“Y el cinismo sin llegar”

Homenaje a Pepe Martínez y el Ruedo ibérico
Jorge Herralde
En los años 60, la década por excelencia de la edición política, que prosiguió en la década posterior y en cuyas postrimerías casi desapareció hasta muchos años después, en mi opinión tres figuras descolgaban por encima de todas, tres faros, tres ejemplos para cualquier editor con vocación antifranquista. Eran el italiano Giangiacomo Feltrinelli, el francés François Maspero y el español José Martínez.
También debe destacarse en especial a Jérôme Lindon, que en sus Éditions de Minuit, además de lanzar el nouveau roman, tomaba arriesgadas posturas, personales y editoriales, respecto a la guerra de Argelia y la tortura de las tropas francesas, y desde luego el formidable catálogo de Giulio Einaudi, muy próximo políticamente al PCI. En España la excepcional labor de Carlos Barral en Seix-Barral fue casi exclusivamente literaria, alejada de ensayos políticos.

Primeros pasos
Volviendo a los tres editores insurrectos por excelencia, mientras los Feltrinelli poseían una de las mayores fortunas de su país y Maspero era de familia acomodada, Pepe Martínez, que nació en 1921 en un pueblecito valenciano, era hijo de un minero anarquista. Se exilió en París en 1948, como miembro activo de las Juventudes Libertarias, donde reencuentra a Nicolás Sánchez Albornoz, a quien había conocido en 1946 como miembro de la FUE, y éste lo conecta con Paco Lamana, Barbara Probst Salomon y Paco Benet, con quien codirige la revista Península, de la que salieron dos números, abogando por la revolución democrática, y que fue su primera experiencia editorial contestataria. En 1950 conoce a Francisco Carrasquer y en 1955 sigue los cursos de Pierre Vilar en la Sorbona. Empieza a tomar contacto con la profesión editorial gracias a su compañera Elena Romo, que le pasa diccionarios Larousse para la corrección de textos. Pero fue gracias a la joven estudiante Marianne Brüll como en 1957 ingresa en calidad de jefe de producción en la editorial Hermann, donde estaría cinco años, hasta 1962, en que fundó Ruedo ibérico. En Hermann aprendió el oficio, de la mano de Adrian Frutiger, un reputado tipógrafo suizo, el gran maestro de Pepe Martínez, quien se convirtió, en palabras de su amigo y colaborador Antonio Pérez, en “una auténtica enciclopedia tipográfica”.
Y en 1961 constituyen Ruedo ibérico, con recursos limitados, una constante en la historia de la editorial, cinco fundadores de diversas sensibilidades antifranquistas: Nicolás Sánchez Albornoz, Vicente Girbau, Ramón Viladás, Elena Romo y Pepe Martínez, que es quien ejercerá de director de la editorial hasta el final.
Sus propósitos son nítidos: luchar contra la censura franquista y también contra la autocensura forzosa de quienes publicaban en España. Y así como otras editoriales de exiliados se dirigían a los mismos exiliados, desde el inicio se planteó vender en España y publicar básicamente libros de ensayo, más castigados por la censura. Al año siguiente se publicó el primer libro, que causó una gran conmoción: La guerra civil española de Hugh Thomas.
El catálogo de Ruedo ibérico
El primer título de la editorial, en 1961, fue, en efecto, un éxito resonante: La guerra civil española de Hugh Thomas, un historiador que no era ni es nada revolucionario precisamente. Era una obra muy documentada y con voluntad objetiva, que daba, por tanto, una visión de la contienda que no tenía nada que ver con la hagiografía de la cruzada. Poco después, en 1962, otro libro, El laberinto español de Gerald Brenan, con el significativo subtítulo de Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, que abarcaba desde 1874 hasta 1936, es decir, era una suerte de introducción, espléndida y con una clara perspectiva de izquierdas, al libro de Thomas, y los dos conformaban una suerte de díptico imprescindible para muchos lectores españoles.
De la valiosísima trayectoria de Ruedo ibérico en París (1961-1977) subrayaría varias áreas. Los libros en torno a la guerra civil, en los que destacan, aparte de los ya citados, El mito de la cruzada de Franco de Herbert Southworth, Diario de la guerra de España de Mijail Koltsov, Revolución y contrarrevolución en España de Joaquín Maurín, Los problemas de la revolución española de Andrés Nin, El reñidero español. Relato de un testigo en los conflictos sociales y políticos de la guerra civil española de Franz Borkenau, Breve historia de la guerra civil de Gabriel Jackson y el primero de los libros que un joven Ian Gibson publicó sobre Lorca. Otra veta es la de jóvenes autores españoles, a menudo con seudónimo, que inciden frontalmente en temas contemporáneos, como Ignacio Fernández de Castro, Luciano Rincón, Juan Goytisolo, Juan Martínez Alier, Manuel Vázquez Montalbán o Jesús Ynfante con el celebérrimo libro sobre el Opus Dei, la “Santa Mafia”, así como libros colectivos como el valiosísimo España hoy.
Entre las obras anarquistas destacan la magna obra en tres volúmenes La CNT en la revolución española de José Peirats, Los anarquistas españoles y el poder de César M. Lorenzo y las memorias de Cipriano Mera y Juan García Oliver (las de este último ya editadas en España, en 1978), y también análisis más contemporáneos como Crítica de la izquierda autoritaria en España 1967-1974 y El anarquismo español y la acción revolucionaria 1961-1974.
Asimismo figuran La pell de brau de Salvador Espriu, El pensamiento político de Castelao y Galicia hoy, mientras que en los varios volúmenes dedicados a Euskadi destaca el apoyo prestado a la editorial vasca Mugalde para la publicación de Operación Ogro: Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco.
Encontramos también en el catálogo figuras de disidencias varias como Trotski, Bujarin, Fernando Claudín, Carlos Franqui, Castoriadis, Lefort.
Y finalmente una deriva más erótica y licenciosa, en una onda similar a la del editor francés Jean-Jacques Pauvert, con títulos como La revolución sexual de Wilhelm Reich, la célebre Emmanuelle o textos de Georges Bataille y Xavier Domingo. Una deriva que completaba la transgresión total a la que no hacía precisamente ascos el nada mojigato Pepe Martínez.
En cuanto a la difusión de los libros, demos la palabra a su gran amigo Francisco Carrasquer, un conocedor del tema, que en una entrevista en el Avui afirmaba: “Entre los más vendidos de la primera época podemos mencionar, en orden decreciente, La prodigiosa aventura del Opus Dei de Jesús Ynfante, El laberinto español de Gerald Brenan, La Guerra Civil española de Hugh Thomas, El mito de la cruzada de Franco de Herbert Southworth y Franco. La obsesión de ser. La obsesión de poder de Luis Ramírez (seudónimo de Luciano Rincón)”.
Cuadernos de Ruedo ibérico
Los Cuadernos de Ruedo ibérico, cuya historia está tan íntima e intrincadamente enlazada con la de la editorial, y ambas identificadas, claro está, con Pepe Martínez, tuvieron un papel aún más relevante que la propia editorial, como bien adivinó Pepe, en su función de información ágil, denuncia política y reflexión teórica.
Podría decirse, al menos en mi caso, que la lectura de los Cuadernos de Ruedo ibérico y de Triunfo, que mediante sus artículos sobre política exterior informaba oblicuamente sobre la realidad española, fueron de extrema importancia formativa. Ambas, de forma significativa, desaparecieron el mismo año, 1979.
Los Cuadernos empezaron a publicarse, con su característico formato casi cuadrado y su elegante y sobria maquetación, el 25 de julio de 1965, con vocación bimensual, y su último número, el 63-66, apareció en 1979.
Su primera etapa, hasta el número 42, de 1974, es de clara inspiración marxista con el antifranquismo como referencia. En los primeros números, con Semprún, Claudín y Vicens, recién expulsados del PCE, y Castells, García Rico y Antonio Pérez, siempre bajo la batuta de Pepe. Y también desde sus inicios tuvo la colaboración, especialmente en el ámbito literario, de Juan Goytisolo. A partir del nº 6, en 1966, van aterrizando y coexistiendo con los anteriores los jóvenes cachorros universitarios del FLP (o los sucesivos felipes), una lista innumerable. Por citar unos nombres: Leguina, Nacho Quintana, Luciano Rincón, Fernández de Castro, López Campillo, José Luis Leal, Maragall, Comín, Vázquez Montalbán, Tomás de Salas. Y colaboran activamente Colodrón, Salvador Giner y dos nombres imprescindibles que acompañarán al editor hasta el final: José Manuel Naredo y Martínez Alier. Teniendo en cuenta los nombres citados y otros muchos más, resulta sangrante la indiferencia u hostilidad con que fue acogido Pepe a su regreso, y tanto más cuando los socialistas formaron gobierno.
En la segunda época, inaugurada con el nº 43-45, en 1975, se definía una línea antiautoritaria, es decir libertaria en un sentido amplio, con un consejo de redacción formado por Naredo, Martínez Alier, Colodrón y el propio Pepe. Una línea que lo enfrentó con sus antiguos colaboradores marxistas de la etapa anterior. Y en 1977, con Marx. Bakunin, un número monográfico sobre anarquismo coordinado por Francisco Carrasquer, se inaugurará una etapa específicamente libertaria que concluirá con el suplemento CNT: ser o no ser. La crisis 1976-1979, redactado casi íntegramente por Pepe Martínez bajo su seudónimo de Felipe Orero, que fue recibido con el silencio glacial de los cenetistas.
Éste fue el triste final de los Cuadernos, con Pepe cargado de deudas, enfrentado con sus antiguos colaboradores que estarían pronto en el poder y sin ninguna influencia entre los anarquistas organizados.
Circulación en España de Ruedo ibérico
¿Cómo conseguir las publicaciones de Ruedo ibérico?
Hablo de mi experiencia personal y la de muchos otros jóvenes barceloneses atraídos por la mítica editorial. Por una parte, los viajes, en especial a Perpignan, donde a principios de los 60 unos cinéfilos barceloneses, bajo el nombre de Linterna Mágica, organizaban exhaustivos weekends cinematográficos en los que descubrimos el mejor cine internacional, desde luego inaccesible en España (recuerdo los memorables ciclos dedicados a la Escuela de Nueva York o al free cinema británico). Pese al apretado programa, sacábamos tiempo para ir a ciertas librerías que tenían sus altares revolucionarios de Ruedo ibérico, cuyos libros luego pasábamos camuflados por la frontera con cierta zozobra. Si uno llegaba a París, estaba la visita obligada a la Joie de Lire, la librería del editor François Maspero, donde podían satisfacerse ansias bibliográficas revolucionarias de amplio espectro, o más adelante, en 1970, se podía acudir a la propia librería de Ruedo ibérico, en la rue de Latran.
Tampoco era tan difícil encontrarlos en Barcelona. Ruedo ibérico se distribuyó de forma bastante continuada durante muchos años básicamente gracias a dos importadores: uno era el editor y librero Siegfried Blume, gran amigo de Pepe Martínez, y el otro, Rufino Torres, un ex guardia civil que, por razones obvias, conocía bien los entresijos fronterizos, y que incluso, en una ocasión, alertó a Pepe de que tenía un “topo”, un informador en Ruedo. En América Latina, otro editor y amigo, Juan Grijalbo se ocupó del tráfico de libros.
Una vez en Barcelona, las librerías más arriesgadas tenían su rebotica con ejemplares prohibidos para clientes de confianza. En mi caso, mi librero de cabecera era Enric Folch, el ahora director de Paidós y entonces director de Áncora y Delfín, un auténtico maestro suministrando información confidencial y sumamente persuasiva acerca de los tesoros ocultos recién llegados.
Y en el barrio de la editorial, en Sarrià, había también otra posibilidad de suministro: periódicamente, un hombre más bien provecto, con un maletín lleno de libros de Ruedo ibérico, de Ediciones Ebro o de la Librería Española de París, tenía su recorrido bien planificado: así, además de Anagrama, visitaba al arquitecto Emilio Donato o al futuro escritor José María Riera de Leyva, entre otros. Es decir, los lectores de Ruedo en Sarrià tenían nombres, apellidos y dirección. Y naturalmente los libros circulaban. Aunque fueran tesoros se prestaban, se leían, se discutían.
Se ha dicho, y es muy cierto, que los textos de Ruedo ibérico eran una formidable arma de contrainformación que ponía al descubierto las mentiras o silencios de la información oficial o permitida. Y en concreto los Cuadernos de Ruedo ibérico han sido considerados, unánimemente, una revista fundamental para la toma de conciencia de los jóvenes estudiantes españoles, la más importante plataforma de discusión política.
Ruedo ibérico se instala en España
Bajo el rótulo Ibérica de Ediciones y Publicaciones, entre 1977 y 1982 se publicaron 22 títulos, entre los que podrían destacarse algunos de los libros más valiosos del fondo de Ruedo ibérico -de Southworth, Borkenau, Nin, Brenan-, el volumen colectivo Extremadura saqueada, en 1978, un libro antisistema coordinado por Naredo, Mario Gaviria y Juan Serna, que fue un empeño de gran envergadura, y textos anarquistas con mención de honor para las memorias de García Oliver. También las Crónicas sarracinas de Juan Goytisolo.
Sin discutir, desde luego, la validez y el rigor de dichas publicaciones y la vigencia, incluso actualísima, de muchos de sus análisis y denuncias, Ruedo ibérico se instaló en España en un momento muy especial, bajo cuyos efectos sucumbieron o se vieron muy golpeadas numerosas iniciativas de editoriales progresistas.
Yo mismo lo viví en Anagrama, a raíz de las elecciones que dieron el triunfo a Suárez, en junio de 1977, cuando se produjo lo que muy sintéticamente se llamó el desencanto, a raíz de un resultado que nada tenía que ver con la ruptura deseada, que ya se adivinaba imposible. Bruscamente desertaron los lectores de tales publicaciones. Y esto no es una opinión, sino aritmética editorial, de restas más que de sumas. Ello provocó, como es bien sabido, el cierre de revistas tan significativos del antifranquismo como Triunfo, Cuadernos para el Diálogo y La Calle y los graves problemas de muchas editoriales que habían luchado por ensanchar los límites de la libertad de expresión, por lograr nuevos espacios de libertad, según la terminología de la época, además de la tristísima defunción de Ruedo ibérico.
¿Adónde fueron a parar aquellos lectores perdidos, los lectores más politizados? Hipótesis de trabajo: desengañados, se marcharon a la India o se refugiaron en la heroína (no pocos tenemos amigos que cedieron e incluso sucumbieron trágicamente ante esas tentaciones), otros se pasaron a la novela negra (la responsable de Cinc d’Oros, la librería “roja” por excelencia de Barcelona, me contó un día: “Tenemos los mismos clientes, pero los que antes leían a Lenin ahora leen a Chandler y Patricia Highsmith”). Y otros pasaron de la militancia clandestina a la política legalizada y más o menos acomodada, dando por clausurada su formación teórica (y aquí los ejemplos son innumerables).
Este desencanto no fue privativo de nuestro país. También y en tiempos similares se produjo en Francia, tras la resaca del Mayo francés -significativamente Maspero tuvo que abandonar la edición y su empresa, convertida en La Découverte, se reorientó en una línea más acorde con los tiempos, y Christian Bourgois tuvo que sosegar “10/18”, posiblemente la colección de bolsillo más combativa de la época-, o en Italia, tras los “años de plomo”, en los que los responsables de Feltrinelli tuvieron que poner en marcha una enérgica operación de cirugía, tanto de programa como de colaboradores, o en Alemania, donde tras la disolución de la izquierda extraparlamentaria que encabezó Rudi Dutschke, el combativo editor Klaus Wagenbach tuvo también que replegarse.
Debido a la cuasi desaparición de la censura, Ruedo ibérico perdió su función más específica: la publicación de aquellos libros que sólo una editorial en el exilio podría editar.
Pero ya antes, desde finales de los 60, desde la apertura que siguió a la ley Fraga, pese a sus limitaciones, secuestros de libros y procesos, se empezaron a publicar textos antes impensables, de forma cada vez más sostenida, con las editoriales empujando y empujando. Basta repasar los catálogos de la época de Laia, Cuadernos para el Diálogo, Península, Fontanella, Comunicación o Anagrama, por citar algunas de las más combativas, o Ciencia Nueva, Edima o Cultura Popular, desaparecidas en combate. Un alud de publicaciones, cada vez con menos tabúes, aunque persistía el de la Guerra Civil, que contribuyeron a diluir el impacto de las ediciones de Ruedo ibérico. Con la paradoja de que con la apertura de Fraga, el enemigo mortal de la editorial, se inicia el declive de Ruedo. Además, el escoramiento radical de Cuadernos de Ruedo ibérico la condenaba a un número restringido de lectores, con las consecuencias económicas obvias. Así, en tiempos más recientes, revistas como mientras tanto y Archipiélago, que en buena manera recogen el espíritu de los Cuadernos, tienen una estructura completamente artesanal, subsisten en economía de guerra, la guerra contra el sistema al que combaten.
Durante mucho tiempo, ante un panorama político aparentemente tan bloqueado, tan pasteurizado, no se adivinaban nuevos jóvenes lectores radicalizados. Sólo en los últimos años, la asfixia neoliberal ha provocado una considerable respuesta antisistema, la salida del letargo. Y así, autores como Noam Chomsky, Naomi Klein, Richard Sennett o Susan George, entre otros, han despertado el interés de buen número de lectores insatisfechos con el statu quo. Lectores de la última etapa de Ruedo ibérico, diríamos.
Pasando al ámbito empresarial, visto desde fuera, la propuesta de Ramón Viladás de albergar Ruedo ibérico en la estructura de Edicions 62, entonces con Oriol Bohigas y Castellet al frente, seguramente hubiera dado una mayor estabilidad y sosiego a la siempre precaria Ruedo ibérico, pero había factores psicológicos e ideológicos más complejos, así como la eterna suspicacia de Pepe ante una posible pérdida del control de la editorial. En cualquier caso la sugerencia no fructificó, por lo que sobran especulaciones.
Una deuda
Pagué parte de mi deuda personal con Pepe Martínez con la publicación de dos libros.
El primero fue una voluminosa biografía de Albert Forment con el título José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico, un libro muy bien recibido por la crítica, nada bien por algunas personas muy allegadas a Pepe (cosa que me apenó, pero así sucede a menudo con las biografías), y bien recibido por otros amigos y colaboradores suyos como José Manuel Naredo, Francisco Carrasquer, Ramón Viladás, Nicolás Sánchez Albornoz o su fiel amigo gallego Isaac Díaz-Pardo, en cuya galería Sargadelos de Madrid se presentó el libro. Incluso el muy cáustico Juan Martínez Alier, después de señalar insuficiencias y errores, celebró que por fin se hubiera escrito un primer libro sobre el tema. Asimismo, en la publicación anarquista Solidaridad obrera, Carlos Sanz afirmaba: “Pepe Martínez es con toda seguridad el personaje más importante del mundo editorial durante el franquismo. Este libro, al margen de interpretaciones erróneas o no sobre la personalidad de Pepe, cumple con su principal finalidad: reivindicar y recuperar la memoria de Pepe Martínez y Ruedo Ibérico; la publicación de su investigación ha valido la pena”.
El otro libro publicado por Anagrama fue la reedición aumentada de un Cuaderno de Ruedo ibérico que no fue colectivo sino, excepcionalmente, obra de un solo autor, Aulo Casamayor, seudónimo del prestigioso economista José Manuel Naredo. Un libro con un título contundente: Por una oposición que se oponga, todo un programa a trasmano de la postura de los partidos políticos de izquierda, a finales de 1976. Su subtítulo rezaba así: Crítica a las interpretaciones del capitalismo español y a las alternativas que ofrece la “oposición política”. Su prólogo a nuestra edición, de diciembre de 2002, empieza así: “El presente volumen plantea el análisis de la llamada “transición política” desde perspectivas diferentes a las habitualmente divulgadas. Muestra que el verdadero éxito de esta operación ha sido prolongar, sin “traumas”, bajo la nueva cobertura “democrática”, el tipo de sociedad piramidal que nos había tocado vivir bajo el franquismo, eso sí, debidamente renovada y asociada a lo más granado del capitalismo transacional y a la cúpula del poder político-militar mundial, gobernada por Estados Unidos”.
Un texto de una dureza diamantina que, lógicamente, levantó ampollas por su crítica frontal al Partido Comunista, al que tildaba de colaboracionista, y propugnaba una nueva izquierda, una izquierda radical que aspiraba a nuevas formas de acción y organización para la liberación de la especie humana.
Cuando lo presenté en Barcelona afirmé que se trataba de un libro de referencia tan indispensable como incómodo para la derecha confesa como para la presente izquierda. Y concluí con una profecía nada arriesgada: “Un libro que debería provocar un debate político pero que es posible que se silencie”. Y así ocurrió, salvo con las contadas excepciones de rigor.
Si recuerdo bien, conocí a Pepe Martínez en la Feria de Frankfurt, a la que asistió desde 1971 hasta al menos 1978, mientras que yo empecé en 1969. Estábamos ambos en el área de los editores españoles y más de un año estuvimos en stands vecinos. El ritmo de trabajo era más sosegado que ahora – y en su caso lo importante y simbólico era la desafiante presencia de Ruedo ibérico-, por lo que teníamos tiempo para largas charlas, en las que exhibía su humor cortante y su vasto conocimiento tanto del milieu del exilio como de las conspiraciones del interior. Y también, claro está, sus entusiasmos de editor. Además, por su stand y en menor medida por el de Anagrama aterrizaban con frecuencia exiliados políticos, periodistas y colegas izquierdosos varios.
Naturalmente fui sensible al encanto personal de Pepe Martínez, reforzado por el aura de Ruedo ibérico. El historiador Antonio Elorza, que en su juventud fue un colaborador de Pepe, lo describe así: “Un tipo excepcional, de formación anarquista, gustos aristocráticos y talante autoritario, en grado sumo irascible”, “con rasgos que recuerdan la aventura equinoccial de Lope de Aguirre”. En suma, añade Elorza, “un personaje fascinante que, al igual que Juan García Oliver, el líder anarcobolchevique a quien tanto admiraba, llevaba dentro una formidable carga de destrucción”.
Un dandy “sempruniano”, según acertada precisión de Jordi Gracia, con una coquetería característica y personalísima: llevar la corbata por encima del jersey. Otro dandy muy distinto, Giovanni Agnelli, el gran patrón de la Fiat, se distinguió también con otro tic persistente: el reloj por encima de la camisa.
Pienso que Pepe Martínez miraba con afecto las publicaciones de Anagrama, que también era una editorial abierta a las varias sensibilidades de la izquierda, con una subrayada tendencia hacia los marxismos heterodoxos y el pensamiento libertario. Es decir que Anagrama publicaba, en especial en sus Cuadernos, a Trotski, Maurín, el Che, Mao, Wilhelm Reich, Gunder Frank, Chomsky, su maestro Pierre Vilar, Lucio Magri, Santi Soler del MIL (Movimiento Ibérico de Liberación), Bakunin, Kropotkin y naturalmente a los situacionistas. Y también, en otra vertiente, a Sade, Breton, Bukowski. Y Pepe sabía de los numerosos procesos y secuestros que había tenido la editorial. Y así como, en 1975, la ultraderecha española plantó una bomba, que causó serios daños, en la sede de Ruedo Ibérico en la rue de Latran, también en España se dedicaban a atacar librerías, con total impunidad, y además, en el mayor percance de la época, incendiaron el almacén de Distribuciones de Enlace, que albergaba los fondos de las ocho editoriales progresistas, entre ellas Anagrama, que componían la sociedad.
Pero no se trata de hablar de Anagrama sino sólo de subrayar las afinidades editoriales. Y una de ellas en especial. Como es lógico, Pepe Martínez, aunque muy tardíamente, descubrió y quedó deslumbrado por los textos de los situacionistas, tan radicales como él y también hedonistas, bebedores e insolentes (y también con su toque dandy: recuérdese la inusitada encuadernación plateada de la revista de la Internacional Situacionista). El 10 de febrero de 1981 escribió a Francisco Carrasquer informándole de sus recientes lecturas de Debord, Vaneighem, Sanguinetti, Vienet y del famoso panfleto Sobre la miseria en el medio estudiantil, e incluso intentó publicar Sobre el terrorismo y el Estado de Gianfranco Sanguinetti, y también a Antonio Negri, el líder de Autonomia Operaia, dos ejemplos de confrontación radical del capitalismo contemporáneo.
En mi trato con él, siempre cordial, nunca sufrí ninguna de sus legendarias cóleras, aunque para ser exactos asistí a una inesperada explosión. En mayo de 1977, después de casi dos décadas de exilio en París, Pepe Martínez hizo su primer viaje a España para preparar la implantación de Ruedo ibérico en nuestro país. Los editores amigos de Barcelona, entre los que recuerdo a Grijalbo, Castellet, Barral, Comín, Beatriz de Moura, brindamos con él por su regreso y en el curso de una comida muy cordial se le cruzaron los cables y empezó a atacar al pobre Alfonso Carlos Comín, miembro del PSUC y el ser humano más parecido a un arcángel que yo haya conocido nunca, acusando al partido comunista y, ya puestos, al propio Comín de todos los crímenes estalinistas en la Guerra Civil, hasta que la enérgica bonhomía de Juan Grijalbo logró apaciguarlo.
El 20 de abril de 1978 se celebró en la Galería Maeght de Barcelona que dirigía su viejo amigo Paco Farreras una gran fiesta para presentar oficialmente en España Ruedo ibérico y su filial Ibérica de Ediciones y Publicaciones, a la que acudió Tarradellas, también viejo y leal amigo del exilio, y la representación de todas las faunas de la izquierda, desde los supervivientes del grupo de Puig Antich hasta la izquierda liberal más moderada, como le cuenta a su amigo italiano Giorgio Agosti en una carta, en la que constata, lúcido: “Esa noche enterré un muerto, muerto desde hace meses: el viejo Ruedo ibérico. Pienso que lo enterramos todos los presentes. Se acabó esa especie de Frente Popular cultural que fue Ruedo ibérico durante más de quince años”. Y más exactamente, para decirlo en palabras de José Manuel Naredo, “Ruedo ibérico (para sus antiguos amigos de la oposición antifranquista) pasó de ser una plataforma útil a convertirse en un testigo incómodo de las componendas políticas de la transición”.
Cuando ya residía en Madrid, a mediados de los 80, pude reunir a los dos grandes amigos, Pepe Martínez y François Maspero, a propósito de la traducción de la novela de este último Le sourire du chat, que le propuse a Pepe y que aceptó. Pepe cuenta en una carta a una amiga italiana: “Las quasi-memorias de François Maspero, que fue mi colega, mi amigo y mi vecino en París. Era un editor de izquierda que se arruinó como yo. Pero él verdaderamente arruinado porque era rico. Hago esta traducción para un editor español que ha halagado mi vanidad diciéndome que Maspero y yo somos sus maestros: seguro que se arruina”. Por fortuna se equivocó, Anagrama se había salvado por los pelos de la quiebra a finales de los 70, tras el famoso desencanto y otros percances. Y por desgracia Pepe no pudo asistir a la presentación del libro de Maspero en Madrid en 1987, había fallecido solo y amargado, como demasiado bien sabemos, el año anterior.
Dejando de lado sus ciclotimias y susceptibilidades, o las especulaciones sobre carácter y destino, al contemplar el espléndido catálogo de Ruedo ibérico que él había construido, de forma irrepetible, un catálogo que es la demostración de su gran valía como editor, en él se reflejan sus grandes pasiones, la recuperación de la memoria colectiva, la contrainformación de las mentiras oficiales para propiciar la transformación en profundidad de la sociedad. También sus conocimientos tipográficos, la búsqueda de la belleza, de la dignidad estética de sus libros. Y su talento para alentar y propiciar y saber “ver” libros posibles pero aún no existentes y también la abnegada labor de convertir manuscritos poco elaborados en textos dignos de Ruedo ibérico.
Un aspecto muy a tener en cuenta es la importancia de las innumerables cartas que Pepe Martínez escribió a lo largo de su vida y de las que, muy consciente de la importancia de su testimonio -la omnipresente obsesión de preservar la memoria histórica-, guardó minuciosamente las copias y ahora están depositadas en el benemérito Instituto Internacional de Historia Social de Amsterdam.
Y voy a terminar esta intervención demasiado larga con dos citas. Una, de su amigo Juan Goytisolo acerca de la muerte de Ruedo Ibérico, en 1982, a causa de, dice lapidariamente, “el triple dogal de la confusión, el pasotismo y el desencanto” de la sociedad española. Y la otra, del propio Pepe. Dice así: “Y el cinismo sin llegar”… Una frase, desde luego, referida a sí mismo, viejo león malherido pero irreductible.
Texto de su intervención en el Seminario Ruedo ibérico, un desafío intelectual organizado por la Residencia de Estudiantes el 15 de junio de 2004 en Madrid con ocasión de la exposición del mismo título. Publicado en HERRALDE, Jorge, Por orden alfabético. Escritores, editores, amigos. Anagrama, 2006, pp. 177-192.

Comentarios 1

  • COLEGIO RETAMAR: PACTAR CON LOS DIABLOS OPUS DEI, JOSÉ LUIS ALIER JERARQUÍA OPUSDEÍSTA, CONTADOR DE LORD BLACK MONEY. LA CULTURA DEL TERRORISMO ESPIRITUAL, LA CULTURA DE LA SANTA SUPREMA MAFIA. LA CULTURA DE LA ILEGALIDAD EN LA CLANDESTINIDAD. LA CULTURA DE LA SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO PARA SALVAR LAS ALMAS.
    La VIDA me ha dado tanto para APRENDER y me ha ADHIESTRADO a la METODOLOGÍA SATÁNICA que caracteriza al OPUS DEI para lograr sus fines de SANTIDAD que conduce a la SATANIDAD hasta la ETERNIDAD.
    La REDACCIÓN del siguiente ESCRITO radica en la JUBILACIÓN ANTICIPADA a la que me ha SOMETIDO el OPUS DEI, aplicando la IDEOLOGÍA de CAMINO que abarca 999 CAMINOS de la SANTA SUPREMA MAFIA del OPUS DEI y la ESPIRITUALIDAD TERRORÍSTA de su FUNDADOR y FUNDIDOR de los DERECHOS HUMANOS.
    El OPUS DEI, en la persona del actual DIRECTOR GENERAL del ILUSTRE COLEGIO RETAMAR, JOSÉ LUIS ALIER, ha puesto todo el ARSENAL que POSEE para ENTERRAR lo que NUNCA se ha NARRADO, LEÍDO, ESCUCHADO y HECHO. El MALHECHOR que está al frente de la INSTITUCIÓN EDUCATIVA ha puesto una PRECIO a MI HONOR HUMANO y mi DIGNIDAD PROFESIONAL.
    Los ESCLAVOS de la INMORALIDAD de la HERENCIA del EX MARQUIS de PERALTA están dados a estas ANDADURAS de INTENTAR subastar HONORES, comprar DIGNIDADES y MANIPULAR LEYES para AJUSTARLOS a sus NECESIDADES, según las NEURONAS RANCIAS que son propios de las EDADES MEDIAS. Las INJUSTICIAS permitadas son inherentes del OPUSDEÍSMO.
    La OFERTA se ADJUDICÓ pero sin RENUNCIAR al DERECHO de JUSTICIA que me AMPARA para defender las LEYTES CONSTITUCIONALES, los DERECHOS CIVILES, la MORALIDAD HUMANA y la DIGNIDAD del SER y ESTAR. El ALIER, no ARIEL, me entregó TREINTA Y SIETE MIL EUROS de LORD BLACK MONEY, PROCEDENTE de las FUNDACIONES ILEGALES del OPUS DEI.
    Moisés Ibrahim en nombre propio y José Luis Alier en representación del Colegio Retamar acuerdan que, teniendo Moisés Ibrahim una jornada laboral del quince por ciento, que representa un total de 5-25 horas semenales conforme el contrato de relevo firmado con fecha uno de noviembre de dos mil tres, el Colegio Retamar renuncia a esas horas de trabajo, dispensando de la presencia de Moisés Ibrahim en el Colegio desde la fecha de hoy hasta su jubilación definitiva. A cambio Moisés Ibrahim procederá a su jubilación total en el menor plazo de tiempo legal posible, asegurando previamente que esa nueva situación no le produzca una pérdida económica tanto en el momento de producirse esta jubilación total como en el futuro.
    En Pozuelo de Alarcón, a cinco de febrero de dos mil cuatro,
    José Luis Alier Gándaras Moisés Ibrahim.
    Colegio Retamar
    Sello del Colegio Retamar.
    MOISÉS IBRAHIM: EX SUPERNUMERARIO DEL OPUS DEI Y EX EDUCADOR DEL ILUSTRE COLEGIO RETAMAR EN MADRID DURANTE TREINTA Y TRES AÑOS, BUNKER DE LOS ASALTOS A LA RAZÓN. LOS DOCUMENTOS TESTIMONIAN EL LORD BLACK MONEY, PROCEDENTE DE LAS FUNDACIONES ILEGALES DEL OPUS DEI Y SELLAN LOS HOCICOS DE BORRICOS.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *