Éditions Ruedo ibérico
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Al otro lado: propósito


La ideología que impulsó la revolución industrial prometía el bienestar para todos los hombres. Hoy se desmorona la creencia en que la civilización industrial tenga ante sí un horizonte de progreso ilimitado. La "opulencia" de las sociedades que la civilización industrial ofrece como modelo -ya sea en su expresión soviética o en su expresión estadounidense- es consustancial con desequilibrios que impo sibilitan su generalización a escala planetaria. El sistema político y económico mundial vigente acentúa la división entre zonas de apropiación y núcleos de acumulación. El crecimiento demográfico vertiginoso, los niveles de despilfarro de materias primas, energía y fuerza de trabajo, la acumulación de una potencia nuclear capaz de destruir la biosfera, los grados de polución, la violencia y la anomía sociales que caracterizan ese sistema alcanzan niveles incompatibles, en plazos angustiosamente cortos, con los límites que establecen las reservas de materias primas no renovables, con la acelerada reducción del campo en que se desarrollan las relaciones de violencia de las sociedades humanas con la naturaleza y del hombre con el hombre, incompatibles con las exigencias de los ciclos ecológicos que mantienen la vida en el planeta. En la hipótesis menos apocalíptica, estos hechos establecen entre las generaciones actuales y las futuras un desequilibrio desfavorable para estas últimas.

Los poderes que gobiernan el sistema mundial son incapaces por su propia naturaleza de resolver los problemas que su desarrollo ha planteado a la humanidad. Los descubrimientos de nuevas tecnologías industriales o de dominio social que permitan, manteniendo el sistema actual, alejar aquellos límites cuando se alcen con inmediatez catastrófica, pueden dilatar su perduración, escamoteando el hecho de que el sistema empuja la humanidad hacia una utopía mortal: una sociedad sumida en el anonadamiento, una sociedad de consumición, una sociedad que se consume. Pero esos eventuales descubrimientos no suprimirán la imposibilidad de un desarrollo ilimitado en un universo finito a escala humana. Empero, aquellos poderes rechazan, en nombre de un falso realismo, intentos de cambio viables por estar ya inscritos en la propia realidad de las sociedades actuales.

La necesidad del cambio social ha dejado de ser un objetivo utópico, indefinidamente aplazable, condenado por su "irrealismo" o desdeñado por su carácter "moralizante", para convertirse en una exigencia urgente, dictada por la supervivencia de la especie humana. Pero la necesidad de cambio se contempla hoy, paradójicamente, con mayor escepticismo que hace un siglo. Se ha perdido la fe que se tuvo en las vías propuestas para llegar al cambio social porque han probado ser caminos errados o callejones sin salida que mantienen a las sociedades en la situación impugnada, sin que en el plano de lo estrictamente político hayan despuntado, desde hace un siglo, ideas verdaderamente nuevas, sin que en las sociedades se observe la aparición de nuevas mediaciones políticas merecedoras de crédito. Los grandes ideales que tendían al cambio social radical han sido sustituidos por el escepticismo, por el pragmatismo conservador.

Esos fenómenos son un producto más del sistema imperante. Al inducir relaciones sociales de abstracción, de división, de abolición del intercambio social, la seducción que ejerce la información concebida como producto de consumo crea un vacío que aísla a los individuos ante un discurso sin respuesta. En las generaciones actuales, los efectos de la información de "masa" se manifiestan en un fenómeno de doble cara: la obsesión por un futuro en que -se intuye- los po deres del sistema carecen de capacidad para instaurar un orden distinto del actual, obsesión que cohabita con el rechazo de las conductas políticas que pueden abrir paso en el presente a ese orden diferente. La conciencia dispersa, difusa, desgarrada por el consumo de bienes, de información, de signos, no reflexiona porque teme reflexionar, estableciendo entre un presente y un futuro inescindibles una dicotomía que implica el sacrificio del futuro.

Esta perspectiva abre, empero, brechas de esperanza. La crisis de la ciencia y del saber es inseparable de la crisis de civilización. Crisis de ciencia y crisis de conciencia llevan en sí la posibilidad -la necesidad- de que emerja en las sociedades actuales una visión de su presente y de su futuro distinta a la que impone la ideología dominante.

El desarrollo de determinados campos del conocimiento científico ha roto el cascarón ideológico en que estaban encerrados o hace más difícil cada día contenerlos en un marco compatible con la legitimación del sistema. La revolución conceptual operada en el campo de la física ha producido resultados menos aptos para respaldar el poder en las sociedades industriales de hoy que los que le ofrecía hace un siglo el sistema newtoniano. Las nociones de fuerza y materia, de espacio y tiempo, de causalidad o de sustancia sobre las que se construyeron con pretensiones de absoluta objetividad desde el "idealismo" kantiano hasta el "materialismo" marxista, se han visto impugnadas o diluidas por las conquistas de la física actual. Los descubrimientos de la antropología contemporánea han destruido el supuesto de que el crecimiento económico genera las demás formas de desarrollo social; han revelado la relación íntima que existe entre el progreso y la dominación; han echado por tierra la creencia en un desarrollo ineluctable, lineal, continuo, indefinido, de la humanidad.

Estas y otras conquistas del saber ponen en entredicho el carácter científico de conceptos profundamente anclados en la ideología dominante, impugnan las bases mismas del racionalismo cuyo triunfo, inseparable del triunfo del capitalismo, haría de la economía política, contra toda evidencia, el paradigma de la racionalidad aplicable al conocimiento del hombre y de sus sociedades.

El replanteamiento que imponen los hechos expuestos afecta profundamente a las llamadas ciencias del hombre, directamente implicadas -a través de la adaptación permanente de sus enjuiciamientos del poder, del progreso, de las instituciones y de los valores que los legitiman- en el sostenimiento de la ideología y del sistema dominantes.

La urgente necesidad del cambio social impone el establecimiento de nuevas líneas de comunicación entre las diferentes ramas del conocimiento que superen la especialización y la compartimentación esterilizante de la ciencia "oficial", que generen sistemas de pensamiento capaces de afrontar con eficacia los problemas planteados al hombre por la crisis de la civilización. En esta afirmación no se expresa la vieja vocación cientista de construir, a partir del conjunto de disciplinas a disposición de los hombres, una ciencia de las opciones políticas, que sólo sería una ideología más. Pues en el enfrentamiento de la crisis de civilización el proceso hegemónico no puede ser otro que el del cambio de las relaciones sociales, cambio que para que sea algo más que una apariencia debe tener lugar desde el interior de las propias relaciones sociales, ha de despejar el conflicto que ellas albergan, y no puede ser impuesto por una instancia exterior a las mismas. La orientación del cambio no puede venir de un modelo situado en el futuro por muy científica que se pretenda su construcción. La orientación la decide -a la manera de un antimodelo- el punto al que han llegado ya las sociedades humanas. En este principio hay que fundar la estrategia que implique la destrucción del sistema imperante, es decir, de toda forma de poder, de toda forma de explotación. El cambio implica -pero sólo eso implica- destrucciones selectivas de lo existente que atenta contra la sociedad humana, implica rupturas en los niveles del consciente/inconsciente del hombre, rupturas en las relaciones sociales, destrucción de la relación matriz de dominio y explotación en que se funda el sistema dominante.

Las ideas aquí expuestas son las que inspiran esta colección de Ruedo ibérico. En ella se pretende recoger obras que contribuyan a construir, al otro lado de la ideología dominante, formulaciones globales susceptibles de orientar los movimientos de impugnación que suscitan las agresiones contra individuos y los grupos humanos y contra el entorno natural de su especie, ejercidas por el sistema político y económico hoy dominante a escala planetaria, contribuyendo a impedir que sean integradas por el mismo o que se diluyan en la espiral de frustraciones y desengaños con que se teje la utopía mortal a que se ven abocadas las sociedades actuales.


Aulo Casamayor
Felipe Orero