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THE STRUGGLE FOR MADRID: CENTRAL EPIC OF THE SPANISH CONFLICT (1936-37)


Autor: Colodny, Robert G.
Editor: Paine.Whitman Publishers
Lugar y fecha: New York, 1958
Páginas: 256, de 23 x 15 cm

CONTENIDO

La obra de Colodny es un estudio de las batallas libradas durante la Guerra de España por la ciudad de Madrid. Considera el período que comienza en septiembre del 36, con el colapso de las tropas «republicanas» en Toledo, y acaba en la batalla de Guadalajara de marzo de 1937.

Esta lucha por Madrid constituyó el episodio central de la Guerra Española, su centro de gravedad durante seis meses. Aquí perdió la contienda su carácter puramente nacional y pasó a tener una doble vertiente: por un lado, una guerra civil de características profundamente españolas, por otro, un encuentro de ideologías supranacionales.

La activa participación de la Tercera Internacional y del gobierno de la Unión Soviética a favor de las fuerzas republicanas españolas recibió su más clara manifestación en Madrid. Los combates en torno a la capital llenan las páginas más cruciales de la Guerra del 36 al 39. Por ello, el autor, llamando la atención sobre las lagunas producidas en la investigación histórica por las dificultades de las fuentes, ensaya un estudio sobre la lucha por Madrid, estudio que debería ser completado y corregido «mientras los principales actores de la tragedia de Madrid vivan aún».

Tras el breve preámbulo, cuatro capítulos componen la obra. Se titulan éstos: La ruta desde Toledo. El ataque a Madrid, La batalla de cerco y Epílogo.

El capítulo denominado La ruta desde Toledo comienza con una consideración sobre los ejércitos que se iban a enfrentar. El nacional, había alcanzado la línea Maquedo-Toledo; su escalón avanzado, bajo el mando del general Varela, estaba organizado en cuatro columnas, a modo de cuatro divisiones móviles en miniatura. También bajo las órdenes de Varela existía un segundo escalón desplegado entre Toledo y Cáceres. El ejército de África, situado preferentemente en primer escalón, fluctuaba entre 18.000 y 25.000 hombres. La moral del ejército de Africa era elevada, Había sido alimentada por un ininterrumpido anillo de victorias. La conquista de Badajoz el 15 de agosto, el arrollamiento de fuerzas enemigas numéricamente superiores en Talavera de la Reina el 15 de septiembre, la conquista de Toledo y la liberación del Alcázar, supusieron la victoria en una gran batalla estratégica y dieron a este ejército una legendaria aureola. El autor cita, aunque no la comparte, la opinión de H. Nickerson en The Armed Horde (New York, 1940) de que «la marcha victoriosa del pequeño ejército de África de Franco desde el estrecho de Gibraltar a los arrabales de Madrid fue desde 1793, el más claro ejemplo de la calidad derrotando a la cantidad». El llamado «ejercito de Madrid» contrastaba notoriamente con el dirigido por Varela. Era un conglomerado de distintas facciones, sin mando unitario y carente de todas las características que diferencian a un ejército de una masa armada.

Pero, a la vez que Toledo era ocupado por el ejército de África, los primeros Barcos de Odessa llegaban a Alicante. «Moscú se movía cautamente en Iberia, pero durante la primera semana del avance de Varela a lo largo de la carretera Toledo-Madrid, el Bureau Político soviético tomó decisiones que cambiaron la naturaleza del conflicto e impidieron la captura de la capital española»(pág.19).

La marcha nacional hacia Madrid en los primeros días de octubre se realizaba a unos veinte kilómetros por día, barriendo las defensas adelantadas de la capital. «La milicia roja cometía siempre el mismo error. Se situaban en las carreteras y se dirigían a las carreteras después de derrotados, cuando cualquier hombre de experiencia hubiera sabido que la mejor dirección a seguir era la del campo abierto y que las carreteras debían ser evitadas como la peste» (pág. 21).

El avance nacional repercutió sobre la vida en el Madrid de retaguardia. «Centenares de sospechosos de la quinta columna eran arrestados diariamente y se incrementaron las muertes ilegales de los políticamente sospechosos a cada ocasión de un nuevo revés militar» (pág. 25).

Un oficial soviético de alto rango organizaba el Comisariado Político. Respondía al nom de guerre de Manuel Martínez y su identidad no ha podido establecerse claramente. El nombramiento del general Miaja como jefe de las fuerzas de Madrid coincidió con la llegada de «un gran estado mayor de oficiales soviéticos encabezados por los generales Goriev y Koniev. Todo parece indicar que Goriev era el general Ian Berzin, que había sido durante quince años jefe del Servicio de Información Militar del ejército rojo ». Koniev, luego mariscal, era el jefe de las unidades de carros.

El 28 de octubre decide el estado mayor soviético realizar un contraataque. Largo Caballero lo avisa por la radio lo que previene a los nacionales. Sin embargo, los tanques rojod avanzan doce kilómetros y alcanzan en Torrejón la carretera de Toledo, aunque privados de apoyo de su infantería tienen que retirarse.

Tras el fracaso del contraataque, los nacionales se preparan para el asalto a Madrid. Pero nuevos factores han de tomarse en consideración: un soberbio equipo ruso había aparecido ya en Seeseña y Esquivias. Comienza el ataque el 1.º de noviembre. Caen Brunete, Pinto, Fuenlabrada, Móstoles, Villaviciosa de Odón.... «Todos los errores del mando republicano, su falta de unidad, su fracaso en la eliminación de las columnas separadas, su erróneo concepto de la estrategia rebelde, toda la confusión de los primeros días, mezclada a un agotamiento del material, se reflejan en la debacle de Getafe» (pág. 33).

El segundo capítulo se titula El ataque a Madrid. En la tarde del 6 de noviembre, el ejército de Varela alcanzaba la línea Campamento de Retamares-Campamento Militar-Carabanchel Alto-Villaverde. El mismo día, el gobierno de la República decide abandonar Madrid. Miaja queda a cargo de la defensa. El oficial soviético «Martínez» «ordena la evacuación de los presos rebeldes más importantes de la Cárcel Modelo». «La trágica purga, desgraciadamente, fue histórica. En la noche del 6 de noviembre, unos 600 presos de la Cárcel Modelo, cuyas conexiones fascistas estaban probadas, fueron ejecutados en una pequeña localidad cerca de Alcalá de Henares. Dos noches después, otros 400 fueron igualmente ejecutados... » (pág. 171)

El día 7 de noviembre avanzan las columnas de Varela. Miaja había dado estrictas órdenes a cada jefe de sector de no retirarse un solo paso. El teniente coronel Rojo redactaba la orden de operaciones para el día 8; pero una baza decisiva va a jugarse en esta crítica coyuntura: la intervención de las Brigadas Internacionales. Alemanes, franceses («tantos franceses murieron en España como en la línea Maginot en 1939-40»), y gentes de todos los países integraban estas Brigadas. Para mandarlas, el gobierno soviético había enviado uno de sus mejores oficiales, el general Gregory Stern, quien luchó en la guerra de España con el nombre de :Emil Kleber. Con Kleber había venido el general «Paul Lukacz» en la vida real oficial del ejército y escritor, llamado Mateo Zelka.

El 9 de noviembre, la 11 Brigada Internacional defiende el frente de la Ciudad Universitaria. Ante la crisis de la defensa, Kleber reagrupa los supervivientes de esta Brigada y les ordena atacar. Al fin de la operación, un tercio de los extranjeros que habían desfilado por la Gran Vía el día anterior habían muerto. Este aniquilamiento no era ajeno al consejo de los oficiales soviéticos «que preconizaban una política de continuos ataques».

La columna Durruti, de anarquistas catalanes, llegó el 14 a Madrid. El 15 rehusaron el combate. Durruti prometió repetir el ataque al día siguiente. El presidente de la Junta de Defensa de Madrid gastó entonces una trágica broma. Dejó a los catalanes en la Casa de Campo, en la zona que llevaba directamente a la Ciudad Universitaria.

A los nacionales no les quedaba más que una alternativa: el asegurar una base de futuras operaciones a toda costa. El vacío creado por la deserción de los catalanes les dio acceso a la Ciudad Universitaria. Los rojos hubieran podido aniquilar las fuerzas nacionales frente a Madrid atacando desde Boadilla del Monte, Húmera y Pozuelo hacia el Sur y el Oeste con un completo cuerpo de ejército, pero el mando de la ciudad, preocupado por las comunicaciones con Valencia, dejó pasar la dorada oportunidad. El 21 de noviembre moría Durruti de un disparo que Koltsov (comunista) achaca a la F.A.I. o a los quinta-columnistas.

La obra inserta el juicio de Aznar de que se debiera haber ordenado por los nacionales el abandono de la Ciudad Universitaria e incluso de la Casa de Campo, a fin de establecer en líneas fuertes que pudieran ser fácilmente defendidas sin grandes pérdidas. Pero en una guerra civil, los valores morales son predominantes y el Alto Mando tuvo que subordinar a éstos las consideraciónes técnicas.

La batalla de cerco es el título del tercer capítulo. Comprende : el ataque del Noroeste, la batalla en la niebla, la campaña del Jarama y Guadalajara. A fines de noviembre del 36 -según el autor- el ejército nacional del frente de Madrid contaba con unos 60.000 hombres. Las tropas bajo el control directo de Miaja ascendían a unos 40.000. Los nacionales decidieron entonces romper el frente en la línea Pozuelo de Alarcón-Aravaca-Cuesta de las Perdices. Las reservas republicanas lograron consolidar el frente tras las primeras operaciones. Un ataque de Rojo el 3 de diciembre, contra las alturas de Garabitas, falló. El 16 ataca de nuevo Varela envolviendo Boadilla del Monte. El 19, los nacionales rompen el frente y se lanzan sobre la carretera de El Escorial. «Esta acción pone de relieve los constantes errores de Rojo. Una vez tras otra. concentraba el grueso de sus fuerzas para una operación sin constituit reservas en la zona próxima» (pág. 211).

Tres días más duró la batalla en la niebla. El 5 de enero, los efectivos totales del ejército nacional se lanzaron a la ofensiva y el frente oeste del Manzanares sufrió un colapso. «El general Orgaz cometió aquí un error que hundiría las esperanzas de Varela. Confundió el pánico momentáneo en el Manzanares con un colapso general de la moral republicana» (pág. 102). Al día siguiente, Orgaz reagrupó sus fuerzas e intentó presionar hacia El Pardo y el puente de San Fernando. «A costa de 15.000 bajas, el general Orgaz había avanzado veinte kilómetros.» El general Miaja había tenido otras 15.000 bajas. Había perdido quizás un tercio de sus tropas internacionales, «tropas para las que no había reemplazo posible».

A mediados de enero, el Alto Mando nacional había planeado un movimiento de flanco sobre Madrid, que se desarrollaría cruzando el Jarama al Sur de la capital y avanzando hacia Alcalá de Henares. Un avance de 25 millas más allá del Jarama cortaría las comunicaciones entre Madrid y Valencia y forzaría a la capitulación de Madrid. El día D fue fijado finalmente, tras algunos aplazamientos, para el 6 de febrero. «Por una irónica coincidencia que había de ser casi fatal para la República, los oficiales de Largo Caballero habían planeado montar una ofensiva en el preciso sector elegido por el Alto Mando rebelde para su penetración en el Jarama» (pág. 111).

Ya el día 5, García Escámez atacó Ciempozuelos arrollando a la Brigada 18, que dejó 1.300 muertos sobre el terreno. El 6 de febrero empezó el ataque principal. La Marañosa, punto fuerte republicano en la orilla Oeste del Jarama, cayó en manos nacionales. Al día siguiente, el avance hacia las alturas al Oeste de Vaciamadrid puso a la carretera Madrid-Valencia bajo el fuego de la artillería enemiga.

En la noche del 10 de febrero, un golpe de mano nacional capturó el puente de Pindoque sobre el Jarama, defendido por un destacamento del batallón «André Marty». Después, se apoderaron de las alturas que dominaban el paso. El puente de Arganda fue también capturado, pero cuando las unidades verificaban el paso, aparecieron los tanques rusos, rechazados al fin por la artillería de La Marañosa. Al día siguiente, los nacionales ocupaban San Martín de la Vega y las alturas del Pingarrón, monte de 693 metros que domina la llanura del Jarama al Sudeste de San Martín de la Vega.

«Por vez primera en esta guerra alcanzaron los republicanos la superioridad aérea» con los aviones rusos. Bajo esta sombrilla pudieron establecer los rojos fuertes posiciones defensivas en el franco Norte del frente del Jarama. Sin embargo, el 13 de febrero ordenó Orgaz que se reemprendiese el avance. Pero el 14 iba a ser «el Día Triste del Jarama», que destruiría las ilusiones de alcanzar Arganda. El autor comenta: «La acción del 14 de febrero pone de relieve el error fundamental del Estado Mayor republicano. Al cerrar el día, el ejército rebelde llegó a su nadir de fuerza defensiva. Este era el momento para un contraataque decisivo con tropas frescas. Pero no existían ningunas disponibles. Cuarenta y ocho horas más tarde, cuando se hubo establecido un mando unificado en los sectores de Madrid-Jarama, y Miaja sacó tropas frescas para la contraofensiva, las líneas rebeldes se habían ya endurecido» (pág. 226).

«El ataque final contra el Pingarrón, un acto de monumental estupidez, fue organizado por el general Gal el 27 de febrero.» Los americanos dejaron allí doscientos de sus 450 hombres y la Brigada 17 tuvo 1.100 bajas.

El último episodio de este tercer capítulo es el de Guadalajara. El mando nacional concentró un ejército en la zona de Sigüenza. El ala derecha la formaba la División «Soria» de Moscardó y el ala izquierda estaba bajo el mando del general Roatta Mancini, con las 4 Divisiones italianas. La División «Soria» ocupó la zona definida por Veguillas-Cogolludo-Espinosa-Padilla-Jirueque. En el centro, la División mecanizada de Flechas Negras ocupó Trijueque. El día 12 de marzo, las tormentas dificultaron el avance de los vehículos italianos e impidieron la actuación de la aviación nacional con bases bastante más lejanas que las rojas. Los poderosos carros de combate soviéticos atacaban entretanto los expuestos flancos de las Divisiones italianas. Mancini decidió el relevo de dos de sus Divisiones. «Cuando las líneas italianas se encontraban en medio de la confusión producida por las operaciones de relevo, las tropas de Líster se lanzaron a la contraofensiva y atacaron con éxito Trijueque» (pág. 137).

La situación de los italianos, por las causas antedichas, fue haciéndose cada vez más crítica. A las 4,30 horas de la madrugada del 18 de marzo, la defensa italiana sufrió un colapso.

Un breve Epílogo finaliza la obra. En él se resumen los acontecimientos posteriores hasta el 28 de marzo de 1939.


JUICIO

Robert Garland Colodny, profesor de Historia de diversas Universidades de América, herido «en la enconada y fútil batalla de Brunete», publica este trabajo sobre los combates de nuestra Guerra en torno a Madrid. Diez años ha dedicado a esta labor, según se declara en la obra. ¿Corresponde el fruto obtenido a estos largos años de «paciente análisis»? A lo largo del juicio que a continuación desarrollamos puede elaborar el lector sus propias conclusiones.

El ejército de África, liberador del Alcázar, llevaba tras de sí el imborrable recuerdo del heroísmo alcazareño. En la consideración de la gesta, el autor sigue a Koltsov en Ispanskii Devnik (Moscú, 1938), acusando la irritación que les produce la resonancia internacional de la gesta de Moscardó. Por otro lado, sobre los efectivos de este ejército de África, Colodny aventura la cifra de diez y ocho a 25.000 hombres, sin precisar la fuente, López-Muñiz, en La Batalla de Madrid (Madrid, 1943), trabajo calificado incluso por Colodny de «excelente monografía», razona que en este momento inicial de la línea Toledo-Maqueda, los efectivos nacionales, «apenas llegaban a los 5.000 hombres».

La situación de este ejército nacional no era tan halagüeña como la quiere ver Colodny. Como única línea de comunicaciones tenía la carretera de Extremadura y el ferrocarril que en Malpartida de la Sierra se bifurca hacia Salamanca y Badajoz, línea amplísima con el flanco derecho expuesto. No es necesario un gran dominio de la técnica militar para darse cuenta de que la situación estratégica del bando rojo, a «escasamente ochenta kilómetros de Madrid, depósito inagotable de hombres y de material» era, en cambio, francamente favorable.

Al considerar los medios en presencia, el autor se desliza por el fácil camino de los tópicos: en este caso, el ejército de África es para él un conjunto de unidades formadas por profesionales, perfectamente instruidas, disciplinadas y equipadas. Sólo que, si bien es verdad en gran parte la característica de profesionalidad, la superioridad de equipo no estaba de su parte. La aviación roja era superior en número a la nacional y el carro ruso estaba muy por encima de los ligeros carros nacionales. Menos hombres, menos aviones y menos carros, todo ello compensado por unos innegables factores humanos.

Sobre el punto crucial de los efectivos de las Brigadas Internacionales, el autor, siguiendo a Wintringham, dice que «menos de 50.000 voluntarios lucharon en favor de la República española, de los que 40.000 sirvieron en las Brigadas Internacionales. De este total, solamente 15.000 llegaron a España entre octubre de 1936 y febrero de 1937» (págs. 204-205). Estas cifras son claramente erróneas y muestran el interés que tendría un estudio detallado de la cuestión. Un estado de fuerzas de 4 de julio de 1937 nos da la cifra de 30.000 hombres para los internacionales. En una relación de heridos de las Brigadas Internacionales en 1937, se totalizan 27.015 de éstos. Estas dos cifras solamente parecen sugerir cifras totales más elevadas que las de Wintringham.

Las críticas que hace Colodny a la concepción de las operaciones por los dos bandos en este ataque a Madrid (págs. 186 y 189; notas 142 y 163) pueden abrir la puerta a interesantes discusiones. Criticando al bando rojo dice, en resumen, que su idea estratégica era errónea. La idea de separar la cabeza del ejército de Várela en Madrid de su base en Toledo sólo hubiera tenido razón de ser si se contaba con la posibilidad de destruir a estas unidades a su vez cercadas. En opinión del autor hubiera sido mejor lanzarse sobre el flanco izquierdo del ejército nacional, bastante vulnerable entonces. Además, el terreno al Norte de la Casa de Campo era más adecuado para operaciones ofensivas de pequeña escala, tal como el ejército republicano podía emprender. La decisión de lanzar cinco o seis brigadas contra el Cerro de los Angeles demuestra una obsesión extrema por la topografía muy característica de los rojos durante toda la guerra.

Mayor interés tienen las críticas de la decisión nacional. En esto, el autor sigue a Wintringham: «Franco se abrió camino entre los suburbios situados al Suroeste de Madrid, y allí se detuvo. Tenía ante sí dos líneas de acción: podía progresar por su ala derecha rodeando la ciudad y cortar las carreteras y ferrocarriles que iban a parar a ella. Esta operación es la que llevaba a cabo. Los ferrocarriles y la mayor parte de las carreteras fueron cortadas. Franco podía haber seguido en esta dirección hasta rodear Madrid por completo. En lugar de ello, progresó por el ala izquierda, extendiéndose hacia la parte Oeste de la ciudad y allí situó el grueso de sus fuerzas. Lanzó estas tropas en un ataque frontal hacia el 7 de noviembre, a través de la Casa de Campo. Fue un error estratégico... Se debía a la creencia de que 25.000 hombres podían ocupar una ciudad de un millón de personas».

El anterior análisis es claramente falso y hace caso omiso de la situación nacional en lo que se refiere a medios. Las tropas nacionales han llegado al límite de sus posibilidades. Las columnas que habían cruzado el Estrecho han ido dejando el camino regado de girones de sus fuerzas. Al llegar a Madrid, sólo una tensión espiritual las sostiene. La Agrupación de Columnas no cuenta más que con dieciocho unidades, de las que sólo unas diez pueden constituir la masa de maniobra de la acción ofensiva, lo que era a todas luces insuficiente. Aún más, la acción que Wintringham considera como la más acertada hubiera formado una nueva cuña con los flancos al descubierto. Ocupado el pueblo de Vallecas, y ya en la frontera de las posibilidades, los nacionales habrían tenido que avanzar en condiciones precarias en extremo.

Para considerar la procedencia o no de un ataque frontal entonces, hay que tener en cuenta dos cuestiones fundamentales. La primera que, imponiendo la situación estratégico-política la ocupación de Madrid, lo primero y esencial es contar con una buena base de partida. La segunda es que la aparición en aquel momento de las Brigadas Internacionales, verdadero turning point de la guerra, cambia radicalmente la situación con que se había contado para la decisión de ataque. Estas unidades instruidas y perfectamente equipadas levantan la moral del ejército rojo y endurecen tremendamente la defensa. El autor dice que «ya poetas e historiadores comparaban a los soldados de las Brigadas Internacionales con el Cid Campeador» (pág. 82), en lo que no sabemos si apreciar más la ignorancia histórica o el cinismo.

Considerar las acciones aéreas nacionales sobre los objetivos de la zona de Madrid como un preludio de la «guerra total» de la Segunda Guerra Mundial es pura y forzada fantasía. Si el lector lee detenidamente las páginas 83 y siguientes, aun aceptando las informaciones de la obra, no verá el menor parecido con los terribles masacres que los aviones del Eje o aliados produjeron en las retaguardias enemigas. Las novelescas descripciones de Koltsov (ver pág. 195, nota 211) llegan ya al extremo, al decir que «las gentes rezaban en las calles». Frente a esto, debe verse el humor macabro con que se trata el asalto a las Embajadas y la creación de la falsa Embajada de Siam, en versión también del inefable Koltsov (págs. 205 y 206, nota 4).

Al final de este capítulo del asalto a Madrid, Colodny habla de la recluta en el extranjero de nuevos combatientes para la Guerra de España. Solo que denomina voluntarios a los que van a engrosar las Brigadas Internacionales y «voluntarios» (así, con comillas) a los del otro bando, lo que no constituye precisamente una prueba de objetividad.

Ya en La batalla de cerco, el autor (pág. 211, nota 28) establece que uno de los constantes errores de Rojo consistía en concentrar el grueso de sus fuerzas para cada operación, sin constituir reservas. Creemos, y en esto seguimos la opinión del General Duval, que más de un error de Rojo se trataba una falta de aptitud de sus tropas. Sabían aferrarse al terreno y actuar con tesón en la defensiva estática, pero la difícil actuación de las reservas les resultaba muy dificultosa : ese paso de una actitud a otra, la sincronización de acciones, la explotación de un momento crítico del enemigo no son fáciles de conseguir para una masa armada cuando no funciona como un verdadero ejército

En el segundo período de operaciones, narra Colodny, siguiendo a López-Fernández en Defensa de Madrid (Méjico, 1945). Un hecho que muestra la nefasta influencia de los políticos en la conducción de las operaciones rojas. La situación le lleva a invertir la frase de Clemenceau: aquí la guerra era demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Es indudable que sería útil hacer un estudio comparativo de las mutuas influencias entre la dirección política y a militar en ambos bandos de la Guerra de España. Las consecuencias de este estudio serian del mayor interés.

Bajo el punto de vista político resulta curioso observar cómo el Partido Comunista va captando todos los controles y llega a un punto decisivo cuando el presidente de la Junta de Defensa de Madrid, e1 genera1 Miaja, se afilia al Partido (pág. 106).

En lo relativo a la batalla del Jarama, el autor, en su obsesión por ver en nuestra guerra la aplicación de las doctrinas bélicas alemanas, opina que la misma estrategia nacional en el valle del Jarama de los días 14 y 15 de febrero, este va banque del Jugador que se juega todo a una carta, puede verse en la lucha desesperada de Luddendorf por los puertos del Canal en marzo de 1918 en la ofensiva de las Ardenas de diciembre de 1944 y en la ofensiva de Kurkes en el frente del Este en el mismo año. Nada más lejos de la realidad. En nuestra guerra, los principios militares, como ocurre en las contiendas civiles, tienen una aplicación muy condicionada. La maniobra nacional proyectada en el Jarama quedó falta de refuerzos en el momento oportuno, debido a la crítica situación de Oviedo, la precaria del frente aragonés y la necesidad de incrementar los efectivos en la zona mendiona1 para asegurar la unión con África a través de Gibraltar.

Quizás se opine por algunos que debió desecharse el proyecto al carecer de medios suficientes en el momento oportuno. Sin embargo, la situación general -preparación intensiva por el mando rojo de una próxima ofensiva- llevó a la decisión de continuar atacando aun en precario

Finalmente disentimos del autor en su opinión de que la guerra podría haber acabado el 17 de noviembre con la consunción total del ejército nacional de tratarse de una guerra puramente civil (pág. 145). Si no hubiera existido intervención extranjera no habrían aparecido las Brigadas Internacionales, cuya actuación el mismo Colodny no puede menos de considerar decisiva.


In Boletín de Orientación Bibliográfica número 46, octubre de 1966, pp. 9-15