La transición excluyente

Joan Martinez Alier
Mi relación con la editorial Ruedo Ibérico empezó en 1965, cuando yo tenía 25 años y acababa mi tesis sobre el latifundismo en la campiña de Córdoba que escribía en Oxford desde donde hacía viajes a Andalucía. Pasaba por París y entraba en La Joie de Lire, la librería de Maspero, donde estaban los primeros libros de Ruedo ibérico. Ya en el número 13 de los Cuadernos de Ruedo ibérico, dedicado a la agricultura, tanto José Manuel Naredo (a quien no conocía aún personalmente) como yo publicamos artículos. Yo insistía en el progreso técnico de la agricultura española y al mismo tiempo explicaba el enorme miedo que aún reinaba en el campo andaluz, la continua represión por parte de la Guardia Civil, y los restos que quedaban de la ilusión del “reparto” de los cortijos. Mi libro sobre el latifundismo andaluz fue publicado en castellano por Ruedo ibérico en junio del 1968. Yo era entonces investigador universitario en Oxford sobre historia agraria latinoamericana. Colaboré a distancia con Ruedo ibérico del 1965 al 1974. En 1974-75 pasé seis meses en la editorial en Paris. Fue un tiempo divertido y de gran actividad. Fue cuando coeditamos el libro de la “Operación Ogro”.

Los libros de Ruedo ibérico eran diversos. Muchos eran de historia de España de autores liberales o de izquierda, que aquí no se podían publicar, eran también memorias de anarquistas (Mera, García Oliver y otros) o de militantes del POUM, y fueron, cada vez más, libros de actualidad en las postrimerías del franquismo (El proceso de Burgos, el Opus Dei, la ACNP, el dominio adquirido por el partido comunista sobre las Comisiones Obreras y tantos otros temas). Así, hasta unos doscientos libros y muchas reediciones en veinte años. Además los Cuadernos, cuyas caricaturas se burlaban de Franco, también de Fraga y de Juan Carlos. Algunos decían que Ruedo ibérico no tenía una línea concreta. A su director, Pepe Martinez, eso no le importaba. La intención era publicar lo que no se podía publicar en el interior, ilustrar a los jóvenes. Pepe Martínez había hecho y perdido la guerra civil a los 17 años, había estado en la cárcel, se había exiliado a París en 1947, había sido anarquista de joven y lo fue activamente otra vez de mayor. Murió casi abandonado y de muy mal humor en 1986, el día del referendum de la OTAN. La editorial había dejado de existir seis años antes. Sus archivos están en el Instituto de Historia Social de Amsterdam. Los “antiguos” de Ruedo ibérico le estamos agradecidos a ese instituto por su amparo y su trabajo de catalogación.
Volviendo al 1966. Naredo era entonces un economista de 24 años, que hacía un stage en la OCDE. El también entró en el grupo de Ruedo ibérico. Pepe Martinez sabía historias que nadie nos había contado, además era un exilado que no solo hablaba sino que hacía algo práctico. Pocos años más tarde Naredo y yo conocimos a Elena Romo, a Nicolás Sanchez-Albornoz, a Ramon Viladás, que con Vicente Girbau y Pepe Martinez habían fundado la editorial en 1960. También a Barbara Probst, de visita en Francia. También a Marianne Brull, secretaria y compañera de Pepe Martinez, quien vive ahora en Barcelona. Podemos decir que Naredo y yo fuimos de la segunda ola. Naredo fue durante doce años un elemento importante de los Cuadernos de R.I., ayudando a coordinar lo que se escribía desde Madrid por economistas como Juan Muñoz (más tarde vice-presidente del Congreso), Arturo Cabello, Leguina y otros. Naredo siempre usó seudónimo, era funcionario y casi siempre vivía en Madrid. A partir de 1973 Naredo y yo le ayudamos a Pepe Martínez a sacar los últimos veinticinco números de Cuadernos de Ruedo ibérico, al final ya en Barcelona. Juan Goytisolo continuó enviando ensayos propios y de otros autores en el papel que el asumió en CRI de asesor de temas de literatura, y se convirtió en el autor más habitual de los Cuadernos a lo largo de su historia. El segundo creo que fui yo. Pero la nómina de quienes escribieron en los Cuadernos de Ruedo ibérico es muy amplia. Algunos, como Alfonso Sastre o Paco Letamendia pertenecen a los innombrables, otros han sido ministros.
Desde 1974, con Naredo y conmigo, con Francisco Carrasquer y Carlos Peregrín Otero, el contenido de la revista se hizo ya bastante ecologista y anarquista. A Pepe Martinez le desesperaba la lentitud de la redacción de los artículos y la falta de suscriptores (aunque CRI llegaba a bastantes bibliotecas del mundo). Pero en cuanto al contenido estaba de acuerdo con nosotros. El mismo, con el seudónimo Felipe Orero (nombre de un tío materno suyo, fusilado por los franquistas) escribió artículos de doctrina anarquista. Los colaboradores iniciales de Cuadernos de Ruedo ibérico más conocidos, Jorge Semprún y Fernando Claudín, dejaron Ruedo ibérico. Se preparaban ya para su trayectoria posterior, lo mismo que tantos otros que iban a circular en la órbita del diario El País y a gozar de las delicias de la transición. Nosotros, por el contrario, con pleno apoyo de Pepe Martínez, estábamos disconformes con la transición que se preparaba.
En los Cuadernos de Ruedo ibérico entre 1974 y 1978 atacamos la Reconciliación Nacional, no desde luego porque quisiéramos otra guerra sino porque permitía dar una salida fácil a los franquistas. Nos preguntamos: “¿Quién amnistiará a los amnistiadores?” Resultó que se amnistiaron ellos mismos. Protestamos por las Grandes Rebajas de la oposición política y pedimos Una Oposición que se Oponga (título del número 54 de CRI). Analizamos los gobiernos de Suárez (con mucha presencia directa de empresarios y banqueros, y de políticos de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, es decir, los herederos de Herrera Oria y Martín Artajo, a saber, Osorio, Lavilla, Oreja). El partido comunista empujaba a la reconciliación con los post-franquistas, el partido socialista, que apenas había existido en los años 1960 y 1970, aprovechó el empujón para correrse más a la derecha con sus nuevos líderes. La resistencia al franquismo se rompió. Nosotros quedamos fuera.
Pepe Martínez estuvo dos años sin decidirse a traer la editorial a España, al final escogió Barcelona (cuando ya Tarradellas estaba aquí, un viejo amigo personal del exilio). En los primeros meses o años tras la muerte de Franco no tenía pasaporte y tenía temor de ser detenido al llegar a España. Después, todos tuvimos temor de la violencia si abríamos aquí una editorial y una librería. En Paris en la librería de Ruedo ibérico de la rue de Latran en octubre del 1975, alguien puso una bomba. Típica historia: no se sabe aún hoy en día exactamente quién fue, cómo se llamaba, quién le mandó hacerlo. Lo más probable es que fueran policías españoles. Seguramente a estas alturas quienes pusieron la bomba se habrán ya jubilado o estarán por hacerlo después de haber servido a la democracia con la misma profesionalidad que sirvieron a la dictadura. Tendrán una pensión del estado español. Pepe Martínez no tuvo pensión española. A él le ayudaron al final económicamente sus amigos italianos, a quienes conocía de empresas editoriales. Y un poco, muy poco, nosotros sus amigos ibéricos.
La transición política española fue una transición excluyente. No es verdad que a todos los que habían estado en la resistencia, la transición les pareciera bien. Ciertamente, la mayor parte de la resistencia al franquismo se acomodó rápidamente (excepto en Euskadi) a la nueva situación. Otros, los menos, quedaron fuera. Por ejemplo, de quienes se habían jugado la vida entrando en la Unión Militar Democrática, algunos acabaron de diputados socialistas, otros fueron olvidados y dejados de lado. Por ejemplo, quienes intentaron reconstruir la CNT en Catalunya tuvieron inicialmente un cierto eco, a pesar de sus peleas internas, en su oposición al Pacto de la Moncloa (contra el que despotricamos en los Cuadernos de Ruedo ibérico de la última época). Pero la CNT casi desapareció tras el atentado del Scala en enero del 1978, en el que participó un agente provocador llamado Gambín, cuando Martín Villa (demócrata de toda la vida) era ministro del Interior.
El ninguneo social y político que recibió Pepe Martínez era esperado pero le dolió mucho, él había estado exilado treinta años, no tenía ya su vida profesional por delante. El había hecho algo notable por la cultura española y contra el franquismo. No se le reconoció en vida, no fuera que al salir en los diarios o en la tele dijera algo inconveniente. Ahora han pasado muchos años más desde su muerte y más aun desde que la editorial Ruedo ibérico desapareció. Treinta años de retraso son ya muchos para que nadie se atreviera a recoger en nombre de Ruedo ibérico premios de las autoridades estatales ni elogios de los monopolistas culturales. Premios o elogios que les laven la mala conciencia, si la tienen.
Fraga (que como ministro de cultura franquista, se molestaba mucho con Ruedo ibérico) ganó su puesto en la transición política democrática española, nada menos que como fundador del PP, partido de gobierno. Ruedo ibérico quedó fuera, excluidos de la transición. El caso de Ruedo ibérico es uno más tan solo. Así fue. No tiene ya remedio.
En La Vanguardia, 12.1.2005
Catedrático de Economía e Historia Económica de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Miembro del Comité Científico de la Agencia Europea de Medio Ambiente.
Presidente-electo de la International Society for Ecological Economics.

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