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Juan García Oliver visto por su editor


El eco de los pasos ha sido escrito lejos de los archivos, excepción hecha del periodo mejicano de la vida militante del autor. A mi juicio hay serias lagunas documentales en El eco de los pasos: la ausencia de un folleto de los años treinta sobre defensa confederal, el texto de la conferencia «Hoy», la versión original de la ponencia de García Oliver sobre comunismo libertario, discutida y profundamente modificada en el Congreso de Zaragoza de 1936, y el informe sobre el «Plan Camborios» de 1937, encaminado a organizar una amplia guerrilla en la retaguardia franquista. Esto en lo que respecta a documentos del propio autor. Hay que lamentar también la ausencia del informe del Comité nacional de la CNT sobre el complot contra el gobierno de Largo Caballero y sus ramificaciones. Algunos de esos documentos terminarán por ser de fácil acceso. Otros, me temo que se hayan perdido definitivamente. La prodigiosa memoria del autor ha colmado en cierta medida esas ausencia.

A partir de 1931, García Oliver es combatido ásperamente en el seno de la CNT. La historia prueba que la mayor parte de los esquemas teóricos y políticos de García Oliver eran correctos. Algunos, y no de los menos importantes, fueron adoptados por las organizaciones confederales y llevados a la práctica: Otros fueron desechados. No conozco ninguna crítica global de esos esquemas a pesar de su coherencia íntima. Pero las críticas parciales coetáneas dirigidas contra García Oliver siguen siendo mantenidas, de manera dispersa, como esencialmente válidas. Esas críticas, formuladas por historiadores vinculados a la CNT, inspiran el sentimiento de que lo que se combatía eran las finalidades ocultas que en sus diáfanas y públicas proposiciones se creía descubrir.

La crítica destructora del criticado ha tenido ejemplos en la CNT. No se puede afirmar, sin embargo, que ello fuera mera manifestación del talante iconoclasta del anarquismo. Hubo militantes destacados que gozaron en vida y después de muertos de un respeto casi absoluto. Sus errores, si errores eran, se imputaban a deficiencias, pero no provocaban procesos de intención. En nombre de los intereses del grupo, también la CNT ha corrido un velo púdico sobre graves desfallecimientos de algún notorio militante. La crítica apasionada, mendaz, que motivó García Oliver, sólo tiene parangón con la que se ensañó en vida con el Noi del Sucre. El eco de los pasos está esmaltado de reacciones contra esa circunstancia, que nos ponen en presencia de una sensibilidad profundamente herida. ¿Cuándo transcribe la bella defensa que de si hizo el Noi del Sucre en 1921, en la Conferencia Nacional de Sindicatos de Zaragoza, no se está defendiendo el propio García Oliver contra la calumnia que lo ha perseguido? En esas páginas, como en tantas otras, está advirtiendo a la CNT de los peligros que para ella entraña la calumnia de sus militantes por sus propios compañeros. La calumnia, porque está inspirada por finalidades políticas y tiene consecuencias políticas, al igual que las tiene el ocultamiento de hechos desfavorables en nombre de los intereses supremos de una organización que se pretende libertaria, ocultamiento que García Oliver tampoco considera saluble. El interés por estos aspectos de la vida orgánica se manifiesta en muchas de las páginas de El eco de los pasos. En ningún otro texto ha hallado una mejor exposición de los mecanismos internos que permitían a la CNT juzgar a sus militantes y a éstos defenderse contra la arbitrariedad: la propia defensa de García Oliver frente a las acusaciones de González Mallada y la descripción del procedimiento que hubiera debido seguir Manuel Buenacasa para enfrentarse, sí la consideró injusta, con la condena que le infligió la CNT.

Sólo me puedo permitir en estas páginas analizar cinco procesos de la vida de la CNT en los que la personalidad militante de García Oliver se halla directamente involucrada por sus historiadores, no necesariamente de manera correcta: el terrorismo confederal, la «gimnasia revolucionaria», las relaciones entre la CNT y la FAI, el Comité de Milicias y el gubernamentalismo de la CNT.

Es bastante frecuente hoy oír y leer que anarquismo no es violencia, que la CNT, en tanto que organización, no recurrió nunca a la violencia individual, y que ésta fue obra de marginales, de incontrolados, de hombres que con su acción comprometían a la verdadera CNT contra la voluntad de ésta. El eco de pasos pone de relieve que la respuesta violenta a la violencia del Estado y de la patronal era un fenómeno «orgánico» en el sentido muy estricto de la palabra. Fue «orgánica» la decisión de ajusticiar al primer ministro Eduardo Dato. La generalización de la respuesta violenta a la violencia que se expresó en el asesinato de Salvador Seguí y de Paronas fue decidida por el conjunto de la militancia barcelonesa, por entonces ampliamente mayoritaria en la CNT. La creación del grupo «Los Solidarios», con la función de golpear en los vértices de la represión, fue encomendada a García Oliver -entonces militante de veinte años- por el comité de acción nombrado en la reunión del Besos e integrado por cuatro miembros de los dos órganos superiores confederales, hombres que se distinguieron a lo largo de su vida pública por su moderantismo: Pestaña, Peiró, Piñón y Marcó. Sin embargo, la posición de García Oliver ante la violencia individual aparecía formulada desde la época en que organizaba, en un clima de áspera violencia, la Comarcal confederal de Reus: «Cuando una organización no puede defender la vida de sus militantes en el plano individual, debe hacerlo en la acción colectiva », dice en la página 57, y antes de su primer exilio en Francia (1926) desarrollará esta idea ante instancias orgánicas.

El convencimiento de la relativa ineficacia de la violencia individual le llevará a teorizar y a defender la aplicación de la «gimnasia revolucionaria» desde los primeros años de la Segunda República. Es éste otro de los aspectos controvertidos de la trayectoria de García Oliver, tachado de aventurerismo por muchos sindicalistas de la época, para buen número de los cuales la «gimnasia revolucionaria» debilitó a la CNT. Esta táctica no era sólo un arma interna contra la fracción confederal treintista. Como método de lucha tuvo su ensayo general en los sucesos del 8 de enero de 1933, movimiento preparado en lo esencial por el Comité de Defensa confederal de Cataluña, integrado entonces por casi todos los militantes que constituirán el grupo «Nosotros», sucesor sólo de alguna manera del grupo «Los Solidarios». La significación y los resultados del aparente fracaso que constituyó lo que fue calificado de putsch, fueron ampliamente discu- tidos en las organizaciones confederales en los meses posteriores. La organización, el desarrollo y las consecuencias de esa manifestación de la «gimnasia revolucionaria» constituyen uno de los capítulos más importantes de la historia de la CNT porque en él convergieron problemas de táctica y estrategia, pero también problemas de estructura orgánica y de finalidad última de la CNT; capítulo que todavía presenta muchos puntos oscuros y sobre el que, a mi criterio, se detiene poco El eco de los pasos.

Los acontecimientos posteriores demostrarán que la « gimnasia revolucionaria» había hecho de la CNT la primera fuerza obrera de España y que hizo posible que sus organizaciones respondieran victoriosamente al golpe de Estado militar en 1936. La «gimnasia revolucionaria» era la manifestación práctica del análisis global que hacía García Oliver de la situación política española. Transcribiendo una conversacion suya con Durruti y Ascaso en 1931, dice García Oliver: «La República, asentada en un punto neutro, sin sufrir vaivenes de derecha ni de izquierda, se consolidará y sería la paz. Un espejismo de paz, pues seria una república gobernada en defensa de los mismos intereses que defendió la monarquía. España necesita hacer su revolución. Y porque la necesita, la hará. Y prefiero que sea una revolución anarcosindicalista, siquiera sea porque, alejados de toda influencia histórica, tendría el sello de la originalidad».

Este es el hilo conductor de la acción de García Oliver. Hilo conductor que tiene que defender incluso dentro del núcleo de sus más Íntimos, dentro del grupo «Nosotros», pues el putsch de finales de 1933, cuyo objetivo es apoyar a las izquierdas políticas frente a la derecha victoriosa electoralmente, representa un triple fracaso para García Oliver, porque rompe la línea de conducta política que él defiende en la CNT, porque se hace en contra del acuerdo del grupo «Nosotros» y porque la figura de proa de ese movimiento será el propio Durruti, saltando por encima de los acuerdos del grupo. Dejo la palabra al propio García Oliver:

«Me decía que mi concepción del péndulo para impedir la consolidación de la República burguesa iba a entrar en una fase decisiva. Ahora, me decía, las izquierdas tendrán que acudir a la sublevación. Y habría que estar prevenidos, para no ser arrastrados por ellas. Nosotros no debíamos hacer el juego insurreccional a nadie. Opinaba que los acontecimientos se producirían de manera que nos permitiría hacernos con la dirección revolucionaria de España. Los motivos alegados para la insurrección -impedir la entrega del gobierno a las derechas- no tenían por qué afectar a los trabajadores de la CNT, porque si los derechistas triunfaron se debía a que por nuestra propaganda antielectoral los trabajadores no habían votado. Nuestra propugnada "gimnasia revolucionaria" alcanzaba solamente a la práctica insurreccional de la clase obrera al servicio del comunismo libertario, pero, nunca para derribar ni colocar gobiernos burgueses, fuesen de derecha o de izquierda».

La preparación y el desarrollo de la sublevación de octubre de 1934 demostró la validez del punto de vista defendido por García Oliver. El movimiento fue el resultado de un pacto entre Largo Caballero y Companys, a espaldas de la CNT; lo que equivale a decir contra la CNT, y en Cataluña lo fue descaradamente desde que el movimiento se inició. Dice García Oliver: «En Asturias existía la Alianza Obrera, a la que estaba adherida la Regional de la CNT. La única que secundó dicha consigna, erróneamente o no. Pero la orden del movimiento revolucionario fue dada por el Comité del Frente Popular, sin conocimiento previo de la CNT. En concreto, por socialistas y comunistas. No obstante, los militantes confederales, generosos, secundaron enérgicamente el movimiento y le dieron profundidad revolucionaria. En Barcelona lo acontecido fue de comedia. Dencás, cabecilla máximo de Estat Cátala, dirigía el movimiento desde el edificio de Gobernación. Badía, segundo que aspiraba a primero, acompañado de policías catalanes, de guardias de asalto y de algunos "escamots", paseaba con descaro, Thompson en mano, deteniendo a anarquistas y a militantes de la CNT. Asaltó los locales de Solidaridad Obrera y algunos otros locales de la CNT»,

Serios tratadistas condenan todavía hoy la inercia de la CNT en la circunstancia.

Entre los historiadores no simpatizantes con el anarquismo es lugar común una CNT dominada por la FAI. Las relaciones entre una y otra fueron siempre origen de polémicas en la propia CNT. Hoy esas polémicas vuelven a tener actualidad. En El eco de los pasos se habla mucho de la FAI, pero de forma poco convencional. Peirats ha podido decir: «Algunas personalidades que hablaban constantemente en nombre de la FAI tuvieron más influencia que nosotros mismos, que la representábamos oficialmente. Me refiero a Francisco Ascaso, Buenaventura Durruti y Juan García Oliver. Estos hombres tenían su pequeña FAI». Las relaciones entre ambas organizaciones siempre fueron ambiguas y ello es lo que hace posible la afirmación de Peirats y otras afirmaciones de García Oliver formalmente contradictorias entre sí. Dice García Oliver: «La FAI había encontrado el gran camino. Vigía de la revolución anarquista y proletaria, tuvo una voz fuerte -la mía- en el Congreso nacional de 1931». El hecho es que el grupo «Nosotros» no ingresa en la FAI hasta finales de 1933, y ello contra la opinión de García Oliver, que aun siendo el más brillante orador de la tendencia «faísta», siempre manifestará una reacción negativa ante la FAI en tanto que organización. El «faísmo» para García Oliver es una actitud vital, una adscripción ideológica y no una adscripción formal a una organización llamada FAI: «Ser "faísta" equivalía a ser anarcosindicalista revolucionario; ser "treintista" a ser anarcosindicalista reformista, perteneciesen o no unos u otros a la FAI o al grupo de los Treinta», se dice en la página 123 de El eco de los pasos.

Viene al caso citar la opinión que esa FAI- organización le merece a García Oliver en el momento en que el grupo «Nosotros» ingresa formalmente en ella: «Los que ya la dominaban constituían, en potencia, la contrarrevolución. Aquellos "faístas" terminarían por dedicarse al estrangulamiento de la revolución proletaria, de la que los miembros del grupo "Nosotros" aparecíamos como adelantados. Todos ellos eran fugitivos de la clase obrera que, como periodistas, maestros racionalistas o escritores, habían logrado el milagro de eludir las restricciones que imponía el acuerdo de no tolerar la duración de más de un año en los cargos retribuidos. Disponían de mucho tiempo para conspirar contra el grupo "Nosotros", cuyos componentes tenían que repartir su vida entre el trabajo en la fábrica o el taller, el agobio de la asistencia a las reuniones, los mítines y las conferencias y la responsabilidad de los cuadros de defensa. A la larga, teníamos que ser dominados y eliminados. Eran más peligrosos que los llamados "treintistas". Nosotros casi siempre estábamos presos o perseguidos. En cambio, la mayor parte de la pléyade de lidercillos que aspiraban a sucedernos, ninguno de ellos estuvo nunca preso».

Sus memorias presentan a García Oliver como un hombre de la CNT, como organizador, como hombre de grupo, de asamblea, de pleno, de congreso, como orador, como hombre de acción, pero no como burócrata. Hay una evidente repugnancia en García Oliver por la política comiteril y en ello puede residir la causa de lo que cabría considerar como fracaso personal en un hombre acusado reiteradamente de aspirar al poder personal a partir de una organización obrera.

Lo que pone en evidencia la lectura de El eco de los pasos es que los esfuerzos de García Oliver tendían a hacer de la CNT una fuerza revolucionaria independiente y hegemónica. En vísperas de la sublevación militar, en una reunión del grupo «Nosotros», García Oliver veía asi la situación: «Estamos determinando que derechas e izquierdas republicanas se incorporen a la táctica "faísta" de sacudir el régimen republicano. La actitud de las izquierdas gubernamentales hasta el día anterior ha sido francamente suicida. Si por haber perdido unas elecciones se lanzaban a la sedicente revolución de octubre, ¿qué harían las derechas si, desgastadas por las inícuas represiones que han desencadenado, perdiesen ahora las elecciones dando paso a un gobierno de izquierdas revanchistas? Pues secundarían el ritmo "faísta" y se lanzarían también a la revolución, una revolución de signo militar fascista. ¿Hay quienes pretenden utilizarnos para sacarnos de prisión y darnos después un puntapié salva sea la parte? Los escuchamos y les damos un no. Rotundo no, pero no definitivo que nos permita ir cediendo cuando se comprometan a entregarnos, antes o inmediatamente después de las elecciones, tres partidas de armas y municiones para ser depositadas en Zaragoza, en Sevilla y en La Coruña».

También en esta ocasión manifestó Durruti disconformidad, adhiriéndose después, tras una intervención de Ascaso, a las tesis de García Oliver. La estrategia triangular de García Oliver iba a fracasar -Zaragoza se perdió, Sevilla se perdió, La Coruña se perdió-, y entre las razones del fracaso el autor señala con razón el que la burguesía del Frente Popular recogió los votos de los Cenetistas pero no cumplió sus compromisos.

El Comité de Milicias fue, parece ser, consecuencia de la victoria de los anarcosindicalistas barceloneses sobre los militares sublevados -hay que insistir, gracias a la organización paramilitar, a los cuadros de defensa, a los militantes confederales y a la experiencia conseguida por la práctica de la «gimnasia revolucionaria». Nadie desde la izquierda pretendidamente revolucionaria ha combatido seriamente a posteriori al Comité de Milicias. El eco de los pasos demuestra que no fue una creación de la CNT ni tampoco el instrumento revolucionario que pudo haber añorado García Oliver. Pero éste se ha mostrado siempre como un hombre pragmático que ha sopesado la relación de fuerzas en cada momento, y como el Comité de Milicias fue atacado incluso antes de nacer, sobre todo desde la Generalidad, pero también desde los Comités superiores de la propia CNT, García Oliver se aplicó a defenderlo con todas sus fuerzas. Estas fuerzas eran las que le daban la confianza de la militancia anarcosindicalista catalana. He aquí la opinión que el Comité de Milicias y la situación general merecían a García Oliver el 23 de julio de 1936, expresada en el Pleno regional de Locales y Comarcales de la CNT y de la FAI celebrado en Barcelona: «Expliqué que el Comité de Milicias se había tenido que constituir cuando ya Companys se había arrepentido de haber sugerido su creación. Que los demás partidos y organizaciones no creían -al igual que Companys- que el Comité de Milicias pudiese servir de algo más que de Comisaría de policía de segunda clase. Afirmé que los errores podían y debían ser anulados, tenida cuenta de que estábamos en los inicios de un proceso revolucionario que podría ser largo en su desenvolvimiento y durante el cual seguramente tendríamos que ir modificando algunas actitudes y no pocos acuerdos. Expliqué también que la marcha revolucionaria estaba adquiriendo tal profundidad que obligaba a la CNT a tener en cuenta que por ser la pieza mayoritaria del complejo revolucionario no podría dejar la revolución sin control y sin guia, porque ello crearía un gran vacío, que, igual que en Rusia en 1917, sería aprovechado por los marxistas de todas las tendencias para hacerse con la dirección revolucionaria aplastándonos. Opinaba que había llegado el momento de que, con toda responsabilidad, terminásemos lo empezado el 18 de julio, desechando el Comité de Milicias y forzando los acontecimientos de manera que, por primera vez en la historia, los sindicatos anarcosindicalistas fueran a por el todo, esto es, a organizar la vida comunista libertaria en toda España».

Esta argumentación sólo fue apoyada por el delegado de una Comarcal y fue impugnada por Federica Montseny en nombre de los más puros principios ácratas y por Abad de Santillán, que alegó el peligro de una intervención extranjera. García Oliver volvió a hablar y dijo: «No podemos marcharnos tranquilamente a nuestras casas después de que terminen las tareas del Pleno. No importa lo que el Pleno acuerde; ya no podremos dormir en mucho tiempo, pues si nosotros, que somos mayoritarios, no damos una dirección a la revolución, otros, que todavía hoy son minoritarios, con sus artes y mañas de corrupción y eliminación, sacarán del vacío en que habremos dejado a las masas. Y afirmo que el sindicalismo, en España y en el mundo entero, está urgido de un acto de afirmación de sus valores constructivos ante la historia de la humanidad, porque sin esa demostración de capacidad de edificación de un socialismo libre, el porvenir seguiría siendo patrimonio de las formas políticas surgidas en la revolución francesa, con la pluralidad de partidos al empezar y con partido único al final. Y puesto que estoy sostenido por una Comarcal, presento en firme la proposición de que la CNT vaya a por el todo e implante el comunismo libertario».

García Oliver fue vencido por la totalidad menos uno. Fue vencido -herida profunda- ante el silencio de Durruti, presente en el Pleno. Y con él era vencido a más o menos largo plazo el recién nacido Comité de Milicias. Y lo que es más grave, era vencida la propia organización anarcosindicalista. «No salía de mi asombro», dice. «Acababa de celebrarse el Pleno de Locales y Comarcales más insólito. Unos delegados, convocados urgentemente, desconocedores de lo que iba a tratarse en aquel Pleno, acababan de adoptar acuerdos que tiraban por la borda todos los acuerdos fundamentales de la CNT, ignorando de paso lo más elemental de su historia de organización fuertemente influida por los radicalismos del anarquismo. Y habían sido elementos de la FAI los que la impulsaban a posiciones tan reformistas que ni siquiera los "treintistas" se hubieran atrevido a enunciar, quienes, por cierto, no habían intervenido en la discusión ni adoptado posición».

Todo el contexto de sus memorias pone de manifiesto que para García Oliver el Pleno que tendría mayor influencia en la historia de la CNT no tenía otra validez que la formal, porque ese Pleno estaba en contradicción con aquella historia. La militancia anarcosindicalista barcelonesa había sido sangrada los días precedentes: 400 muertos y miles de heridos. Y se quejará reiteradamente por la no publicación de las actas de ese Pleno.

En algún lugar de El eco de los pasos, dice García Oliver que no tiene vocación de Trotski. En la ocasión, ni dio un portazo ni conspiró en los pasillos de los Comités orgánicos por los que apenas se le vio mientras estuvo en funciones el Comité de Milicias. Esperó un nuevo flujo del impulso revolucionario, tratando de conversar y crear instrumentos para ese momento: «En el Comité de Milicias actué como querían los militantes de base y los Comités de sindicatos, de secciones, de taller y de fábrica; esto es, que se iniciase la revolución en lo político anulando al gobierno de la Generalidad, y en lo social y económico impulsando las incautaciones y colectivizaciones de la industria y la agricultura en los pueblos de Cataluña y en los que liberaron en Aragón las milicias anarcosindicalistas».

García Oliver sería acusado copiosamente esas semanas de aspirar al poder personal. El eco de los pasos subraya que en ciertos círculos de la CNT y de la FAI se vivía en el temor de un golpe de mano de García Oliver contra las instituciones gubernamentales tambaleantes pero todavía en pie. También revela sin tapujos el libro que ello fue proyecto de García Oliver. Pero con la militancia anarcosindicalista. ¿Podían temer los dirigentes de la FAI a un hombre solo? Estas fueron sus palabras ante el grupo «Nosotros» pocos días después del Pleno: «Debemos aprovechar la concentración de las fuerzas que mañana se pondrán a las órdenes de Durruti y proceder al asalto de los principales centros de gobierno, Generalidad y Ayuntamiento, con una rama de la columna que podríamos dirigir Marcos Alcón y yo. Teléfonos y Plaza de Cataluña, con otra rama dirigida por Jover y Ortiz. Y Gobernación y Dirección de Seguridad con otra rama dirigida por Durruti y Sanz, pudiendo sumarse a cualquiera de ellas los Ascaso y García Vivancos, siempre que estéis de acuerdo.

Habló Durruti. Siquiera ahora romperíamos la incógnita de su actitud. «La argumentación de García Oliver, ahora y durante el Pleno, me parece magnifica. Su plan de realizar el golpe es perfecto. Pero a mí no me parece que sea éste el momento oportuno. Opino que debería ser realizado después de la toma de Zaragoza, cosa que no puede tardar más de diez días. Insisto en que debemos dejar esos planes para después de tomar Zaragoza». Zaragoza no fue tomada.

Se ha acusado a García Oliver de militarismo. Lo que revelan sus memorias es que le obsesiona una frase que oye a los 7 años a unos obreros fugitivos en el Reus de la «Semana trágica»: «¡No se puede con el ejército!». El Ejército, el ejército burgués y la manera de enfrentarse a él será una preocupación constante en García Oliver y su grito de victoria en julio de 1936 será: «¡Sí se puede con el ejército!».

Su propuesta de creación de milicias sindicalistas confederales -que en realidad eran un hecho en la Regional catalana- fue combatida en el Congreso de Zaragoza e interpelada irónicamente por Cipriano Mera. Los hechos son tozudos. La mayor parte de sus más íntimos compañeros de lucha -Sanz, Jover, García Vivancos, Ortiz, por no mentar a Mera- terminaron la guerra como oficiales superiores. El no. Sin embargo, como abundan sus memorias y como prueba la historia, ningún otro militante anarcosindicalista inspiró más respeto a los oficiales profesionales afectos a la República y surje automáticamente la pregunta de cómo no se hizo nombrar jefe del frente de Aragón en vez de nombrar, de manera que los timoratos pueden calificar de autocrática, al coronel Villalba.

Las páginas de El eco de los pasos que tratan de la entrada de la CNT en el gobierno, de la aventura -podemos decir grotesca- de Durruti yendo a morir inútilmente a Madrid, son de las más instructivas de la obra. Una verdad hiriente, insultante, brota de ellas: la debilidad política de los órganos supremos de la Confederación que, en virtud de las excepcionales circunstancias, tenían -quisieran o no, y ése es otro problema- que adoptar medidas urgentes y graves, tan graves que comprometian irreversiblemente el futuro.

La disolución del Comité de Milicias es una triste página de la historia de la CNT: «El Comité de Milicias se constituyó para soslayar ir a por el todo. El Comité de Milicias se disolvió por haber ido demasiado lejos. Se disolvía para dar paso a un Consejo de la Generalidad de Cataluña. La Generalidad acabaría por ser absorbida en sus funciones por el gobierno de Madrid, que no tenía ni apariencia de gobierno revolucionario. Un pequeño salto atrás más y la CNT llegaría al final de su cuesta abajo».

También fue una triste página el acuerdo de un Pleno nacional de Regionales de la CNT de dar ministros al gobierno de Largo Caballero. El haber sido ministro de un gobierno burgués es el reproche mayor que se ha formulado contra García Oliver desde meridianos anarquistas. En El eco de los pasos expone los argumentos que opuso ante Horacio M. Prieto, antes secretario del Comité Nacional, contra la participación gubernamental y contra su designación como ministro, en la que veía una maniobra para alejarlo de Cataluña de quienes temían sus proyectos de «ir a por el todo» en la ocasión propicia. García Oliver era consciente de que la fuerza de la CNT estaba en Cataluña y de que allí se jugaba la posible imposible revolución. Es difícil acusar a García Oliver de indisciplina orgánica, una vez se ha manifestado su organización: fue ministro y, según los cánones establecidos, fue un buen ministro. Es decir, defendió los intereses más inmediatos de una organización que había decidido que participara en el gobierno. Pero no se manifiesta cómodamente instalado en su sillón. Sabe que es precario. Su discurso en el Coliseo de Barcelona, a finales del invierno de 1936, hace un balance sin concesiones de la guerra y apunta claramente hacia la liquidación del gobierno burgués a que pertenece y a la instauración del poder sindical.

Las memorias de García Oliver resuelven problemas de la historia contemporánea de España. También plantean sobre bases nuevas muchos otros. Se podría preferir, quizá, que fuesen sacrificados no sólo «excursos y extravagancias», sino también algunas páginas consagradas al penal de Burgos o al viaje a través de la URSS, en provecho de una amplia exposición de los entresijos del Congreso de Zaragoza o de las negociaciones para participar en el gobierno de la Generalidad o en el gobierno central. Si de García Oliver se espera que lo diga todo es porque se supone que lo sabe todo. Lo cual es inverosímil. Por ejemplo, la decisión de participación gubernamental de la CNT es un proceso que se desarrolla al margen de García Oliver. En tanto que testigo, es plausible que no pueda decir más de lo que dice. Algo semejante sucede con las páginas de sus memorias dedicadas a los sucesos de mayo de 1937. Ni sus mayores enemigos le han atribuido a García Oliver el don de ubicuidad.

Mi exposición de los procesos confederales en que García Oliver juega un papel relevante, y generalmente deformado, ha de quedarse coja por imperativos de espacio. Sería necesario analizar su acción en las postrimerías de la guerra civil -Plan Camborios y Comité ejecutivo del Movimiento libertario de Cataluña- y en el exilio -Consejo general del Movimiento libertario, Partido Obrero del Trabajo, la «Ponencia» y gobierno republicano en el exilio- para que la exposición de la coherencia política que creo ver en la práctica de García Oliver y en El eco de los pasos no quedara amputada.

Libro amargo, lo es El eco de los pasos, pero no es un libro pesimista. No significan una renuncia ni son pesimistas estas palabras de García Oliver que bien podrían ser el colofón de sus memorias: «Ni antes, ni durante mi gestión de ministro, ni durante el tiempo que vegeté en Barcelona, me arrepentí de lo que hice siendo ministro, ni de haber propuesto ir a por el todo. Este es el momento de aclarar la enorme distancia que separa al anarquista del anarcosindicalista: aquél, siempre en vela por las esencias puras del libertarismo, y éste enfrentado con las realidades del complejo mundo social. Aquél, el anarquista, es una actitud ante la vida; y el anarcosindicalismo es una actuación en la vida. Desde que un día propusiera ir a por el todo, jamás dejé de esperar la oportunidad de poder hacerlo».


José Martínez, en Tiempo de Historia (1978)