y Asturias, y sus efectivos podrían descomponerse de la siguiente manera: Asturias 12 500, Galicia 9 000, País vasco 4 000, Santander 2 500 y Navarra 500. Señalamos que los efectivos reales eran mucho más, pues mientras estuvieron representados en aquel congreso 700 000 afiliados en números redondos, es evidente que la CNT había rebasado el millón. No todos los sindicatos andaluces, u otros, podían pagarse el lujo de acudir a los congresos. Antes de introducir al lector al primer capítulo de este libro queremos transcribir sin ningún comentario dos bellas páginas de Manuel Buenacasa. Se refieren a este magno congreso de 1919 y en ellas nos presenta magníficamente a los principales actores. Dice Buenacasa en su libro El movimiento obrero español, 1886-1926:

" Los congresistas -cerca de 450- ocupan la mayoría de los palcos y butacas de platea. En sillas de atrás, a la derecha, ocupan sitio los delegados del norte, cubiertos con sus boinas típicas ; al frente de aquellos vemos a Bernardo Pascual, Juan Fernández, Galo Diez y Juan Ortega [...] ; junto a éstos se encuentra la delegación gallega, de la que se destacan Cayetano Catriz, Germán Barreiro, José Suárez y Josefa López. En el mismo lado derecho, pero más próximos al escenario, se encuentra la mayoría de representantes de Levante y Andalucía, en admirable mezcolanza; nótase junto al chambergo y la blusa de los agrarios de Murcia y Valencia, el airoso sombrero cordobés y las cortas chaquetillas de los campesinos andaluces. Al frente de éstos notamos la presencia de hombres de gran valía y prestigio como Juan Guerrero, Sebastián Oliva, José Chacón, Antonio Jurado, Juan S. Carrión, Roque García, Harmodio Garcés y el poeta Cordón. La delegación de Levante la integran, entre otros, Eusebio C. Carbó, Juan Gallego Crespo, Juan Rueda, Diego Parra, José Miró, " Román Cortés ", Emilio Molina y el bolchevique Hilario Arlandis. Al lado izquierdo, ocupando la mayor parte de la platea, toman asiento numerosos elementos de la delegación catalana, entre los cuales recuerdo a José Canela, Saturnino Meca, Pedro Rico, Emilio Mira, Ricardo Fornells, " David Rey", Simón Piera, José Mascarell, Ángel Pestaña, José Bertrán, Salvador Seguí, Félix Monteagudo, Juan Peiró, Francisco Martínez, Andrés Nin -actualmente en Moscú, a sueldo del gobierno ruso-, José Rovira y Antonio Amador. Entre éstos se encuentran los representantes de Aragón, de los que debo consignar los nombres de Zenón Canudo, de Zaragoza; el profesor del Instituto de Huesca, Ramón Acín, Antonio Domingo, Francisco Calleja, Ernesto Mareen y Jesús Cejuela. A la cabecera izquierda y delante de todos -como queriéndose volcar sobre el escenario- hállase la delegación asturiana, compacta y unida como una fortaleza inexpugnable integrada, entre otros, por Eleuterio Quintanilla, José María Martínez, Avelino González, Aquilino Moral, Jesús Ibáñez [...] De entre los delegados de las Castillas destácanse Mauro Bajatierra, López, Pascual, Gámez, Ramos, Parera y Evaristo Sirvente. Al frente de la delegación de la comarca riojana hállase el campesino de Fuenmayor Manuel Anguiano, muerto hace poco [...] "

Buenacasa se refiere seguidamente, con iguales pinceladas, a las cualidades sobresalientes de algunos de estos hombres :

" [...] Evelio Boal, un verdadero científico de la organización, ordenado, meticuloso y constante [...] A juicio mío, la Confederación no ha tenido todavía un secretario cuyas condiciones para dicho cargo hayan igualado a las que Boal poseía. Entre los buenos oradores y escritores de nuestro movimiento citaré unos cuantos. Los que mayor popularidad alcanzaron fueron Salvador Seguí y Ángel Pestaña. Aquel hombre, grande entre las multitudes, de figura alto y corpulento, de recia y fuerte voz, las apasionaba y arrebataba con sus discursos en los grandes actos públicos. Seguí, a su manera, fue un orador grandilocuente, sobre todo para el mitin. Pestaña, de aspecto más sencillo, posee un gran don de gentes y es elemento que, como Seguí, habla mejor que escribe. Sin embargo, Pestaña ha escrito mucho, pues ha dirigido durante ocho años Solidaridad Obrera. Seguí, en cambio, necesita un mes para redactar una cuartilla. Al nombre de estos dos compañeros -uno de ellos desaparecido ya- añadiré el de Eusebio C. Carbó, hombre todo fuego, pasión y dinamismo ; el mejor elemento que yo he conocido como polemista, tanto en la tribuna como en la prensa, en la que ocupó el primer puesto como escritor de combate. Eleuterio Quintanilla, el orador más pulcro y elevado del anarquismo español; razonador y serio, es también un excelente escritor. Zenón Canudo, uno de nuestros primeros conferenciantes, cosa que él ignora, atrae grandemente por su modestia ; si se propusiera darse a conocer ocuparía el primer puesto entre los ídolos populares. Salvador Quemades, el primero de nuestros periodistas, y Felipe Aláiz, el mejor de nuestros escritores. Galo Diez, hombre de masas, buen orador de combate. José María Martínez lo hace todo y todo bien ; organiza, ejecuta, habla y escribe con gran competencia. Juan Peiró, elemento muy valioso como hombre de organización, regular orador y buen escritor. Libertad Rodenas, muy instruida y capacitada para la tribuna. Francisco Martínez (Arín), buen orador de combate, igual que Sebastián Ciará, Emilio Mira, Jesús Arenas, Paulino Diez, " Juan Expósito ", Bruno Carreras y José Villaverde. Entre los jóvenes y viejos periodistas obreros pueden mencionarse los que editaron El Productor (Blanes, Barcelona, 1925-1926); al editor de Redención de Alcoy y de Generación Consciente, J. Juan Pastor ; a Manuel Suárez, a Hermoso Plaja, Fortunato Barthe, Julio Roig, V. Orobón Fernández, Adolfo Ballano, Tomás Cano Ruíz, A. García Birlan, Asmodio Garcés, " Román Cortés ", Juan Usón, Tomás Herreros, Jaime Aragó, Germinal Esgleas y el gran lírico Elias García, etc. "

Todos estos hombres estaban marcados por diferentes destinos. Boal y Seguí fueron asesinados en plena calle por los pistoleros de la burguesía industrial. Peiró, fusilado por el gobierno de Franco (después de extradido de Francia por el gobierno de Vichy) por haberse negado a colaborar con los sindicatos verticales. Arín, fusilado en Sevilla por los esbirros del general Queipo de Llano, lo mismo que Cordón y Oliva. Villaverde, acribillado a balazos, abandonado en una playa de La Coruña por sus asesinos falangistas. De Andrés Nin, secuestrado por la GPU soviética con la complicidad de la policía española y el laissez aller de ciertos ministros de la República, no se supo nunca de sus restos. José María Martínez murió en la lucha cuando la insurrección asturiana de octubre de 1934. Elias García cayó con el fusil en la mano en el frente de Pozoblanco. Mauro Bajatierra no quiso entregarse en Madrid al final de la guerra y murió combatiendo solo. Galo Díaz murió de accidente banal. Claro Sendón y González Mallada murieron en misión de propaganda en los Estados Unidos, el primero de enfermedad, el segundo de accidente. V. Orobón Fernández sucumbió de grave enfermedad meses antes de la guerra. Quintanilla, Carbó, Alaiz y el propio Buenacasa fallecieron en el exilio. Salvador Quemades se pasó al republicanismo, y Pestaña, aunque murió dentro de la CNT como afiliado, había abandonado a ésta para fundar un partido político propio: el Partido Sindicalista.

En la introducción a la primera edición temíamos no ir más allá de dos volúmenes. Hubo un tercero que alguno, a causa del material de primera mano, estima que es el mejor. Los tres volúmenes aparecieron escalonados (a medida que se iban escribiendo se imprimían los cuadernillos), desde septiembre de 1951 a octubre de 1953. El libro fue agotado relativamente pronto, mayormente por la familia confederal. El gran público lo acogió con discreción. El calor lo fue tomando al pronunciarse los técnicos que lo convirtieron en algo de consulta obligada.

Llevando más de 10 años agotado fueron muchas las personas (intelectuales y universitarios, de España y América) que se me dirigieron en procura de ejemplares. Para satisfacer a algunos tuve que recurrir a la buena voluntad de modestos lectores, confederales generosos, quienes no vacilaron en sacrificar su ejemplar en aras de un centro universitario o una biblioteca. Desde aquí les reitero mi agradecimiento.

Cuando nadie se atrevía a coger por las astas la reedición de unas mil espesas páginas de texto, traté de suplir el hueco con síntesis no sé si logradas : Breve storia del sindicalismo libertario spagnolo (Genova, 1962) y Los anarquistas en la crisis política española (Buenos Aires, 1964).

Al hacerse Ruedo ibérico con la reedición (por haber hurtado el cuerpo quien tenía tal vez el deber de hacer un gesto) pretendo que mi trabajo puede aun jugar un papel en la actual coyuntura revolucionaria y del anarquismo, a pesar de tratarse de una obra de juventud, de segunda juventud. El tono de aficionado, que un encopetado historiador no me perdonaría, hacía tal vez necesaria una revisión a fondo. Pero esta clase de manoseos suelen empeorar las cosas. El libro va, pues, como fue. No he hecho más que corregir graves erratas, completar las notas, especificar las fuentes e introducir algunos documentos que antes no tuve a mano.

En lo demás la obra ha de quedar tan partidaria como nació. No es un libro objetivo y así ha de quedar. Solamente pueden ser fríamente objetivos quienes vieron la guerra civil española a través de las fichas bibliográficas. El autor es un militante anarcosindicalista desde su mocedad. Y al pasar de hacer historia a tener que escribirla no se puede ser frígidamente objetivo. Estas ventajas, más que las habilidades de escritor, permitiéronme abordar los temas del anarquismo español de los años 30 como tal vez no pueda hacer un historiador profesional.

De todas maneras poco hubiera podido, en el terreno de la documentación, sin la ayuda de algunos hombres, tales como Aristide Lapeyre, de Bordeaux, Ángel Herrera, de California, Campio Carpió, de Buenos Aires y muy especialmente Pablo Polgare y José Cabañas, de Londres. Tengo también interés en mencionar a Martín Vilarrupla, quien siendo secretario de cultura y propaganda de la CNT en 1949 desenterró el proyecto de este libro de la "fosa común" de los acuerdos de organización. A mis reticencias, opuso Vilarrupla este argumento: -Sé que hay en la CNT otros con más capacidad que tú para escribir este libro. La diferencia está en que aquéllos pueden escribirlo mientras que tú lo escribirás.

Igualmente quiero dejar constancia del servicio que me prestaron algunos colectivistas exilados en Francia (de Aragón, Cataluña y Valencia), quienes se dignaron responder a un amplio cuestionario que sobre sus experiencias les había yo sometido.

Pocos han sido los autores en avanzar más allá de la épica de la guerra civil y del homenaje a la República traicionada. Los ha habido modositos que no se atrevieron a tomar partido, reduciendo todo el drama a un pleito entre cafres. Obras muy voluminosas pasaron como sobre ascuas por el aspecto más original de la contienda. Para sus autores la obra revolucionaria de las colectivizaciones fue un desahogo de la canalla. Con Orwell, Bolloten, Daniel Guerin, Carlos Rama y algún otro, y ahora, principalmente, con Noam Chomsky, este aspecto original, tan íntimamente ligado a la CNT y al anarquismo, ya va siendo analizado, reivindicado. Y buena parte de la juventud contestataria (la que no ha descubierto el Mediterráneo de un "nuevo" comunismo totalitario) se entera con asombro que hace más de 30 años hubo al sur de los Pirineos una organización obrera que, la primera en la hora del sacrificio, no quiso abandonar la barricada sino a contrapartida de una economía socializada, de un socialismo con libertad, y que se batió en el frente y en la retaguardia contra el totalitarismo negro y el absolutismo rojo. Nos enorgullece haber contribuido a que se hiciera la luz sobre este aspecto original de la revolución española.


José Peirats
Toulouse, julio de 1969


Notas

1. Kropotkin, en sus Memorias de un revolucionario (Cajica, México, 1965, capítulo XIV, página 711), se ocupa de estos dos sujetos.

2. El gran historiador del anarquismo, Max Nettlau, cree que el terrorismo anarquista de fines del siglo XIX fue contagio del terrorismo ruso e irlandés.