Éditions Ruedo ibérico
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Presentación


La historia de Francisco Franco es ejemplar; su vida no tanto. Su biografía recoge ambos supuestos. Estas afirmaciones exigen alguna aclaración. Quiero decir que si desde una perspectiva histórica, en su más amplio y globalizador significado, la práctica política de Franco, la obra realizada por él y en torno suyo, debe servir de ejemplo ("caso o hecho que se refiere para que se siga o imite o para que se evite y huya") su ciclo vital individualizado acusa evidente falta de rasgos relevantes. Y que si ejemplares son el mecanismo de poder desarrollado, representado y asumido, las concepciones políticas incorporadas, el ejercicio de la fuerza impositivo-represiva al servicio de los intereses económicos de la burguesía, ejemplares como casos o hechos que evitar y de los que huir desde la inevitable subjetividad del biógrafo y que seguir desde la inevitable subjetividad de un biógrafo situado en campo de observación radicalmente contrario, el relato de su vida en cuanto narración de las peripecias, en su sentido más aristotélico, de un hombre de determinadas condiciones en el interior de determinantes circunstancias -su vida en tanto que un proyecto de realización personal- sólo aporta la utilización de una adecuada mediocridad original sirviendo a una aventura irrepetible. Cuando los franquistas que sobrenadan aseguran que la figura de Franco es irrepetible aciertan aunque en sentido distinto al propuesto. Lo que no se repite con facilidad son las circunstancias históricas y las necesidades de la clase dominante enfrentadas a grave crisis que permita o aconseje la instalación en el poder de un general como Francisco Franco, y que exista un general como Francisco Franco tan perfectamente adaptable al papel exigido.

Porque si el ejercicio del poder vicarial con autonomías condicionadas a medio o largo plazo es un ejemplo histórico a tener siempre delante de los ojos, su mediocre desarrollo personal de objeto del Poder y sujeto de poderes, no sirve para ser imitado ni es válido para ser evitado. Es difícil que en una conjunción de hechos históricos determinados y determinantes se produzca la figura precisa que reúna todas esas condiciones y limitaciones personales y de grupo social que están en su origen: frustraciones, ambición, amargura individual y rencor de su grupo social originario, presión ideológica del medio social-familiar que le marca con su cicatería intelectual en unos sentimientos siempre vigilados, siempre constreñidos, después potenciados por el revanchismo frente a una existencia insatisfactoria. Datos que conjugados en el marco histórico, político y económico en que se producen, permiten la aparición, el asentamiento y la continuidad de un concreto soporte carismático en obediencia fiel a los intereses del poder económico y ejercicio de la sacralidad en provecho tanto de esos intereses como de los suyos propios, y aun de éstos en un doble sentido: la protección al clan que le rodea en sus satisfacciones materiales, y la satisfacción personal mediante las revanchas necesarias y un ejercicio virtuoso de depurada inhumanidad en su autorrealización por el poder, su desenfrenada erótica del mando y la violación de las masas a las que nunca pudo imponerse más que por la violencia. A la oportunidad de un dictador, él ofreció su congelada mirada sobre un pueblo al que siempre despreció, al que más odió que despreció, y al que más temió -quizá no físicamente- que odió y que despreció, en una encadenada, ascendente, conjunción de sentimientos o producida o facilitada por su neutralidad vital ante el mundo de los sentidos.

Cierto, Franco es el agente de una situación histórica. No se puede hacer de Franco un sinónimo de franquismo y del franquismo una totalización original, como sistema político creado y dirigido por Franco para salvaguardar una realidad de poder económico. El franquismo tiene sus peculiaridades, consecuencia y síntesis de su origen político y militar, de la época en que se implanta y de las propias peculiaridades de las fuerzas económicas que lo alumbran, pero también responde a formas clásicas de dominación de clase y Franco se debe al franquismo como el franquismo se debe a Franco.

El panfranquismo tantas veces utilizado es el resultado de muy variados planteamientos, en unos causa y en otros consecuencia de la repetición de los efectos. Para los franquistas no dirigentes ni como clase ni a través de su intervención administrativa en el aparato del Estado, la identificación está asumida como causa, generadora del sistema en que viven, a través de las intermediaciones ideológicas y la opresión cotidiana que emborrona su salida del círculo de adhesiones y reconocimientos. Enmascarada la brutalidad de la directa dominación de clase mediante esos paramentos ideológicos (religión, medios de comunicación, nivel de consumo, etc.) que recubren las formas políticas de la dominación, se presenta cualquier mejora material, manipulada en comparaciones fraudulentas, como fruto de la originalidad del sistema y el carisma del sistematizador. Para los no franquistas, con lo poco que este término describe, el panfranquismo ha sido en unos la conclusión lógica de unos análisis personalistas y superficiales del desarrollo de los pueblos y sus muy concretas formas de sociedad; en otros, resultado de gravísimos errores de análisis al servicio de políticas vacilantes o del reformismo de ciertas organizaciones obreras.

Tanto para quienes, al no aceptar la perspectiva analítica de la lucha de clases como referencia inevitable, se niegan a admitir el peso determinante de las estructuras, desdeñando o infravalorando el peso específico del modo de producción en los cambios políticos y su decisión fundamental sobre el desarrollo de la historia, como para quienes en la práctica del movimiento obrero se separan de su teórica aceptación de la lucha de clases como marco inevitable para sus análisis políticos, el franquismo y Franco forman un bloque monolítico e indiferenciado. Poco más que la historia de un aventurero de modesta apariencia que se impone en el mando de una sublevación militar de derechas, en cuyo origen ni siquiera estuvo complicado, y después, por un juego sutil de equilibrios políticos, coincidencias interesadas y oportunidades menores, conserva el poder hasta su muerte. Una imposición tan diabólica al menos como lo es divina para sus más fieles adeptos, para quienes Franco ha sido un santo tan milagrero que ha multiplicado sus escasos panes y transformado sus entecos peces en hermosos negocios bendecidamente sucios. Otros, menos condicionados de origen, aunque sólo sea por más nuevos, que sí parten de consideraciones estructurales de la guerra civil, aceptarán esos supuestos críticamente, pero los aceptarán, en cuanto que manejan las mismas conclusiones en el enfrentamiento, porque los prolongados efectos de la imposición del franquismo terminan por condicionar una práctica política que sigue inevitablemente a la degradación teórica filtrada por la aceptación del lenguaje de la derecha; más grave aún, del lenguaje del franquismo.

El símbolo Franco crece así hasta identificarse con el franquismo, e inversamente, el franquismo se reduce hasta identificarse con el personaje central, que no único, convirtiéndose en una ideología y una práctica de él emanada, por él sostenida, desde él desarrollada, con exclusión de todo otro dato, condición, exigencia y relaciones de fuerza. La lucha contra el fascismo sustituye a cualquier planteamiento de combate revolucionario, de asalto al sistema, a sus estructuras reales de poder y al Estado burgués; los monopolios y sus ultras son el único enemigo. Franco equilibra las fuerzas para mantenerlas, se dice a menudo, y nunca se señala que es el equilibrio de fuerzas lo que le mantiene mientras él dosifica la participación de los grupos que parcialmente representan a la fuerza origen y continuadora de la guerra civil, más cuarenta años prorrogables de dictadura militar a través del Franco-Bonaparte surgido de la victoria de la burguesía autoritaria contra la República parlamentaria burguesa. Ese símbolo y esa desviación hacia el antifascismo coyuntural de las luchas de masas son efecto del planteamiento de la guerra civil en el contexto mundial de la crisis del movimiento comunista bajo Stalin y la degradación de los partidos socialistas, efecto de la inmadurez subjetiva del movimiento obrero reflejo de la hegemonía reformista, que objetivamente se pronuncian contra la revolución, retrasada al hipotético limbo del "primero ganar la guerra"; como si ambas proposiciones fueran diferenciables más allá de las palabras y los laboratorios de la agonizante -no por herida enemiga sino por avitaminosis revolucionaria- Tercera Internacional. Coartado el empuje de las masas que luchan en defensa de sus intereses reales, la república cayó no por ellas sino mediante el triunfo de lo que Franco representaba. "Pero si la caída de la república parlamentaria encierra ya en germen el triunfo de la revolución proletaria, su resultado inmediato, tangible, era la victoria de Bonaparte sobre el parlamento, del poder ejecutivo sobre el poder legislativo, de la fuerza sin frases sobre la fuerza de las frases" (Karl Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte).

Todo ello es cierto. Pero también lo es que el personaje mismo tiene su importancia. Sobre todo, valga la aparente paradoja, cuando de lo que se trata es precisamente de la biografía del personaje mismo. Franco, representante supremo, carismático y por tanto -es el riesgo de todo carisma prefabricado, aunque ¿qué carisma no es prefabricado?- difícilmente desmontable sin grandes riesgos para los intereses de quienes le sitúan en el poder y le barnizan de historia, es también personaje individualmente considerable. Dotado para el papel que va a jugar como difícilmente se hallaría otro, y no por sus capacidades sino más bien por sus carencias -por ejemplo, de imaginación, reconocida hasta por sus íntimos; de escrúpulos, testimoniada por la historia-, su biografía juega en los dos sentidos: individuo peculiar y oportuna intervención-utilización en el desarrollo de la aventura histórica del sector más reaccionario de la burguesía del Estado español.

Un breve paréntesis para aclarar que diré España a lo largo del texto, y eso tanto por simplificación formal, pues así se hacen las referencias más directas teniendo en cuenta que si el marco nacional es plural y enfrentado el marco político impuesto es uno y a él se deben las referencias generales, como porque él. Franco, es un producto español para España, siendo lo discutible hasta dónde llega histórica y geográficamente ese concepto España, pero sin dudar que empleado por él llega a todo, incluso hasta África cuando puede, incluso a América en los delirios imperiales de una fiebre posiblemente más franquista que de Franco, incluso al más allá en su tuteo administrativo con la Corte celestial, que según sus próximos hace milagros específicos y exclusivamente dedicados a Franco y su gestión del poder, lo cual prueba también la importancia del personaje, pues a la necesaria sacralización de una guerra civil que lo es de clase y de rapiña personal para un sector de esa clase, sus administradores y sus guardianes, tanto como lo es de rapiña social para toda ella, se añade el cúmulo de fanatismo de tan corto nivel cultural como el pasearse por toda la península con la mano momificada de Santa Teresa, o el besarse el dedo gordo de la mano derecha santiguándose ante las cámaras de televisión.

Tampoco se puede prescindir del problema de la autonomía de los aparatos e instituciones políticas incluso respecto a las clases y fuerzas que los originan y que a largo plazo los determinan. Exagerar la exactitud, previsión e inevitabilidad de los datos y circunstancias histórico-económicas que hacen de Franco Bonaparte, puede llevar a caer en un sociologismo que justifique mecánicamente situaciones que así se quedan sin explicación real. El personaje está presente y tiene sus características definidas. El franquismo procede de las necesidades de las clases que Franco representa pero sobre las que se sitúa políticamente en tanto que dictador militar apoyado en el ejército, dicho muy de prisa; pero el aparato militar se autonomiza, aunque sea relativamente, de las clases a las que sirve -o de sectores de la clase- y Franco se autonomiza, aunque sea relativamente, del aparato militar, y así la resultante, el franquismo, cuenta con datos de todos esos elementos que si bien responden al eje central de los intereses de clase se matizan y ganan sus peculiaridades de las peculiaridades de la pirámide de autonomías relacionadas. Dejando bien claro el carácter relativo que esas autonomías tienen para quienes seguimos creyendo, a la espera de que algún sociólogo liberal de la escuela americana nos saque definitivamente del error, que la historia es la historia de la lucha de clases.

Quiero decir, que la personalidad concreta de Franco es importante, y que lo es sobre todo para explicar, en primer lugar, al individuo Francisco Franco que arrastra, o aporta, una serie de datos personales que jugarán -incluso su salud lo ha hecho- en el conjunto de elementos a combinar para obtener su imagen histórica y después para comprenderle en el centro de una sucesión serial de circunstancias históricas que a él le condicionan y que en cierta medida son condicionadas por él. Franco es un instrumento, pero ante las variables posibles de cada interpretación y acción inmediata es siempre un instrumento consciente. Es decir, en una dictadura militar, el dictador representa poder y ejerce poder.

La biografía de Franco debería ser, aceptados estos supuestos generales, un dato más de la historia del franquismo. Pero ni siquiera tras de su muerte puede pensarse en una historia documental y verídica del franquismo. De momento, se puede seguir afirmando que todas las historias del franquismo publicadas hasta ahora son o muy limitadas documentalmente o decididamente falsas, según lo hayan sido fuera o dentro de España; y por ello, también las biografías. Lo corto de las posibilidades es claro; el rastreo documental fue y sigue siendo imposible salvo para quienes hayan sido o sean de tanta confianza del poder como para que la manipulación esté asegurada; caso en el que ya no se trata de limitaciones sino de falsedad. Las historias del franquismo y las biografías de Franco autorizadas en España no son limitadas sino fraudulentas, porque su autorización, dada la conocida sacralización que impide la crítica, implica su acriticismo en el mejor de los casos, y ¿es posible valorar e incluso describir cuarenta años de dictadura militar sin ningún dato adverso o crítica a la gestión del personaje central? ¿Es posible, incluso rebajando dictadura militar a un aguado autoritarismo, considerar una obra así no ya como historia veraz sino ni siquiera como historia? Porque, a la inversa, quien conozca los hábitos oficiales, ¿se imagina permitida una historia del franquismo o biografía de Franco que vaya algo más allá de la pura exaltación? Rodeado por un círculo de hierro protector el personaje, su obra y todo lo que representa, las biografías han tenido que ser incompletas. Por eso precisamente ésta se escribió, hace ya algunos años, no como una biografía académica, o simplemente en la línea de las habituales, sino como una aproximación al personaje y un intento de su interpretación, hoy completado, a través de datos siempre fidedignos. Partiendo de la declaración previa de que se considera al franquismo como síntesis e ideología de una forma peculiar de ejercer el poder por la burguesía; de que el franquismo se encuadra en las decisiones de ese poder y las encuadra a través de supuestos económicos y políticos en una concepción violentamente represiva del ejercicio de la ciudadanía, pero sin que sea posible identificarlo con el fascismo aunque en su origen se le aproximara e incluso alguno de sus componentes lo pretendiera.

En resumen, el personaje cuenta. Y sobre el personaje, sobre el porqué y el cómo del personaje trata esta historia personal que si se desprende en ocasiones del contexto histórico, político e ideológico dirigidos en última instancia por la mediatización económica desarrollando su historia como parte de la historia de la lucha de clases, no significa que se olvide ese contexto sino que, provisionalmente, se le analiza por separado. Como cuando, al margen de su contexto ecológico, pero sin dejar de tenerlo presente en la función que cumple, un lepidóptero es depositado sobre la platina del microscopio para ser observado sólo con finalidades de laboratorio y de manera provisional, independientemente de la naturaleza que le impone desde sus tonalidades al desarrollo de sus órganos vitales, que le proporciona sus defensas y le condiciona su agresividad, sus necesidades, la respuesta a ellas y a las de su especie. Franco, al ser analizado como concreto, y curioso, individuo de su especie, no es dejado fuera de la especie ni aislado de su naturaleza.

Una biografía de Franco no es necesariamente una historia del franquismo; al menos ésta, que más pretende ser un largo reportaje de los momentos más sobresalientes de su vida. Pero debe proporcionar un cierto número de datos que permitan entenderlo, así como situar al personaje en tanto que servidor de quién, adversario de quién y producto de qué. Porque si algo resulta cierto, estremecedoramente cierto en este caso, es que entre su primer vagido de recién nacido y su último balbuceo de anciano pronunciando discursos sin sentido, Franco nunca ha sabido decir nada importante, pero ha respondido con tanta fidelidad como falta de escrúpulos y sobra de brutalidad al llamamiento de una clase a la que ha servido incluso, al final, hasta más allá de sus necesidades reales. Clase que ha pagado con largueza los servicios de este mercenario.

Luis Ramírez (Luciano Rincón)