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El diario y los diarios


En la clandestinidad, la prisión, el exilio y la guerra tenía dos maneras de estar y de mirar los acontecimientos.

Uno, el directo de la acción; otro, el de la distancia, de la observación.

Como si yo y los otros fuéramos unos y otros.

Aquel que hacía era yo.

Aquel que miraba quizás no, o quizás sí.

Un bicho raro que miraba y se miraba desde afuera.

Fríamente.

Y todavía algo más.

Intuía que la historia se hace. Y después se cuenta casi siempre de otra manera, que es otra forma de hacerla o «rehacerla».

Pensaba que un diario es una manera individual y limitada de narrar acontecimientos colectivos.

De otra parte para mí lo genuino de la lucha colectiva, es que cuando participo en ella no soy más yo -un hombre y sus conflictos- sino que me integro, desaparezco en los otros, en su compañía.

Por ese sentimiento auténtico me negaba a ser «héroe», jefe, a estar separado o sobre la colectividad.

Y tampoco aceptaba ser cosa, obediencia, objeto dominado o dominante.

Me integraba.

Lo colectivo era la coincidencia.

Me fascinaba lo anónimo y la clandestinidad lo era.

La lucha era una invención colectiva y la necesidad garantizaba la libertad y la creación revolucionaria.

Mis responsabilidades en la lucha me facilitaban la manera de contar la historia de la forma más colectiva posible.

Como director del periódico clandestino Revolución, responsable de propaganda de la dirección nacional del Movimiento 26 de Julio, o como director de «Radio Rebelde», en la Sierra Maestra, recibía y era encargado de todo lo que se escribía: cartas, partes de guerra, informes, notas, artículos, manifiestos, grabaciones, entrevistas, comentarios, crónicas, publicaciones.

Y podía pedir a todos materiales para nuestra prensa revolucionaria.

Sabíamos que trincheras de ideas eran otra forma eficaz de hacer la guerra: Che, Fidel, Frank, Hart y yo entre otros, coincidíamos en lo decisivo de la propaganda.

Con una mínima destrucción física y una máxima destrucción psicológica nosotros vencimos al ejército de Batista y sus cuerpos represivos.

Romper la censura, liberar la rebeldía del pueblo, dominada por hábitos, técnicas y control de un gigantesco aparato de propaganda radial, televisivo y escrito, era parte de nuestra batalla.

Y si nosotros vencimos entonces la tiranía y el imperio, fue porque el pueblo se incorooró a la lucha y fue su verdadero protagonista.

Así mi diario era diferente: anotaba lo que me parecía más interesante de lo que cada uno escribía de cada acontecimiento, y de los problemas y desarrollo de la lucha.

Los otros y yo mismo.

Cuando me parecía que faltaba algo esencial lo pedia.

Lo escrito fue completado después con lo grabado en conversaciones como forma de enriquecer el diario y de descubrir el interior, lo íntimo y humano de los participantes, de los protagonistas y de la colectividad.

Las palabras de cada uno son las de entonces. No las de ahora.

Y mi mayor preocupación saber que el límite de la historia era que el pueblo la hacía pero no la contaba.

Tan anónima y colectiva que no se registraba en palabras.

Cada palabra escrita aquí es la historia de millares de luchadores y gueri11eros anónimos, que en ciudades y montañas lucharon y murieron e hicieron la lucha por la libertad.

Si un diario colectivo-popular era imposible, al menos éste no es individual.

Y es la palabra de muchos y de los principales protagonistas de la lucha, como contaron entonces cada acontecimiento en que participaban

Y por tanto una fuente auténtica de historia de la insurrección cubana.

Carlos Franqui